DE PALACIO A UNA CASA SIN TECHO


LA REPUBLICA MAYO 27, 2009

De Palacio a una casa sin techo

La historia del hijo de la cocinera del presidente Manuel Prado. De huésped de Palacio de Gobierno, Lino Pasquel ahora pasa sus días entre los escombros de su cuarto en una quinta de Barrios Altos.
Convertido en reciclador evoca antiguas memorias palaciegas, allá por los años treinta.
Texto y fotos: Franz Krajnick.

Sirenas. Hombres de rojo y una veterana quinta. En su interior, un viejo que lo perdía todo. El día 8 del último setiembre Lino Pasquel Pérez se salvó de milagro en el incendio que devoró su pequeña casa de la zona de Barrios Altos.
Luego de ocho meses del siniestro aún se puede sentir el olor del hollín en las paredes color tragedia de la vivienda de Pasquel. Todo tiene ese mismo matiz. Incluso él, que aprendió bien el arte de ser moreno de profesión en una ciudad tan fría y gris como lo sabe ser Lima.

Las maderas consumidas de un catre, que vino con casa y todo –herencia de un tío marino–, ahora humeantes, decoraron lo que alguna vez fue dormitorio, sala, cocina, comedor y baño a la vez. Luego de tres días del siniestro, sus ásperas manos impulsaban aún una pala que iba y venía cargada con recuerdos amarillos cenizo. El hijo de la vecina buena, la de la derecha, ayudaba en la labor desapareciendo la pesada carretilla y apareciéndola de nuevo, vacía.

Sus manuales de relojero suizo, sus guías telefónicas de cuatro números y su máximo invento, un coche reciclador con ruedas de patín, o lo que quedó de ello, fueron directo a la calle, fuera de la quinta con el número 1103 de Jr. Áncash.
Adentro Pasquel relataba su propia historia. Cómo escapó de morir, cómo se convirtió en recolector callejero, cómo antes fue relojero y aun antes marino mercante. Y cómo, mucho antes, cuando ni se imaginaba viviendo solo entre los escombros, fue huésped nada menos que de Palacio de Gobierno.

Memorias palaciegas
Lino Pasquel era hijo de María Pérez, la cocinera negra más aclamada de la época. Y por supuesto, su lugar estaba en Palacio. Su madre inventaba en la cocina infinidad de platillos presidenciales mientras él, que solo soñaba con ser presidente, corría por los pasajes secretos de esa gran fortaleza gubernamental.
Los ojos le brillan a don Lino cuando recuerda a Enriqueta Garland, la mujer de Manuel Prado. Asegura que de niño, allá por los años treinta, ella lo cargaba y lo apretaba fuerte contra su pecho.

Un suspiro lo regresa al recuerdo del incendio de la única herencia que recibiría en la vida, su casa, en la quinta de Barrios Altos: su sopa estaba casi lista cuando se quedó profundamente dormido. Algo salió mal. Unas chispas salieron de la fogata que prendía a diario y fueron a parar a las toneladas de plástico que almacenaba del reciclaje. Todo esto en su humilde palacio de tres metros por tres. Luego, un bombero cargaba a Pasquel fuera de la vivienda, justo antes de que el techo de bambú y calamina se viniera abajo.

Sin techo
Cuenta los meses viendo pasar las estrellas ya que extravió un papel que le dieron los señores de Defensa Civil para que reclame catre, cocina y techo nuevo. Lo perdió o se lo perdieron. Porque asegura que hay vecinos malos, al fondo a la izquierda, que no lo quieren en sus dominios.

Cada vez que sale a reciclar por las calles de Lima hace un alto frente a su antigua mansión, ríe nostálgicamente para sus adentros e impulsa nuevamente la última versión de su invento, con más ruedas en línea y mejor aceitadas. Un cochecito cargado equivale al menú de la semana.

Así, luego de 78 años, Lino Pasquel lo ha perdido todo. Todo menos la ilusión de un día recorrer, aunque sea una vez más, el Salón Dorado y El Gran Comedor de la casa de Pizarro, donde jugó a las escondidas con los hijos de un presidente y aprendió que a las hadas madrinas se les llama Primera Dama.

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