EL LOBBY DEL CEMENTO. UNA NOTA DE CESAR HILDEBRANT

LA PRIMERA 22 de septiembre de 2008

César Hildebrandt

El lobby del cemento

El lobismo está de moda. Viene en manada, disfrazado de opiniones, vestido de interés neutral. Si seguimos así, el lobismo terminará comiéndose a la abuelita y haciendo que la mayor parte de opinadores pertenezcan, en secreto, a las planillas del cómo es y del cuánto hay.

Llorente y Cuenca, por ejemplo, ejerce el lobismo legítimo y diurno. Pero tiene una red de periodistas “amigos” que están prestos a servir, primero, y a cobrar, después.

Ahora bien, en las legiones del lobismo no hay sólo periodistas porcentuales. También hay técnicos, estadísticos, empresarios y, sobre todo, abogados -de esos que salen en “Cosas” asistiendo a un partido de polo-.

Un día, por ejemplo, al ministerio de Economía se le ocurrió reducir a cero el arancel para la importación del cemento. La única empresa beneficiada con esa medida fue “Cémex”, la cementera mexicana que ha incursionado en el mercado peruano.

A mí me parece mal, por supuesto, que una medida general termine mejorándole la vida a una empresa en particular. Y no sé si el lobby de “Cémex” aceitó algunas poleas ministeriales.

Lo que sí sé es que en este caso se movieron intereses fenicios que querían hacerse pasar por preocupaciones “nacionalistas”.

Lo cierto es que “Cémex” no llega ni al 2% en participación del mercado peruano. Y más cierto todavía es que, cuando se tomó la medida, había una efectiva escasez de cemento en algunas regiones del país. En Iquitos, por ejemplo, por esa época, la bolsa de cemento llegó a costar 35 soles, mientras en Lima se seguía vendiendo a menos de 17.

Pero esa penuria por el cemento sólo se publicó en términos adecuados en la prensa regional. La gran prensa trató el asunto minimizándolo todo lo que podía.

Y es que se trataba de hacer creer que el cemento nacional sobraba y que no había razón alguna para importarlo en condiciones competitivas.

De esa campaña se encargó, claro, Llorente y Cuenca, en cuya lista de colaboradores, amigotes y asalariados subrepticios deben figurar algunas de las plumas mejor pagadas del medio.

A nombre de la Sociedad Nacional de Industrias salió a protestar el doctor Alejandro Daly. Parecía humalista este Daly hablando en la radio, la tele y los papeles del “interés nacional”, de la necesidad de velar “por lo nuestro” y de cómo es que en otros países “se protege lo que es propio y da trabajo”.

Lo que Daly no dijo es que no estaba hablando como abogado distante del evento sino como cercanísimo amigo de la familia Rizo Patrón, dueña de “Cementos Lima”, orquestadora de esa campaña y dueña del 52% del mercado nacional del cemento.

Daly es ahora, por supuesto, abogado de “Cementos Lima” y, como tal, interpuso una denuncia en contra de “Cémex” en la sala de Dumping y Subsidios de Indecopi. Lo anecdótico es que Daly ha sido funcionario de Indecopi, ha paseado por esa sala su autoridad y conserva entusiastas amistades en Indecopi, la entidad que tuvo el descaro de exculpar a Bryce en el caso de su flagrante plagio.

El cemento nacional es como un amor de a tres que, como en el caso de Oscar Wilde, no se atreve a decir su nombre. “Cementos Lima” es el gigante y cubre Lima. “Cementos Pacasmayo” se reserva el norte. Y “Cementos Yura”, de los famosos Rodríguez Banda, tiene el territorio del sur. Nadie se mete con nadie, nadie invade el califato del otro y todos están tranquilos.

Lo que preocupa a este trío oligopólico es que “Cémex” está por anunciar una millonaria inversión para poner una planta en Lima, mercado que ha considerado como uno de los mejores de Sudamérica. Serían varios cientos de millones de dólares, una tecnología ensayada en setenta países, cientos de puesto de trabajo y, sobre todo, una ruptura de ese paraíso de cemento donde los Rizo Patrón hacen de Adán y Eva antes de que llegara la serpiente.

La empresa Llorente y Cuenca, que administra la imagen y defiende los intereses de “Cementos Lima” en donde sea necesario, ya se está poniendo en contacto con sus columnistas y sus escribas de dictado. Quizás al cemento más que a los puertos apuesta la iniciativa de un hombre tan concreto y arenoso como Luis Giampietri -me refiero a la idea de limitar el ingreso de capital extranjero “para ciertos casos”-.

A mí me importa un rábano si “Cémex” llega o no, y si instala una planta o no. Ni soy venal, ni constructor, ni legionario de algún lobby, ni espero ningún “auxilio” publicitario de esos mexicanos que ignoro. Lo que me importa es que los fariseos se queden como debieran estar siempre: con el culo expuesto para risa de toda la platea.

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