(EDITORIAL) TARATA EN LA MEMORIA


EL COMERCIO JULIO 16, 2011

(Editorial) Tarata en la memoria

No podemos olvidar los crímenes perpetrados por Sendero en Lima. Y este caso, por su dantesca magnitud, es uno de los más emblemáticos

El cruel atentado terrorista de Tarata, perpetrado hace 19 años por Sendero Luminoso, es uno de esos asuntos penosos que debemos mantener vivos en la memoria. Solo así evitaremos que se repitan y lograremos que las nuevas generaciones sepan el dolor causado por los criminales terroristas de Sendero Luminoso y del MRTA que asolaron el país a lo largo de la década de los ochenta y principios de los noventa.

Así como recordamos que las huestes sanguinarias del senderista Abimael Guzmán asesinaron sin piedad a millares de humildes campesinos en la sierra central y desataron una guerra fratricida que convirtió esa zona andina en un polvorín donde debieron intervenir las Fuerzas Armadas –muchas veces con desinteligencia y negligencia–, no podemos olvidar tampoco los crímenes perpetrados por Sendero en Lima. Y el caso de Tarata, por su dantesca magnitud, es uno de los más emblemáticos.

Hoy vivimos otros tiempos, en que las noticias de aisladas acciones terroristas en el VRAE no significan mucho para la mayoría de peruanos, especialmente para los jóvenes que no vivieron la barbarie terrorista. Pero, no podemos bajar la guardia. Esa es la principal lección que nos dejó el sangriento atentado de Tarata.

A principios de los noventa en la capital y otras grandes zonas urbanas del país nos horrorizábamos a la distancia por los imparables crímenes que a lo largo de la década de los 80 perpetraban los terroristas en las zonas rurales andinas contra ronderos, militares, campesinos, mujeres y niños.

El 16 de julio de 1992, las cosas cambiaron. Esa noche, en una sangrienta demostración de poder, los seguidores del genocida Guzmán hicieron estallar dos carros-bomba con 500 kilos de explosivos en Tarata: mataron a 25 personas e hirieron a más de 150, en el corazón de Miraflores. Guzmán calificó a estas inocentes víctimas como “daños colaterales”.

Hoy, cuando algunos grupúsculos terroristas en el VRAE y otras difíciles zonas del país pretenden subvertir la paz y atacar al Estado, además de atreverse a plantear pedidos absurdos como la amnistía para los cabecillas terroristas, es necesario y oportuno traer a la memoria a los mártires de Tarata. A los más jóvenes debemos advertirles que no se dejen engañar por cantos de sirena de algunos remanentes terroristas e ideólogos, que esconden agendas violentistas y antidemocráticas. A la luz de Tarata debemos revalorar la paz conquistada.

PERIODISTAS CONTRA PERIODISTAS
En Venezuela las amenazas contra el periodismo independiente no cesan. Amparándose en el régimen chavista, la prensa oficialista de ese país suele enfrentarse a los diarios de oposición en una guerra de periodistas contra periodistas que poco interesa a los ciudadanos.

Lo último son los agravios del canal estatal Venezolana de Televisión, en el programa “La Hojilla”, en contra del editor de “El Nacional”, Miguel Henrique Otero, quien ha demandado al conductor del espacio por difamación e injuria y acota que lo que buscan es deslegitimar el desempeño de los medios independientes y sus directivos y afectar su labor fiscalizadora del chavismo.

Siempre será cuestionable que en una democracia, y cuando la prensa debería estar más preocupada por contribuir al debate de los temas que vitalmente interesan al ciudadano, los periodistas se olviden de sus funciones fundamentales, tomen partido y pretendan convertirse en noticia del día. Responsables de esta situación son quienes desde el poder toleran estos excesos y los promueven calculada y torcidamente para sus propios intereses.

* Las heridas que causó el atentado contra Tarata, 19 años después
El peor ataque de Sendero en Lima dejó 25 muertos y 155 heridos. Carro-bomba con 400 kilos de explosivos debía destruir un banco

DAÑOS. los edificios San carlos, San Pedro, Tarata, Residencial Central y El Condado sufrieron daños muy severos, incluso en sus estructuras, por el rebote de la onda expansiva. (Fotos: Archivo Histórico/ Giovanna Fernández)
CÉSAR SARRIA GOMÍ

Eran casi las 9 de la noche del 16 de julio de 1992 y el odontólogo Oswaldo Cava terminaba de atender a su último paciente en su consultorio del edificio Tarata, en la cuadra 2 del pasaje del mismo nombre, en Miraflores. Antes de irse, conversó con su hermano Pedro (27), también odontólogo y con quién compartía el consultorio, sobre el caso de un paciente al que esperaba. “Nos vemos en la casa”, se despidió Oswaldo.

A unos pocos metros, la niña Vanessa Quiroga, de 5 años, acompañaba a su madre, una vendedora de golosinas que tenía su puesto en la misma calle. “En esa época se trabajaba en la calle hasta las 11 de la noche, poco antes del toque de queda”, recuerda Vanessa.

Oswaldo subió a su auto y enrumbó hacia su casa, en la calle Atahualpa, a pocas cuadras de su consultorio. Estaba a la altura del cine Pacífico cuando sintió una terrible explosión. ¿Dónde habrá sido?, se preguntó, al igual que millones de limeños que ya estaban relativamente habituados a esos estruendos. Entre enero y julio de ese año, Sendero Luminoso había hecho estallar 37 carros-bomba en Lima.

EL ATENTADO
A las 9:20 de la noche, el terror se apoderó de la cuadra 2 del jirón Tarata, una angosta calle del centro de Miraflores de apenas 10 metros de ancho y flanqueada por altos edificios en los que vivían familias de clase media, y entre ellos había algunos negocios.

Un automóvil Datsun, cargado con 400 kilos de anfo (urea remojada en petróleo), explosivo utilizado comúnmente por los terroristas, y dinamita, que tenía como objetivo la sucursal miraflorina del Banco de Crédito en la avenida Larco, fue ubicado en esta calle lateral por dos miembros de Sendero Luminoso.

Una balacera entre los terroristas y policías que custodiaban los bancos cercanos no hizo más que empeorar las cosas. Muchos vecinos se asomaron a las ventanas de sus departamentos para ver qué ocurría. Segundos después vino la gran explosión que segó la vida de 25 personas, hirió a otras 155, dejó 360 viviendas afectadas y representó finalmente el inicio de la caída del grupo terrorista y asesino, entre el repudio del país entero y la comunidad internacional. La estrechez de la calle multiplicó el efecto devastador de la detonación.

Al llegar a su casa, Oswaldo se enteró por su padre que la explosión había sido en Tarata. Con la mente en blanco empezó a caminar rumbo a la zona. “El olor a anfo se sentía a cuatro cuadras de distancia. Los vidrios rotos alfombraban las calles. Una vez en el lugar de la explosión no reconocí el edificio donde estaba mi consultorio, solo quedaban los pisos y las columnas, las paredes habían desaparecido por completo”, recuerda.

LAS VÍCTIMAS
Al darse cuenta de que algo malo ocurría, Gladys Carvajal, madre de la pequeña Vanessa, quiso refugiarse detrás de una pared con su hija en brazos. Instantes después de la explosión, Vanessa siente un intenso dolor en la pierna y se lo comunica a su madre quién pega un grito desgarrador. No se dieron cuenta cuándo perdió una de sus piernas.

En su desesperación, Gladys le pide a un tío que las acompañaba que auxilie a Vanessa y este la lleva al hospital Casimiro Ulloa. Ella empezó a busca el miembro mutilado con la esperanza de que le fuera reimplantado.

A Vanessa se le colocó una prótesis y se convirtió en la niña símbolo del rechazo total en contra del terrorismo.

En medio del caos, los gritos de dolor, el fuego que devoraba los edificios aledaños, Oswaldo, que observaba atónito el esqueleto de lo que fue su consultorio, se encontró con otro de sus hermanos, Felipe, quien resultó ser el paciente a quien Pedro estaba esperando y que no había llegado a tiempo a la cita. La desesperación de saber si algo le había ocurrido hizo que sin medir las consecuencias ingresaran en el edificio.

El panorama con el que se encontraron fue dramático. Los heridos quejándose y rogando por ayuda en los pasadizos destrozados se tropezaban con otros que yacían en el suelo. “Todos sangraban de los oídos”, recuerda.

Subió 4 pisos y encontró su consultorio destrozado, vacío, como si los muebles se hubiesen pulverizado. “La refrigeradora estaba incrustada entre dos columnas, las paredes se habían movido de su lugar. Pero, no había rastro de mi hermano. Las esperanzas de encontrarlo vivo volvieron”, explica. Pero, luego de una búsqueda más exhaustiva, lo encontraron debajo de una cortina. En el hospital intentaron revivirlo en vano. Pedro había muerto.

LOS PROTAGONISTAS
Alberto Andrade, el recordado alcalde Miraflores, continuaba despachando al momento de la explosión. Según su hija, Rocío Andrade, la onda expansiva levantó del suelo la mesa de alcaldía, que requería de 8 personas para ser cargada.

“Inmediatamente mi papá salió de su oficina y preguntó dónde había sido. Le informaron que en Tarata. Salió corriendo con la seguridad detrás. Fue uno de los primeros en llegar, incluso antes que los bomberos. Cuando mi papá dejó a los bomberos y serenos haciendo su trabajo, recogió a mi mamá y juntos recorrieron los hospitales para ver cómo se encontraban los heridos. Esa noche no durmieron en casa”, recuerda.

Al día siguiente del atentado, Alberto Andrade lideró la reconstrucción de Miraflores. Dispuso que trabajadores y maquinaria de la municipalidad recogieran los escombros y limpiaran los departamentos. Además, condonó deudas por impuestos y arbitrios a los vecinos afectados.

El periodista Gilberto Hume, quien trabajaba en ese momento para la cadena Univisión, se preparaba para un viaje de trabajo en su oficina, ubicada a unas seis cuadras de Tarata. Fue el primer periodista en llegar al lugar con una cámara de video. Son suyas las terribles imágenes captadas minutos después del estallido en las que se ve a un hombre desesperado gritando: “¡Carlos! ¿Dónde está Carlos?”.

“Subí con mi cámara a uno de los edificios para captar imágenes de la tragedia. La luz de mi cámara sirvió para guiar a los bomberos en la oscuridad. Mi primera reacción fue ayudar”, cuenta.

Diecinueve años después, esas imágenes dejaron cicatrices imborrables en la memoria de miles de peruanos.

LA DEMOCRACIA DE LA FE Y RECHAZO AL TERROR Y LA MUERTE
Dos meses después, con Abimael Guzmán capturado, Oswaldo Cava Gárate, quien perdió un hijo en el atentado de Tarata, fue la imagen de la llamada Marcha por la Paz y la Vida en la que vecinos de Miraflores demostraron su satisfacción por la captura del líder terrorista. A esa marcha, realizada el 20 de setiembre, se unió un numeroso grupo de vecinos de Villa El Salvador (VES), que el 17 de julio sufrió un grave atentado con carro-bomba contra la sede municipal y su comisaría, en el que murió un policía. “¡No nos vencerán!” fue la arenga del doctor Cava Gárate repetida por miles de personas.

Ese día, ambos distritos emitieron una declaración conjunta en la que se comprometían a apoyarse mutuamente para afrontar casos de emergencia, sea de cualquier naturaleza o circunstancia. Alberto Andrade, alcalde de Miraflores, y, Johnny Rodríguez, de Villa El Salvador, fueron parte importante de esas marchas “que se realizaron durante varios años y que llegaron a convocar a 20 mil o 30 mil personas”, recuerda Oswaldo Cava Arangoitia.

“Mi papá se convirtió en la imagen de la protesta contra el terror y empezó a recibir amenazas de muerte. Los terroristas le temían porque lo consideraban un ideólogo de la paz”, explica.

Pese a todo el dolor que produjo la pérdida de su hijo, Cava Gárate nunca estuvo de acuerdo con la pena de muerte.

Hoy, que se conmemora el aniversario 19 del cruel atentado, la Municipalidad de Miraflores ha convocado a la jornada Rosario por la Paz en el Boulevard de la Solidaridad, en el monumento a las víctimas de la calle Tarata, a las 5 p.m.

EN PUNTOS
El atentado de Tarata fue considerado un “error” por Abimael Guzmán porque “no se golpeó a la gran burguesía nacional” y porque Tarata no era el objetivo principal. Sin embargo, la cantidad de explosivos utilizada y la hora elegida eran una demostración de la insanía con la que actuaba Sendero Luminoso.

Ese día, los terroristas atacaron puestos policiales en Bellavista, Ventanilla, Villa María del Triunfo, San Gabriel, Villa El Salvador, Nueva Esperanza y Huachipa.

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