LOS IKEDA. EMPRENDEDORES. LA BUENA FAMILIA

SUPLEMENTO DOMINGO LA REPUBLICA NOVIEMBRE 9, 2008

Los Ikeda | Emprendedores. La buena familia
Por Jorge Loayza
Fotos: Rocío Orellana

Julio Ikeda Matsukawa (68), el hijo mayor que heredó de su padre el talento para hacer una gran empresa.

El japonés que fundó el imperio del pollo en el Perú se llamó Julio Soichi Ikeda Tanimoto. Cuando solo tenía quince años de edad este japonés se subió a un barco para venir a nuestro país. Le habían dicho que acá había mucho trabajo, dinero y riqueza. Pensó que en estas lejanas tierras encontraría a la gallina de los huevos de oro. Después de seis décadas de trabajo, la famila Ikeda sabe que el resultado, la poderosa avícola San Fernando, no es obra de ningún milagro.

No hay peruano que hoy no saboree el fruto del esfuerzo de los Ikeda. Pero ese logro no llegó fácil, vino desde el lejano Japón. Un mes le duró la travesía a Julio, llegó en 1927. En un inicio trabajó como agricultor y luego, junto a unos socios, se dedicó a la producción de sillau. Lo distribuía entre la colonia japonesa del norte chico.

Ese sueño de la empresa propia que empezaba a hacerse realidad en su cabeza se esfumó de la noche a la mañana por un absurdo arrebato del gobierno peruano. En 1944, durante la Segunda Guerra mundial, nuestro país le declaró la guerra a Japón y don Julio fue puesto en una lista negra para ser deportado a Estados Unidos.

No solo le quitaron su libertad, también su empresa. Con su esposa, Rosa Matsukawa, y sus dos pequeños hijos, Julio y Máximo, don Julio fue llevado hasta un campo de concentración en New Orleans. Cuando terminó la guerra a don Julio le dieron a escoger: quedarse en Estados Unidos, regresar al Perú o ir a Japón. Don Julio quiso regresar a este país que le había quitado todo.

Primero fue el huevo, después el pollo

Retrato de la familia Ikeda Matsukawa a inicios de los cincuenta, cuando recién empezaban el negocio de las aves.

De regreso al Perú la familia Ikeda solo encontró muchos problemas, no tenían de qué vivir, la situación era tan dramática que un familiar tuvo que brindarles posada en una casa de Chorrillos. El matrimonio ya tenía el tercer hijo, Alberto. Sentado y con fotos amarillentas echadas como naipes en su escritorio de presidente de directorio de San Fernando, Julio hijo recuerda hoy esos días: "Mi papá daba vueltas encima de la cama como un perrito llorando, se preguntaba qué hacer, cómo nos iba a mantener".

En esos años los japoneses en el Perú tenían pocas alternativas para trabajar, podían ser peluqueros, abrir un bazar, un restaurante o ser granjeros. A don Julio se le cruzó en el camino un primo que le propuso criar aves. En 1948, con 35 patas madres y 4 patos machos reproductores el patriarca de los Ikeda empezó un negocio con el cual solo esperaba tener algo de dinero para mantener a sus hijos.

Fernando, el último de la dinastía, había nacido ese año. Un terreno en la avenida Atocongo, la actual avenida Tomás Marsano, se convirtió en su granja y hogar, una casa de adobes fue el refugio.

Don Julio hijo no recuerda de qué vivieron durante todas las semanas que demoró la producción de patos. Pero alguna luz iluminaba ese pequeño negocio, luego de vender patos, la familia se dio cuenta de que también podían ingresar a la crianza de gallinas y empezaron la producción de huevos. Durante quince años subsistieron de patos y huevos, casi no había ganancia. Para entonces, don Julio y sus hijos mayores repartían sus productos por bodegas y mercados de San Isidro y La Parada.

De tanto caminar por Lima y ya metido en el negocio, el joven Julio hijo se dio cuenta de una nueva moda culinaria: cada vez se consumía más pollo a la brasa. No lo pensó dos veces y en 1963 los Ikeda adquirieron 468 pollitos. Después de venderlos tuvieron ganancia. Desde entonces la producción de pollos no se detuvo.

Pasaron a tener mil pollos, luego 2000, después 3000. Tuvieron que buscar un terreno en Lurín para seguir creciendo. Pero el año 68 una crisis de precios y una peste desplumaron su pequeña empresa. Los Ikeda se quedaron sin capital.

Con la garantía de su buen trabajo un amigo les vendió cuatro mil pollitos a crédito. Para esa época el ave ya volaba sobre las mesas limeñas, incubaba un proceso de masificación. Dos años después, los Ikeda tenían ocho mil pollos en sus tres galpones, el último lo había construido Alberto –ingeniero industrial– en Chilca. Máximo y Fernando se dedicaban a la producción mientras que Julio comercializaba.

Salieron del cascarón

Julio padre y el primogénito

En 1972 los Ikeda deciden ponerle una marca a sus pollos: San Fernando. "Sonaba bonito, tal vez le pusimos ese nombre por el hermano menor, Fernando", recuerda don Julio hijo. Para fines de esa década la producción de San Fernando era de ocho mil pollos semanales. "Ya éramos importantes, había muchos granjeros pero queríamos diferenciarnos en tener una producción diaria", agrega el mayor de los hijos.

¿Cómo lograrlo? Conversó con otros granjeros para que les vendan su producción de pollos. Hizo una programación para que ningún día dejen de salir aves de la tienda de San Fernando de la avenida Tomás Marsano. A bordo de camionetas y camiones los Ikeda iban por Chorrillos, Cañete, Puente Piedra y otros lugares para comprar pollos y venderlos con su marca. Eso no lo había hecho nadie.

La carrera empresarial ascendente tuvo un punto de quiebre a fines de los setenta, la gigante Nicolini se convierte en la productora más grande de pollos con la ventaja de que ellos eran los mayores productores de alimento para esas aves. Los Ikeda se preocuparon. Julio hijo tenía un terreno en Lurín y le propuso a su hermano Alberto que construya un molino para poder obtener su propio alimento, así sortearon la amenaza.

Los patos y los pollos. Del pequeño corral de patos con el que Julio Ikeda inició su negocio, ahora San Fernando tiene granjas con la tecnología más avanzada.

En el 78 San Fernando producía 700 mil pollos mensuales, dos años después llegó al millón. Con el sistema de granjeros integrados se consolidó como el segundo mayor productor de pollos del país detrás de Nicolini. Para los ochenta, el consumo de pollo en el Perú era como el pan de cada día, en esos años San Fernando hizo famoso su slogan "la buena familia". A fines de los noventa Nicolini dejó la crianza de pollos y vendió su planta de beneficio a San Fernando.

Don Julio hijo dice hoy que esta empresa, con 4800 trabajadores, cien granjas integradas, dos plantas de beneficio con producción de dos mil pollos por hora y que esta Navidad venderá dos millones de pavos, solo ha podido conseguir eso bajo los principios que su padre les inculcó desde pequeños: disciplina, respeto, fortaleza y honestidad. Ese fue el secreto para encontrar a la gallina de los huevos de oro.

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