MANUAL DE SUPERVIVENCIA

PERU 21 MARZO 28, 2011

Manual de supervivencia
Autor: Jaime Bayly

UNO
Escucha a tus padres. No discutas con ellos. Dales siempre la razón. Bésalos y abrázalos todo cuanto puedas.

DOS
Haz exactamente lo contrario de lo que te digan tus padres. Si se enojan, pídeles perdón y promete que harás lo que ellos te aconsejen. Enseguida, vuelve a hacer lo contrario de lo que te digan.

TRES
Tus hermanos no son ni pueden ser tus amigos. Son y serán siempre tus rivales o, peor aun, enemigos. En el mejor de los casos, puede que sean tus aliados. Usa el dinero para sellar alianzas con ellos. Por alianzas entiéndase pactos de no agresión.

CUATRO
No faltes a las reuniones familiares. No desaires a tus anfitriones. Lleva siempre regalos. Una vez en la reunión familiar, procura consumir todas las bebidas alcohólicas que puedas. Serán de gran utilidad para que fluya el afecto y prevalezca la armonía.

CINCO
Sal de tu casa solo cuando sea indispensable. Compra lo estrictamente necesario. Habla lo menos posible. No te expongas al sol. Anda por la sombra. A ser posible, anda por la sombra y a solas y dentro de tu casa. No busques la felicidad en la calle. No está. Tampoco está en tu casa, pero si la buscas dentro de tu casa, te fatigarás menos y gastarás menos dinero.

SEIS
Procura encontrar un trabajo que te divierta o, cuando menos, que no te aburra. Cuando lo encuentres, procura trabajar sin excederte. Trabaja solo lo necesario para que no te despidan. Dicho de otro modo, no te diviertas demasiado. Puede que despierte la envidia ajena y te despidan.

SIETE
Todos los días, al levantarte, repite para ti mismo, en voz alta, mirándote al espejo, este sabio lema de microbuseros: “Tu envidia es mi progreso”. Repítelo tres veces.

OCHO
Intenta que tu vida sexual sea plena, activa, desinhibida y placentera, pero no involucres en ella a otras personas. Que tu vida sexual se confine a tu propio cuerpo y no desborde a otros cuerpos. Que tu vida sexual sea parte de tu vida interior.

NUEVE
Lleva siempre contigo una linterna, un cuchillo, una cantimplora, una Biblia y un condón. Si te pierdes, grita. Si nadie te encuentra, usa el cuchillo o la Biblia. Si siguen sin encontrarte, infla el condón y hazlo volar.

DIEZ
Haz todo lo humanamente posible para defecar más de lo que comes.

ONCE
Si tu llegada al mundo te sorprendió sin ropa, trata que la muerte te sorprenda también sin ropa.

DOCE
Si te elogian, haz oídos sordos. Si te insultan, haz oídos sordos. Si eres sordo, ignora este consejo.

TRECE
Si alguien te dice que el dinero no da felicidad, pídele que te regale todo su dinero. Si no lo hace, no le creas.

CATORCE
Si luego de tu muerte descubres que hay una vida en el más allá y que dicha vida parece ser eterna, no te sientas obligado a asistir a las reuniones familiares. Niega ser quien eres. Di que no los conoces. Procura hacer nuevas amistades. Niega con saña a tus familiares más cercanos. Búscate otra familia o ninguna.

QUINCE
No te quejes. No lamentes tu suerte. No andes lloriqueando desgracias. No des lástima. Si eres infeliz, jódete, pero no molestes a los demás. Si eres feliz, simula que eres infeliz. Si no sabes lo que eres, no conviene que lo investigues.

DIECISEIS
Que tu meta no sea llegar a ninguna meta sino que nadie te la meta. Si nadie te la mete, te ahorrarás problemas y sinsabores.

DIECISIETE
No te compares nunca con los ricos y famosos. No intentes por ventura ser rico o famoso. No pienses ni por un segundo que los ricos y famosos son más felices que tú. No busques fama y fortuna. Busca austeridad y anonimato. No te exhibas. Escóndete. No pienses que deberías salir en las portadas de las revistas. Piensa que podrías estar en la cárcel. Da la gracias a quien corresponda por estar en libertad.

DIECIOCHO
Aléjate de tu familia. Aléjate físicamente de tu familia. Aléjate geográficamente de tu familia. Llámalos por teléfono y escríbeles correos afectuosos, pero desde otro país o, casi mejor, desde otro continente. Lo ideal es que un océano te separe de tu familia.

DIECINUEVE
Ama a tus hijos apasionadamente hasta que sean mayores de edad. Apenas cumplan la mayoría de edad, pídeles que sean ellos quienes, en reciprocidad, te amen apasionadamente. (Entiéndase que el verbo amar equivale a financiar).

VEINTE
Si quieres bajar de peso, ten coraje y declárate en huelga de hambre. Si tienes hambre, resiste y no comas. Por favor, sé firme en respetar la huelga. No desmayes. No comas nada. No comas hasta desmayarte. Cuando te recuperes y recobres la lucidez, suspende la huelga, pésate y verás. De paso sales en los periódicos.
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PERU 21 MARZO 24, 2011

Bayly se aleja de programa por su hija

El periodista pidió licencia por tres semanas para estar en el nacimiento de Zoe, la bebé que tendrá con Silvia Núñez del Arco.

El periodista Jaime Bayly se alejará por tres semanas del programa que conduce en Mega TV ante el nacimiento de Zoe, la hija que tendrá con Silvia Núñez del Arco.

El escritor pidió licencia y desde el lunes se transmiten emisiones pasadas de Bayly, nombre de su programa de conversación. Jaime y su pareja se mudaron a Miami para recibir a su primera hija, cuyo nacimiento estaba previsto para las primeras semanas de abril.
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PERU 21 MARZO 21, 2011

Dios y las moscas
Autor: Jaime Bayly

UNO
No soy ateo. El ateo tiene fe en que Dios no existe. Yo carezco de esa fe. No puedo probar la inexistencia de Dios. Sospecho que en un avión lleno de pasajeros precipitándose en llamas a tierra podría probar la inexistencia de un ateo.

DOS
El ateo tiene mala fama. Si dice: Soy ateo y una buena persona, nadie le cree. El ateo es socialmente repudiado. El ateo es visto como un mal bicho. El ateo quiere que Dios no exista, quiere aniquilar a Dios. Es, por tanto, sospechoso de querer matar a alguien. Siendo que muchos han matado en nombre de Dios, el ateo aplica la teoría de la guerra preventiva y se apresura en matar a Dios para que otros no vengan a matarlo en nombre de Dios.

TRES
Puede que Dios no exista. Pero puede que exista. Si hay una vaga, remota posibilidad de que exista (y digamos humildemente que la hay), y si cuando estemos muertos acaso nos reuniremos con Dios, y si es probable que nos someta a juicio, y si como bien sabemos somos culpables, la prudencia y la cortesía aconsejan darle a Dios el mínimo beneficio de la duda. Si los niños son felices creyendo en Papá Noel, ¿por qué los padres deberían hacer el odioso papel de aguafiestas y decirles que Papá Noel no existe? Si ciertos adultos son felices creyendo en Dios, ¿por qué alguien debería estropearles la película divina diciéndoles que Dios no existe cuando no hay evidencias irrefutables de su inexistencia? Los sueños y las fantasías existen y muy a menudo poseen una densidad aún más real que la vida misma. Aspirar a una vida sin sueños parecería una empresa ardua e inhumana. Postular una vida sin sueños ni fantasías puede ser el camino seguro a la desdicha. Dios es un sueño, pero un sueño diseñado a la medida de cada uno y un sueño que puede ayudar a sobrellevar las tristezas y miserias de la vida y a enriquecer o mejorar la experiencia humana. Dejemos que cada persona sueñe libremente lo que mejor le convenga. Entrometerse en los sueños y las fantasías de una persona es un acto de prepotencia moral. Imponer nuestros sueños y fantasías a otra persona no lo es menos.

CUATRO
Mi escenario optimista es que Dios no existe y es una fantástica creación humana. Mi escenario optimista es que la muerte me liberará de la condena oprobiosa de ser yo mismo y me exonerará del recuerdo de mi identidad que ya viene siendo un lastre. Lo que más me asusta de la vida eterna no es el castigo que con seguridad me espera sino el flagelo aún peor de vivir conmigo mismo para siempre. Si he de ser condenado, ruego que se me conceda otra identidad, de modo tal que nunca más pueda recordar que fui el cretino que soy ahora.

CINCO
Mi escenario pesimista es que Dios existe y que a mi muerte me sentará en el banquillo de los acusados y alguno de sus fiscales memoriosos exhibirá ante el jurado las evidencias de que soy culpable. Aun si consigo el mejor abogado defensor, perderé el juicio. Soy culpable. Me declaro culpable. Merezco la máxima pena, cadena perpetua (siendo perpetua realmente perpetua). Ruego a Dios que exima a mis padres de asistir a ese juicio que con seguridad les provocará un bochorno insoportable. Por mucho que ahora procure enmendar mi conducta y proceder con rectitud y hacer el bien sin mirar a quién y convertirme en una persona virtuosa y para nada sinuosa, ya es tarde para reparar el daño perpetrado a sabiendas, ya es tarde para borrar las huellas de mis crímenes, ya es tarde para alegar que después de tantas fechorías soy inocente.

SEIS
Mi escenario moderadamente optimista es que Dios existe pero está fatigado de juzgar a tantos y tantos de sus hijos defectuosos. Mi escenario moderadamente optimista es que Dios se sabe imperfecto porque a veces recuerda que creó a las moscas, a los dinosaurios, a los mosquitos y las tarántulas, a los sátrapas y genocidas, y cuando en efecto recuerda que las cosas no le salieron del todo bien, se llena de compasión y comprende que nosotros somos también imperfectos y tenemos, por así decirlo, nuestra propia colección de moscas, dinosaurios y mosquitos en el armario. En ese escenario, Dios se exime de la severa y engorrosa tarea de juzgarnos y ordena a sus ángeles que suene la música celestial de Bach y todos nos echemos a descansar sin recordar lo que fuimos, sin saber dónde estamos, sin saber siquiera que esa música la escribió Bach.

SIETE
Yo no tengo un sueño. Yo solo tengo sueño. Quiero dormir. Quiero dormir y no despertar y olvidar para siempre que soy el tonto inútil que de momento sigo siendo. Mi corazón aún late, mi cuerpo persiste en respirar, pero mi alma yace exangüe como un perro atropellado en la autopista de noche.
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EL COMERCIO MARZO 13, 2011

Jaime Bayly: “Silvia me ha curado, en parte, de la impotencia”

En su última columna, el escritor aconsejó que las personas no deberían enamorarse ni tener hijos, si desean ser felices

El conductor Jaime Bayly reveló que su pareja Silvia Núñez del Arco, quien está a pocas semanas de dar a luz, lo ayudó a superar la impotencia. “Ella, que es el gran amor de mi vida, me ha curado, en parte, de la impotencia. La otra parte se la debo al Viagra”, dijo en el programa que conduce a través de Mega TV.

A pesar de su afecto por la joven y de su alegría por tener una tercera hija, el escritor aconsejó en su última columna, “Secretos para ser feliz”, que las personas no deberían enamorarse ni tener hijos si desean ser felices.

“No te enamores. No te cases [...] No pienses en el amor. No ames ni te ames ni mames cursilerías al respecto. Si de verdad amas a tu prójimo, no te le aproximes, déjalo en paz”, escribió.

Además, se mostró en contra de los hijos, pues estos saldrían igual a sus padres, lo cual considera malo. “Si quieres hacer una contribución al futuro de la humanidad, usa algún método anticonceptivo. Piensa en los niños. Hazlo por ellos”, indicó Bayly, quien piensa llamar a su última bebe Zoe.

En su columna, en la que recomendó ser infeliz para ser dichosos, añadió que las personas no deberían tener amigos ni debían demostrar su bondad ni buscar dejar huella como parte de su receta para ser feliz.
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PERU 21 MARZO 9, 2011

Programa de Bayly creció 40% en rating

La nueva temporada de Jaime Bayly en Mega TV tuvo gran acogida en los televidentes de 25 a 54 años, según reporta Nielsen Media Research.

El espacio de Bayly se emite de 10 p.m. a 11 p.m. por un canal del estado de la Florida. (Internet)
El programa del controversial Jaime Bayly en la televisora Mega TV creció, en febrero, un 40% en el horario de 10 p.m. a 11 p.m. en televidentes de 25 a 54 años, según un estudio de Nielsen Media Research.

Días atrás, la expareja del conductor, Luis Corbacho, señaló que su programa en Estados Unidos tenía poco rating y no gozaba de la aceptación del público. Además, dijo que él había sido el creador del formato, pero que no se le reconoció.

“Cuando se estrenó el programa, salió Bayly y Silvia como la pareja ideal, salieron los créditos y, para mi sorpresa, mi nombre nunca salió. Yo me enteré de todo eso mirando la televisión”, indicó indignado.
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PERU 21 MARZO 3, 2011

Jaime Bayly prefiere no hablar más de su ex amigo íntimo Luis Corbacho

En conversación telefónica, el ex conductor de ‘Francotirador’ felicitó a Carlos Carlín por el éxito de su programa y bromeó con él por el espacio que “le robó” en Frecuencia Latina

Entre los televidentes de “La noche es mía” cayó por sorpresa el enlace telefónico con Jaime Bayly, quien hasta el año pasado salía en el horario que hoy ocupa Carlos Carlín en Frecuencia Latina. El ex conductor de “El Francotirador” evito hablar de la presencia de Luis Corbacho en nuestro país y, aunque no mencionó su nombre, dijo que no vio la entrevista que dio el escritor argentino en el programa “Magaly TV”.

Bayly también felicitó a Carlos Carlín por el “inesperado” éxito de su programa. “Te felicito por el éxito de tu programa. Estoy contento porque no esperaba que tuvieras el éxito resonante que estás teniendo y que lo mereces”, señaló desde Miami el ex conductor de “El Francotirador”, quien a modo de broma increpó a Carlín por el espacio que “le robó” en Frecuencia Latina.

“Tú has sabido cautivar a un público leal que te acompaña noche a noche en el programa que era mío y que tú me robaste, cabrón”, señaló entre risas Bayly.

Además dio algunos consejos a Carlín para que su programa continúe por muchos años en televisión. “No hagas lo que yo hice en la campaña contra Lourdes Flores porque por eso te botan. No te metas en política, sé divertido y has reír a la gente”, expresó el ex conductor de “El Francotirador” y no descartó asistir como invitado a “La noche es mía” a su llegada a Lima, que, según dijo, probablemente será luego del nacimiento de su hija.

“Si tu me invitas y si me dejan entrar al canal yo feliz de ir a tu programa”, refirió Bayly.
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PERU 21 FEBRERO 28, 2011

Cosas perdidas
Autor: Jaime Bayly

UNO, EL PREMIO
A los dieciocho años salí por primera vez en televisión. Era el Canal 5 de Lima, Perú. Hice comentarios políticos en tono irritante de sabelotodo. Vestía un traje y una corbata que me prestó mi abuelo. El dueño del canal me felicitó y me contrató. Meses después, me nominaron en la categoría “Revelación de la Televisión Peruana, 1984” de ciertos premios ya desaparecidos. Me invitaron a la ceremonia. Me conminaron a asistir en frac (o “en corbata michi”, como decíamos entonces). No tenía frac ni corbata michi ni ganas de vestirme así. No fui a la ceremonia. Pude verla por televisión. Gané el premio. Un legendario locutor, la voz emblemática del canal, lo recibió en mi nombre y dijo unas palabras amables. Días más tarde, tuvo la generosidad de entregarme el premio de un modo discreto. Con cariño, me amonestó por no haber asistido a la ceremonia. Una vez en mi departamento de la calle Basadre, puse el premio (una réplica gris, chapucera, de las estatuillas doradas que conceden en los Oscar) en algún estante de la sala. El premio tuvo corta vida. En ese departamento no cultivaba el hábito de quererme siquiera un poco. Una noche, intoxicado, pronuncié un discurso imaginario y luego arrojé el premio a la multitud. Como no había nadie abajo, escuché el impacto de la estatuilla metálica en la acera, rompiéndose en pedazos.

DOS, EL AUTO
Gracias a un préstamo del tío Francis, notable pintor aficionado y amante de los pañuelos de seda, compré un Fiat modelo Brava, color gris, asientos de cuero, caja mecánica, cinco cambios. Corría como una liebre asustada. Apretaba el acelerador y era como un avión. Con mis amigos Carlos Gómez y Carlos Montoya, hacíamos carreras de autos desde La Planicie hasta el campus de La Católica en el culo del mundo. Nunca chocamos, pero a punto estuvimos. Eran los años locos, autodestructivos, los años insomnes de caminar por las paredes. Nunca llevé el Fiat a un taller. Olvidé que debía hacer tal cosa. Como era previsible, de tanto hacerlo correr, el Fiat se fatigó. Ocurrió en un viaje a unas playas desiertas de Paracas con Carlitos Gómez. De pronto, el auto empezó a arder en llamas en medio del desierto. Carlitos y yo estábamos de ánimo risueño, de modo que el espectáculo, lejos de asustarnos, nos pareció bello, fascinante, sobrecogedor, y nada hicimos para apagar el incendio. Nos alejamos por temor a que estallara, nos sentamos en el desierto y vimos cómo el Fiat Brava se cansó de rugir y decidió suicidarse. Allí se quedó. Allí lo dejé abandonado. Me pregunto si habrá todavía algunos fierros chamuscados sobre la arena díscola de Paracas.

TRES, LA PISTOLA
Cuando cumplí diecinueve años, mi padre me llamó por teléfono (ya entonces lo veía muy rara vez) y me dijo que tenía un regalo para mí. Para mi padre, las pistolas (en general, las armas de fuego) y los relojes Rolex eran pequeños tesoros que le brindaban incalculable felicidad. Los coleccionaba con un sentimiento parecido al amor. Por eso cuando me regaló una pistola italiana marca Beretta sentí que el obsequio me llegaba cargado de afecto y de un tácito reconocimiento a mi hombría. Yo sabía disparar, había disparado con mi padre desde niño, había matado animales con él. Me entregó la pistola y las municiones y me dio los consejos previsibles. Una noche, intoxicado, me detuve en el túnel de La Herradura y vacié la recámara de seis proyectiles calibre 22 en medio de un fragor multiplicado en ecos infinitos. Sabe Dios dónde terminaron aquellas balas perdidas. Sabe Dios que terminé vendiendo esa pistola a un reportero barbudo de la televisión. Nunca debí vender la pistola que me dio mi padre. Nunca. Es uno de esos errores que no se olvidan. A poco de morir, mi padre regaló sus pistolas más preciadas a algunos de sus hijos. No me incluyó. No merecía una pistola más. Señor reportero, si vive aún y lee estas líneas, le compro la pistola, fije usted el precio que le parezca justo.

CUATRO, LA CASACA
En aquellos años alucinados estaba de moda usar esas casacas. Yo no tengo la culpa de esa moda, todos o casi todos las usábamos. Les decíamos Members Only y eran unas casacas que entonces parecían elegantes y ahora parecerían horrendas. Yo tenía una colección de Members Only. Como pasaba todos los meses por Miami, compraba casacas para mí y para mis amigos. El azul y el negro eran mis colores favoritos; el guinda podía pasar; el blanco estaba claramente prohibido, nunca tuve una Members Only blanca, doy fe de ello. Una mañana fui al quiosco de siempre a comprar el periódico y el señor que me vendía los diarios estaba llorando. Me contó que la noche anterior había caído al mar un avión con el equipo de Alianza Lima. No había sobrevivientes. El hombre lloraba con aplomo, como lloran los nobles o los valientes: escondiendo el llanto, llorando para sí mismo. Era imposible no advertir que una tristeza profunda lo desgarraba. Me quité la casaca negra Members Only y se la regalé. Nunca más volví a ver al centrodelantero de Alianza Lima que estudió en mi clase del Markham.

CINCO, EL RELOJ
Es una de esas pocas noches en televisión que perduran en mi memoria. Estaba conversando con Sabina, que hace de la conversación un arte y tiene un don musical con las palabras y posee la sabiduría afilada del que ya está de vuelta de todo. Fuimos a comerciales. Noté que su reloj era llamativamente elegante. Se lo dije. No debí. Sabina no lo dudó: se sacó el reloj y me lo regaló. Intenté devolvérselo, pero ya era tarde. Años después, salí de una función de medianoche en algún cine de Buenos Aires, pasó zumbando una moto como de repartidor de pizzas, se detuvo a mi lado, un muchacho me arrancó el reloj y se llevó como un pirata el botín que otro pirata me había legado. Desde entonces no sé qué hora es.

SEIS, EL CRUCIFIJO
Una vidente argentina de la calle Ocho de Miami vino a mi programa y, tras la entrevista y las profecías que con toda probabilidad no habrían de cumplirse, me regaló un bello crucifijo de plata con incrustaciones azuladas. Me dijo: Llévalo siempre contigo, te protegerá de la maldad de todos los que te envidian. Me dije: Bien, lo llevaré conmigo incluso a las reuniones familiares. Y eso hice. Y eso hago. Sólo que de tanto meterlo y sacarlo de los bolsillos, y de tanto besarlo y pedirle favores e intercesiones, un día se me perdió el Cristo crucificado, se desprendió de la cruz, se bajó de la cruz, se cansó de estar tantos días clavado en esa postura agonizante y se fue a algún lugar incierto pero con seguridad mejor que mis bolsillos. De momento me queda la cruz azulada, pero Cristo se ha bajado. Espero que la cruz me proteja, en efecto, de la maldad. Dicho de otro modo: espero que me proteja de mí mismo. No soy optimista. La deserción de Cristo parece una señal inquietante.

SIETE, LA CORBATA
Hace poco, en vísperas de un cumpleaños, mi hermano Andrés vino a verme a la casa después de cumplir sus obligaciones en el banco. Con esa notable combinación de inteligencia y buen humor que lo hacen tan encantador, Andrés me regaló dos corbatas: una de color naranja que él, previsor, había comprado en Londres, y otra de color morado que mi madre le pidió que comprase para mí. Al despedirnos, noté que la corbata que vestía Andrés era particularmente estimable. Le dije en tono de broma: te cambio las dos que me has regalado por la que tienes puesta. Para mi sorpresa, Andrés me dijo: esta corbata se la regalaste a papi y él me la regaló a mí. No recordaba (no recuerdo) la circunstancia en que le regalé esa corbata a mi padre. Pero, por lo visto, él se la obsequió a Andrés antes de morir. Fue una decisión sabia: sin duda, la corbata se ve mejor en el pecho noble de Andrés que en el mío desalmado. Pensé: tal vez si no le hubiera vendido la pistola al reportero barbudo, mi padre me hubiera dado esa corbata que yo le regalé. Andrés querido: cuando quieras, te compro la corbata. En ella puedo ver la pistola que no debí vender, el auto en llamas, el premio hecho pedazos, la sonrisa de mi padre tres días antes de morir.
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EL COMERCIO FEBRERO 24, 2011

Bayly provocó polémica en Twitter con un texto antichileno

El escritor fue uno de los temas más comentados en la red tras la publicación en el vecino país de un adelanto de su última novela

Jaime Bayly (El Comercio)
El escritor y conductor de televisión Jaime Bayly se ha convertido en “Trending Topic” en Twitter —es decir, uno de los temas más comentados del momento—, debido a que miles de personas comentaron cómo se ha referido a los chilenos en el adelanto de su libro “Morirás Mañana 2, El Misterio de Alma Rossi”.

En el artículo publicado a principios de enero en el diario Perú.21 y reproducido hoy en el diario “El Mostrador”, el personaje “Javier Garcés” dice que los chilenos “me caen mal porque son falsos, hipócritas, fariseos, taimados. Me caen mal porque simulan ser conservadores cuando son libertinos. Me caen mal porque fingen ser honrados cuando son tan tramposos como los argentinos”, entre otros calificativos que han generado la reacción de los sureños.

“Mi opinión es que Bayly se puede ir a la m…, que no muerda la mano que le da de comer, nos pela, pero harto que cobró en estelares acá”, dice, por ejemplo, el usuario @Dieguensen.

“Jaime Bayly nos dejo pal gato… bueno al menos yo no me siento aludido ¿y tú?”, comentó @hpollack95. Otros chilenos le dan la razón en algunos temas y también hay peruanos y usuarios de otras nacionalidades.

Ya sea por su relación amor-odio con Corbacho, su relación con Silvia Núñez del Arco o sus escritos, Bayly se las arregla para estar en el ojo del huracán.
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PERU 21 FEBRERO 21, 2011

Luna llena
Autor: Jaime Bayly

UNO, FARRAH
La primera mujer que amé fue Farrah Fawcett. Me enamoré de ella viéndola en un televisor en blanco y negro en “Los Ángeles de Charlie”. Le susurré promesas de amor en el baño de la casa de Los Cóndores, al tiempo que contemplaba sus fotos en trance afiebrado. Era un adolescente esmirriado y ella era todo para mí. Debo el descubrimiento de ciertos placeres inconfesables a su belleza. Muchos años más tarde, la encontré aturdida y balbuceante en el programa de Letterman. Era el espectro de la mujer que había amado. No pude seguir viéndola, era demasiado doloroso. Cuando murió, hace un par de años, una parte de mí murió con ella. Fue mi primer amor y, como dicen, el primer amor nunca se olvida.

DOS, ANÓNIMA
No la amé, no pude amarla, no fui capaz de amarla. Los buenos amigos del periódico me llevaron a un burdel, la escogieron para que me iniciara, ella me trató con una cierta (comprensible) impaciencia, no estuve a la altura de las circunstancias, fracasé miserablemente (lo que era previsible, dado el miedo escénico que se apoderó de mí). Le pagué y le pedí que no se lo dijera a nadie. Luego salí y me jacté de unos placeres que no había conocido. Aquel fracaso dejó una herida abierta. Todavía duele.

TRES, ADRIANA
La conocí en la universidad. Era pálida y ausente. Era refinada y elegante. Leía y sabía de música. Era bella como una esfinge. Me educó en el arte de besar sin premura. No me dejó tocarla donde yo quería. Supo preservar su honor. Era una dama, una doncella. Nuestro lugar preferido para amarnos era el cuarto de música, tumbados lánguidamente sobre la alfombra. Amarnos era besarnos, sólo besarnos. Pero eso bastaba para sentirme un hombre. No tuve tiempo de decirle que vivirá siempre en mi corazón. Nunca es tarde.

CUATRO, DANIELA
Ya no quiere verme. Ya no me ama. Tal vez me odia o me desprecia o, simplemente, me ha olvidado. Pero hubo un tiempo en que nos amamos, de eso estoy seguro. Al menos yo la amé como no había amado a una mujer. Era una mujer y más que una mujer: era mi madre protectora, mi hermana pecaminosa, mi amante intrépida, mi cómplice en cuantas fechorías le propuse. Nunca la olvidaré. Cuando ella sonreía y acariciaba, una luz bienhechora me protegía. Le encantaba bailar. Le encantaba viajar. Le encantaba sentir mis manos en su pelo ensortijado. Le encantaba reírse conmigo. Le encantaba escapar a playas del Caribe. Fueron años leves y felices. Pasamos varios sustos de embarazos que no fueron. Luego ella fue a perderse por el mundo y yo la perseguía siempre y aun ahora la persigo en el laberinto de mi memoria. La recuerdo tan bella y espléndida que tal vez sería mejor no vernos más.

CINCO, MILAGROS
Era la hermana de un amigo que era adicto a la cocaína y ahora lo es a una religión. Era demasiado apetecible para no sucumbir a la tentación de acariciarla. Todo con ella fue clandestino, furtivo, prohibido. Nadie supo nada de lo nuestro, nadie habló nada de lo nuestro. Pero esas noches en que me metía a su cuarto cuando todos dormían y ella me esperaba despierta, esas noches no se olvidan.

SEIS, LA DOCTORA
Se sentó a mi lado en un vuelo transatlántico. Era joven, guapa, altiva, y en sus ojos brillaba una ambición tranquila. Me dijo que era doctora y que vivía en una ciudad lluviosa, Portland. Sólo hablaba en inglés. Procuré ser un caballero, lo que siempre me ha resultado arduo. Me dijo que tomaría el primer tren apenas bajásemos del avión. Por las dudas (caballerosamente), le dejé un papel con el nombre del hotel en que me hospedaría. Le sugerí que me llamase si surgía algún contratiempo. Horas más tarde me hallaba durmiendo en la suite del Wellington, el hotel de los toreros, cuando me despertó el teléfono. Era ella. Había perdido el tren. No tenía dónde descansar. Naturalmente, la invité a dormir en mi habitación. Cuando llegó, le prometí que cada uno dormiría en su cama y que yo no traspasaría esa frontera moral que separaba las camas. Por supuesto, no fui capaz de cumplir la promesa. Nadie durmió. Después del desayuno, se fue a la estación del tren.

SIETE, GINA
La conocí en una fiesta y me deslumbró. Era guapa y era lista y era ocurrente y cuando reía iluminaba la noche en Madrid. Había leído más libros que yo, había visto más películas que yo, sabía del amor mucho más que yo. Era una mujer melancólica y, sin embargo, valiente. Era una madre tierna y entregada. Era una hija que adoraba a sus padres. Era una escritora genial. Pero era, sobre todo, una lectora voraz y una cinéfila perdida y una amante de las conversaciones infinitas. La amé tan pronto la conocí y seguiré amándola hasta el final de los tiempos. Y ese amor se multiplicó cuando leí hechizado su primera novela. Entonces comprendí que esa mujer era un personaje literario y que todas las palabras que había leído se habían adherido a ella y la habían dotado de una insólita textura literaria que la hacía, a un tiempo, memorable e inmortal.

OCHO, SANDRA
No hay palabras para describir todo lo que la amé y sigo amándola en silencio y a la distancia. Todo el dinero del mundo sería insuficiente para pagarle la incalculable felicidad que me dio. Ella creyó en mí cuando nadie creía en mí. Ella me educó en el peligroso oficio de la paternidad. Ella me enseñó el abismo de la pasión. Un día se cansó de mis promesas, se bajó del barco y me dejó a la deriva. Cada día sin verla será un día incompleto o el recuerdo de una herida que nunca sanará.

NUEVE, SILVIA
Ahora duerme mientras escribo estas líneas. Duerme aquí a mi lado. Y es aquí a mi lado donde quiero que ella duerma hasta que sea el momento de partir. Espero que ese momento no llegue pronto. Gracias a ella, todavía respiro y me quedo pasmado mirando la luna desde la tumbona de su balcón. No te alejes, por favor. Si me dejas, será la hora del eclipse. Por el momento, hay luna llena. Eres tú.
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PERU 21 FEBRERO 14, 2011

Casas
Autor: Jaime Bayly

UNO, PEZET
Cuando nací me llevaron a un departamento de San Isidro con vistas al campo de golf. Allí viví hasta los siete años. Allí aprendí a montar en bicicleta. Allí escuché a mi padre pelear con los vecinos que organizaban fiestas ruidosas y lanzar tiros al aire para acallarlos. Allí escuché el disparo que se le escapó a mi padre cuando limpiaba sus pistolas, una bala perdida que por suerte sólo rompió el espejo frente al cual se maquillaba mi madre.

DOS, LOS CÓNDORES
Con dos hermanas mayores y un hermano recién nacido, nos mudamos a la casa de Los Cóndores, una casona a una hora por carretera desde Lima. Era tan grande que no teníamos vecinos y no podíamos ver dónde terminaban los jardines. Es la casa donde más feliz he sido y donde más infeliz he sido. Era feliz cuando jugaba fútbol con mi hermano; era infeliz cuando mi padre me obligaba a recoger las cacas de los perros. Allí aprendí a disparar con mi padre. Teníamos buena puntería. Mi padre tenía un arsenal de armas de fuego en la casa. Una noche entraron a robar y se llevaron toda la platería y nadie despertó, nadie sintió el zumbido de una mosca. Cuando fui a desayunar, advertí que faltaban cosas. Mi padre se pasó semanas buscando a los ladrones en los barrios pobres abajo del cerro, pero creo que nunca los encontró. De esa casa me escapé tres veces cuando tenía trece años. La tercera vez que me fugué, mi madre comprendió que no podía seguir viviendo con ellos y me mandó a vivir con sus padres, don Roberto y doña Josefina, que en paz descansen.

TRES, LAS BEGONIAS
En casa de mis abuelos maternos tenía cuarto propio, televisor, permiso para fumar con mi abuelo, pero no tenía edad suficiente para sacar una licencia de conducir y por eso mis abuelos no me dejaban usar sus autos. Yo había aprendido a manejar furtivamente con mi abuelo. Ciertas noches esperaba a que se durmieran, sacaba las llaves del auto, ponía la palanca de cambios en neutro, lo empujaba una cuadra alejándome de la casa y recién entonces lo encendía (para no despertar a los abuelos) y salía a pasear a ninguna parte. Manejando los autos de mis abuelos me sentí un hombre.

CUATRO, SALAVERRY
Mis abuelos se mudaron a una casa en la avenida Salaverry. Me dieron el segundo piso, que tenía un cuarto y un baño con vista a la calle. Ya estaba en la universidad. Ya salía en la televisión. Ya me sentía famoso. Gracias a un préstamo generoso del tío Francis pude comprarme un Fiat. Mi abuelo y yo éramos amigos. Mi abuelo leía los diarios con lupa y me contaba sus años de esplendor como hacendado hasta que un dictador militar le robó sus tierras. Fumábamos juntos. En las mañanas salíamos a caminar: mi abuelo despertaba y tenía que salir a caminar, no podía quedarse en la casa. Caminábamos hasta que nos cansábamos y luego nos sentábamos a tomar un café y a mi abuelo se le iban los ojos cada vez que pasaba una señora o una señorita medianamente atractiva.

CINCO, HOTELES
Me fui de casa de mis abuelos cuando tenía veinte años. Dos cosas trastornaron mi vida: me echaron de la televisión peruana y me contrataron en la televisión de un país caribeño. Todos los meses viajaba una semana o dos a Miami y Santo Domingo. Grababa los programas, me pagaban bien y al volver a Lima tenía muchos dólares y más amigos. Por eso me mudé a un buen hotel en Miraflores. Durante cinco años viví en ese hotel. Fueron los años de la marihuana y la cocaína, de los partidos de fútbol y la cervezas con los amigos, de mi primera novia, los años principescos y holgazanes en los que trabajaba medio mes y el otro me drogaba y me acomodaba en una esquina del Nirvana a ver bailar a la gente. Yo no bailaba. Nunca me ha gustado bailar. Lo que me gusta es ver cómo otros bailan.

SEIS, MADRID
Me alejé del Perú jurando que no volvería cuando tenía veinticinco años. Me fui a Madrid y me senté a escribir una novela. Vivía en un departamento en la avenida del Mediterráneo, cerca del Retiro. Supe que estaba en mi destino ser un escritor. Luego me esperaban otras casas y otras camas, pero había encontrado por fin el camino. Mi padre y yo intercambiamos varias cartas. Curiosamente, estaban escritas en inglés. Mi padre me sugería volver a Lima. Yo me negaba, decía que si quería ser escritor tenía que alejarme del Perú. En una fiesta en un piso en la calle Menéndez y Pelayo conocí a una mujer de la que me enamoré. Pudimos haber tenido un hijo. Ella prefirió evitarlo. Ahora lo lamento de veras. Hubiera sido divertido tener un hijo que me hablase como español.

SIETE, BARRANCO
Contrariando mis planes, el destino me llevó de vuelta a Lima. Me refugié en un departamento en la plazuela San Francisco de Barranco. Odiaba al vendedor de balones de gas que me despertaba temprano por las mañanas anunciándose a gritos. Odiaba a los que se casaban todos los fines de semana en la iglesia de la plazuela. Odiaba al vecino que escuchaba música bulliciosa. Un domingo por la noche estaba viendo Los Simpson y salió el japonés anunciando el golpe. Al día siguiente renuncié a la televisión y tomé un vuelo a Miami.

OCHO, GEORGETOWN
Huyendo del golpista y del huracán que asoló Miami, llegué manejando un camión a Washington. Durante un año viví en un apartamento muy viejo al que le crujían los pisos y en el que escuchaba cómo los vecinos hacían el amor. Luego me mudé a un apartamento menos viejo que tenía una claraboya y una chimenea y una vista arbolada desde el segundo piso. No tenía auto. Era peatón. Iba a comprar la comida caminando con una mochila en la que traía de vuelta las cosas. Iba al cine los fines de semana en autobús. Aun cuando caía nieve, corría todas las mañanas. No trabajaba. Escribía. Vivía de mis ahorros. Soñaba con publicar la novela. Mis padres me pedían que no la publicase. Mi tío me escribió una carta manuscrita sugiriéndome que desistiera de publicarla. No les hice caso. Pensaba: si no han leído la novela, ¿por qué se oponen tan tenazmente a ella? Después de escribir todos los días, incluso los domingos, salía a caminar y me sentía bien.

NUEVE, THE SANDS
Era como estar viviendo en un yate. Era como un edificio que flotaba sobre el mar. Podía escuchar cómo las olas lamían suavemente la arena. Podía ver los cruceros los domingos al atardecer. Podía escuchar las risas de los bañistas, las motos acuáticas, la lluvia y los vientos en las noches de tormenta. Fue un año marítimo. Me sentía como un pirata en un barco a la deriva. Me asomaba a los balcones y les tiraba pedazos de pan a las gaviotas y ellas los capturaban en el aire y luego venía el portero del edificio a decirme que estaba prohibido que hiciera tal cosa. Una mañana desperté y di un alarido al ver al cangrejo más grande que he visto nunca. No sé cómo se había metido a mi barco. Era realmente grande y parecía que quería comerme vivo. Lo espanté a escobazos. Lo empujé a la muerte desde el balcón del séptimo piso. Un pirata noble no hubiera matado a ese cangrejo vicioso.

DIEZ, HAMPTON LANE
Era una casa nueva, amarilla, de dos pisos. Me quedé seis años en ella. Puse papel platino en todos los cuartos del segundo piso para que no entrase la luz. Desde afuera se veía raro. La policía se alarmó y vino a inspeccionar, no encontró nada extraño, a no ser por mí. Escribía en la mesa del comedor, mirando a la piscina. Una tarde estaba bañándome en la piscina y se apareció no sé de dónde una culebra delgada, negra, que se movía velozmente bajo el agua. Salí aterrado. No volví a entrar a la piscina. La culebra desapareció, nunca más la vi.

ONCE, CARIBBEAN ROAD
Era una casa vieja, amarilla, de un piso. Me quedé allí varios años. Nadie limpiaba nada. Había muchas arañas y hormigas y cucarachas, y en los veranos se metían los mosquitos y a veces hasta las palomas cuando yo estaba en la piscina. No me fastidiaban la suciedad ni los insectos. Me sentía acompañado por las arañas y las cucarachas. No me sentía en modo alguno superior a ellas. Sabía que habían estado en el planeta mucho antes que yo, sabía que ellas seguirían estando después de mi existencia. Una tarde de domingo desperté y encontré a un simpático mapache, el más grande mapache que he visto en la isla, sentado al lado de la piscina. Le grité cosas para espantarlo. No se fue, no se movió, me miró con cierto desdén, por lo visto era un mapache confiado, arrogante. Le arrojé todos los libros que pude. Ninguno le cayó encima, todos pasaron silbando cerca de él, que seguía mirándome con displicencia, no con hostilidad ni con simpatía: la suya era una mirada de lástima y superioridad moral. No me atreví a acercarme al mapache y darle una patada. Lo sentí más valiente y más inteligente que yo, eso estaba claro en su mirada. Cuando me cansé de tirarle libros y gritarle insultos, me rendí y me fui a dormir. Me parecía exagerado llamar a la policía a reportar: Oficial, hay un mapache en mi casa.

DOCE, FERNWOOD ROAD
Nunca he odiado tanto a un pájaro, nunca he deseado tanto matar a un ave cantarina, nunca le he disparado tantos perdigones a un mismo pájaro gárrulo sin acertarle. Se posaba en el cable de luz frente a mi casa y comenzaba a trinar y gorjear y hacer gorgoritos. No me dejaba dormir ni escribir. Era una pesadilla. Y era rápido y astuto, y apenas le disparaba el primer perdigón con la carabina, escapaba a un árbol frondoso en el que no podía distinguirlo. Me agachaba en el balcón, apoyaba la carabina y esperaba sigilosamente al pájaro cantor para acallarlo. Pero la carabina no tenía mira telescópica y mi pulso ya no era el de antes y cuando disparaba no le daba, jamás le daba. Uno de los dos tenía que irse. Como el pájaro no se fue ni dejó de cantar, me fui yo, dejando la carabina en la casa. Creo que era un ruiseñor.

TRECE, LA CASA VERDE
Es aquí donde quiero quedarme hasta el final. Esta es la estación final, la última casa, la última cama. Es aquí donde he venido a disfrutar del crepúsculo. Insólitamente, llevo un crucifijo conmigo, lo beso a menudo y le hablo a mi padre, que sé que me espera para darme un abrazo.
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PERU 21 FEBRERO 7, 2011

Hacer el amor
Autor: Jaime Bayly

Se puede hacer el amor sin tener relaciones sexuales.

Y se puede tener relaciones sexuales sin hacer el amor.

Mi novia y yo hacemos el amor todos los días sin tener necesariamente relaciones sexuales.

Hacemos el amor cuando jugamos ajedrez y ella quiere que yo le coma la reina en un descuido suyo y yo quiero que ella me gane (pero haciéndola sufrir) y las partidas duran dos horas como mínimo.

Hacemos el amor cuando nos bañamos en la piscina a 97 grados F y ella hace sus ejercicios de estiramiento y yo recuerdo que ya son cuatro las feroces tormentas de nieve que se han ensañado con este país y nosotros estamos disfrutando de un día espléndido en una piscina apropiadamente temperada.

Hacemos el amor cuando me recuesto suavemente en su barriga y le hablo al bebé (siempre le hablo a una mujer, a Zoe) y el bebé tal vez reconoce ya mi voz, o no, y suele dar unas pataditas en el vientre de su madre y yo le digo a mi novia: está bailando, es como tú, le gusta bailar sola, va a ser una rockera perdida.

Hacemos el amor cuando vamos de madrugada al Seven Eleven a comprar uvas y jugos de mango y la versión impresa recién llegada del New York Times y luego vamos a CVS a comprar fresas y piña en rodajas y llegamos a la casa y nos damos un festín de frutas frescas y jugos de mango mientras yo le hablo de cosas políticas que a ella con seguridad no le interesan (pero ella me hace el amor fingiendo que le interesan).

Hacemos el amor cuando nos reímos con las diatribas y las injurias y las procacidades que lanzan contra ella los felones y los innobles y cuando sentimos que todo ese odio nos sirve curiosamente para afianzar nuestra amistad y querernos más.

Hacemos el amor cuando ella no me habla de mi programa de televisión y yo tampoco (pero ambos sentimos que es aquí donde queremos estar).

Hacemos el amor cuando vemos películas en casa (ya nunca vamos al cine) y ella se queda dormida a los quince minutos.

Hacemos el amor cuando ella me cuenta riéndose las cosas que yo hablo o que grito cuando estoy dormido, cosas que ella registra en su memoria de Funes el memorioso y a las que intenta dar un sentido o una coherencia racional como si estuviera armando un rompecabezas infinito.

Hacemos el amor cuando yo le echo en la cara, muy delicadamente, la crema que ella prefiere, y ella me echa en la cara, más delicadamente aun, la crema que yo compro (porque es la más económica).

Hacemos el amor cuando ella me pide que le haga masajes en las manos y yo siento que estoy dándole una forma de placer muy superior a la que en el mejor de los casos puedo procurarle cuando nos enredamos en alguna escaramuza o refriega erótica.

Hacemos el amor cuando ella lee y corrige con buen tino lo que yo escribo y cuando yo leo y corrijo lo que ella escribe con pasión.

Hacemos el amor cuando yo le cuento los pocos sueños que me van quedando (quedarme cuatro años en Miami hasta cumplir los cincuenta, hacer televisión hasta entonces, luego si estoy vivo retirarme de la televisión, pero sobre todo ver crecer a la pequeña Zoe) y cuando ella comparte sus sueños conmigo (divertirnos con Zoe, maravillarnos con sus probables extravagancias, que sus novelas se publiquen no sólo en el Perú).

Hacemos el amor cuando vamos todas las tardes a las tres en punto a comer el mismo plato y a beber la misma bebida: pescado con tomate, limonada natural con mucho hielo, nada de tocar el pan y la mantequilla.

Hacemos el amor cuando ella me hace escuchar alguna canción que yo no conocía (por ejemplo, Anyone but you, pero no en la versión que cantan juntos Ellen Page y Michael Cera al final de Juno, sino la que cantan los Moldy Peaches, superando largamente la versión de los actores) y cuando yo le digo que Zoe será cantante o loca bailarina o tan musical como su madre.

Hacemos el amor cuando nos echamos en las tumbonas del balcón a ver las estrellas y yo le cuento qué es una supernova y ella se queda dormida mientras yo hablo de cómo colapsa una supernova, cómo se desintegra y cómo viene a caer sobre nosotros y ya ella está profundamente dormida cuando yo le digo, siempre mirando a las estrellas, que siendo el universo infinito es probable que existan más planetas, más universos, múltiples universos infinitos.

En todas esas ocasiones, mi novia y yo hacemos el amor sin tener relaciones sexuales.

De vez en cuando, si tengo suerte, hacemos el amor teniendo relaciones sexuales, pero esto es algo que depende completamente de ella y es más esporádico. _____________________
PERU 21 ENERO 31, 2011

Dicen que estoy loco
Autor: Jaime Bayly

“Debes pagar por todo lo que haces en este mundo, de una manera o de otra. Nada es gratis, excepto la gracia de Dios”.
(Mattie Ross, en True Grit).

Me llaman loco. Si no estuviera loco, no sería escritor. Si no estuviera loco, no insistiría en seguir escribiendo ficciones a sabiendas de que cada vez son menos los que leen novelas en general (y aun menos los que en leen mis novelas en particular). Soy loco y a mucha honra. No quiero ser cuerdo. No quiero ser normal. No quiero ser ordinario. Dejaría de escribir. No escribo (nunca he escrito) por necesidad económica, lo hago (no puedo dejar de hacerlo, es una enfermedad) por mi probada condición de loco genético, incurable.

Me llaman payaso. Tengo la más alta estima por los humoristas. El oficio de payaso es uno noble y, sin embargo, menospreciado. El hombre se pinta la cara y se pone unos zapatos desmesuradamente grandes para hacer reír a los tristes, a los niños, a los que se habían olvidado de reír. Nada es más arduo que hacer reír a la gente en estos tiempos contrariados. Es ciertamente más difícil que escupir diatribas y proferir insultos.

Me llaman drogadicto. La palabra llega cargada de un cierto vitriolo. Me la dicen como una injuria o una procacidad o una expresión desdeñosa. Es cierto, hace años fui adicto a la marihuana, o me gustaba mucho fumarla, no sé si era realmente un adicto, el hecho es que me gustaba fumarla y la fumaba a diario. Es cierto, hace años fui adicto a la cocaína y la dejé solo y sin ayuda o con la ayuda de Dios. A estas alturas de mi vida, siendo un hombre a pocos días de cumplir cuarenta y seis años, no me interesa fumar marihuana ni aspirar cocaína porque cuando lo hago duermo mal (si a duras penas consigo dormir) y al día siguiente quedo reducido a escombros y soy entonces la peor versión de mí mismo. Pero supongo que todos en algún momento hemos necesitado (o todavía necesitamos) evadir la cruel aspereza de la realidad. Algunos la evaden con los libros, las películas, los deportes, las religiones, la televisión o, más recientemente, con el hechizo de las computadoras y su mundo virtual. Otros, tal vez los más vulnerables o sensibles a la sevicia de la realidad, la evaden con sustancias tóxicas, prohibidas, o con drogas legales como el alcohol, la cafeína, los ansiolíticos, los hipnóticos y tantas otras. Pero ¿quién no ha necesitado alguna vez escapar de la chatura que es la vida misma? ¿Quién no ha sido o es dependiente de alguna forma, legal o ilegal, de evadir la realidad y el modo en que ella suele ensañarse con nosotros?

Me llaman suicida. Tengo un gran respeto por el coraje de quienes deciden interrumpir su vida. Es el ejercicio último (y a veces desesperado) de la libertad: decidir si quieres seguir dando la batalla por sobrevivir o prefieres marcharte del escenario que es el gran teatro de la vida ordenando que caiga el telón sobre tus sombras. Nunca digas nunca, nunca digas de esta agua no he de beber: si las circunstancias resultasen propicias, yo podría eventualmente decidir que ya no tiene sentido persistir en el fatigado empeño de seguir vivo. Creo que una persona adulta debería ser libre de decidir si quiere seguir viva o quiere morir, y si quiere morir, creo que es justo y compasivo que pueda hacerlo en condiciones dignas y, en lo posible, exentas de sufrimiento. Por eso respeto a quienes van a una clínica suiza y pagan por morir de un modo discreto, elegante. Pero no soy un suicida. No lo soy al menos en este momento de mi vida. Estoy por ver nacer a mi tercera hija o hijo. Estoy maravillado por ese pequeño milagro. Estoy embriagado de amor y gratitud a los dioses y sus ángeles que me han bendecido con ese obsequio que es una vida nueva que resume el encuentro de dos personas que se quieren y se ríen juntas. Nunca tuve más ganas de seguir viviendo que ahora. Nunca tuve mejores razones para seguir viviendo que ahora. Por eso no podría suicidarme ahora. Porque por fortuna está Silvia a mi lado y porque ella y yo esperamos a nuestro bebé con gran ilusión. Más adelante, nunca se sabe. La vida es ahora. Más adelante es una ficción.

Me llaman loco porque tomo pastillas. Algunos creen que me insultan cuando me llaman desdeñosamente “loco empastillado” (creo que la palabra “empastillado” no existe o no está registrada como tal en el diccionario de la Real Academia Española, pero eso importa poco, pues se entiende lo que quieren decir: que soy una suerte de zombi alunado por los barbitúricos, un demente peligroso que ingiere dosis masivas de sicotrópicos, alguien que vive o malvive aturdido, dopado, perturbado e intoxicado por las pastillas). Es cierto, tomo pastillas. En honor a la verdad, no las tomo para hacerme daño o gobernado por alguna pulsión autodestructiva, las tomo para dormir y sentirme bien. Pero ahora que ha comenzado un nuevo año tomo solo una pastilla para dormir y solo un antidepresivo y he logrado rebajar gradualmente (no sin dolor, no sin convulsiones, no sin espasmos, no sin cierto miedo a que me dé un infarto por hacerlo sin supervisión médica) las pastillas que antes tomaba con absoluto descontrol, lo que bien pudo costarme la vida, pues en aquellos años me quedaba dormido manejando en la autopista (fueron incontables las veces que choqué o estuve a punto de chocar) o sentía que volaba cuando montaba en bicicleta (hasta que fui atropellado y entonces sí que volé) o se me derramaba la bilis y me ponía amarillo. Fue una maquilladora de la televisión de Miami quien me salvó la vida. Ella me aseguró, maquillándome una noche, que estaba tan amarillo que debía ir de inmediato al hospital. Yo no me veía amarillo, pero ella insistió tanto que después del programa de televisión fui al Mercy (el hospital que me quedaba más cerca de casa) y me operaron de inmediato. Ella fue a su casa y su esposo, en un rapto de celos, la mató a balazos. Cuando salí del hospital, mi maquilladora estaba muerta y enterrada y yo seguía vivo y ya no tan amarillo. Nadie muere en la víspera. Nunca sabes cuándo caerán las cortinas sobre ti. En el contexto del tiempo cósmico, somos nada, somos la fracción de un milésimo de segundo, somos menos que nada. Hace millones de años había criaturas vivas en el planeta y no existían los homínidos parlantes que ahora somos. Prevalecían los dinosaurios, o eso dicen los científicos, yo no estuve allí. Había un mundo sin nosotros y con toda seguridad habrá un mundo, otras vidas, sin nosotros. Lo normal no es estar vivos, lo normal es que el planeta siga girando alrededor del sol sin que nosotros existamos en modo alguno. Que estemos vivos ahora mismo es algo extraordinario, algo breve, fugaz. Lo ordinario, lo rutinario, lo que ocurrió por millones de años y ocurrirá por otros millones de años más es que exista vida en el planeta y nosotros no estemos aquí ni probablemente en ninguna otra parte.

Me llaman homosexual en el armario. Me llaman bisexual promiscuo. Me llaman heterosexual que posa de bisexual para ganar dinero. Probablemente soy todas esas cosas y ninguna de ellas. La verdad es que no sé bien lo que soy en el territorio pantanoso e impredecible del deseo. En todo caso, el asunto me parece de una importancia menor, baladí. Lo que una persona adulta hace con sus genitales resulta más o menos irrelevante, siempre que no le haga daño a nadie. Las preferencias sexuales no definen la esencia de una persona. Lo que define su esencia, su identidad, su carácter, el valor de su obra, es lo que lleva en la cabeza y en el corazón, no lo que lleva entre las piernas. Por eso me da igual si mi bebé es hombre o mujer, porque lo que me asombra y entusiasma es asistir por tercera vez a la llegada al mundo de una persona que de alguna manera se originó en mí, no importa su dotación genital. Por lo demás, he aprendido que las mujeres son en promedio más inteligentes que los hombres y ciertamente más nobles y leales y menos cobardes para resistir el dolor, de modo que si me toca una tercera hija, enhorabuena, bienvenida sea.

Me llaman polémico, controvertido, escandaloso, niño terrible o ex niño terrible. Pues la verdad es que ya ni tan niño ni tan terrible: los que me conocen, saben que soy un hombre resignado a su mediocridad y su pereza, un ermitaño y un haragán, un sujeto ensimismado, extraviado en el laberinto de sus fantasías. Pero si decir lo que siento verdadero (y decirlo además en público, rompiendo esa tradición tan nuestra de decir una cosa en privado y otra bien distinta en público, desafiando las leyes de la hipocresía y la duplicidad moral que muchos confunden como señales de buena educación) provoca un cierto escándalo pueblerino y parroquial, si decir la verdad o mi verdad resulta un escándalo para algunos pusilánimes, pues sí, soy escandaloso y a mucha honra.

Díganme loco. Díganme payaso. Díganme drogadicto. Díganme suicida. Díganme homosexual. Díganme escandaloso. Gracias por los elogios inmerecidos.
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EL COMERCIO ENERO 24, 2011

Bayly dedicó palabras a su madre: "Me enseñó que no debía odiar a nadie"

El escritor afirmó que, si no fuera por ella, se rendiría ante cualquier obstáculo

En su reciente columna escrita en el diario Perú 21, Jaime Bayly rindió un sentido homenaje a su madre y recordó sus sabias enseñanzas. “Por respeto a ella y a la memoria de mi padre, a las mujeres que he amado y sigo amando, a Silvia (su pareja) y al bebe que nacerá en pocos meses, no debo odiar a nadie ni quejarme por el odio o la maldad de nadie”, escribió Bayly.

Afirmó que su mamá ha sido fundamental en su lucha frente a los problemas. “Agradezco que haya escollos en mi camino, para aprender a caerme, a levantarme y a sortear los obstáculos que me tumbaron pero que no me dejarán tirado en el suelo lamentando mi suerte contrariada”, agregó.

“SI NO FUERA POR MI MADRE YA NO ME LEVANTARÍA”
“Yo tengo la suerte de ir saltando vallas con mi madre al lado como instructora, y la verdad es que si no fuera por ella, creo que ya no me levantaría más y me rendiría. Pero gracias a ella, encuentro fuerzas para imitarla, para seguirla, para levantarme y seguir saltando y no desmayar, para aprender del dolor y el sufrimiento y para reconocer que en toda experiencia humana, como en toda obra de arte, hay luces y hay sombras, hay desgarros y éxtasis, hay dolores y goces, hay un perpetuo viaje por los claroscuros de la vida “, concluyó.

* Sepa qué peruanos competirán por premios "Miami Life Awards"
Entrega de reconocimientos a las figuras latinas en la televisión norteamericana se realizará el próximo 6 de febrero. Jaime Bayly está entre los nominados

El periodista Jaime Bayly vuelve a hacer noticia. Esta vez por formar parte de la lista de nominados a los premios “Miami Life Awards”, que destaca a las figuras latinas en la televisión norteamericana. Junto al periodista y escritor también fueron nominadas las actrices peruanas Silvana Arias y Verónica Montes.

Bayly figura en la categoría de “Mejor Programa de Opinión de TV del año” por “Jaime Bayly” (Mega TV) y competirá con los programas, “María Elvira Live” (Mega TV), “A Mano Limpia” (América TV), “Implicados” (Mega TV) y ”Al Punto” (Univisión).

En tanto, Silvana y Verónica fueron nominadas en el rubro de telenovelas, en la categoría “Revelación femenina del año” y compiten con la mexicana Geraldin Bazán y la colombiana Ximena Duque, entre otras.

Los nominados y todo el público podrán votar a través de la página web Miamilifeawards.com por su candidato favorito.

Los ganadores se conocerán el próximo 6 de febrero.
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EL COMERCIO ENERO 10, 2011

Jaime Bayly: "Siempre termino haciendo llorar a las personas que amo"

El escritor peruano saca a relucir ciertas ideas suicidas en su última columna. “Tengo el mal presagio de que no van a querer estar un tiempo largo”, dice en aparente alusión a sus hijas

Al parecer, para Jaime Bayly el alejamiento de sus hijas ha sido traumático. En su última columna, ventila el vacío que siente actualmente, en un contexto en el que hace poco divulgó las discrepancias entre su ex esposa Sandra y Silvia, su actual pareja.

Según el periodista, ha podido corroborar que una de las constantes en su vida ha sido el hacer sufrir a la gente que él quiere.

“Es el rasgo de mi carácter que más deploro y, sin embargo, no consigo eliminar o siquiera atenuar: siempre termino haciendo llorar a las personas que amo, siempre termino escribiendo cosas virulentas que humillan a quienes amo de veras. No sé por qué hago esto una y otra vez”, dice un pasaje de la columna titulada “Silencio”, publicada en “Perú.21” y otros diarios de la región.

¿Y por qué ese afán consciente o inconsciente de dañar al resto? La respuesta a esta pregunta también se halla en el texto: “No lo sé y me duele y pido disculpas, pero ya es tarde y las personas agraviadas no están dispuestas a perdonarme tan pronto (o quizá nunca)”, dice el autor de “No se lo digas a nadie” y “Yo amo a mi mami”, en aparente alusión a sus hijas, Camila y Paola, y a la madre de estas, Sandra Masías.

Ante esta resignación, Bayly también asegura que el origen del alejamiento es lo último que importa.

“Lo único que importa (y duele) es que ellas ya no están. Y eso, su ausencia, el vacío que han dejado en mí, es triste y doloroso porque sé que yo tengo la culpa de que ellas ya no estén, ya no quieran estar. Tengo el mal presagio de que no van a querer estar un tiempo largo. Tengo que acostumbrarme a vivir sin ellas. No es fácil”, indica Bayly.

En medio de todo esto, el último viaje a Buenos Aires, aparentemente con Silvia Núñez del Arco, con quien espera un hijo, ha sido como un eficiente paraguas ante la tormenta que cae sobre el escritor peruano. “... pasear por esta ciudad con ella (que nunca había venido), enseñarle los rincones que más quiero, verla comprar cosas que la hacen sonreír (...) todo eso mitiga la tristeza y la amargura y la rabia indomables que vengo arrastrando como un perro cansado desde Lima”.

* Silencio
Autor: Jaime Bayly

UNO
No quiero irme de Miami. No quiero dejar la casa, la piscina temperada, la rutina predecible, la certeza de que después de ver a Letterman me tumbaré a ver una o dos películas. No quiero ir a Lima. Pero debo ir porque debo llevar regalos a mis hijas, a Silvia, al bebé que nacerá en abril, a mi madre, a mis hermanos. Debo ir a Lima pero tengo miedo. Tengo miedo a enfermarme en el avión, a que mis hijas no quieran verme, a que me esperen días tristes, infelices.

DOS
En el vuelo a Lima me resisto a tomar mi ración de pastillas para dormir. Estoy tratando de controlar la dependencia. No puedo dejarlas, pero sí intentar tomar menos. Debo tomar solo una ración para dormir y no una seguidilla de raciones cada vez que despierto o me canso de estar vivo. Si tomo una dosis al despegar, dormiré el vuelo entero, pero al llegar a casa tomaré otra dosis y entonces perderé el modesto avance que ya he logrado, que es tomar apenas una ración cada noche. Bien. Sé fuerte. Resiste. Escribe. Solo escribiendo como un demente, con rabia, conseguirás aguantar esas miserables cinco horas en el avión helado. Se me acaba súbitamente la batería de la computadora, pero una amable mujer uniformada comprende que necesito seguir escribiendo y encuentra un bendito enchufe y eso me salva. Odio los aviones. Los odio mal. A duras penas soporto seguir volando si tengo una computadora conmigo y puedo descargar en ella todo el rencor empozado en mí. Después de tantos y tantos vuelos, he aprendido que hay enchufes para conectar la computadora al lado del asiento. Soy un tonto del culo, está probado.

TRES
Ya es tarde para reparar el daño que has provocado escribiendo palabras descomedidas que lastimaron a quienes más quieres. Ya es tarde para pedir perdón, para volver a pedir perdón cuando no hay respuesta y todo es silencio. Onetti decía que sólo hay que escribir palabras mejores que el silencio. Yo no sé escribir nada mejor que el silencio y, sin embargo, escribo palabras tóxicas, envenenadas, que estallan como un estruendo brutal en los oídos de las personas que más quiero. Es el rasgo de mi carácter que más deploro y, sin embargo, no consigo eliminar o siquiera atenuar: siempre termino haciendo llorar a las personas que amo, siempre termino escribiendo cosas virulentas que humillan a quienes amo de veras. No sé por qué hago esto una y otra vez. No lo sé y me duele y pido disculpas, pero ya es tarde y las personas agraviadas no están dispuestas a perdonarme tan pronto (o quizá nunca), y ese silencio y esa distancia me hunden en una tristeza entremezclada con un cierto desprecio a mí mismo por haber sido tan idiota como para no recordar lo que decía Onetti: sólo debes publicar lo que es mejor que el silencio. Yo siempre he escrito (y, peor aún, publicado) palabras que dinamitaban el silencio y lo hacían volar en mil pedazos en medio de un fragor vicioso. Yo siempre he empobrecido el silencio, lo he acanallado. Y sabiendo que no puedo mejorar el silencio y que mis palabras harán daño, sin embargo no puedo dejar de escribir y sigo escribiendo con cierto goce perverso, autodestructivo. Y entonces estoy en Lima y las personas que más quiero no tienen ya ganas de verme ni siquiera por Navidad y me hacen saber que les deje los regalos con el portero del edificio. Es el precio que debo pagar por destruir el silencio con palabras insidiosas, crueles, con palabras dictadas por esa rabia creciente que habita en mí y que no encuentro manera de amansar.

CUATRO
Algunos suelen decir: cuando te dan limones, haz limonada. Todos los tristes días en Lima los paso haciendo limonadas que me saben agrias. Trato de aferrarme a las pocas personas que todavía me quieren o que todavía quieren verme, hablarme, darme un regalo o recibir un regalo de mí. Trato de no lastimar a esas pocas, contadas personas que aún no han desertado de mí. No sé qué me haría sin ellas, sin ella. En las noches acaricio la pistola como veía a mi padre acariciar su pistola. Me reconforta saber que si las cosas se van al carajo, como parece ser que algún día se irán irremediablemente, tengo a mano una pistola para hacer justicia, quiero decir para ajusticiarme. De pronto soy un hombre acariciando una pistola. De pronto soy mi padre, entiendo a mi padre, quiero a mi padre, lo echo de menos. Porque una pistola cargada y con el seguro desactivado es una pequeña e incomprendida obra de arte que refulge ante mis ojos embrujados. Lo que aquella pistola me recuerda cada noche es que elijo seguir viviendo, seguir escribiendo. Un hombre no lo es menos por no apretar el gatillo. No debes apretar el gatillo si la promesa de una vida nueva parece ser la señal inequívoca de que aún te esperan algunas peleas por librar, aún te esperan algunos combates en los que estarán en juego tu hombría o tu coraje, si algo de coraje queda en ti.

CINCO
No importa ya quién comenzó las hostilidades, quién tiene o tenía la razón, quién hizo tal o cual cosa inapropiada. Lo único que importa (y duele) es que ellas ya no están. Y eso, su ausencia, el vacío que han dejado en mí, es triste y doloroso porque sé que yo tengo la culpa de que ellas ya no estén, ya no quieran estar. Tengo el mal presagio de que no van a querer estar un tiempo largo. Tengo que acostumbrarme a vivir sin ellas. No es fácil. Pero nada es fácil. Vivir no es fácil para nadie. Supongo que para ellas tampoco será fácil tener a un padre como yo. Vivir es un oficio arduo, extenuante. Y sin embargo hay que resistir, persistir, sobrevivir. Hay que aguantar a pie firme el mal tiempo, la lluvia inclemente, la tormenta, los truenos y los rayos y el tornado que gira y gira en mi cabeza hasta trastornarme, hay que aguantar la borrasca hasta que escampe y salga el sol. Pero como en Lima no sale el sol, o cuando sale es apenas pálido y grisáceo, tengo que irme cuanto antes porque, una vez más, Lima me está matando, y no quiero apretar el gatillo: mi padre no me lo perdonaría y quiero que el viejo, aunque sea ya tarde, esté orgulloso de mí.

SEIS
Hacía más de un año que no venía a Buenos Aires. Las cosas han cambiado, ciertas amistades se han quebrado. Ya no voy a mi departamento del casco histórico de San Isidro, me trae malos recuerdos. Paso por el edificio, pago los cuentas, saludo al entrañable portero uruguayo y me voy a un hotel. En Buenos Aires sí que sale el sol, y los atardeceres tiñen el cielo de unos matices rosados que me deslumbran, y en los noticieros de la televisión anuncian una lluvia que nunca cae, y pasear por esta ciudad con ella (que nunca había venido), enseñarle los rincones que más quiero, verla comprar cosas que la hacen sonreír, tomar incontables cafés, caminar las viejas calles apacibles, extraviarme en la fantástica demencia argentina, correr de un cine a otro para ver películas europeas que no llegarán a Miami, manejar por la avenida Libertador de madrugada cuando los que se sienten glamorosos se han marchado a las playas uruguayas (Dios los bendiga), sentir que en otra vida fui argentino y quizá por eso cuando vuelvo a Buenos Aires todavía encuentro razones para fatigar el oficio de seguir vivo o de seguir escribiendo (que para el caso es lo mismo, porque no tendría ya sentido vivir si no pudiera escribir, o no toleraría la vulgaridad de recordar mi pasado si no pudiera olvidarlo escribiendo otras vidas que me permitan evadir la miseria que es y ha sido siempre mi vida), todo eso mitiga la tristeza y la amargura y la rabia indomables que vengo arrastrando como un perro cansado desde Lima. De pronto, tomando un café más, leo que Calamaro deja una discreta señal de sus penas de amor cuando evoca lo que quedó escrito en un libro que supo perdurar: “Vive el águila en su nido, el tigre vive en la selva, y el zorro en la cueva ajena, y en su destino inconstante, solo el gaucho vive errante, donde la suerte lo lleva”. Y yo no sé si soy el zorro en cueva ajena o el gaucho errante o ambos, sólo tengo la certeza de que el destino es inconstante y que voy adonde la suerte me lleva.
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PERU 21 ENERO 3, 2011

Los chilenos
Autor: Jaime Bayly

Echado en su cama del hotel Ritz, agobiado de ver los programas de bailes simiescos en la televisión chilena, harto de ver los noticieros que hacen alarde de algún mínimo triunfo deportivo de algún chileno en alguna competencia internacional, apelmazado por las noticias espesas de El Mercurio y levemente irritado por el aire arribista y trepador de La Tercera, hastiado en fin del aire chileno enrarecido que respira a la espera de que aparezca su víctima más preciada, esa mujer esquiva y misteriosa, Alma Rossi, que no aparece y que tal vez nunca aparecerá, Javier Garcés piensa que no tiene nada en particular contra los chilenos, pero tiene mucho en general contra los chilenos. No he sido nunca un peruano con fobia a lo chileno, lastrado por el viejo rencor de la guerra perdida, acomplejado porque ellos prosperaron y nosotros seguimos rezagados y debatiendo con aspereza asuntos que ellos ya zanjaron con inteligencia. No soy antichileno, se dice Garcés. Pero estos días en Santiago, unos días en los que ya he matado a dos chilenos con tan exquisita fruición, me han permitido tener una percepción más exacta de lo que son en promedio los chilenos, y me han permitido por tanto sentir que los chilenos naturalmente me caen mal, aunque no tan mal como mis compatriotas, los peruanos. Pero los chilenos me caen mal, esto está claro ahora y no estaba claro antes, cuando solía venir a menudo a Santiago, a Viña, a Cachagua, a Valparaíso, a Zapallar, a presentar mis libros y dar conferencias sosas. Me caen mal porque son falsos, hipócritas, fariseos, taimados. Me caen mal porque simulan ser conservadores cuando son libertinos. Me caen mal porque fingen ser honrados cuando son tan tramposos como los argentinos (sólo que más discretamente). Me caen mal porque son por naturaleza pérfidos, desleales. No puedes creer en ellos. No te dicen nunca lo que están pensando. Te dicen algo retorcido y fraudulento para obtener algún beneficio generalmente monetario. Les gusta demasiado el dinero. Venden a su madre por dinero (yo no vendo a mi madre por dinero porque la amo y porque vivo del dinero de mi madre, que es una razón más para amarla). Son trepadores, arribistas, y lo peor es que han trepado y ya se sienten más arriba que los demás y te miran para abajo. Y si bien han sabido hacer dinero y sobre todo ahorrarlo, esconden dos defectos que me resultan particularmente despreciables: son avaros, tacaños, miserables, son roñosos, son trémulos y cobardes para gastar, guardan la plata por falta de audacia, por pusilánimes, porque piensan en su jubilación, no en darse la gran vida, como los argentinos, que no ahorran un carajo pero se divierten mucho más. Y luego me irrita que los chilenos miren ahora para abajo a sus vecinos sólo por esa sensación de bonanza que los embarga cuando antes debieran mirarse al espejo. Perdón por la franqueza, pero si elijo a un chileno al azar, es feo, es un guiñapo, es un enano contrahecho, es sujeto de facciones como cuchillos afilados, es feo como una patada en los testículos. Y a pesar de eso, se sienten lindos, se sienten regios, se sienten estupendos, se sienten Primer Mundo. Primer Mundo, los cojones. Son sólo una tribu más, una tribu como la argentina, como la peruana, como la uruguaya, sólo que, como les da miedo divertirse y gastar el dinero, como ahorran por instinto conservador, son ahora una tribu pujante que sale a comprar negocios en las tribus vecinas. Pero eso no los hace mejores, los hace más odiosos porque se permiten un aire de superioridad, una mirada condescendiente, y son sólo unos rotos culiaos, con perdón por la ordinariez. No tengo nada contra los chilenos en particular, y tengo amigos chilenos, y conozco a chilenos encantadores en Santiago y en Lima y en Madrid, pero tantos días de reclusión en el Ritz y de minuciosa contemplación de los hábitos y costumbres chilenos me llevan a esta severa conclusión: en general, los chilenos me caen como el culo y cuando los escucho hablar con esa tonadilla tan insoportable me caen aún peor. Prefiero mil veces a los argentinos. Prefiero mil veces a los colombianos. Prefiero cien mil veces a los uruguayos. Los chilenos suelen ser falsos, lambiscones, desleales, buenos para la intriga y el chisme, ensimismados contando sus pesitos revaluados, de pronto orgullosos de la tribu a la que pertenecen porque un tenista gana un puto partido o porque van al mundial de fútbol y vuelven a perder con Brasil, tanto nadar para morir ahogados. Javier Garcés piensa que un chileno promedio es tan feo como un peruano promedio y tan mentiroso como un peruano promedio aunque menos haragán que un peruano promedio, pero eso que algunos encuentran meritorio, el espíritu laborioso y pujante y emprendedor del chileno promedio, es lo que a Garcés le inflama o irrita un tanto los cojones. Porque, se dice Garcés, el chileno no es bueno como amigo, te traiciona casi siempre, y tampoco es bueno como socio, te quiere sacar ventaja casi siempre, y tampoco es bueno para el vicio, porque les sale el pudor y la mojigatería y cada tres calles hay una estatua al fascista santificado de Escrivá de Balaguer. Lo que no sé, piensa Garcés, es si la mujer chilena es buena para culear. Y está claro que, en promedio, una chilena está más buena que una peruana, aunque nunca más buena que una argentina, pero sí he visto estos días en Santiago a no pocas chilenas a las que les empujaría la verga, gustoso. En conclusión, los chilenos me caen como el culo pero me gustaría darle por el culo a una chilena y hacerla mi rota culiá, piensa Garcés, y toma una copa de champagne, y piensa a cuál de sus amigas chilenas debería llamar para invitarla a cenar y tratar de llevársela a la cama. El problema es que todas están casadas, se detiene a pensar. Aunque esto, bien mirado, puede no ser un problema en modo alguno, porque si hay una tribu llena de cornudos es la chilena: hay que ver lo papanatas que son los chilenos para dejarse engañar por sus mujeres, hay que ver lo astutas y mitómanas y putitas que son las ricas chilenas casadas para buscar un buen pedazo de verga fuera de casa, habrá que ir llamando a mis amigas chilenas a ver cuál me presta un rato su culito, piensa Garcés. Chilenos del orto: ¿todo el puto día tienen que estar bailando tonadillas afiebradas brasileras en televisión? Tengo que salir a caminar, piensa Garcés, y seca la copa de champagne y apaga el televisor, harto de esa chusma de putas y maricas y animadores vocingleros y concursos de bailes simiescos. Y después dicen que son alemanes o ingleses estos huevones, piensa Garcés, en el ascensor: los chilenos son tan bárbaros y feos como nosotros los peruanos, basta de hipocresías.

(Fragmento de Morirás Mañana 2, El Misterio de Alma Rossi, novela que será publicada por Alfaguara después del verano y está ambientada en Santiago, Viña del Mar, Reñaca y Zapallar).

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