EL MUSEO DE MI MEMORIA

PERU 21 DICIEMBRE 28, 2009

El museo de mi memoria
Autor: Jaime Bayly

Si me preguntan cuántos amigos tengo, y respondo honestamente, tendría que decir: en el peor de los casos, ninguno; en el mejor, dos.
Lo que no me queda claro es si nunca tuve amigos o si los fui perdiendo porque no sé cuidarlos, cultivar la amistad.
Podría decir que Martín es mi amigo, pero trabaja conmigo, le pago, y si le pagas a una persona es lícito sospechar que su amistad no es del todo desinteresada.

Podría decir que Ximena es mi amiga, pero también le pago. Quiero creer que seguiría siendo mi amiga si dejase de pagarle, pero es un hecho que los únicos amigos que me han quedado son aquellos a los que les pago.
Es el caso de Sofía, que fue mi esposa y es la madre de mis hijas y podría pensar que es mi amiga, pero todos los meses debo darle dinero, todo el dinero que ella quiera o necesite, y por consiguiente puedo sospechar que me quiere porque le doy dinero y que tal vez dejaría de quererme si dejase de darle dinero.

Podría decir que Enrique es mi amigo, pero es mi abogado y le pago cuando es menester y entonces la amistad se entremezcla con el dinero y no sé si seguiría siendo mi amigo si yo dejase de tener dinero y ser su cliente y si él no guardase en su caja fuerte los cheques que le dejo firmados.

Esos son mis mejores amigos, los que me escriben correos todos los días, los que se preocupan por mí, y no debería dudar de que son mis amigos, pero es un hecho revelador y en cierto modo inquietante que todos reciben dinero de mí, que a todos les pago (y les pago sin mezquindad, les pago generosamente, que es lo que merecen), lo que siembra la duda de que esa amistad, tal vez siendo noble y bien intencionada, se ve estimulada por los pagos que reciben. Si no les pagase, ¿seguirían siendo mis amigos? No lo sé.

Después hay un cementerio donde están enterrados decenas de sujetos que en algún momento pensé que eran mis amigos pero que no lo son más, son amigos perdidos, amigos muertos, amigos falsos que nunca fueron amigos de verdad y que el tiempo descubrió como impostores o embusteros.

Me asusta recordar cuántos son, leer sus lápidas en el museo de mi memoria.
Del primer colegio recuerdo que tuve algunos amigos que ahora no sé si están vivos o muertos. Fue mi amigo José Antonio Arteaga. Fue mi amigo el gordo ”scar Herrada. Fue mi amigo Guillermo Chávez. Ninguno siguió siendo mi amigo después del colegio. O sea que fuimos amigos porque estábamos obligados a vernos en el colegio. Pero cuando cesó esa obligación, cesó también la amistad. De todos ellos el mejor fue Arteaga y ahora no sé si está vivo o muerto y lo peor es que me da casi igual.

Del segundo colegio recuerdo que tuve dos amigos, Ivo John Alza y Jorge Bermúdez Lara. No sé nada de ellos, no he vuelto a verlos. Alza apareció una vez en televisión diciendo cosas amables de mí. Bermúdez era un mujeriego de cuidado y supe que trabajaba en un banco y después no supe más de él. Como a los amigos del primer colegio, dejé de verlos cuando terminamos quinto de media. Eran, pues, amigos temporales, circunstanciales, por compromiso.
Luego recuerdo el tiempo del periódico, en el que tuve muy buenos amigos: Federico Salazar, Carlos Espá, Enrique Ghersi, Iván Alonso, Freddy Chirinos, Pablo Cateriano. Federico es un amigo digamos histórico y lo aprecio de veras, pero no nos vemos salvo por casualidad, no sé su teléfono ni la fecha de su cumpleaños y creo que su esposa no me quiere porque no me invitaron a su boda. Espá resultó un petulante envarado, un trepador y un falsete.
Enrique Ghersi ha estado conmigo en las buenas y en las malas y es de una astucia y una lealtad incalculables y ha ganado siempre todas nuestras batallas legales y nunca ha querido cobrarme como abogado, pero si insisto en pagarle tampoco se resiste y cobra lo que en justicia le corresponde.

Creo que es el más inteligente y astuto de los amigos del periódico y no sé si es mi amigo porque me tiene cariño o porque no quiere correr el riego de tenerme como enemigo o por ambas razones. Iván Alonso no ha tratado de ser mi amigo pero tampoco ha tratado de ser mi enemigo y cuando nos hemos encontrado me ha parecido que me tiene simpatía. Lo mismo puedo decir de Freddy Chirinos y Pablo Cateriano. Hace poco nos encontramos en una fiesta y sentí que, si bien nos vemos en muy contadas ocasiones, somos amigos o somos el recuerdo de los amigos que fuimos y prevalece el recuerdo a esa amistad o el respeto a la entrañable amistad de los tiempos del periódico; pero sentí también que, ya quebrado el periódico, no podemos ser los amigos que fuimos y que nuestra amistad duró mientras existió el periódico y en cierto modo pereció cuando quebró el periódico.

He trabajado veintiséis años en la televisión, en la televisión de Lima, de Santo Domingo, de Miami, de Buenos Aires, de Santiago de Chile, de Bogotá, de Guayaquil, y por supuesto no me ha quedado ningún amigo, porque en la televisión no hay amigos, solo hay dos tipos de enemigos: los que trabajan en los canales de la competencia y los que trabajan en los canales donde uno trabaja, que son los más pérfidos y temibles. Mi memoria reúne borrosamente a una gavilla de hampones y facinerosos con los que trabajé en distintas televisiones: un tal Peláez, un tal Chinches, un tal Orué, un tal Tony Pérez, una tal Vicky Saviola, un tal Horacio Grimberg, una tal Isaura Cordero, una tal Coca Gibson, un tal Colchado, un tal Méndez, pandilla de bribones que simularon ser mis amigos mientras les tocaba trabajar conmigo. Es imposible hacer amigos en televisión, solo cabe hacer aliados o acumular enemigos, y tarde o temprano tus aliados te traicionan y terminan siendo tus enemigos.

Tampoco he podido hacer amigos entre los escritores. Los escritores peruanos, todos sin excepción, las vacas sagradas y los aspirantes a vacas sagradas y las eternas promesas y los jóvenes valores y los escritores frustrados (que se agazapan y hacinan en las trincheras del periodismo y disparan desde allí sus dardos envenenados), han sido bastante cabrones conmigo, unos por pura envidia, otros por quedar bien con sus amigos intrigantes, otros por borrachos, plagiarios, trepadores o pusilánimes y los demás porque les nace ser cabrones y odiar o menospreciar al que tiene la insolencia de ser un escritor y plantarse a competir con ellos. Los escritores latinoamericanos o españoles, con la solitaria excepción de Roberto Bolaño, que fue mi amigo, también han sido bastante cabrones conmigo, elogiándome en privado y criticándome en público, o criticándome en privado y también en público y sobre todo en los periódicos cuando no había necesidad de ensañarse de esa manera con un colega a fin de cuentas, y ninguno, salvo Bolaño, se ha jugado los cojones por mis libros como se los jugó Bolaño. Podría mencionar nombres, pero no vale la pena, son escritores lastrados por la envidia y la vanidad, escritores a punto de tener talento, escritores hermanados en la cofradía del chisme y el intercambio de lisonjas, escritores que necesitan insultarme o hacer escarnio de mí en tal o cual columna misérrima para sentir que escriben mejor que yo: menudo hato de papanatas que se creen mejores escritores meándose sobre otro escritor.

En los tiempos de la universidad tuve dos amigos, Carlos Montoya y Carlos Gómez, y una amiga, Daniela Gandolfo. Los tres viven en Estados Unidos y dejaron de ser mis amigos cuando publiqué mis primeras novelas. Montoya terminó trabajando como gerente de una pizzería en Raleigh. Gómez se enamoró de la hermana de Montoya y se convirtió en predicador religioso en Raleigh. Gandolfo es profesora de una universidad en Connecticut. Ninguno de los tres tiene deseos de verme.

Los Vargas Llosa son caso aparte. Mario fue muy generoso en ayudarme a publicar mi primera novela. Sin embargo, cuando su hijo Álvaro tomó una decisión que él no compartía (darle una puñalada trapera a Toledo), me culpó a mí, llamándome “intrigante y chismoso”, y se abstuvo de reprobar la conducta bochornosa de Toledo respecto de una hija que se negaba a reconocer. Años después, nos encontramos en Guadalajara y sentí que habíamos recuperado la amistad. Esa ilusión duró poco: en una entrevista que concedió en Lima, me llamó “payaso”. Estaba claro que si me llamaba payaso, mi amistad le importaba poco. Álvaro es una de esas personas intransigentes que siempre encuentran una razón de índole moral para pelearse con los amigos.

Entre sus principios (o la percepción que él tiene de sí mismo: que es un cruzado insobornable de la decencia cívica y la pureza ética) y la lealtad a un viejo amigo, no tiene reparos en guillotinar al amigo, como hizo conmigo.
En conclusión, no me ha quedado un solo amigo del colegio ni del periódico ni de la universidad ni menos de la televisión o la política y no me quejo y esta crónica ciertamente no ayudará a recuperar a ninguno.

Sin embargo, si me imagino pobre y desgraciado, enfermo y arruinado, creo que Sofía y Ximena, aun si no tuviera más plata para pagarles, seguirían siendo mis amigas. Estoy seguro de que ellas no me van a abandonar y decepcionar, o eso quiero creer ahora que es un día de fiesta.
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EL COMERCIO DICIEMBRE 28, 2009

Agatha Lys amenazó con demandar a Jaime Bayly

10:13 | Vidente le pidió a conductor de “El Francotirador” rectificarse por haber afirmado que invoca al Diablo y que vaticinó su muerte. De no hacerlo aseguró que tomará medidas legales

Miriam Dávila Pretell, más conocida como “Agatha Lys” pidió al conductor de “El Francotirador” Jaime Bayly rectificarse por las declaraciones vertidas en su programa del último 20 de diciembre, en el que puso en tela de juicio su reputación como vidente.

“Él hace unas afirmaciones como que he anunciado su muerte y que yo podría estar evocando al demonio. No soy bruja, ni brujita blanca, ni llamo a los muertos. Le pido a Jaime (Bayly) que aclare esto porque podría estar dañando mi imagen, de no hacerlo tendría que consultar con mis abogados y tomar medidas legales”, comentó Agatha Lys.

La popular vidente aclaró que en sus pronósticos de fin de año lo que hizo fue advertirle a Bayly de peligros que harían rondar la muerte y riesgos para su salud. “Nunca dije que se iba a morir, mucho menos le desee la muerte”, enfatizó.

* Jaime Bayly criticó a Mario Vargas Llosa y Alan García por Museo de la Memoria
7:12 | El ‘Francotirador’ tildó de hipócritas a ambos, pues han tenido serias discrepancias éticas e ideológicas

El escritor y conductor de TV, Jaime Bayly, lanzó duras críticas contra el presidente Alan García y el novelista Mario Vargas Llosa, a quien el gobierno aprista le ha encargado la construcción e implementación del Museo de la Memoria, que busca recordar los años aciagos de la guerra interna (1980-2000).

Bayly criticó que nuestro principal literato haya olvidado las críticas que lanzó hasta hace pocos meses contra el presidente García a quien en muchas oportunidades calificó de populista, irresponsable e incluso siempre deslizando la posibilidad de haberse enriquecido ilícitamente en su primer gobierno.

“A Mario (Vargas Llosa) le gusta ir a los palacios de gobiernos, a los casas de los reyes. Le gusta pues, y ahora es amigo de Alan (García)”, precisó en su programa El Francotirador.

Al presidente García, Bayly le recordó sus afanes por estatizar la banca y la matanza de senderistas presos en la isla El Frontón durante su primera gestión como primer mandatario.

“Espero que todo esto esté en una placa de bronce en el Museo de la Memoria”, indicó Bayly.
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EL COMERCIO DICIEMBRE 27, 2009

Jaime Bayly: "Esta ha sido mi Navidad más feliz"

23:52 | El ‘Francotirador’ agradeció a Sandra y a sus dos hijas por colmarlo de regalos en Nochebuena

Feliz y agradecido. Así confesó sentirse Jaime Bayly con los regalos y la cena que le ofrecieron Sandra, la madre de sus hijas, y estas por Navidad.

“Quiero agradecer a Sandra y a mis dos hijas que me han dado la Navidad más feliz de mi existencia. El 24 (en Nochebuena) me hicieron una comida riquísima, me colmaron de regalos, yo no les regalé nada, mil disculpas”, dijo el domingo en su programa.

El ‘Francotirador’ también se refirió a su eventual candidatura presidencial, la cual fue apoyada por el periodista Pedro Salinas en el diario Perú 21.

“Si está en mi destino ser candidato el verano del 2011, pues seré candidato. Si alguien tiene que dar la batalla para defender las ideas de la libertad en el Perú que yo no veo que las defiendan los candidatos que representan los partidos de la política tradicional Ximena y yo estamos dispuestos a hacerlo”, dijo en tono irónico.

En la parte inicial de su programa, Jaime Bayly agradeció al diario El Comercio por la entrevista publicada el sábado último.
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EL COMERCIO DICIEMBRE 26, 2009

Jaime Bayly confesó problemas de salud y que no le hace caso a los médicos

22:16 | El ganador de dos Premios Luces adelantó que su programa de TV “El francotirador” tendrá un corte político el 2011

Elegido por nuestros lectores como mejor escritor y entrevistador en los Premios Luces 2009, Jaime Bayly nos abre la puerta de su estudio en una entrevista exclusiva que saldrá publicada mañana en la sección Luces.

Para Bayly, este 2009 fue un año accidentado aunque no deja de trabajar por eso. El conocido “Tío terrible” reveló algunos detalles de su vida y salud.

“El programa, así como su conductor, es un poco camaleónico y se adapta a los tiempos. El 2010 va a ser un año de elecciones y supongo que tendrá una carga política”, dijo Jaime.

“Tengo algunos problemillas de salud (…). El problema es que los médicos me exigen conductas e inhibiciones, y yo no me porto bien y no les hago caso”, añadió el carismático conductor.

* ENTREVISTA. Jaime Bayly
"Fue un año felizmente accidentado"
MUDANZAS APRESURADAS, CAMBIOS DE SEÑAL, NOVELAS VIOLENTAS Y ANGUSTIOSAS VISITAS AL MÉDICO MARCARON UN AÑO INTENSO PARA EL ESCRITOR Y PERIODISTA

Por: Enrique Planas

A propósito del fin de año, ¿cuál es tu balance personal?
Ha sido un año accidentado. Por razones médicas, porque me operaron en febrero en Miami y en octubre en Lima, en ambos casos me asusté un poco. Accidentado porque no estaba en mis planes terminar y no renovar mi contrato en Miami (con Mega TV), luego mudarme a Bogotá. Y una vez instalado allá, me encuentro escribiendo una novela violenta, sangrienta y criminal. Diría que ha sido un año felizmente accidentado.

Hace años la pregunta que los periodistas temían hacerte tenía que ver con tu bisexualidad. Hoy es tu salud el tema envuelto en misterio…
Tengo algunos problemillas de salud de los que no quisiera entrar en detalles. El problema es que los médicos me exigen conductas e inhibiciones, y yo no me porto bien y no les hago caso. No estoy tan mal como creen, pero tampoco tan bien como quisiera. Estoy regular.

En un año electoral, ¿“El francotirador” cambiará de perfil?
Sí. El programa, así como su conductor, es un poco camaleónico y se adapta a los tiempos. El 2010 va a ser un año de elecciones y supongo que tendrá una carga política. Pero siempre tratamos de preservar la cuota de entretenimiento, esa es la función primordial del programa: divertir a la gente. El domingo a las 10 p.m. todos están suficientemente informados, y yo no creo tener la capacidad de llegar con alguna primicia. Además, hay muchos que prefieren no venir al programa y tenemos entonces que encontrar la manera de seguir con el juego de entretener al público, de arrancarle una que otra carcajada, sin que eso lo convierta en un programa de política o de farándula. Prefiero que sea un programa sobre todo y sobre nada, en el que cabe todo o, por lo menos, todo lo que puede resultar divertido. Lo aburrido preferimos evitarlo.

Los políticos, aunque suelen ser aburridos, son el mejor ejemplo de humor involuntario.
Muchos políticos en el Perú creen que están haciendo algo importante, que están pasando a la historia, o que no deben rebajarse a visitar un programa risueño como el nuestro. Tienen esa percepción solemne y pomposa de la política. Creo que eso revela su pobreza intelectual. Argumentan que solo deben ir a programas “serios” como si lo periodísticamente serio estuviera reñido con el humor ocasional. En el fondo, se mueren de miedo.

En algunos programas no necesitas entrevistados, eres solo tú el personaje que la gente quiere ver. ¿Eso tiene un límite? ¿Qué piensas cuando el ráting a veces te resulta esquivo?
Ya tengo, sin darme cuenta, 26 años haciendo TV. Confieso que, con los años, el ráting ya no me preocupa tanto como antes. Hay domingos que uno gana, hay otros que no. Así es la vida, la naturaleza humana. No se debe aspirar a ganar siempre. Es natural que el público se aburra de uno de vez en cuando y prefiera ver otras cosas. Eso es sano, estimulante. Si yo fuera televidente, también andaría cambiando de canal. Honestamente, nos encanta ganar el ráting, equivale a haber tenido la inteligencia o la intuición de adivinar la mayoritaria curiosidad popular. Pero, a veces, uno se equivoca. Cuando tuvimos a Joaquín Sabina no hicimos un gran ráting, pero me sentí muy orgulloso de la entrevista y la volvería a hacer, sabiendo que no voy a ganar en el ráting.

¿Es frustrante entrevistar a personajes que no te interesan?
La TV no es el programa que uno quisiera hacer para sí mismo, sino el que uno debe tratar de hacer para el televidente promedio. Hay que tener cierta humildad para adaptar el programa a las preferencias y las inquietudes del gran público. Claro, una entrevista con Susy Díaz seguramente hace el doble de ráting que una con Sabina; sin embargo, disfruto el triple con Joaquín que con Susy. A veces uno tiene que hacer concesiones en aras del humor, del entretenimiento.
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EL COMERCIO DICIEMBRE 22, 2009

Bruja Agatha Lys le responde a Jaime Bayly: "Drogas afectaron su salud mental"

18:35 | La vidente criticó la actitud que tuvo el ‘Fracontirador’. “Me da pena, porque al hablar mal de mí, demuestra el tipo de persona que es”, dijo.

La vidente Agatha Lys no se quedó callada. En conversación con elcomercio.pe aseguró que Jaime Bayly despotricó contra ella en su programa de televisión llevado por un problema mental originado por “las drogas que toma por su salud”.

“JAIME TIENE CLIMATERIO”
“Jaime me da pena porque al hablar mal de mí, aprovechando que ya no estaba en su set, demuestra el tipo de persona que es. Lo vi demacrado y con varios kilos menos de peso. Lo único que hice fue confirmar un pronóstico (que su salud decaerá y que le rondará la muerte) que se ha venido cumpliendo, pues tuvo dos operaciones y además tiene climaterio”, comentó Agatha.

“NO ESTÁ BIEN POR LAS DROGAS QUE TOMA”
- A Jaime no le gustó que pronosticaras su posible muerte para el 2010…
Le dije la verdad que iba a estar enfermo y así fue. Ahora me preocupa su inestabilidad emocional y su salud mental, me parece que no está bien por las drogas que toma. Si fui a su programa fue de buena fe, a decirle la verdad y no a mentirle, pero parece que a él le gusta que le mientan.

- ¿Esperabas que al retirarte de su set criticara tu trabajo?
Para nada. Fue una descortesía de su parte, jamás pensé que me iba a meter la puñalada apenas me retirara. Comprendo que tendrá sus preferencias (con Rosita Chung), posiblemente necesita escuchar solo las cosas que le gustan.

- Para Jaime, ¿Rosita Chung es mejor bruja que tú?
Respeto su opinión, pero yo sé lo que soy, la palabra bruja no va conmigo, pues soy una profesional que no me dedico a hablar con el espíritu de nadie, ni a despertar a los muertos. Creo que Jaime en lugar de acercarse al diablo debería acercarse a Dios y orar bastante.

- ¿Estás resentida con él?
No tengo resentimiento, le deseo lo mejor, deseo que se mejore.
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PERU 21 DICIEMBRE 21, 2009

Viajar en tren
Autor: Jaime Bayly

El deseo humano (quiero decir, el deseo sexual, que es el más humano de los deseos) es como un viaje en tren, un viaje en un número impreciso de trenes, un viaje que uno no sabe en qué estación te dejará, unos trenes a los que uno sube no siempre voluntariamente sino porque el azar decide por nosotros (el azar o una corazonada o el aliento de los amigos) y cuando bajamos ya no somos los que éramos antes de subir.

El deseo humano (quiero decir, el deseo sexual, el deseo de enredarnos con otros humanos y buscar placer en esos escarceos y refriegas y en los intercambios de fluidos y secreciones) es como un viaje en tren, pero (dependiendo del espíritu o las convicciones de cada individuo) puede ser un viaje en un solo tren, un viaje sin sobresaltos en un tren que uno sabe bien adónde lo llevará, o puede ser un viaje incesante y caótico en tantos trenes como deseos nos asaltan, trenes que a veces van en direcciones opuestas, trenes que chocan y nos dejan confundidos, trenes en los que viajan personas que se jactan de ser honorables y otros trenes (estos suelen ser los que van más atestados y de los que resuenan ecos de fiesta y alegría) a los que se suben quienes quieren divertirse aun a expensas del honor o la reputación.

Siendo el deseo sexual un universo complejo y misterioso, tiendo a creer que hay personas que viajan en un solo tren o en muy pocos trenes, tal vez porque están cómodas de esa manera o porque las asalta el temor cuando piensan en subir a otros trenes de destinos inciertos, y que hay personas que nunca se contentan en un solo tren y entonces bajan y suben y se apean y vuelven a trepar y toman todos los trenes que les sea posible tomar, aun si no saben adónde van, aun si subirse a tal o cual tren entraña un desafío a las convicciones que se tenían antes de subir: ¿seré el mismo cuando baje o seré otro mejor o peor?

Soy de los que han tomado numerosos trenes en el viaje impreciso y errático del deseo. Algunos han sido divertidos y me han obsequiado paisajes inspiradores; otros me han condenado a travesías desagradables, incómodas, unos trenes de los que me quería bajar pero ya era tarde; y algunos pocos han terminado en colisión con otros trenes tan descarrilados como aquel al que me había subido guiado por mi infatigable curiosidad por conocer cuál era la verdadera naturaleza de mi deseo o cuál era en ese momento (porque cada tren la modifica, la transforma) la verdadera naturaleza de mis deseos (parece a estas alturas más exacto hablar en plural).

El primer tren que tomé fue un viaje corto, en asiento mullido, con paisajes bucólicos, y de aquella travesía exenta de tropiezos sólo recuerdo que viajaba a mi lado la actriz Farrah Fawcett y que ella tuvo la discreta cortesía de educarme en los placeres del deseo (sin enterarse, desde luego).

Cuando bajé de ese tren, yo me sentía ya un hombre y poseía dos certezas: estaba enamorado de Farrah y ninguna criatura humana podía despertar en mí un deseo tan quemante como el que ella azuzaba en mi imaginación.
Tal vez no debí bajarme de ese tren, pero en mi caso no siempre me he subido a los trenes a los que quería subir, a veces me he subido para complacer a los amigos.

El segundo tren no quería tomarlo y me subí con miedo (más exactamente, con pavor). Me subieron unos amigos que querían estrenarme como hombre. Yo tenía catorce años y me temblaban las piernas y quería bajarme pero ya era tarde.

El tren nos condujo a un burdel en los extramuros de la ciudad. En esa estación subieron unas mujeres con los labios muy pintados y se sentaron con mis amigos. Una de ellas se sentó conmigo y quiso educarme en el placer pero fracasó porque mi cuerpo trémulo se rehusó a obedecerla. Fue un viaje que me hundió en el desaliento. Cuando bajamos del tren, mis amigos parecían eufóricos y yo no era ya la misma persona: era un hombre que dudaba de que me gustasen las mujeres, puesto que no había podido complacer a esa mujer pundonorosa. Ese tren fue el tren de la duda y esa duda me acompañó en todos los otros trenes que después tomé.

El tercer tren lo tomé porque quise y no por obligación y me subí a él porque quería sentarme al lado de una chica linda, de cabello ensortijado, a la que quería besar, y fue por eso un viaje del que guardo gratos recuerdos porque esa chica no sólo me permitió besarla sino que fue la primera mujer que me hizo el amor. Cuando bajamos, íbamos tomados de la mano y yo estaba enamorado de ella y seguro de que no quería subirme a ningún otro tren.

Naturalmente, estaba equivocado. Cierta vez pasó un tren y alcancé a ver a un amigo de la universidad que me hacía señas para que subiera, y era un amigo risueño y divertido, y no dudé en subirme, y una vez que estuve a su lado, y sin presagiar lo que habría de ocurrir, ese amigo (al que yo sólo veía como un amigo) me tocó y me pidió que lo tocase y tales caricias furtivas me resultaron insólitas y sin embargo gratificantes, aunque cuando bajamos del tren mi amigo me dijo que nunca más nos tocaríamos ni hablaríamos de lo que había ocurrido en el vagón. Cuando bajé de ese tren, yo era un hombre roído por la duda, un hombre que seguía enamorado de la chica linda del pelo ensortijado y, a la vez, un hombre que quería volver a tocar solapadamente a ese amigo risueño.

Tal vez para disipar esa duda o para confirmarla, subí a un tren en el que viajaba un amigo famoso y, aunque el viaje fue breve, nos obsequiamos fugaces momentos de placer en los que pareció que la llamarada de la pasión nos consumía; y subí a otro tren en el que cantaba y tocaba su guitarra un amigo músico y el viaje fue todavía más breve y sólo guardo recuerdos borrosos porque ambos nos intoxicamos con estimulantes y luego él me pidió que le hiciera el amor y yo procuré complacerlo, aunque no sentí que tal cosa fuera amor, sentí que era una manifestación atropellada y brutal de esa criatura contrahecha y malcriada que era el deseo sexual que habitaba en mí. Cuando bajé de ambos trenes, ya no estaba tan seguro de que seguía enamorado de la chica linda del pelo ensortijado (ella se había marchado a una ciudad lejana) y creía estar más seguro de que, al menos por el momento, me provocaba educarme en el deseo con los muchachos.

Parecía entonces que, después de aquellos viajes, había llegado a una precaria certeza: siendo que me gustaban las mujeres (y muy especialmente la chica linda del pelo ensortijado), también me gustaban (y si estaba intoxicado, aún más), los jóvenes.

Aquella precaria certeza se quebró cuando subí a un tren en el que viajaba una mujer cuya sola mirada me embrujó, una mujer que, apenas subí y corrí a su lado, me susurró al oído que me subiera a todos los trenes a los que ella me dijera y yo la obedecí y fuimos saltando de vagón en vagón, de ciudad en ciudad, y viajar con ella fue el viaje más enriquecedor de todos los que había hecho, y me enamoré de ella y me casé con ella y me dio dos hijas y ya parecía que en ese tren me quedaría instalado y no bajaría más.

Pero ocurrió lo inesperado: estaba tan contento en ese tren que me aburrí de estar contento y me angustió la idea de que no subiría nunca a otros trenes y por puro espíritu gitano y aventurero me arrojé del tren mientras ellas me pedían que me quedara, que no saltara.

Es una de las cosas más estúpidas que he hecho, saltar de ese tren, pero no fue una elección, estaba condenado a saltar.

Tiempo después, me subí al primer tren que pasó y me senté al lado de un joven alto y delgado, un joven tan tímido y taciturno que parecía mudo, y con mucha dificultad logré que me hablase y de pronto sin darme cuenta me enamoré de él y creo que él se enamoró de mí y entonces pensé de este tren ya no me bajo más.

Pero tampoco me quedé en ese tren cuando no había razones para apearme de él. En realidad, hubo una razón para dejarlo, y es que, amando a ese joven como lo amaba y sigo amándolo, no podía dormir, ese tren me había robado el sueño y me había condenado al insomnio y por eso salté, salté porque tantas noches sin dormir me habían convertido en un sujeto violento al que ya no le interesaba el amor o el deseo sino meramente dormir.

Fue por eso que escapé de ese tren y fue por eso que no tardé en subirme a un tren en el que había médicos que prometían pastillas de colores y en ese tren me durmieron y nunca dormí tanto y tan plácidamente y entonces pensé que en ese tren me quedaría hasta morirme dormido. Cuando bajé de ese tren, el penúltimo que he tomado, llevaba conmigo muchas pastillas, una maleta llena de pastillas, y me sentía un hombre sedado y sin ningún vestigio o rescoldo de deseo sexual, pues las pastillas lo habían eliminado.

Tendría que haberme quedado tranquilo en mi casa, durmiendo y resignado a la impotencia. Pero ya está claro que no sé quedarme tranquilo. Cargando mis pastillas, oteé en el horizonte que venía un tren y me subí sin saber adónde iba ni quiénes viajaban en él. Sólo llevaba mujeres jóvenes y de pronto descubrí que las deseaba y las quería enredar conmigo y confiarles los suaves matices de mi hombría y entonces todas mis anteriores certezas se desvanecían porque ya no era impotente y ya no me interesaba seguir viajando sólo con hombres y, mientras pudiera seguir viajando en ese tren libertino y desenfrenado, amaría (es un decir) a todas las jóvenes que quisieran jugar conmigo a sabiendas de que el juego era sólo un juego y cuando bajásemos no nos volveríamos a ver.

No sé cuánto durará este viaje ni adónde me llevará el tren, pero es un descubrimiento formidable que, después de tantas bifurcaciones del deseo y ramificaciones de la duda, haya vuelto al punto original, a la estación primera, al tren en el que sentí que era un hombre y un hombre sin dudas de serlo y con ganas de ejercer su hombría.
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EL COMERCIO DICIEMBRE 14, 2009

Jaime Bayly asegura que necesita donante de hígado para vivir

9:05 | Conductor de televisión sufre una crisis hepática que podría costarle la vida. Confesó su necesidad en su columna de El Nuevo Herald. Dejó Miami para radicar en Lima junto a sus hijas y su madre

La vida de Jaime Bayly depende de un donante de hígado. El escritor y conductor de televisión confesó en su columna del diario El Nuevo Herald que sufre una crisis hepática que podría costarle la vida. Además, añadió que empezará a radicar en Lima porque extraña a sus hijas y a su madre.

“Nunca quise vivir en Miami, yo quería ser un escritor y aquella no me parecía una ciudad propicia para escribir. Este año, mi relación con Miami parece haber llegado a un brusco e inesperado final. He dejado Miami y creo que no quiero volver a vivir allí”, señaló Jaime.

DEJÓ MIAMI POR SU ENFERMEDAD Y SUS HIJAS
Tres eventos fortuitos conspiraron para que el polémico escritor decidiera irse de Miami: “una crisis hepática, la descorazonadora mediocridad de la televisión de esa ciudad y el descubrimiento de que mis hijas ya no querían ir ni siquiera de vacaciones. Tal vez fue una crisis de paranoia, pero me sentí rodeado de gente chismosa, intrigante, mediocre, de gente sin país y sin alma”, dijo.

“SEGUIRÉ VIVIENDO SI CONSIGO DONANTE DE HÍGADO”
“Por lo visto (y nada de esto estaba en mis planes antes de que mi hígado empezara a cansarse de mí), sólo me van quedando Lima y Bogotá para vivir lo que me quede por vivir (que tal vez no será poco si consigo donante de hígado), para escribir lo que tengo que escribir y para caminar de noche cuando los que trabajan duermen”, detalló.

No obstante, lo que escribe Bayly en sus columnas es muchas veces la realidad exagerada del autor, por lo que no se descarta que la confesión no sea cierta.

Líneas más abajo el autor de “No se lo digas a nadie” señaló que pensó radicar en Bogota porque la gente lo quiere, sin embargo, se animó por Perú porque están las tres personas que dan sentido a su vida: su madre y sus hijas.

“ES ESTÚPIDO SEGUIR VIVIENDO LEJOS DE MIS HIJAS”
“Cuando las abrazo y las veo sonreír y quedo absorto contemplando su belleza, siento que es estúpido seguir viviendo lejos de ellas, viéndolas sólo los fines de semana, siento que el único país en el que quiero vivir son las calles donde vivan ellas, donde pueda verlas todos los días, todos, donde pueda caminar. Cada día sin verlas sonreír es un día perdido en un país equivocado”, agregó.

“SOY UN APÁTRIDA”
“Tal vez soy un apátrida porque no me siento peruano, norteamericano, colombiano o argentino. Mi patria son mis hijas: viviré con ellas, donde ellas vivan, para, con suerte, seguir viviendo en su memoria, cuando mi patria sea una tumba olvidada o los libros (olvidados) que dejaré escritos”, subrayó.
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EL COMERCIO DICIEMBRE 13, 2009

Jaime Bayly busca un heredero: "Tengo la tardía curiosidad de un hijo varón"

21:50 | El ‘Francotirador’ afirmó que pese a su edad todavía no ha renunciado a la ilusión de concebir un tercer hijo. Negó que se vaya a alejar de la TV

Jaime Bayly descartó que tenga pensado retirarse en los próximos años de la televisión y tampoco dejar su pasión por la literatura.

En una entrevista con el programa de TV “Punto final”, el ex ‘Niño terrible’ negó estar cansado del mundo de la pantalla chica como se especuló en la prensa. “creeme que esa fatiga se disuelve cuando voy al banco”, afirmó.

“No pienso retirarme ni de los libros ni de la televisión. Llegará supongo un día en que estaré hablando aquí y de pronto no sé me dará un infarto o un energúmeno de público o un militante del Opus Dei saltará gritando cosas en defensa del santo (José María) Escrivá y me apuñalará, lo que sería una muerte muy digna”, dijo en tono irónico.

Sobre su anunciada candidatura a la Presidencia en el 2011, Jaime Bayly -medio en broma, medio en serio- dejó las puertas abiertas a lanzarse a la arena política.

“No estoy ni siquiera seguro de que estaré vivo en abril del 2011. De tal manera sería una imprudencia decir que yo voy a ser candidato o que voy a ganar. Ya veremos”, indicó.

Finalmente, el ‘Francotirador’ confesó que sus dos hijas son el gran amor de su vida aunque tiene “la curiosidad” de tener un hijo varón.

“Tengo dos hijas que no dejan de sorprenderme que han embellecido mi vida de una manera que jamás imaginé. De todos modos, tengo todavía la poco tardía curiosidad de tener un hijo varón. Todavía no he renunciado a esa ilusión”, expresó.
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PERU 21 DICIEMBRE 7, 2009

El apátrida

Autor: Jaime Bayly
Ya no tengo nada en Miami, salvo unos recuerdos que asocio a la enfermedad, el tedio y la muerte.

Sin darme cuenta, terminé viviendo quince años en esa ciudad (en esa isla de Miami) y ahora (también sin darme mucha cuenta) siento que me he ido de Miami para no volver más.

Nunca quise vivir en Miami, yo quería ser un escritor y aquella no me parecía una ciudad propicia para escribir ni para vivir como un escritor (que es una cosa casi tan importante como lo que uno escribe), pero el azar me llevó a Miami a mediados del 91 (cuando se me terminó la visa de turista en Madrid) y me arrojó de nuevo a Miami a principios del 92 (al día siguiente del golpe de Estado en el Perú) y me devolvió a Miami a mediados del 94 (cuando mi mujer se graduó en Washington y nos fuimos a pasar el verano a las playas de Miami) y me obligó a refugiarme en Miami a principios del 95 (cuando mi mujer me dijo que estaba embarazada de nuevo y acordamos que el bebé nacería en Miami y no en Lima).

En todas esas ocasiones, llegué a Miami porque venía huyendo de algo (de la ilegalidad en Madrid, de la dictadura en el Perú, del frío de Washington, de la hostilidad de mi suegra en Lima) y con la certeza de que me quedaría poco tiempo, que Miami era una ciudad perfecta para estar de paso, en tránsito a otra parte, a una ciudad mejor.

No elegí Miami como la ciudad ideal para vivir, no por eso me mudé nunca a Miami. La elegí bajo circunstancias adversas, como una buena ciudad para escapar, como una ciudad conveniente para protegerme de la crueldad o el ensañamiento o las dificultades que había encontrado en otras ciudades. En ese sentido, Miami pareció siempre un refugio cómodo, una ciudad fácil, un lugar apropiado para perderse y descansar y escribir sin que a uno lo interrumpan.

Este año que termina, mi relación con Miami parece haber llegado a un brusco e inesperado final. He dejado Miami y creo que no quiero volver a vivir allí. He dejado la casa, he vendido el auto, he guardado unos pocos muebles en un depósito (los demás los he regalado a instituciones de caridad) y he reducido mi vivienda al diminuto tamaño de una casilla postal. Siento que la vida o las vidas que viví en Miami pertenecen al pasado y que lo que me quede por vivir no habrá de ocurrir en esa ciudad. Lo veo con absoluta claridad: no me conviene seguir viviendo en Miami, ya no tengo edad para seguir huyendo, ya debería ser momento para elegir no la ciudad en la que quiero esconderme sino la ciudad en la que quiero vivir como me dé la gana con quien me dé la gana (aunque, ya se sabe, no siempre las ganas de uno coinciden con las del otro).

Tres eventos fortuitos (o, al menos, ajenos a mi voluntad) conspiraron para que me fuese de Miami sin ganas de volver: una crisis hepática que casi me costó la vida, la descorazonadora mediocridad de la televisión de esa ciudad (para no mencionar la de su prensa escrita) y el descubrimiento de que mis hijas ya no querían ir ni siquiera de vacaciones. Tal vez fue una crisis de paranoia, pero me sentí rodeado de gente chismosa, intrigante, mediocre, de gente sin país y sin alma, de viejas locas y maricas pérfidas, de gente que me hacía mal como escritor.

Siempre pensé que me iría de Miami a vivir como escritor ermitaño en Buenos Aires, y por eso compré un departamento en Buenos Aires, pero (así como hace años me entró una alergia por ir a Chile, alergia de la que todavía no me recupero: de pronto me pareció que todos los que en Chile decían ser mis amigos eran unos felones y por eso sigo sin ir a Chile y desconfío de cualquier chileno que diga ser mi amigo) ahora siento que no debo pisar Buenos Aires por un tiempo largo, al menos mientras mi instinto me dicte como un susurro o una advertencia que en esa ciudad corro peligro, que el placer (o la quebradiza sensación de placer que se deriva de sentirse libre) me será vedado en esa ciudad donde todo lo demente parece razonable y donde los que gobiernan el país me dan mala espina.

Ya viví en Madrid y me sentí un intruso, un indeseable metido a la fiesta sin invitación, y ya sé que allí no quiero vivir. Ya viví en Washington y me congelé de frío y ya sé que allí tampoco quiero volver a vivir. Ya me aburrí de Miami y este año quemé mis naves y me fui para no volver. Ya sé que en Chile los que antes me querían ya no me quieren (hace años me querían tanto que debí sospechar que era una impostura) y que los que se decían mis amigos no lo eran, nunca lo fueron. Podría irme a Buenos Aires a escribir los últimos libros que me quedan (dos o tres, no creo que más), pero siempre he seguido mi corazonada y ella me dice que vientos insidiosos me esperan en Buenos Aires y que mi destino no está escrito en esas calles.

Por lo visto (y nada de esto estaba en mis planes antes de que mi hígado empezara a cansarse de mí), sólo me van quedando Lima y Bogotá para vivir lo que me quede por vivir (que tal vez no será poco si consigo donante de hígado), para escribir lo que tengo que escribir (que con suerte merecerá el desganado elogio de los críticos estreñidos cuando me muera, no antes, desde luego) y para caminar de noche cuando los que trabajan duermen y los que nunca hemos trabajado caminamos para ver cómo es la ciudad, o cómo sería, si la poblásemos sólo los haraganes como yo.

De Bogotá me gusta que llueve, que la montaña es verde, que la gente al parecer me quiere, que me cuidan guardaespaldas armados y policías en moto, que sus noches me asaltan con ficciones criminales y me educan en la venganza como una forma de arte incomprendido. Pero siendo ya residente, con casa y automóvil, con custodios y policías que me despejan el tránsito, no encuentro en Bogotá a tres personas que, cuando sonríen, me hacen creer el embrujo de que mi vida no fue del todo en vano y que aún queda cierto camino por andar. Esas tres personas están en Lima. Son mis hijas y su madre. Cuando las abrazo y las veo sonreír y quedo absorto contemplando su belleza, siento que es estúpido seguir viviendo lejos de ellas, viéndolas sólo los fines de semana, siento que el único país en el que quiero vivir son las calles donde vivan ellas, donde pueda verlas todos los días, todos, donde pueda caminar (o, como ahora, tomar el ascensor de un piso a otro) para recordar lo que a veces, por tonto, parezco olvidar: que yo iré adonde vayan ellas, y que no concibo el futuro lejos de ellas, y que cada día sin verlas sonreír es un día perdido en un país equivocado.

Por eso ahora quiero vivir en Lima con ellas, todo el tiempo que ellas quieran vivir en Lima. Y si después deciden irse de Lima (como parece probable cuando terminen el colegio), yo iré adonde ellas vayan, adonde ellas me lleven (si quieren llevarme, y para eso debo portarme bien). Tal vez soy un apátrida porque no me siento peruano, norteamericano, colombiano o argentino. Mi patria son mis hijas: viviré con ellas, en las patrias donde ellas vivan, para, con suerte, seguir viviendo en su memoria, cuando mi patria sea una tumba olvidada o los libros (olvidados) que dejaré escritos.
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EL COMERCIO NOVIEMBRE 30, 2009

Jaime Bayly lamenta haber perdido medio millón de dólares por premio literario

14:35 | Recordó que quedó segundo solo por un punto en el Planeta España. Aseguró que está escribiendo la mejor novela de su vida

El polémico conductor de televisión, Jaime Bayly, confesó que al no haber ganado el Planeta España en noviembre del 2005 perdió medio millón de euros.

“Ese año me mudé a Buenos Aires y escribí “Y de repente, un ángel”, que quedó finalista (perdí por un voto) del Planeta España en noviembre de 2005 (ese voto me costó medio millón de euros)”, escribió el conductor de ““El Francotirador”:http://blogs.elcomercio.pe/luces/2008/08/que-opina-usted-sobre-el-progr.html” en un artículo Elnuevoherald.com.

Asimismo, Bayly señaló que se encuentra escribiendo, la que será la mejor novela de su vida. “Estos días me he mudado a Bogotá y estoy escribiendo una novela que podría ser la mejor de las que deje escritas. Es una novela sobre el rencor y la venganza y está salpicada de sangre y la escribo de medianoche a cuatro de la mañana y luego salgo a caminar”, detalló el escritor quien anunció que cuando cumpla 50 años de edad se retirará de la televisión.

“Presiento que será mi novela mejor lograda (o la más ambiciosa) y el destino ha querido que la escriba en esta ciudad que empiezo a sentir un poco mía, Bogotá, la ciudad donde es habitual que la gente se mate en las calles y en los libros, una vieja tradición que al parecer he venido a honrar con mi vida o mi novela”, finalizó.
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PERU 21 NOVIEMBRE 30, 2009

Morir dos veces
Autor: Jaime Bayly

No puede uno pretender estar vivo todas las semanas. Hay semanas en las que a uno le toca morirse, y así nomás es.
Esta semana me tocó morir dos veces y leer en los periódicos las noticias de mis muertes.
Nunca me había muerto dos veces en una semana, esta tiene que haber sido la peor semana de mi vida, o la mejor, teniendo en cuenta que, después de morir, sigo vivo.
Me mataron por primera vez el sábado. Yo estaba durmiendo. No me enteré de que estaba muerto. Me dormí a las cinco de la mañana en Bogotá y cuando desperté a las tres de la tarde ya estaba muerto.
Me enteré de que estaba muerto leyendo las noticias y mis correos electrónicos. La CNN, o unos piratas cibernéticos que habían usurpado el logo de la CNN, me había matado. Según la CNN (y uno no se atrevería a poner en entredicho la credibilidad de la CNN), yo estaba muerto hacía ya varias horas, es decir me había muerto durmiendo y tal vez por eso no lo había advertido y quien ahora leía la noticia no era yo vivo sino yo muerto. La CNN decía que no había muerto de muerte natural, como siempre sospeché que no moriría: me habían matado unos sicarios atropellándome en la calle mientras yo caminaba con aire distraído pensando en el título de mi próxima novela.

Pensé: Si la CNN dice que estoy muerto, estoy muerto. Yo siempre le he creído a la CNN más que a Fox y por lo tanto debía resignarme a la idea de que estaba muerto y que ese fantasma o esa ánima en pena que leía la computadora eran los vestigios quizá imperceptibles e inasibles de lo que yo había sido en vida.

Enseguida, muerto pero contento, o muerto pero a gusto con lo parecida que era la vida en el más allá con la vida en el más acá (todo era idéntico y nadie me había juzgado aún y ya muerto tenía ganas de mear, lo que me parecía insólito), leí mis correos electrónicos. Tenía cincuenta correos nuevos, cincuenta correos que me habían llegado entre las cinco de la mañana en que me dormí (Dormonid+Stilnox+Klonopin+Mirtazapina+5HTP+Melatonina+30 gotas de Passiflora+ 20 gotas de Valeriana) y las tres de la tarde en que desperté para enterarme de que estaba muerto. Los leí, conmovido. La mayor parte de esos correos eran de mis hijas, de la madre de mis hijas, de mi madre, de mi hermana, de algunos de mis hermanos. Todos me preguntaban si estaba bien, luego en qué clínica estaba, luego en qué morgue estaba y luego, ya resignados, me pedían que les mandase una señal desde el más allá (hazme cosquillas en los pies, me decía una de mis hijas; pásame con tu papi que lo quiero saludar, me decía mi madre; llámame al celular y no hables pero llámame, decía la mamá de mis hijas).

Traté de cumplir sus pedidos, trasladarme a la velocidad de la luz hasta Lima, pero no lo conseguí. Si bien estaba muerto, no podía desplazarme como una sustancia etérea, invisible, como suponía que podían desplazarse las almas o los espíritus.
Sin perder tiempo, llamé al celular de la madre de mis hijas.
-¿Eres tú? –preguntó, con voz afligida.
Luego se hizo un silencio que yo no sabía si quebrar con mi voz o respetar para que ella confirmara que estaba muerto.
-Sí, soy yo –le dije.
-¿Dónde estás? –preguntó ella.
-Creo que en Bogotá –le dije.
-¿Estás bien?
-Sí, me siento bien.
-¿No estás muerto?
-Creo que no.
-Pero la CNN dice que estás muerto.
-Sí, eso acabo de leer.
-Todos en Lima pensamos que estás muerto. Mis amigas me han llamado para darme el pésame. Las niñas están llorando con sus amigas.
-Lo siento. No sabes cuánto lo siento.
-¿Se puede saber por qué no contestabas mis mails y mis cien mil llamadas?
-Porque estaba dormido.
-¿Te acabas de despertar?
-Sí.
-¡Son las tres de la tarde!
-Sí, ¡pero no estoy muerto!
-Eres tan raro que nunca sé si creerte. Si quieres demostrarnos que no estás muerto, ¡toma el primer avión y ven a vernos inmediatamente!
-Eso mismo haré, te prometo. Salgo enseguida al aeropuerto.
-¿Te paso con las niñas?
Escuchaba a lo lejos sus sollozos, los llantos de sus amigas. Me sentí feliz de que me llorasen tanto, debía de ser que me querían.
-No, mejor no –le dije-. No les diga nada, así llego de sorpresa a la noche y ven que estoy vivo.
-¿Estás loco? –me dijo, furiosa.
-No –le dije-. Pero me gusta que me extrañen, que me lloren un poco. Déjalas llorar un poco más.
-Estás mal de la cabeza –sentenció ella-. ¿Y qué se supone que debo hacer con tu madre?
-No sé, no tengo idea. ¿Dónde está mi madre, sigue en Europa?
-Está en Madrid, rezando por ti.
-No le digas nada, déjala que rece un poco más, eso le encanta. Debe de estar feliz pensando que ya me reuní con mi padre. No le rompas esa ilusión.
-Bueno, como quieras. Sólo prométeme que vienes esta noche.
-Te lo prometo. Voy para allá. Y llama a tus amigas y diles que llamen a CNN para desmentir la noticia.
-Yo misma voy a llamar a CNN y les voy a decir que se vayan a la mierda. No pueden andar matando a la gente así. Mañana mismo cancelo CNN.
-Debe ser por celos que me han matado –le dije-. Como ahora estoy en NTN, que suena a CNN, los de CNN dieron la noticia de mi muerte para joder a NTN.
-Lo importante que es no te conviertas en un NN –dijo ella, con sabiduría.
-No, no, alguien tiene que pagar el colegio de las chicas –le dije-. Nos vemos a la noche. Besos. Te quiero.
-Yo también te quiero, pero vivo –dijo ella.
-Llama a CNN y mándalos al carajo –le sugerí.
Luego corrí al aeropuerto, tomé el primer vuelo a Lima, llegué a mi casa y toqué el timbre. Me abrieron mis hijas, llorando con sus amigas.
-Papi, ¿no estabas muerto?
-Tío, ¡estás vivo!
-Chicas, ¡resucité!

Fue un momento inolvidable. Nos abrazamos, lloramos, me tocaron y verificaron que seguía vivo. Luego la mamá de mis hijas me abrazó, me besó, me olió y dijo:
-No estarás muerto, pero hueles a muerto. Apestas. Anda a bañarte.
La obedecí.
No fue fácil llamar a mi madre y despertarla en el hotel de Madrid y decirle que seguía vivo.
-¿No estás con tu papi? –se apenó ella.
-No, estoy en Lima –le dije.
-Yo te hacía conversando con tu papi, qué mala noticia me das –me dijo ella.
-Lo siento, mami –le dije.
-No te preocupes, amor. Ya estoy acostumbrada a tus locuras.
-No es mi culpa, mami. Es culpa de la CNN.
-No, amor. No culpes a la CNN. Es que te habías muerto y Dios te ha resucitado. ¿No te das cuenta de que es un milagro, amor?
-Sí, mami, es un milagro –le dije, y luego ella se quedó dormida con el teléfono descolgado, mientras yo escuchaba sus ronquidos.
Pasaron cinco días y, ya de regreso en Bogotá, el viernes leí la prensa de Lima y se me puso la piel de gallina:
“Jaime Baylys no existe”.

¿Había vuelto a morir? ¿Había dejado de existir? ¿Quién era el que leía ese titular, yo vivo o yo de nuevo muerto?
Esta vez no me había matado la CNN: me había matado un actor. El actor confirmaba que yo no existía, que había dejado de existir. No contaba cómo había dejado de existir, pero lo aseguraba con énfasis y hasta aliviado o contento:
“Jaime Baylys no existe. Pobre su familia”.

Me sentí muy triste porque por un lado imaginé a mi familia llorándome de nuevo y por otro lado imaginé a ese actor celebrando mi no existencia, mi inexistencia.
El actor no podía estar mintiendo, aunque es sabido que los actores son diestros en el oficio de mentir, tal es la naturaleza de su arte. Pero se trataba de un actor serio y talentoso que no saldría a la prensa a anunciar mi muerte sin estar seguro de ella:
-“Para mí, Jaime Baylys no existe”.
Fue entonces cuando me asaltó la duda. ¿Yo no existía sólo para él o no existía para todos los demás? ¿El actor estaba anunciando que yo estaba muerto o que él me daba por muerto? ¿Estaba diciendo que yo no existía para él, pero tal vez podía seguir existiendo para mí mismo? ¿Podía ilusionarme con eso?
Sin saber si existía o no, llamé a la madre de mis hijas y le dije:
-¿Has leído Perú.21, El Comercio y Trome?
-No –dijo ella-. ¿Qué dicen?
-Que no existo, que he dejado de existir. Que según un actor ya no existo.
-Ahorita llamo a CNN a preguntarles.
-Yo no confiaría en CNN.
-¿Entonces a quién llamo?
-A Trome. Es una fuente más confiable.
La mamá de mis hijas llamó a Trome y no tardó en llamarme:
-Dicen en Trome que no estás muerto.
-¿O sea que existo? –suspiré, aliviado.
-En Trome me aseguran que sí. Dicen que un actor ha salido a decir que no existes, pero ellos han hablado con todas las morgues y han confirmado que todavía existes.
Me toqué la panza y me pareció que todavía existía.
-En Trome me dicen que te cuides, que el actor dice que no existes y ellos creen que está dispuesto a matarte para probar que no existes.
-Claro –dije-. Recién me doy cuenta. ¡Es una amenaza de muerte!
-Eso dicen en Trome –confirmó ella-. Dicen que si el actor ha dicho que no existes, es porque se va a ocupar de que dejes de existir.
-¡Dios! –di un respingo-. ¿Y ahora qué hago?
-Cómprate una pistola –me aconsejó ella-. Y si viene a matarte, dispárale.
-No podría –dije.
-¿Por qué?
-Porque él siempre existirá para mí.
-¡Eres un idiota!
-Sí, ¡pero existo!
-No para el actor.
-Es cierto. Pero me basta con existir para mí y para ustedes.
-Llama a tu mami y dile que estás vivo.
-¿Sigue en Madrid?
-Sí.
-Ya la llamo. Y tú llama a CNN y diles que estoy vivo y que sólo he muerto para el actor.
-Mejor llamo a Trome –dijo ella, sabiamente.
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PERU 21 NOVIEMBRE 28, 2009

Diego Bertie: "Para mí, Jaime Bayly no existe"

Se enciende la polémica. El actor consideró “ridículo” darle tanta importancia a El Francotirador. Además, se compadeció de su familia.

Sin ser consciente de la reacción que podría tener Jaime Bayly, el actor Diego Bertie arremetió contra El Francotirador, quien meses atrás insinuó que ambos mantuvieron un romance en el pasado.

“Para mí, Bayly no existe, no es una persona importante en mi vida. Pobre su familia, porque ellos siempre seguirán siendo su familia, pero hay otras personas que podemos decidir estar o no ser”, declaró Bertie a la revista Cosas.

“Me parece ridículo darle tanta importancia a Bayly. Nos conocimos, pero no es mi gran amigo ni mi pata. Digamos que hace veinte años que no lo veo; entonces yo me pregunto: ¿Cómo puedo ser amigo de una persona que no veo por tanto tiempo? Obviamente, lo conocí en una etapa de mi vida, en una etapa de su vida… pudimos ser amigos por un tiempo”, añadió Diego.

Consultado por su opción sexual, el actor, que pronto reaparecerá en la televisión junto a Gianella Neyra, no fue claro y se refirió en términos ambiguos.

“Así cono no te contaría lo que hecho con una mujer, tampoco te contaría lo que he hecho con un hombre (…) Tampoco te voy a decir: ¡No soy esto! Lo importante es tener experiencias bonitas en relación con el amor (…) Lo que un día te parece excitante puede ya no serlo en otra época de tu vida”, contó.
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EL COMERCIO NOVIEMBRE 27, 2009

¿Adiós a la TV? Jaime Bayly anunció que se retirará al cumplir 50 años

7:15 | El ‘Francotirador’ confesó que piensa dejar la pantalla chica para dedicarse al oficio de escribir.

(EFE / elcomercio.pe).- El siempre polémico Jaime Bayly confesó que ya piensa en su pronto retiro de la televisión. Según dijo el escritor, en diálogo con la agencia EFE, sueña con retirarse de la pantalla chica dentro de cinco años, cuando ya tenga 50 años.

El trabajo en la televisión “no sabotea, deja bastante tiempo libre. Es como una beca literaria”, comentó.

Bayly ofreció una extensa entrevista a EFE en la que habló de su última novela “El cojo y el loco”, su oficio de escritor, su sexualidad y la crisis entre Venezuela y Colombia.

Para el periodista y novelista “todo escritor es un marginal, un aguafiestas” y por eso se siente “amigo” de los sórdidos protagonistas de “El cojo y el loco”, un relato pesimista que deja “la impresión de que uno nace con el destino trazado”.

Bobby, el cojo, y Pancho, el loco, “un buen día decidieron sentarse en mi cabeza y empezar a dictarme la novela”, contó hoy Bayly durante una entrevista con EFE en Bogotá.

La simpatía por ellos “me viene porque por distintas razones me sentí en algún momento de mi vida como una presencia que incomodaba”, admitió el escritor.

“NO HE LOGRADO SER TOTALMENTE HETEROSEXUAL”
Bayly relató que no ha logrado ser “totalmente” heterosexual, pero tampoco homosexual y que el repudio que experimentó en su infancia a raíz del descubrimiento de esa ambigüedad no solo lo hizo sentir “marginal”, tal vez incluso lo hizo escritor.

“Desde niño sentí que mi padre no se sentía a gusto conmigo. Mi sola presencia lo irritaba profundamente”, recordó Bayly, y añadió: “No elegí ser como soy por fastidiarlo. Era mi destino”.

Del mismo modo, el cojo Bobby “no elige ser una bestia” y el loco Pancho tampoco escoge estar poseído por una lujuria incontrolable. “Uno no vive la vida que uno elige. El azar elige por ti”, sentenció Bayly, quien fue finalista del Premio Planeta en 2005 con “Y de repente un ángel”.

La última novela del autor de obras como “No se lo digas a nadie” (1994) y “El canalla sentimental” (2008) es “pesimista” y determinista, porque las cosas más importantes que ocurren en la vida de uno “están gobernadas por el azar, por el caos”.

“Incluso cuando escribo no hay control, parto de escenas que me hipnotizan”, comentó Bayly, para quien escribir “es una pelea con uno mismo” y a la vez “un oficio como cualquier otro”.

Conocido también por su faceta de presentador, sigue teniendo un programa en la televisión peruana y acaba de estrenar otro similar en un canal privado colombiano.

Con motivo de su programa en Colombia se ha mudado a un hotel de Bogotá y allí prepara por las noches su nueva novela, que define como “muy sangrienta”.

“Me convierto en un psicópata” por las noches, bromeó al anotar que “literariamente” le ha sentado muy bien dejar Miami y mudarse a la capital colombiana.

LA CRISIS ENTRE VENEZUELA Y COLOMBIA
Bayly se confesó “bastante pesimista” en cuanto al desenlace de la actual crisis entre Colombia y Venezuela, desatada por el acuerdo que permite a Estados Unidos usar bases militares colombianas, y auguró que las crecientes tensiones entre ambos países “van a terminar en una guerra”.

El presidente venezolano, Hugo Chávez, “es un personaje que sueña con una guerra, la necesita” para cumplir con la que él considera su “misión histórica”, que es recoger el testigo del libertador Simón Bolívar y “terminar su trabajo”, reflexionó Bayly.

Si se produjera esa guerra, sería “una tragedia para toda la región”, pero también “el final de Chávez”, vaticinó.

Este “adicto al poder”, como califica Bayly al mandatario venezolano, “siente que Dios está de su lado y eso es muy peligroso”.
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EL COMERCIO NOVIEMBRE 23, 2009

Bayly: "Viviana organizó pollada por mi muerte"

12:42 | Irreverente conductor de televisión señaló en su programa “El Francotirador” que modelo y Diego Bertie iniciaron los preparativos para festejar su falso deceso

Fiel a su polémico e irreverente estilo, Jaime Bayly señaló que la modelo Viviana Rivas Plata y el actor Diego Bertie, apenas conocieron la noticia de su supuesta muerte, iniciaron los preparativos para celebrar tal acontecimiento.

““Viviana”:http://elcomercio.pe/impresa/notas/viviana-rivas-plata-no-acepta-disculpas-bayly/20090203/240531 estaba organizando una pollada gratis para todo el mundo, pues ella no me quiere mucho, y Diego (Bertie), iba a sacar un comunicado con el siguiente texto: ‘La familia informa con mucho alivio y discreta alegría el insensible fallecimiento del insensible Jaime Bayly y vamos a organizar una misa para que el Señor lo tenga en su regazo’”, comentó en son de broma el conductor de “El Francotirador”.

Bayly, tomó con humor la noticia sobre su falsa muerte que circuló por Internet y que no era otra cosa que un poderoso virus, sin embargo, no pudo dejar de mencionar que sus seres queridos pasaron un mal momento cuando creyeron que se trataba de una información cierta.

“MIS HIJAS Y SU MAMÁ SUFRIERON”
“A mi madre que le gusta la unión familiar, se alegró porque iba a reunirme con mi papá, pero cuando supo que seguía vivo, se puso triste. Mis hijas y su mamá sufrieron”, señaló Jaime, tras calificar de energúmenos, bribones y facinerosos a los responsables del falso e-mail.

“Por qué me odian tanto, por qué me quieren matar, mi productora y yo estamos investigando quienes son los que están detrás de esa noticia falsa y ya hay varios sospechosos. Los responsable de sembrar preocupación en mi familia tendrán que pagar lo que hicieron”, subrayó.
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PERU 21 NOVIEMBRE 23, 2009

El arte del rencor
Autor: Jaime Bayly

Yo fui periodista antes que escritor y no sería escritor de no haber sido educado como reportero y columnista en dos periódicos de Lima y aun ahora, cuando debo llenar el formulario de migraciones en uno de mis tantos viajes, suelo declarar que me gano la vida como periodista y no como escritor (lo que es rigurosamente cierto).

Gracias a una conspiración urdida por mi madre, una amiga suya y un amigo de su amiga, el director de La Prensa, entré a trabajar a ese periódico en el verano de 1981, con dieciséis años. Mi trabajo consistía en cortar y ordenar los despachos telegráficos de France Press, United Press International, Associated Press, Ansa y Télam, que llegaban en medio de un ruido ensordecedor al cuarto de los teletipos. Tiempo después, fui ascendido como redactor de deportes. Luego me premiaron con una columna política, Banderillas, que escribí en 1982 y 1983.

Cuando quebró La Prensa, ya me había enfermado del vicio de escribir reportajes y columnas arbitrarias y atrabiliarias. No hacía mucho me habían otorgado unos documentos que acreditaban que era mayor de edad con dieciocho años cumplidos y ya entonces soñaba con ser un escritor, aunque no se lo decía a nadie (solo se lo dije a Viviana, borracho, en una discoteca).

Debido a una pregunta osada (que el tiempo reveló profética), el presidente de mi país, un joven intoxicado de arrogancia y extasiado de escucharse a sí mismo, se indispuso contra mí y ejercitó el rencor en complicidad con sus amigos, sacándome de la televisión, en la que me ganaba la vida desde el hundimiento de La Prensa.

No fue sino una hilarante bifurcación del destino que, durante la presidencia de ese joven envanecido, terminase ganándome la vida como periodista de televisión en Santo Domingo. Fue casi como un asilo político, aunque no tuviera que solicitarlo ni pasar por las formalidades burocráticas. A sabiendas de que las puertas de la televisión se me habían cerrado en mi país, los dominicanos (vaya uno a saber cómo y por qué y bajo el efecto de qué bebidas espirituosas) me propusieron trabajar en la televisión de Santo Domingo, que supo hacerme trabajar poco (como a todos) y pagarme bien (como a pocos).

Aun en esos años en los que pasaba más tiempo fuera de Lima, el virus del que me había contagiado en La Prensa (la enfermedad del escritor que no puede vivir sin escribir o cuando menos sin pensar en las cosas que va a escribir) se fue multiplicando en mi organismo y, a falta de coraje para escribir ficciones, me resigné a publicar en el diario Expreso de Lima una columna de fútbol que se tituló Zigzag.

Durante la campaña presidencial de Mario Vargas Llosa, escribí en Expreso unas crónicas itinerantes sobre su quijotesca andadura por los pueblos del Perú. Noté que Mario lucía impaciente y al final parecía ansioso por perder, tal vez porque necesitaba perder para volver a ser un escritor.

Reconocí en su crispación, en su hastío de las intrigas políticas, en su añoranza por el oficio que había abandonado para servir una causa pública o unos ideales o una ambición personal, los síntomas de la enfermedad que yo creía padecer también: la del escritor que no escribe, que, me temo, puede ser mortal.

Cuando Mario se fue del Perú, esperé a que terminase mi contrato en el canal en el que trabajaba como periodista (o propagandista) y decidí que había llegado la hora de ser un escritor. Si Mario había salido con la ironía de que los peruanos no habían querido elegirlo presidente para recuperarlo como escritor, yo podía decir que los peruanos habían votado también para echarme de la televisión y, sin saberlo, arrojarme a la boca del lobo: la cueva del escritor ermitaño en la que soñaba vivir el resto de mi vida, sin maquillarme nunca más.

Comencé a escribir la primera versión de No se lo digas a nadie en una biblioteca de Madrid el invierno de 1991. La seguí escribiendo en Washington en 1992 y 1993. Gracias a la generosa intervención de Mario Vargas Llosa, que llamó por teléfono a Pere Gimferrer a recomendarle mi novela, salió publicada en España en abril de 1994 en la editorial Seix Barral.

Mientras esperaba la respuesta de las editoriales españolas a las que había enviado mi primera novela (la editorial peruana Peisa la rechazó sin rodeos y ahora la sigue publicando sin tener derechos sobre ella, alegando que son “sobrantes de la primera edición”, sí, claro; Tusquets, o Beatriz de Moura, me escribió una carta declinando publicarla, pero diciéndome que veía en mí “madera de escritor”, lo que me hizo sentir un carpintero; Alfaguara o Juan Cruz nunca contestó), escribí Los últimos días de La Prensa entre 1993 y 1994. Ya estaba enfermo de ser un escritor y aquella parecía ser una enfermedad gozosa y maldita y no estaba dispuesto a dejar de ser un escritor aun si nadie quería publicar mi primera novela, ninguna de mis novelas, y por eso me impuse la rutina de seguir escribiendo mientras esperaba alguna respuesta bienhechora, que por fin llegó en diciembre de 1993, en forma de fax firmado por Pere Gimferrer de Seix Barral, un día en que caía la nieve.

En el invierno de 1994 en Washington, tal vez entusiasmado porque había encontrado un editor en Barcelona, escribí, en trance afiebrado, en apenas tres meses, La noche es virgen, mientras cuidaba a mi hija para que su madre pudiera asistir a sus clases de posgrado.

Luego, huyendo del frío, y cuando la madre de mi hija se graduó, nos mudamos a Miami (tras pasar unos meses en Lima), donde conseguí trabajo en la televisión. En 1995 escribí Fue ayer y no me acuerdo en un departamento de Key Biscayne con vistas al mar, esperando a que mi mujer diera a luz a nuestra segunda hija.

Por una decisión de mi editor de Seix Barral, Fue ayer y no me acuerdo fue publicada en el otoño español de 1995, antes de Los últimos días de La Prensa, que salió en el invierno de 1996, tal vez demasiado pronto: demasiado pronto para Fue ayer y no me acuerdo, que fue eclipsada por el éxito de mi primera novela, y demasiado pronto para Los últimos días de La Prensa, sobre la que sus predecesoras echaron sombras y la condenaron a ser una novela que nunca consiguió llamar la atención y salir de la discreta indiferencia a la que fue confinada por los lectores.

Sin consultarme, mi agente literaria Carmen Balcells (la mujer más inteligente que he conocido y la que más me ha dado de comer) presentó el manuscrito de La noche es virgen al premio Herralde, que ganó por unanimidad en 1997 (una revista peruana menospreció el premio, diciendo que se trataba de un galardón “deslavado”, a pesar de que lo había ganado Javier Marías y el año siguiente lo ganó Roberto Bolaño) y fue publicada ese año por Anagrama.

En un esfuerzo inútil por escribir una novela que pudiera gustarle a mi madre, en 1997 y 1998 escribí Yo amo a mi mami en una casa de la calle Hampton, en Key Biscayne, novela publicada por Anagrama en 1999 (y presentada por Roberto Bolaño en Barcelona). En esa casa escribí también Los amigos que perdí en 1999 (novela que dediqué a mi padre) y Aquí no hay poesía el 2000, libros publicados por Anagrama.

El 2001 me mudé a un hotel de Lima, un hotel gris, de aire moscovita, que años después ganó fama como burdel de futbolistas, y allí escribí La mujer de mi hermano, publicada por Planeta en 2002 (es la única novela que he escrito en el Perú y es con seguridad una de mis peores novelas y una cosa puede que tenga que ver con la otra).

El 2003 escribí El huracán lleva tu nombre en una casa amarilla, sin aire acondicionado, de la calle Caribbean, en Key Biscayne. Fue un año consagrado por completo al vicio de escribir. La novela fue publicada por Planeta el 2004.

Ese año me mudé a Buenos Aires y escribí, en un departamento de la calle Roque Sáenz Peña, en San Isidro, Y de repente, un ángel, que quedó finalista (perdí por un voto) del Planeta España en noviembre de 2005 (ese voto me costó medio millón de euros: aún estoy investigando quién fue el que votó contra mí).

El 2006 y 2007, a pesar de que viajaba todas las semanas, me las ingenié para escribir, en una casa de la calle Fernwood, en Key Biscayne (y sobre todo en aeropuertos y aviones), El canalla sentimental, novela publicada por Planeta el otoño de 2008.

El año pasado escribí en esa misma casa de la calle Fernwood la novela El cojo y el loco, publicada por Alfaguara este año.

Haciendo las cuentas, he publicado once novelas y un libro de poesía desde que comencé a escribir en Madrid en 1991. De esas once novelas, tres fueron escritas en Washington, seis en Miami, una en Buenos Aires y una en Lima. El libro de poesía fue escrito (o perpetrado) en Miami.
Estos días me he mudado a Bogotá y estoy escribiendo una novela que, si así lo quieren los dioses, podría ser la mejor de las que deje escritas. Es una novela sobre el odio, la venganza y el rencor y está salpicada de sangre y la escribo todas las noches de doce a cuatro de la mañana y luego salgo a caminar por las calles mojadas por la lluvia, esperando a que alguna moto pase a mi lado y acabe con mi vida antes de que yo termine de matar a todos mis enemigos en esa historia que, presiento, será mi novela mejor lograda (o al menos la más ambiciosa), y que el destino ha querido que la escriba en esta ciudad que empiezo a sentir un poco mía, Bogotá, la ciudad donde es habitual que la gente se mate en las calles y en los libros, una vieja tradición que al parecer he venido a honrar con mi vida o mi novela.

PD. La familia del señor Jaime Bayly cumple con el penoso deber de participar que Jaime sigue vivo. Rogamos al Altísimo que lo recoja pronto.
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PERU 21 NOVIEMBRE 16, 2009

El crítico y mi amigo
Autor: Jaime Bayly

Aquel sábado malhadado un crítico de televisión publicó una columna en un diario de Lima afirmando que mi amigo Luis Corbacho, uno de los productores periodísticos del programa que dirijo en un canal de noticias internacional, estaba viviendo conmigo en Bogotá y sugiriendo que Luis trabajaba poco o trabajaba mal.

Ese mismo día llegué a Lima en un vuelo desde Bogotá y no me enteré de lo que había escrito el crítico porque pasé toda la tarde durmiendo y luego salí a tomar el té con mis hijas y su madre y no me detuve a leer los diarios.

A la noche encontré un correo de Luis en el que me expresaba su indignación por lo que había escrito el crítico de Lima (que él había cometido la imprudencia de leer por Internet). Antes de llamar a Luis, abrí el periódico y leí la columna. En efecto, el crítico había incurrido en una inexactitud (Luis no vivía conmigo en Bogotá ni tenía planes de hacerlo y trabajaba para el programa desde Buenos Aires) y se había permitido una mezquindad (Luis y mis productores en Buenos Aires trabajan bastante, y bastante bien: se pasan el día viendo con ojo alerta los informativos, graban todo lo que les parezca de interés, lo editan a toda prisa y lo envían digitalmente a mis editores en Bogotá: no es poco trabajo y lo hacen con aplomo, eficacia y buen juicio).

Llamé a Luis, escuché sus quejas, le dije que compartía su desazón (el crítico había publicado una falsedad, que Luis vivía conmigo en Bogotá, y había sugerido otra, que Luis era un productor holgazán, apático o sin mayores responsabilidades), le pedí que no se tomara tan a pecho las críticas de un crítico, le recordé que si había decidido escribir su nombre entre los créditos de los productores que aparecían en la pantalla al terminar el programa sería inevitable que muchos (como el crítico) insinuaran que él trabajaba conmigo porque era mi amigo y no porque era un buen productor y, en fin, le dije que en estos casos lo mejor era no hacer nada, que cuando te atacan (incluso injustamente o con inexactitudes) lo mejor es no contestar, porque cualquier intento de aclaración o desmentido acaba siendo contraproducente, un despropósito, pues hace más llamativa la crítica del crítico y dignifica al crítico o le concede un poder mayor del que debiera tener sobre nuestro humor y nuestras convicciones.

Dicho todo eso, Luis me recordó su insuperable enemistad con todo lo peruano y yo le recordé mi inevitable ligazón con todo lo peruano (al menos mientras mis hijas vivan en Lima).

Cuando nos despedimos, Luis estaba furioso con el crítico, con todo lo peruano y conmigo por ser peruano, y yo estaba furioso con el crítico y con Luis por estar furioso conmigo cuando yo no tenía la culpa de nada (fue él quien decidió escribir su nombre en los créditos y se expuso de ese modo a que la crítica, como era de esperar, fuese suspicaz y mezquina con él y menospreciara su trabajo, deslizando la insidia de que trabaja en el programa no por sus méritos sino por razones sentimentales).

Enseguida llamé por teléfono a Ximena, la mejor y más leal y afectuosa de mis amigas, y le conté el problema y, dado que ella era amiga del crítico, le pregunté qué me aconsejaba. Sabiamente, Ximena me aconsejó no hacer nada. No valía la pena llamar al crítico a aclararle que Luis no vivía conmigo en Bogotá ni a asegurarle lo que el crítico no quería creer: que Luis trabajaba con empeño desde Buenos Aires y no era ningún haragán. Coincidí con Ximena: lo mejor era no hacer nada, no llamar al crítico, no aclararle nada y aguantar un golpe más, gajes del oficio.

Luego tomé unas pastillas y me dormí a las nueve de la noche. Desperté a las tres de la mañana, tomé más pastillas y desperté a la una de la tarde. Había dormido muchas horas. Me sentía espléndido o esplendoroso (que es una manera afeminada de sentirse espléndido). La opinión del crítico, de cualquier crítico, de todos los críticos, me valía madre, quiero decir que me importaba un carajo partido por la mitad.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho: Luis seguía descorazonado por lo que consideraba un ataque venenoso. Alegaba, y con razón, que el crítico (o cualquier crítico) podía detestar el programa y encontrarlo del todo despreciable, pero no tenía derecho a esparcir mentiras sobre él: que Luis vivía conmigo en Bogotá (cuando ni siquiera yo mismo vivo conmigo en Bogotá) y que Luis no trabajaba mayormente, dado que el programa no era uno de entrevistas (en realidad, es bastante más simple conseguir un invitado que grabar, editar y enviar cuarenta sound bites cada día, pero esto el crítico no parecía advertirlo).

Curiosamente, y sin que pudiera explicarme esta decisión, y una vez que estuve de vuelta en Bogotá, le escribí a Luis diciéndole que prefería que no viniera a visitarme por las fiestas de fin de año. El pasaje ya estaba comprado; la fecha de su viaje, pactada; el viaje, acordado; pero ahora, para no darle la razón al crítico siquiera por una o dos semanas (el tiempo que Luis pensaba pasar conmigo en Bogotá), yo terminaba dándole al crítico todo el poder que no quería concederle (Luis no vivía conmigo en Bogotá ni vendría nunca a visitarme: de ese modo la falsedad escrita por el crítico sería tan rotunda como perpetua) y castigando a mi buen amigo (“es mejor cancelar tu viaje porque si te ven a fin de año conmigo en Bogotá no podrás afirmar que el crítico mintió en toda la línea”).

Luis me expresó su desconcierto y perplejidad y dijo que mi decisión le parecía injusta y todavía más cruel que la crítica del crítico. Sin duda, tenía razón.

Yo sólo pude fatigar un argumento ya bastante socorrido:
-Por razones de salud, prefiero estar solo.
Se trataba de un argumento que no por trillado era menos cierto. Siempre, en cualquier caso, en todos los casos, era verdad que por razones de salud yo prefería estar solo.
De modo que no mentí, pero ya el daño estaba hecho y Luis ahora me escribía diciéndome que no quería hablar conmigo y prefería confinar nuestra comunicación al ámbito mudo y distante de los correos electrónicos.

A esas alturas del conflicto, y viendo cómo había escalado la tensión a raíz de un pequeño artículo de prensa, advertí que el crítico, sin proponérselo, había conseguido lo que parecía exigir en su columna: que yo tratase al señor Luis Corbacho no preferentemente como mi amigo, sino fría y profesionalmente como mi productor periodístico. El crítico no lo decía de ese modo literal, pero al insinuar que yo le había dado trabajo a un amigo sin que él lo mereciera ni demostrara aptitudes para dicho empleo, de cierta manera tal vez estaba sugiriendo o reclamando que yo examinara mi relación con Luis y no lo tratara ante todo como un amigo con privilegios, sino como un colaborador como cualquier otro del programa.
Siendo el señor Luis Corbacho el mejor y más leal y afectuoso de mis amigos, me rebajé sin embargo a la ruindad de tratarlo como si sólo fuera un productor periodístico a la distancia y cancelé sin explicaciones ni disculpas su viaje a Bogotá (un viaje que, obviamente, él pensaba realizar en su condición de amigo mío y no de productor del programa).

La crítica del crítico (que Luis nunca debió leer y yo tampoco: de no haberla leído, seguiríamos siendo amigos y yo esperaría con impaciencia su visita en pocas semanas) sirvió entonces para enriquecer o mejorar el programa que el crítico criticaba (sin duda Luis hará mejor su trabajo desde Buenos Aires que visitándome dos semanas en Bogotá a fin de año) y sirvió también para recordarme lo que torpemente quise negar o soslayar tras leerla: que Luis Corbacho es el mejor y más leal y afectuoso de mis amigos, trabaje o no trabaje conmigo (y dicho sea de paso, espero que siga trabajando conmigo hasta que me jubile, me despidan o me muera, pues trabaja estupendamente bien, aún mejor de lo que sabe quererme como amigo).
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CORREO 10 de noviembre de 2008

El voto atormentado

Con el brazo todavía lastimado subí al avión a medianoche decidido a llegar a la isla el martes para correr a votar a las siete de la mañana sin saber todavía por quién votar.

Mis hijas me habían pedido que votase por Obama porque les parecía que era necesario un cambio, que debía acabar la guerra absurda, que era bueno que ganase un negro con cara de hombre noble, que no podían seguir ganando los blancos testarudos que quieren ir a la guerra para resolver los problemas a bombas y que han destruido la economía del país prestando plata a los incautos con la esperanza de esquilmarlos y esclavizarlos económicamente, sólo para darse cuenta, ya tarde, que el embuste era tan malvado que los arrastró a ellos también a la quiebra, víctimas todos de la fiebre consumista que es el origen de todos los males, de la pretensión frívola de tenerlo todo y ahora, ya mismo, enseguida, que ha llevado a tanta gente a prestar cruelmente como a endeudarse imprudentemente, y ambos son culpables, pero más los que dieron el dinero con ánimo usurero que los ingenuos que lo tomaron prestado para comprarse ficticiamente una casa cuando en realidad estaban adquiriendo una deuda y esa foto, todos sonrientes, de la familia inmigrante en la fachada de la nueva casa, que mandaron a sus países de origen para impresionar a sus familiares de allá, era sólo un espejismo, una trampa, porque ahora ya los echaron de la casa y la foto es el recuerdo del sueño incumplido, de la trampa en que cayeron.

Yo pensaba en el avión que si mis hijas me habían pedido que votase por Obama debía votar por él sin pensarlo más. El voto era de ellas y para ellas, que nacieron en este país y sueñan con venir a estudiar aquí. Además, mi hija mayor, que ya tiene quince y es muy lista, me había recordado que en cuatro años ella votará conmigo en la isla o en la ciudad donde esté estudiando.

Pero mis madres cubanas, que son unas señoras que vienen a verme al estudio de Miami llevándome toda clase de regalos (guayaberas, salmón, medias, pijamas, bananas, mangos, alfajores, empanadas, cosas que expresan su cariño por el hijo que han adoptado y sustituye quizá a los hijos que la vida les arrebató) y que cuyas edades oscilan entre los setenta y los ochenta años, me rogaban con la voz quebrada por tantas décadas de tristezas y añoranzas que votase por Mc Cain, porque me recordaban que los dictadores tropicales estaban contentos y esperanzados con Obama, ¿y entonces cómo vas a votar por Obama, si es el candidato de los comunistas, hijito?

Y yo me quedaba demudado y aturdido, encontrando cierta lógica en el reparo moral de mis madres y preguntándome si mis hijas se habían vuelto comunistas.

Pero luego pensaba en votar por Mc Cain y no podía, porque recordaba a la Palin comprando vestidos frenéticamente en Neiman Marcus y Saks desde que la nominaron candidata, vestidos que costaron una fortuna, ciento cincuenta mil dólares, y que tuvo el descaro de cargar a cuenta del partido, y luego diciendo que los gays eran enfermos que necesitaban atención médica urgente y que las mujeres no debían tener sexo hasta el matrimonio (y por eso sus hijas quedan precozmente embarazadas), y sentía que no podía votar por un ex soldado obstinado que fue a una guerra que hubiera sido más inteligente evitar, como la evitaron con astucia Clinton y Bush hijo, y por una fanática religiosa que defendía ideas trasnochadas. Y después recordaba que Mc Cain era también el candidato de Bush, pues decía que Bush había sido un buen presidente y que la guerra debía continuar indefinida y acaso eternamente, como eterna es al parecer su madre también guerrera, y me decía no puedes votar por el viejito y la frívola porque Bush no merece que premies ocho años de arrogancia e incompetencia que han llevado al país a su peor crisis en casi un siglo.

Cuando entré manejando a la isla, eran las seis y media de la mañana. Fui a votar pero había una fila interminable de centenares de personas. Me abrumó la idea de esperar horas para votar por alguien incierto. Voté por tomar pastillas e irme a la cama. En ese momento fue el voto más sensato.

Luego desperté a la una y había salido el sol y me sentía contento y subí a la camioneta y volví a espiar si seguían las colas y ya no había nadie, así que estacioné donde no debía, en el lugar de los minusválidos, y bajé en pijama y enseñé mi licencia de conducir y me hicieron firmar el registro y me dieron tres papeletas enormes. Y ahora estaba solo con un lapicero frente a dos circulitos y tenía que pintar uno de negro y no sabía cuál pintar, si Obama por mis hijas o Mc Cain por mis madres cubanas, y fue una duda terrible que agravó el dolor del brazo y me hizo sentir un minusválido mental.

No sé cuánto duró la duda, la mano temblándome, el lapicero acercándose y alejándose de la papeleta. Lo que sé es que al final pinté de negro el circulito de Obama y luego a todas las demás preguntas respondí que NO sin siquiera leerlas.

Salí a toda prisa sintiendo que había cometido una felonía, como me sentí hace años cuando me detuvieron por llevarme de Burdines unas corbatas sin pagar, y corrí a casa y mandé unos mails a mis hijas diciéndoles que había votado por Obama y estaba arrepentido y no debería haber votado, pues yo lo único que sé hacer bien es dormir con pastillas y no pensar.

Después me quedé encerrado en casa, viendo la tele con ansiedad, y cuando a las once de la noche dijeron que había ganado Obama, recuerdo exactamente lo que estaba haciendo: cortándome los pelos de la nariz, pensando en una cita amorosa. Y luego habló Mc Cain y me conmovió la grandeza con la que se resignó a aceptar que la suya era y había sido siempre la suerte del perdedor, y sentí que ese hombre magullado merecía ser presidente y debí votar por él, aunque luego miré a la Palin y esos sentimientos fueron difuminados por la certeza de que esa dama despistada debía volver al frío del que vino para seguir estimulando los embarazos de sus hijas. Y poco más tarde, hundido en el mismo sillón en el que vi ganar a Clinton el 92 y me quedé toda la noche sin saber si Bush o Gore había ganado, habló Obama y dio un discurso memorable que casi me hizo llorar, pensando en su padre que lo abandonó a los dos años, y en su madre hippie que se enamoró de un kenyano y luego de un indonés y fue una pionera de la globalización del amor y luego abandonó a su hijo a los once años, y en su abuela que murió en vísperas de la victoria de ese nieto que ella crió como su hijo inesperado, y en la vida épica y admirable de este hombre levemente mayor que yo que vino desde una isla excéntrica y una familia disfuncional y una infancia traumática para cumplir su propio sueño y el de millones de personas en el mundo entero. Y entonces me dije que aquella era una noche que nunca olvidaría y me sentí orgulloso de haber votado por él y haberles dado a mis hijas el presidente que ellas querían. Y me pude ir a dormir tranquilo, sin pastillas, como tranquilo me siento ahora, todo lo tranquilo que no debe de estar sintiéndose este hombre con aire triste y ya legendario, al que ahora le aguarda una tarea heroica que el destino le había reservado desde que nació en aquella otra isla a miles de kilómetros de ésta en la que vivo, viendo como los vecinos ponen en venta sus casas y huyen espantados, pensando que llegó el comunismo a Miami y vende todo, Jaimito, y ándate rápido de aquí, que yo ya viví todo esto con Fidel y si te quedas, el 20 de enero el negro te expropia la casa y te manda preso a Guantánamo. Jaime Bayly
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EL COMERCIO NOVIEMBRE 9, 2009

Jaime Bayly "habló" con Myriam Fefer en sesión espiritista

0:06 | El conductor de TV hizo de “medium” en mesada que dirigió Rosita Chu. “Myriam dice que no descansará en paz hasta que sus hijos se amisten”, aseguró el Francotirador

A través de una sesión espiritista, el conductor de TV Jaime Bayly aseguró estar comunicándose con la asesinada empresaria Myriam Fefer, cuyo crimen sigue conmocionado a la sociedad.

Bayly, “guiado” por la conocida bruja Rosita Chu, “entró en contacto” con la empresaria de origen judío y aseguró que “(Myriam Fefer) no está tranquila. Dice que no descansa en paz y que no descansará en paz hasta que sus hijos se amisten. Quiere que se perdonen”.

Como se sabe, la hija mayor de Myriam Fefer, Eva Bracamonte, está presa en el penal de mujeres de Chorrillos desde hace 2 meses acusada por la Fiscalía de haber mandado matar a su madre. Ariel Bracamonte, el hijo menor, es parte civil en el juicio que se le sigue a su hermana. Ambos han utilizado a la prensa para desacreditarse y acusarse mutuamente.

Bayly dijo que el espíritu de Myriam Fefer le transmitió que Eva Lorena es inocente y que no es justo que purgue prisión. “Me ha estremecido el pecho, sentí que su presencia era mala.

“Myriam Fefer es un espíritu endemoniado”
Por su parte, Rosita Chu aseveró haberse “contactado” directamente con el espíritu de Myriam Fefer la noche anterior y concluyó que “es un espíritu endemoniado”. “Su casa era un ritual de magia negra. Es un espíritu malo. No ha muerto con la gracias de Dios”.

También dijo que el asesino es un hombre alto, grueso y calvo.
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PERU 21 NOVIEMBRE 9, 2009

Aún es pronto para morir
Autor: Jaime Bayly

Nada de lo que está pasando estaba remotamente en mis planes y por eso asisto pasmado, incrédulo y curioso a la vida de ese señor que supuestamente soy yo, pero que cada día me parece más un extraño, alguien que hace cosas que no puedo explicar ni justificar y a duras penas puedo contar.

De pronto a este señor se le ocurre que se irá a vivir a Bogotá y ni siquiera me lo consulta, lo anuncia a la prensa, firma unos contratos, graba unas promociones, viaja como un fanático con una misión, y ahora este señor y yo, o ese señor al que llaman Jaime Baylys y yo (que no elegí ser yo ni tampoco que llamaran Jaime Baylys a ese otro señor que anda por la vida diciendo que soy yo), estamos viviendo en Bogotá, así porque sí, porque el señor se encaprichó y me trajo como si yo fuera un bulto (que en realidad es lo que soy para él, para el señorito hablantín de Jaime Baylys que me lleva y me trae como si yo fuera su carry on, que es exactamente lo que soy para él).

Pues aquí estamos los dos, viviendo en una ciudad fría, arbolada, verde allá arriba, una ciudad con calles numeradas, una ciudad en la que Baylys me dice que hay más autos que personas y que está seguro de haber visto autos que van solos por las autopistas, una ciudad en la que no nos dejan caminar sin vigilancia porque Baylys tiene enemigos que lo quieren matar (incluyéndome), y entonces tenemos que salir los dos con chofer y guardaespaldas en camioneta blindada (un blindaje que creo redundante, porque la capa adiposa que se ha dejado crecer Baylys me parece ya a prueba de balas o, cuando menos, de perdigones).

Una noche dejo a Baylys durmiendo en el hotel y salgo a caminar y me pierdo por las calles de este barrio singularmente apacible y cuando regreso del paseo se me va el aire (es sabido que Baylys también pierde aire) y nos echamos los dos y de pronto sentimos que nos han puesto una bolsa de cemento encima del pecho, sentimos o siento (porque Baylys es tan desalmado que ya no siente nada) que alguien nos aprieta el pecho o se ha sentado sobre nosotros y el pecho está a punto de estallarnos y ese dolor opresivo, quemante, puede ser el anuncio de que un infarto segará con buen tino la inefable existencia de Jaime Baylys y me dejará en paz para ver en qué otro cuerpo consigo meterme cuando el suyo sea ya un cadáver flácido en descomposición.

Siendo entonces que el dolor nos agobia a ambos, es solo a Baylys a quien le preocupa morir, porque yo lo que quiero es escapar de ese señor y no verlo más, ese señor me ha hecho la vida imposible, me ha exhibido más de veinticinco años en todas las televisiones que se le han obsequiado y me ha maquillado cien mil y una noches y me ha hecho decir cosas por las que ahora siento verdadero hastío: digamos entonces que Baylys se asusta porque siente que va a morir en un hotel de Bogotá, ese incendio en el pecho y la respiración entrecortada y el vahído que presagia un desmayo no pueden ser sino señales de la muerte inminente, y digamos que en lo que a mí respecta, nos quedamos echados y esperamos el infarto, bienvenido sea, que cualquier cosa tiene que ser mejor que seguir viviendo encerrado como rehén en el cuerpo desfigurado y ventrudo de ese señor que va por la vida con aires de listillo haciéndose llamar Jaime Baylys.

Para mi desdicha, Baylys no quiere morir, tiene pánico a morir, no porque tema algún castigo divino o una reencarnación arácnida, sino porque está encantado de ser él mismo y dejar de serlo le parece espeluznante, atroz, insoportable (todo lo contrario de lo que pienso yo), y es por eso que encuentra fuerzas (fuerzas que creo que arranca de su ego, un ego que tiene las dimensiones de un océano) y se levanta de la cama y, mareado y con un zumbido en los oídos y el corazón bailando un mambo o mejor un vallenato, camina por los pasillos del hotel y comprende que si no llega pronto a una clínica será tiempo de morir infartado, asorochado, extenuado y todavía maquillado en esta ciudad a la que me trajo a vivir y por lo visto a morir también.

Baylys (hay que ver lo vanidoso que es) ha encontrado tiempo para ponerse un sombrero, un sobretodo negro y una bufanda y ahora está en la puerta del hotel buscando a Fabio, el conductor, y a John Jairo, el custodio, pero no aparecen en el horizonte brumoso de la calle ochenta y cuatro, han de estar durmiendo en sus casas, hartos de llevar y traer a Jaime Baylys, soportando su cháchara incesante, y entonces pienso que lo mejor sería caminar hasta que nos sorprenda la muerte y caer desplomados bajo un árbol añoso de esta ciudad en la que llueve una lluvia que a veces parece hielo, pero el señorito no comparte mi opinión de que ya va siendo hora de callar, de que nunca es pronto para morir en Bogotá, y entonces me sorprende haciendo gestos para detener a un taxi, subiéndose al vehículo y diciéndole al conductor:

-Por favor, lléveme a la clínica más cercana.
El taxista tiene la prudencia de no hacer preguntas y se enreda en una travesía serpentina, una cumbia resonando en los parlantes, y anuncia en pocos minutos que hemos llegado a la clínica El Country y que le debemos diez mil pesos. Baylys busca su billetera y no la encuentra, no hay billetera ni pesos para pagarle al conductor que nos ha traído a la velocidad de la luz a esta clínica. Baylys me sorprende, él siempre esconde un fajo bajo la manga: saca cien dólares, se los da al chófer y le dice:

-Hoy es su día de suerte.
Luego bajamos y caminamos hasta que la doctora Maite advierte que no nos sobran pasos ni respiros y que todo el aire que hemos venido perdiendo se nos ha ido ya y ahora estamos tratando de recuperar (si tal cosa es posible) el aire perdido y con el aire, la vida, esperando el que habrá de ser el último resoplido de esa ballena varada en esta clínica a la que ha venido a que le salven la vida que no merece que le salve nadie.

Cuando pienso que ya va siendo hora de terminar este sainete y salir corriendo de este señor y encontrar una compañía más digna, la doctora (que es joven, es guapa, ha reconocido a Baylys y le tiene simpatía) se apresura en auxiliarnos y en pocos minutos estamos tendidos, entubados, respirando oxígeno de insólita pureza, recibiendo urgentes atenciones para que no nos reviente el corazón como una piñata aporreada por los niños terribles que llevamos dentro (que alcanzan para varios cumpleaños y quedan sobrando: todo en Baylys ha sido siempre aniñado, pueril, una suma de niñerías, insolencias y desplantes de crío malcriado).

Gracias a la doctora Maite, salvamos la vida en la clínica El Country y ahora nos aprestamos a salir al aeropuerto para viajar a Lima y hospedarnos en el Country: se podría decir entonces que es la nuestra una vida signada por el vértigo de salir de un Country para entrar a otro Country, sin saber bien cuál es el hospital y cuál es el hotel y, sobre todo, cuál es el país, el country, en el que estoy, al que voy, del que vengo y al que me llevan sin consultarme. Curiosamente, me parece que Jaime Baylys me ha condenado a vivir de Country en Country y ser al mismo tiempo un apátrida without any country whatsoever, y por eso yo pensaba que no era pronto para morir aquella noche en Bogotá y él, que se cree inmortal o que cree que las cosas chapuceras que ha dejado escritas se leerán cuando no queden de él sino sus huesos (si no han sido antes cremados: en cuyo caso, cuando no queden de él sino sus cenizas), está encantado de seguir vivo, lleno de aire, respirando sin agitación, pidiéndole al camarero un jugo de guanábana más, echándole bastante salvado (que Fabio nos ha regalado, pues el conductor, hombre de verbo impredecible, nos dijo una noche: “Don Baylys se va a purificar si toma El Salvado”, y Baylys y yo pensamos que Fabio quería hablarnos de una congregación religiosa, y Fabio añadió: “Yo, desde que tomo El Salvado, me he purificado”, y Baylys le preguntó qué debía hacer para purificarse, y Fabio dijo que tomar Salvado en cucharadas, y al día siguiente se presentó con dos bolsas de Salvado y desde entonces Baylys y yo nos hemos hecho adictos al jugo de guanábana con Salvado y quién hubiera dicho que El Salvador iba a venir en una bolsa de quinientos gramos, lo que pesa el Salvado Fino) y llevándome cinco y seis veces al día al inodoro para confirmar lo que Fabio dijo: “Mire, don Baylys, pruebe El Salvado y ya verá cómo le purifica su, perdone la expresión, su materia fecal”.

Así las cosas, antes éramos solo dos, Jaime Baylys y yo, que lo sigo acompañando muy a mi pesar, y ahora somos ya tres, Baylys, el que esto escribe y el bendito Salvado salvador, alabado sea, que viene purificándonos y recuperándonos del incendio que casi nos quemó el corazón (y a la doctora Maite: el lunes paso por la clínica para pagar lo que le quedé debiendo).
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EL COMERCIO NOVIEMBRE 4, 2009

Jaime Bayly dedicó su primer programa en Colombia a Hugo Chávez

10:05 | El escritor nacional debutó lanzando ácidos comentarios a algunos personajes como Roberto Micheletti y René Pérez, vocalista de Calle 13

Con la agudeza y el sentido del humor que lo caracterizan, Jaime Bayly regresó a la TV internacional con la nueva temporada de su programa, ahora por la cadena colombiana NTN 24 —Canal 725 de Direc TV— (antes se veía por Mega TV de Miami). Durante la emisión del espacio, Bayly lanzó ácidos comentarios sobre ciertos personajes de la política mundial como el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y el de Honduras, Roberto Micheletti. Al primero no dudó en nombrarlo corresponsal de su programa en Caracas, e invitó al segundo a renunciar de su cargo “por no saber elegir una camisa”.

Otro que recibió dardos verbales de Bayly fue René Pérez, vocalista de Calle 13, quien hace poco lució un polo con una inscripción en contra de Álvaro Uribe, presidente de Colombia. “Lo que él (Pérez) no sabe es que si en las sociedades totalitarias, como por ejemplo Cuba, se pone una camiseta con la inscripción “Chávez, Fidel Castro y Raúl Castro: los Jonas Brothers latinoamericanos dictadores”, yo le aseguro que en menos de dos o tres horas lo meten a un calabozo para darle una buena paliza”, afirmó.

“Bayly” se transmite de lunes a viernes desde Bogotá, bajo la producción periodística de Luis Corbacho, amigo (y supuesta pareja) de Jaime.
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PERU 21 NOVIEMBRE 2, 2009

El equilibrista
Autor: Jaime Bayly

A finales de 2002, hice acopio de valor y me retiré de la televisión.
Me propuse, entonces, cumplir un sueño largamente postergado: vivir como escritor, dedicarme a escribir ficciones y crónicas, no hacer concesiones mercenarias al mundo frívolo de la televisión y ser un escritor ermitaño y a tiempo completo.

Durante tres años, el 2003, 2004 y 2005, viví exclusivamente como escritor. Escribí dos novelas (“El huracán lleva tu nombre”, “Y de repente, un ángel”) y pasé temporadas en Miami, Buenos Aires y Washington.
De pronto, había recuperado los días mágicos de 1992, 1993 y 1994, en los que me exilié de la televisión y me refugié en Washington a escribir mi primera novela, viviendo cuidadosamente (y como peatón, claro está) de mis ahorros. Esa novela fue publicada en España en la primavera de 1994. Me quedaban apenas mil dólares en el banco. El anticipo que pagó Seix Barral fue de otros mil. Comprendí que tenía que volver a la televisión para pagar las cuentas (ya era padre de familia, y la leche y los pañales para Camila no se podían comprar con promesas de glorias literarias por venir).

A finales de 2005, me dieron un premio literario en Barcelona, pero el premio resultó envenenado, porque el jurado (o una parte de él) declaró, al tiempo que me lo concedía, que no lo merecía. Fue una noche inolvidable. Nunca me habían dado un premio diciéndome: no lo mereces, pero toma tu premio y vete ya. Seguramente era verdad, no lo merecía, y no estuvo mal que me lo recordasen.

Los primeros meses de 2006, me hicieron dos buenas ofertas: una de la televisión de Lima, para presentar un programa los domingos, “El Francotirador”, y otra de Buenos Aires, para hacer entrevistas en un programa que se emitía los sábados. Desalentado con mi carrera literaria, y viendo diezmados mis ahorros, acepté ambas propuestas. En febrero de 2006, me sentí obligado a romper mi promesa de ser un escritor a tiempo completo (al menos la había sostenido tres años) y volví a alquilarme a la televisión peruana y argentina.

Unos meses después, y ya que me había resignado a prostituirme, firmé un contrato con un canal de Miami. Me dieron libertad para decir lo que pensaba (y lo que no pensaba) y para entrevistar a quien me diera la gana (y, sobre todo, para no entrevistar a quien me diera la gana).

Pasé el 2006, el 2007 y el 2008 haciendo televisión en Miami, Lima y Buenos Aires. Viajaba todas las semanas entre esas tres ciudades. Era extenuante y divertido. Quedaba poco tiempo para escribir. A duras penas pude dar forma a una novela que titulé “El Canalla Sentimental”, publicada el otoño del 2008.

El 2009 tuve que renunciar a las entrevistas en la televisión argentina porque mi salud iba de mal de peor. Tantos viajes me estaban matando. Tantos viajes, tantas noches sin dormir, tantas pastillas tratando de dormir, estaban matándome. Por eso, con tristeza, renuncié a las entrevistas argentinas, a los viajes cada dos semanas a Buenos Aires, la ciudad de mis sueños.

En febrero de 2009 tuve una crisis hepática y fui sometido a una torpe cirugía que me dejó peor de lo que estaba.

Ya entonces las relaciones con el canal de Miami se habían deteriorado bastante, al punto que en el canal no creyeron que me habían operado y se negaron a emitir los programas que yo les había obsequiado para cubrir las noches que debía pasar en el hospital.

En marzo, tras la operación hepática que me salvó de un masivo derrame biliar, me fui dos semanas de vacaciones a José Ignacio, Uruguay, a la casa de una amiga, un descanso al que tenía derecho por contrato. Entonces la gerente del canal de Miami me escribió en términos crispados, exigiéndome que cambiase el contenido del programa y que hiciera más entrevistas. Como me negué a negociar con ella mi independencia periodística (quiero decir, humorística), la señora se ofuscó y me dio un ultimátum de un mes.

Al volver a la televisión de Miami, conté que me habían dado un ultimátum porque me exigían cambiar la línea editorial del programa y hacer entrevistas todas las noches, algo en lo que yo no estaba dispuesto a ceder. La gerente se molestó aún más porque revelé en público las amenazas, o las severas advertencias, que ella me había hecho.

Llegado julio, el contrato expiró y sentí que no debía quedarme en ese canal de Miami. Habían sido tres años estupendos, gloriosos, de gran éxito por mi parte (o así quiero recordarlos), pero ahora la gerente y sus secuaces querían meter mano en el programa, me conminaban a hacer entrevistas y menospreciaban el estilo periodístico (digo, humorístico) que, gracias al ingenio de mi equipo, habíamos consolidado.

Ingenuo yo, pensé que alguna de las grandes cadenas en español de los Estados Unidos no tardaría en contratarme. Por el contrario, se apresuraron en decirme que no tenían interés alguno en contratarme.
Comprendí entonces que debía mudarme a Lima, estar cerca de mis hijas, hacer mi programa los domingos (que por suerte seguía gozando del favor popular), cuidar mi salud y dedicar más tiempo a escribir.

El canal de Miami (que me quería y no me quería) me hizo un par de ofertas, pero me parecieron menores e inconvenientes, de modo que no fue difícil declinarlas. Mi destino, pensé, estaba en Lima, con mis hijas y mis libros.

Ya en proceso de mudarme a Lima, unos amigos colombianos me llamaron a Miami y me hicieron una oferta alentadora: mudarme a Bogotá y presentar de lunes a viernes mi programa internacional, el programa tal como a mí me gusta hacerlo y decirlo, en el estilo y el formato que yo elijo y que nadie me impone ni mangonea ni dicta a gritos. Se trataba de un canal periodístico internacional recientemente lanzado, NTN-24, que ya se veía en Sudamérica y los Estados Unidos. No dudé en firmar con los colombianos. De pronto, y contra todo pronóstico, el destino me había recompensado: seguiría pasando los fines de semana en Lima, gozando del cariño de mis hijas y, las noches de los domingos, del afecto del público en ese festival de humor impredecible que es “El Francotirador”, y viviría en Bogotá de lunes a viernes, con el programa internacional (que yo quería llamar “Baylys” pero seguirá llamándose “Bayly”). Nada de esto no estaba en mis planes, y eso precisamente lo hacía más atractivo.
Ahora que está a punto de ocurrir (el programa comienza hoy lunes 2 de noviembre a las 10 de la noche hora de Lima), siento que he sido afortunado y que hice bien en no dejarme atropellar por ciertos ejecutivos de Miami que creían que podían emitir un programa con mi apellido y sin embargo obligarme a hacer en ese programa cosas que yo no quería hacer.

Tal vez la pequeña lección de esta historia sea que no siempre las cosas son como uno quisiera que sean (qué daría por retirarme de la televisión y vivir apaciblemente como escritor en Buenos Aires, pero cómo diablos haría para pagar las cuentas de mi familia con el precario dinero de los libros) y que por eso es necesario hacer ciertas concesiones a despecho de la vanidad intelectual (muy bien, no soy un gran escritor, tendré que trabajar en la televisión y encontrar tiempo en las noches para seguir escribiendo novelas), pero que hay ciertas cosas que atañen a la dignidad o la integridad personal sobre las que no se puede o no se debe hacer concesiones (por ejemplo, si me resigno a hacer televisión, será para decir lo que yo quiera, y no para ser títere o marioneta de nadie) y que solo tiene sentido, a estas alturas, seguir trabajando, ya sea en los libros o en los programas o en lo que sea, si te puedes permitir, superado el fastidio de tener que trabajar, el pequeño lujo de hacer lo que te dé la gana. Que es exactamente lo que pienso hacer todas las noches, comenzando hoy desde Bogotá, y lo que pienso seguir haciendo, con gran deleite por mi parte, todos los domingos en Lima, con el público más cómplice de todos los que me han acompañado en mi ya larga carrera de señorito maquillado hablantín.

Entretanto, condenado a la rutina de los viajes semanales y a la curiosa amistad que vas desarrollando con los oficiales de migraciones y las azafatas de diversos acentos, te aferras como un náufrago en alta mar a una certeza que todavía flota y que acaso te salvará la vida: lo único que verdaderamente importa es escribir esa maldita novela que te corroe los sesos y te incendia las entrañas y te educa en el noble oficio del rencor y la venganza. No te rindas, Jimmy: debes escribirla antes de morir, y ningún programa de televisión, ninguna pastilla sedante o estimulante, ninguna jodida aerolínea impedirá que la escribas si de verdad eres un escritor.

(“Bayly” comienza hoy lunes 2 de noviembre a las 10 de la noche hora de Bogotá y Lima por el canal 725 de DirecTV en Sudamérica y por el canal 418 de DirecTV en Estados Unidos).
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EL COMERCIO NOVIEMBRE 1, 2009

Bayly: “Trataré sobre política... o sea, será un programa humorístico”

13:18 | El conductor habla del programa que conducirá desde mañana en Colombia. Además recomendó a Magaly Medina rectificarse con Paolo Guerrero

Por: Susan Abad Corresponsal

*Bogotá.*Con su ya clásico humor, agudeza, sarcasmo e irreverencia para examinar la realidad política latinoamericana y causando gran expectativa, Jaime Bayly llegó a Colombia para realizar un programa que se llamará como el que hasta hace poco hacía en Miami: “Bayly”.

Ante una veintena de periodistas, Bayly anunció, el pasado jueves, que su programa será emitido, desde mañana lunes, a las 10 de la noche, por el canal internacional de noticias NTN 24, que se ve en los países de habla hispana de Sudamérica, las islas del Caribe y Estados Unidos.

Se regocijó especialmente porque el programa, que irá de lunes a viernes, se verá en Venezuela y se preguntó: “¿Cuánto tiempo me dejará (Hugo) Chávez hacer mi programa en su país?”. Y agregó: “Será un programa similar al que hacía en Miami, aunque quisiera creer que será mejor… Para bien o para mal, yo soy más o menos igual al que era en Miami, aunque probablemente tenga unos kilos de más”.

Añadió que no será un programa de entrevistas… “Trataré sobre política latinoamericana, o sea, será un programa humorístico y recogerá lo que pase en el día. Me divierte más recoger las cosas que alguna gente desbaratada, extravagante o pintoresca ha dicho ese día. Los previsibles exabruptos cómicos de Chávez y todo su circo que siempre provee al programa de material muy valioso. El señor Chávez no se ha dado cuenta todavía, pero es el corresponsal en Caracas de mi programa, y hace un trabajo estupendo, y además no cobra”, señaló.

El periodista recalcó que no es objetivo: “En el programa yo tomo partido. El programa es una trinchera, y todas las noches elijo principalmente a mis enemigos”. Reiteró su admiración por el presidente Álvaro Uribe, aunque advirtió: “A Uribe no le conviene una nueva reelección”.

MENSAJE PARA LA “URRACA”
Luego de hablar con la prensa, Bayly dijo a El Comercio que a partir de la próxima semana estará de lunes a viernes en Bogotá: “Los sábados volaré a Lima y los lunes, temprano, volveré a Bogotá, luego de hacer mi programa (“El Francotirador”) los domingos con Ximenita (Ruiz Rosas)”. Ella no lo acompañará en esta nueva aventura “porque está casada y tiene hijos en Lima”.

Conversando sobre la farándula peruana, opinó sobre Magaly Medina y sus líos judiciales con el futbolista Paolo Guerrero. “Sería inteligente que se rectificara para evitar correr el riesgo de que pueda ir nuevamente a la cárcel. Me parece que ella no puede probar lo que afirmó. Si sobre eso hay dudas, creo bueno que ella diga: “Quizás en este punto nos equivocamos”. Eso no socava su credibilidad; por el contrario, la va a afianzar”.

En principio, Bayly ha firmado con el canal colombiano un contrato por seis meses. “Yo quería firmar por dos años, pero los de NTN dijeron no. Me dijeron: “Conociendo tu historia clínica, las pastillas que tú tomas, nos parece que seis meses es prudente””, aseguró, sonriente.

TRAYECTORIA
“Pulso” (panelista) (1983-1985. Canal 5, Perú).

“Conexiones” (1985. Canal 5, Perú).

“Panorama” (conductor de reemplazo) (1986-1988. Canal 5, Perú).

“Primera plana” (1989-1990. Canal 4, Perú).

“América” (1990-1990. Canal 4, Perú).

“Qué hay de nuevo” (1991-1992. Canal 5, Perú).

“Jaime Bayly en vivo” (1994-1995. Canal 5, Perú).

“En directo con Jaime Bayly” (1996-1998. CBS Telenoticias, EE.UU.).

“El show de Jaime Bayly” (1999-2000. Telemundo, EE.UU.).

“Jaime Bayly” (2000. Canal 4, Canal A, Perú).

“El Francotirador” (2001. Canal 2, Perú).

“La noche es virgen” (2001-2002. Canal 5, Perú).

“Festival Internacional del Humor” (invitado) (2004. Caracol TV, Colombia).

“Bayly” (2006-2009. Mega TV, EE.UU.).

“El Francotirador” (2006- Actualidad. Canal 2, Perú).
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El escritor y periodista dice que pagará su probable campaña electoral con su dinero. (USI)

PERU 21 OCTUBRE 26, 2009

Estás enfermo
Autor: Jaime Bayly

Parecería comprensible que una persona mediocre sueñe con una vida mejor. Se diría que son pocas las personas que se saben mediocres y se resignan a ser mediocres y encuentran un cierto mórbido placer en sentirse mediocres, fracasadas. La mayor parte de las personas mediocres no saben que son mediocres y creen que están pasando por una fase temporal de mala fortuna y están seguras de que pronto dejarán de ser mediocres (es solo una mala racha) y tendrán el éxito que creen merecer (pero que con seguridad no merecen y no van a alcanzar). Esa pujanza de los mediocres suele ser el origen de las catástrofes, desgracias e infortunios que los hundirán en unas vidas aún peores de las que no estaban resignados a vivir, a no ser que el mediocre sea lo bastante sabio como para quedarse tranquilo, disfrutando si cabe de su medianía, aceptando que la suya es y será una suerte chata y gris.

Parecería menos comprensible que una persona exitosa (si medimos el éxito como se mide en estos tiempos: en fama y fortuna y libertad para hacer con tu vida lo que te dé la regalada gana) sueñe con una vida distinta y todavía mejor de la que ya vive. Las personas exitosas no podrían ignorar que son exitosas. Por lo general, son lo bastante perspicaces para advertir, comparándose con los demás, y comparándose con lo que ellas fueron tiempo atrás, que han tenido éxito, que han sobresalido, que han descollado entre sus pares. Son pocas las personas exitosas que no son conscientes de su éxito. Sin embargo, la mayor parte de ellas suelen creer que se merecen el éxito y mucho más: soy famoso y tengo plata y hago lo que quiero porque me lo he ganado gracias a mi indiscutible talento, que es un talento superior. Es infrecuente encontrar a una persona que te diga: no me explico mi éxito, no lo merezco, tiene que ser obra del azar, de la pura casualidad, de la buena suerte: tengo éxito no gracias a mí, sino gracias a que alguien tiró los dados y cayeron a mi favor como podrían haber caído en mi perjuicio y en ese caso sería un mediocre, un fracasado más.

Podemos suponer entonces que la mayor parte de los mediocres no saben que son mediocres y sueñan con una vida exitosa (que creen merecer, que está por venir, ya vendrá la buena racha) y que la mayor parte de los exitosos saben que son exitosos y sin embargo sueñan con una vida aún más afortunada. Uno se pregunta quién es más peligroso, quién más odioso: si el mediocre obstinado en triunfar o si el exitoso inconforme y ávido de más glorias y recompensas. Ambas son, me parece, enfermedades de nuestro tiempo, pero la primera parecería una enfermedad menos estúpida, porque quienes la padecen son un poco tontos y no tienen la culpa de lo que hacen o de lo que se imaginan, mientras que la segunda es una enfermedad viciosa, altamente tóxica, y en cierto modo despreciable, porque quienes la padecen han elegido contagiarse de ella, se han enfermado a sabiendas, se han enfermado porque se aburrían de estar saludables y ya bastante ganadores.

He notado últimamente que la gente famosa y exitosa no está contenta, no se encuentra satisfecha, no sabe estarse quieta y quiere hacer con su vida una cosa distinta de la que ya hace tan bien y que además le ha procurado tan buen provecho económico. Esto no lo entiendo y me provoca un cierto desasosiego. No entiendo por qué tanta gente tocada por la gracia y la fortuna no se queda tranquila con el desmesurado éxito que ha alcanzado y trata de disfrutarlo un poco y a ser posible con la debida discreción. Pero tal cosa no parece posible en estos tiempos en los que nadie está contento con la suerte que le ha tocado en gracia: los mediocres quieren una vida distinta (quién podría condenarlos) y los exitosos también (quién podría compadecerse de ellos), y en ese afán se les escapa a todos el sosegado goce de los días, el disfrute modesto de las pequeñas o grandes cosas que de momento se poseen.

Esta parecería ser la enfermedad de los tiempos que corren: la depredadora ambición de querer tenerlo todo y de inmediato y a cualquier precio, y cuando ya parece que lo tienes todo, querer ser otra persona todavía más exitosa, cambiar de oficio, demostrar que tu talento no tiene límites y que puedes triunfar en lo que te propongas, en lo que te salga del forro, en lo que te encapriches por pura vanidad. Tal conducta inmoderada es terrible y cruel, porque entraña una humillación a los mediocres, quienes, como es lógico suponer, repudian que los exitosos les machaquen una y otra vez que sus talentos son infinitos y que ellos, los mediocres, son y serán siempre infinitamente mediocres, incapaces de llegar a la cima y ponerse a hacer piruetas, acrobacias y toda clase de mohínes disparatados como los que hacen los exitosos inconformes. La venganza de los mediocres consiste en rechazar ofuscados la insolente pretensión de que el éxito es una carrera atropellada, infinita, y pasar a detestar (e incluso a odiar y querer matar) a los que antes admiraban. El mediocre termina odiando al exitoso a quien antes admiraba porque piensa: no permito que seas tan abusivamente exitoso, no permito que me humilles recordándome que tú tienes tantos talentos y yo ninguno, que la suma de tus éxitos sea el inventario de mis fracasos.

Veo con alarma que a las personas más incautas las están haciendo creer que si desean con suficiente tenacidad una cosa, el universo conspirará para que la consigan y sin duda la conseguirán. La conseguirán, les dicen, porque la merecen, porque han nacido para tener éxito y nada ni nadie les impedirá alcanzarlo: tú puedes, sí se puede, piensa en grande, no desmayes, sal a conquistar el mundo y lo harás tuyo. Lamento discrepar. No, no se puede, o tú no puedes, no lo intentes siquiera, no vas a conseguir siempre lo que más imprudentemente deseas. Mi experiencia es que el universo conspirará, si acaso, para que no lo consigas. Yo deseé con obstinación ser un hombre y nadie conspiró para que pudiera serlo y desde luego no pude serlo cabalmente.

No entiendo por qué las personas que han llegado a la cima de una gran montaña de pronto se encuentran insatisfechas, ansiosas, necesitadas de trepar más alto todavía, y entonces descienden por un despeñadero peligroso y escalan otra montaña más alta y empinada, preñada de riesgos. Desde luego, y como era previsible, muchas tropiezan y caen en tal empeño y quedan malheridas, pudiendo haberse quedado tranquilas en la cúspide a la que habían llegado.

No escribo estas cosas porque se me acaban de ocurrir: las escribo porque las he visto.

He visto a una cantante que ha conquistado el mundo decir que ahora quiere ser actriz y conquistar el mundo de nuevo y ganar todos los premios posibles como actriz, puesto que ya ganó todos los premios posibles como cantante.

He visto a un escritor que ha conquistado el mundo con sus prodigiosas técnicas de hechicería narrativa subir al escenario para demostrar que también puede ser actor, un actor acartonado y soporífero que relata con memoria portentosa lo que otros han escrito y él recita ante los ojos arrobados, lánguidos, de una bella dama a la que tal vez quisiera conquistar (ya que no va a conquistar al público, que disimula sus bostezos, aplaude por cortesía y sale del teatro como si hubiera salido de una prisión).

He visto a un cantante famoso decir que no le basta con tener un avión privado, pues lo que ahora necesita (y con urgencia) es un avión más grande y espacioso en el que pueda tener una cama king size para él y camas pequeñas para sus invitados.

He visto a un hermano millonario pedirle a mi madre todos sus ahorros para invertirlos en negocios de alto riesgo, sin que los demás hermanos se enterasen de que mi madre había vaciado sus cuentas bancarias para saciar la codicia, al parecer insaciable, de su hijo.

He visto a mis amigos de toda la vida decirme que debo aprovechar la relativa comodidad que me han dado veinticinco años dedicados mercenariamente a la televisión para dar el salto a la política y postularme a Presidente de la República del país en el que nací y en el que elegí no vivir y en el que, seamos francos, preferiría no vivir.

He visto todo eso y sigo sin entender por qué somos incapaces de quedarnos tranquilos y agradecidos con lo que ya tenemos (que no es poco y suele ser más de lo que merecemos). Sospecho que buena parte de los males que padecemos tienen su origen en esa curiosa enfermedad de nuestro tiempo: la de no saber estarnos quietos y a gusto con lo que ya tenemos, con lo que ya somos.

Como casi siempre queremos ser una cosa distinta de la que somos, una cosa mejor de la que ya somos (lo que a menudo acaba convirtiéndonos en una peor), la muerte parece un acto de estricta justicia, que debería complacer a todos, a los exitosos y a los mediocres por igual: no estabas contento con lo que tenías, pues ahora no lo tendrás más y serás algo distinto: un cadáver.

Tal vez no sea exagerado decir entonces que los que persiguen el éxito más terca y obsesivamente acaban propiciando su propia muerte, o cuando su menos su propia infelicidad, que es una manera de seguir vivos estando ya muertos.
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PERU 21 OCTUBRE 25, 2009

Jaime Bayly: "Soy escritor y presidente en el exilio"

El polémico conductor de TV viene jugando con su posible candidatura a la Presidencia desde hace meses. En esta entrevista hace algunas precisiones sobre sus propuestas y sus eventuales competidores.

Por Emilio Camacho

¡Dispara! Como buen francotirador, Jaime Bayly exige que se le acribille a preguntas cuando se le entrevista. Y claro que lo hicimos, pero después de enviarle tres ráfagas de interrogantes, Bayly se mantuvo en pie. Es la suerte de quien se cree presidente desde chiquito.

¿En realidad quiere ser presidente? ¿Por qué? ¿Qué le hemos hecho?
No quiero ser presidente. Ya soy presidente. Desde chico soy presidente, solo que los peruanos no se han enterado.

¿Cómo que ya es presidente?
A mí me dijeron de chico que yo había nacido para ser presidente, y yo me lo creí. Desde entonces me he sentido presidente en secreto y luego en el exilio.

Una encuesta sobre el perfil del próximo presidente dice que los peruanos votarían por una persona de 40 a 50 años, mujer, economista, con experiencia en el sector público y privado. Usted solo llena uno de los requisitos, ¿siente que va con desventaja?
Yo diría que lleno un requisito y medio.

Ha dicho que Enrique Ghersi, Fernando Berckemeyer, Alfredo Bullard y Pedro Pablo Kuczynski integrarían su gabinete, ¿ya tiene los nombres de los otros 13 ministros?
Trece son muchos ministros. Hay que hacer una poda. Si hay una ministra de la Mujer, ¿por qué no hay un ministro del hombre?

También ha afirmado que no presentará candidatos al Congreso, ¿cómo haría para aprobar sus reformas?
El Congreso es la Casa Matusita. Está lleno de almas en pena, de criaturas fantasmagóricas. Habrá que gobernar por decreto. Y uno de los primeros decretos presupuestales será que los congresistas no ganen un centavo ni tengan los escandalosos privilegios de los que abusan ahora.

De acuerdo, pero los candidatos al Congreso muchas veces financian la campaña de los candidatos a la Presidencia. Sin candidatos al Congreso, ¿cómo financiaría su campaña?
No sé. Con mi plata, supongo. No me gusta pedirle plata a nadie.

¿Realmente cree que las Fuerzas Armadas deberían desaparecer?
Sí, por supuesto. Costa Rica lo hizo hace medio siglo. Nadie la ha invadido ni ha tenido guerras ni golpes militares. Un país pobre puede (y debe) vivir sin ejército. La plata que gastamos en armas hay que gastarla en educar bien a los niños pobres.

Si las Fuerzas Armadas desaparecen, ¿qué haríamos con todos los suboficiales y oficiales que ya existen?
Pasarían a ser policías, si así lo desean, o se jubilarían y recibirían una indemnización si lo prefieren.

Supongamos que no logre inscribir una organización política y tampoco vaya en alianza con otro partido, como probablemente ocurra, ¿por quién votaría en 2011?
No sé. Es muy pronto para saberlo. Lo decidiré el día de la elección, si estoy vivo el día de la elección.

Si usted no gana, su propuesta para poner la educación pública al nivel de la privada se perdería. ¿Aceptaría ser ministro?
No. Yo soy escritor y presidente en el exilio. No se puede ser escritor y ministro. Hay un conflicto de intereses éticos y estéticos.

¿Cómo mejoraría la educación?
Construyendo colegios y contratando buenos profesores, bien pagados, que enseñen en las escuelas públicas. De nada sirve construir un buen colegio si los profesores son mediocres. En los colegios públicos hay que tener profesores igual de buenos que en el Roosevelt o el Markham. Hay que pagarles igual.

¿Cuánto del PBI destinaría a educación?
No sé. Todo lo que se pueda.

Eso de “todo lo que se pueda” suena a las respuestas que le daba José Luis Risco cuando usted le preguntó por los presidentes de otros países…
Usted me preguntó por un porcentaje. Yo no quiero atarme a un porcentaje. ¿Normalmente un padre de familia fija un porcentaje inamovible para la educación de sus hijos? No. Se elige el mejor colegio, no se fija un porcentaje.

¿Ollanta Humala sigue siendo la peor de las opciones para el 2011?
Peor sería su hermano Antauro.

A excepción de lo que ocurrió con Alan García en la segunda vuelta de 2006, los candidatos que ha apoyado no han tenido éxito. ¿Es por eso que comprometió su apoyo a Keiko Fujimori, porque quiere que no gane?
Keiko es mi amiga. Le deseo suerte. Me cae bien. Eso no significa necesariamente que votaré por ella. Pero si gano, indultaré a su padre por razones humanitarias.

¿Las razones humanitarias pesan más que los cargos por corrupción que el propio Fujimori acepta?
¿El Perú del año 2000 era mejor o peor que el de 1990? Si usted piensa como yo, que el Perú en el año 2000 era un país menos inhabitable que el país en ruinas que dejó Alan en 1990, entonces habría que aceptar razonablemente que, siendo corrupto, el señor Fujimori hizo algunas cosas buenas que, puestas en la balanza, terminan pesando más que las cosas malas, horribles que sin duda perpetró. Y en 2011 sería ya un anciano y habría pasado varios años en la cárcel: me parece suficiente castigo.

¿Lourdes Flores debería postular de nuevo a la Presidencia o sería mejor candidata a la Alcaldía de Lima?
Yo creo que Lourdes debe ser candidata a la Presidencia. Alguna gente dice que está quemada. ¿No decían eso de Alan García cuando estaba en París?

¿Y cree que ella ya aprendió a escoger mejor a los personajes de su entorno?
El problema con Lourdes es que no tiene entrenamiento en escoger gente cercana porque nunca ha tenido que escoger novio o novia o esposo o concubina. Como no se ha ejercitado en eso, se equivoca mucho con la gente. Pero lo hace de puro cándida. Es la Cándida Eréndira de la política peruana.

¿Qué piensa de una nueva victoria electoral de Alejandro Toledo?
No es improbable. No hizo un mal gobierno. Si el pueblo lo elige, habrá que desearle suerte.

¿Le desea suerte? ¿No cuenta para nada el perfil frívolo que Toledo se ha construido a pulso?
Yo le deseo suerte a todo el mundo, pero más suerte me deseo a mí mismo. El problema con Toledo no es que sea frívolo. El problema es que si te preguntan cuántos hijos tienes, deberías ser capaz de responder. Y él hasta ahora no lo tiene claro, creo. No tiene dos hijas. Tiene una hija y fracción. Eso no es serio.

¿Por qué el voto en blanco ha dejado de ser una opción? Y por favor, no me responda que ha dejado de serlo porque usted es candidato.
Yo no soy candidato. Yo soy presidente en el exilio. No necesito ser candidato para seguir ejerciendo la presidencia itinerante. El voto en blanco es siempre una opción respetable. Pero el voto debería ser libre, voluntario, y no un acto que muchos peruanos cumplen a regañadientes, solo para no ser multados.

¿Qué piensa del aborto?
Cada mujer adulta debería ser libre de decidir, ante su conciencia, si quiere o no ser madre. No es una decisión que yo ni nadie debería tomar por ella misma. Si los hombres pudiéramos quedar embarazados, le aseguro que el aborto sería legal en todo el mundo (y hasta el octavo mes de embarazo).

En sus columnas habla de un hombre que perdió un hijo por pedir a su esposa que aborte, ¿es su caso?
No.
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PERU 21 OCTUBRE 19, 2009

La foto de mi padre
Autor: Jaime Bayly

Cuando mi padre murió hace casi tres años, no sentí nada parecido a la tristeza. Sentí un alivio profundo y una tranquilidad culposa.

Mi madre me llamó al celular a las cinco de la mañana para darme la noticia. Estaba llorando. Mi padre había muerto en sus brazos y le había pedido que me diera un abrazo, el abrazo que él no pudo darme, o eso fue lo que me dijo mi madre.

Yo había dejado el celular prendido porque sabía que mi padre no pasaría de esa noche. Pude ir a la clínica a acompañarlo en sus últimas horas, pero varios de mis hermanos estaban con mi madre en el cuarto, y no me pareció una buena idea ver morir a mi padre. Además, esa madrugada yo venía saliendo de la televisión, había terminado el programa, estaba en terno y corbata, y quería estar a solas, en silencio.

Antes de que mi madre me llamase, sentí que alguien me tocaba la espalda, dándome dos palmadas (yo estaba durmiendo tendido bocabajo). Desperté sobresaltado, pensando que había un intruso en la habitación. No había nadie. Pero con seguridad alguien me había tocado. Minutos después, sonó el celular y mi madre me confirmó la muerte de mi padre. No soy creyente, pero tal vez mi padre me tocó la espalda aquella noche para despedirse de mí.
Mi madre estaba tranquila en el teléfono, ya todos sabíamos que la muerte de mi padre era inminente. No lloré. Regresé a la cama y seguí durmiendo. Sabía que si no seguía durmiendo, terminaría llorando, y no quería llorar, no quería llorar por mi padre. Por eso me obligué a seguir durmiendo. Tomé unas pastillas y dormí hasta el mediodía, temeroso de que alguien me tocase la espalda de nuevo.

Aquella tarde de diciembre pasé por la casa de mi madre y contemplé a mi padre muerto dentro de un ataúd instalado en el comedor. Estaba de traje y corbata, muy elegante, y le habían puesto su Rolex preferido. Se veía apuesto y sereno, como si estuviera cómodo allí, a pesar de la sañuda devastación a la que el cáncer lo había sometido.

He visto fotos de mi padre de joven y era muy guapo. Fumaba, andaba en moto, era corpulento, vestía pantalones vaqueros apretados, pasaba por ser el James Dean de la ciudad. Nunca imaginó que su hijo mayor, el que llevaba su nombre, le saldría tan distinto a él. Yo odiaba todo lo que a él le gustaba: las pistolas, los revólveres, las escopetas, las motos, los safaris, las linternas, los relojes de lujo, los cuchillos, las borracheras, las rancheras, las marineras. Y él me odiaba, o me detestaba, o me tenía una cierta alergia, porque no era tan despistado como para no darse cuenta de que le había salido un hijo mariquita, y para colmo de males, su hijo mayor y el que llevaba su nombre. Tal vez por eso, para desahogar la rabia o la frustración, o porque simplemente nunca fue bueno controlando su lado animal, tuvo siete hijos más, todos hombres, todos heterosexuales que se sepa, aunque nunca se sabe bien (o yo nunca he sabido bien ser una cosa o la otra).

Miré a mi padre muerto, finalmente muerto, finalmente derrotado, y no sentí nada. Me había despedido de él unos días antes, en la clínica, cuando ya estaba inconsciente y yo no sabía si me podía escuchar. Le di un beso en la frente, le dije que había sido un buen padre, lo tomé de la mano y besé su mano. Fue un gesto cortés, una despedida caballerosa. No me emocioné ni sentí que estuviera diciendo rigurosamente la verdad (pero a veces la cortesía consiste en escamotear la verdad). Porque conmigo no fue un buen padre o no pudo serlo o su padre lo programó para que repitiera los abusos que él padeció y de los que nunca se recuperó.

Puedo entender que me insultase y en ocasiones me pegase con una correa: era comprensible que, estando borracho, y teniendo tantos hijos díscolos y chillones, y arrastrando esa cojera desde niño, odiase al mundo y, en particular, a su hijo marica o amariconado o amanerado; lo que no puedo entender (o perdonar) es que me humillase en presencia de sus amigos, riéndose todos de mí como unas hienas: esas burlas envenenadas, esos apodos desdeñosos con los que me llamaba, las cosas que les contaba a su amigos, haciendo escarnio de mí (por ejemplo, que me gustaba escuchar el programa Ovación de Pocho Rospigliosi, o que me gustaban las canciones de Julio Iglesias, o que me gustaba la canción Don Diablo de Miguel Bosé), me parecían una traición. Que mi padre se deleitara empequeñeciéndome ante sus amigos me dolía más que cualquiera de sus correazos. Y que sus amigos, esos pusilánimes, esos mequetrefes, se rieran junto con mi padre, rebajándome, ridiculizándome, celebrando lo afeminado e idiota que yo les parecía, encendía una llamarada en mi estómago, un fuego que nunca acabaría por extinguirse, y me hacía pensar que algún día me vengaría de todos esos mediocres de pacotilla, que algún día esos gallinazos que se reían de mí sabrían bien quién era yo, quién era capaz de volar más alto.

En casa de mi madre, al lado del ataúd donde empezaba a corromperse el cadáver de mi padre, la gente me daba el pésame. Nadie sabía bien cómo darme el pésame. Algunos decían “mis condolencias” o “mis más sentidas condolencias” o “mi sentido pésame” o “te acompaño en tu dolor”. Todo me parecía falso, no solo por el modo en que lo decían, sino porque algunos de los que me daban las condolencias eran los mismos gallinazos que treinta años atrás se habían reído de mí, en complicidad con mi padre (ahora los gallinazos tal vez sabían quién volaba más alto y me saludaban con respeto, al tiempo que yo los miraba como si fueran translúcidos, como si no existieran).

Yo no sentía ningún dolor, en todo caso sentía un alivio considerable. Podía respirar mejor. Era como si me hubieran quitado un peso de encima, un lastre que casi acabó por hundirme en el pantano con lagartos y caimanes que fue la vida con mi padre. Ahora podía caminar tranquilo, el viejo ya no seguiría diciéndome que mis libros eran una basura (la última vez que me lo dijo fue en presencia de su buen amigo, el gran Pepe Valle Riestra: dijo que cierta novela mía le había parecido deleznable, al punto que la había dejado, disgustado, tras las primeras páginas, y enseguida pasó a elogiar sin reservas una novela que Pepe había escrito) y que mis programas eran una vergüenza (la última vez que me lo dijo fue en la clínica, y cuando lo conté en una crónica, se enfureció conmigo porque había revelado que estaba enfermo) y que la familia estaba asqueada, abochornada, harta de mí.

Al día siguiente les pregunté a mis hijas si querían ir al funeral de mi padre. Me dijeron que sí, que les daba curiosidad. Nunca habían asistido a un funeral. Aunque a duras penas conocían a su abuelo muerto, querían fisgonear el mórbido espectáculo. Por eso fuimos al sepelio en el sur.

Subimos a la camioneta mis dos hijas, dos empleadas domésticas y yo. Mi hija menor no estaba contenta con su vestido. Quería otro vestido, uno más lindo, uno que le quedase mejor. Nos detuvimos en un centro comercial, el Jockey Plaza, y compró un vestido que le pareció apropiado para la ocasión. Luego conduje a toda prisa, tan rápido que las empleadas iban asustadas, pidiéndome que bajase la velocidad, vaya más despacio, joven Jaime, que nos vamos a morir toditas machucadas y nos van a enterrar antes que a su papito.

A medio camino en la autopista al sur, sobrepasamos la caravana de autos que seguían al vehículo de la funeraria que llevaba el cadáver de mi padre. Mis hijas parecían contentas y yo también. Escuchamos canciones de Coti, de Calamaro, de Drexler, de Julieta Venegas. Mi padre estaba muerto, rumbo al cementerio, y, sin embargo, era un día feliz.

En el cementerio, mis siete hermanos cargaron el ataúd. Yo me mantuve distante, como distante me mantuve durante tantos años sin hablar con mi padre. Mis hermanos me miraron con severidad, reprochándome esa última, predecible deserción. Pero yo no quería cargar a mi padre porque ya había soportado esa carga durante cuarenta años y ahora sentía que me tocaba descansar. El cura habló las pomposas zarandajas de siempre y nadie pareció entender nada ni prestarle siquiera atención. Algunos de mis hermanos lloraban. Yo me sentía tranquilo y hasta risueño, tomado de la mano por mis hijas, que se veían preciosas.

Antes de que empezaran a echar tierra sobre el ataúd de caoba, mi madre y mis hermanos se acercaron y dejaron flores. Sentí que debía estar a la altura de la refinada hipocresía en la que se me educó. Me acerqué, besé el ataúd y me retiré con gesto adusto, simulando una tristeza profunda. Pero no estaba triste. Era solo una demostración de mi talento histriónico.

De regreso en la camioneta, mis hijas y yo cantamos algunas canciones de Coti y Calamaro y sentí que una extraña forma de júbilo o euforia se había apoderado de nosotros, como si un veterano enemigo se hubiese marchado para siempre, como si hubiese conseguido ganar la guerra más despiadada, como si por fin hubiera derrotado a un adversario que en algún momento me había parecido indestructible, invulnerable.

No he vuelto al cementerio ni volveré. No he rezado por mi padre ni rezaré. No creo que volveré a verlo y ciertamente no tengo ganas de verlo y si volviera a verlo en otra vida quizá fingiría que no lo conozco. Tengo en la casa de Miami una foto suya que me regaló mi madre. Mi padre aparece sonriendo. Es por eso una foto falsa, forzada: así nunca me sonrió a mí. Ese señor que sonríe con aire beatífico no es mi padre, o no es el que yo recuerdo. Ahora que estoy mudándome a Bogotá, tal vez debería deshacerme de esa foto.
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PERU 21 OCTUBRE 12, 2009

Ella en mi cabeza
Autor: Jaime Bayly

Ella sabe que amo a mi chico.
Ella sabe que juego con una chica.
Ella sabe que juego con todas las chicas que puedo (que son pocas, porque ya no puedo jugar por culpa de las pastillas).
Ella sabe que soy adicto a las pastillas.
Ella sabe que las pastillas me están matando.

Ella sabe que es exactamente así como quiero morir (así, o envenenado por un obispo).
Ella sabe que me ha perdido, que no soy el que conoció, que mi vida se fue al carajo.
Ella sabe que esa tarde me van a operar (de nuevo).
Ella lo organiza todo: el chofer me lleva a la clínica, me cubre con mantas, enciende la estufa portátil.
Ella llega antes de la operación. Me besa en los labios. Me dice Gordi. Me mira como si el tiempo no hubiera pasado, como si fuésemos los amantes de antes.
No sabemos si el bulto que me van a extirpar es benigno o maligno. Le digo que nada que salga de mi pecho podría ser benigno. Ella se ríe. Suele reírse de mis bromas (incluso cuando no le hacen gracia).

Ella está allí, a mi lado, cuidándome, vigilando cada detalle, espantando a las enfermeras acosadoras.
Ella me acompaña hasta la sala de operaciones. No la dejan entrar. Nos despedimos. Me da un beso. Le recuerdo que el testamento lo tiene mi amigo, el abogado, el que será mi vicepresidente. Le recuerdo las cuentas que tengo escondidas por aquí y por allá (sobre todo, por allá). Le ruego que, si no despierto, organice unos funerales discretos, sin presencia de curas ni predicadores.
Ella está a mi lado cuando despierto. Ya no está a mi lado cuando despierto todas las mañanas (quiero decir, todas las tardes). Pero esa tarde, después de la operación, está a mi lado cuando despierto.

No le importa que ame a un chico y que juegue con una o varias chicas y ya no juegue con ella. Me quiere. Me quiere como si fuera su hijo. Yo la quiero como si fuera mi hija. No me queda claro si ella es mi madre o yo su padre o si ambas cosas son posibles a la vez.
Ella llama a la enfermera y le ordena que me pongan más morfina. Sabe lo mucho que me gusta la morfina. Sabe que no es improbable que en unos años termine asaltando hospitales públicos para robar morfina de madrugada.

Ella sabe que me han prohibido tomar mis pastillas de toda índole mientras duerma en la clínica. Sin embargo, me desliza furtivamente las pastillas. Sabe que me hacen mal. Sabe que me hacen mal y sin embargo me hacen feliz. Las tomo. Duermo o creo que duermo.
Ella jala el suero y la morfina para que yo pueda caminar al baño a orinar. Ella me ve orinar. No deja de asombrarme que de ese colgajo comatoso, decrépito, hayan salido dos vidas deslumbrantes, las hijas que ella me dio, las hijas que ella me dio contra mi expresa opinión, las hijas que ahora llegan a visitarme con un cuadro pintado por la mayor y con galletas de chocolate horneadas por la menor.

Ella y sus dos hijas, ella y mis dos hijas: tres mujeres de una belleza resplandeciente, sobrecogedora, que de pronto iluminan y alegran ese cuarto lóbrego. ¿Es la morfina o soy el hombre más afortunado de este hospital?
Ellas me besan, observan las vendas ensangrentadas que cubren la herida, me hacen bromas, comemos galletas, tomamos Coca-Cola (que le enfermera me ha prohibido) y de pronto anuncian que tienen que irse.

Ellas son así, siempre llevan prisa. Toman clases de francés, de pintura, de equitación. Son chicas muy atareadas y con muchas amigas. Sus celulares suenan sin cesar. Nada las detiene. Cada una se mueve a su aire. Nunca me piden permiso. Me informan. Me cuentan. Me notifican.

Ellas se van a seguir con sus vidas de adolescentes felices.
Antes de irse, la mayor me cuenta que sus vacaciones de verano las pasará en casa de una amiga en New Canaan, Connecticut.
Para no quedarse rezagada, la menor me cuenta que ha sido admitida a un internado en Lausanne, Suiza, por seis semanas.
Fantástico, les digo, y recuerdo con nostalgia cuando eran niñas y las vacaciones más divertidas eran las que pasaban conmigo haciendo nada.

Mis hijas se van porque tienen que irse, la vida las espera, promesas de placeres furtivos aguardan por ellas: yo soy una rémora, un saco de papas, un cuerpo corrompido, su padre sedado, manso y sonriente, gracias a la morfina.
Ella se queda, ella siempre se queda cuando más la necesito.
Ella me dice que se quedará a dormir en el sofá.
Le digo que necesito escapar, que necesito que me ayude a escapar, que debo tomar un avión para llegar a una feria del libro al sur del país.
Me mira y se da cuenta de que no estoy bromeando, ya me conoce y sabe cuando hablo en serio.

Ella llama a la enfermera, llama a los doctores, les exige que firmen mi permiso de salida, esconde morfina en mis bolsillos, me sienta en una silla de ruedas, empuja la silla de ruedas. De pronto ella es Kathy Bates y yo, Jeremy Irons. ¿Qué me haría sin una loca adorable como ella?
Ella me sube a su auto a las cuatro de la mañana. Las clínicas no son muy distintas de las cárceles, le digo. Siempre sales peor de lo que eras al entrar. Siempre sales con un orificio que te duele. Ella se ríe y maneja con notable torpeza (siempre manejó con notable torpeza, salvo cuando me maneja a mí).

Ella me lleva al hotel, me acuesta, me da las pastillas, me acaricia la frente mientras balbuceo las ideas del discurso que daré la noche siguiente en la feria del libro. Estás loco, me dice. Todos en este país estamos locos, le digo.
Ella sale del cuarto para que llame a mi chico y le diga que estoy bien, que todo salió bien, que ya me operaron y escapé del hospital.
Ella extiende tres frazadas en mis pies, me besa en los labios y me dice que se va a dormir.

Duerme en la otra cama, le digo.
No puedo, me dice. Las niñas me necesitan en la casa.
Claro, las niñas, anda con ellas.
Ella se va pero en realidad nunca se va, ella siempre está conmigo, me trae galletas y me cubre los pies y me consigue morfina y me ayuda a escapar del hospital.
Ella sabe que estoy loco y que no tengo cura y que la mejor versión de mí es la que conoció hace veinte años y que la peor versión de mí es la que aún está por conocer. Sabiendo todo eso como sin duda lo sabe, ella no está dispuesta a dejarme, ya entiende que no pudo curarme, reformarme o adecentarme y que ahora solo puede acompañarme en esa segura travesía al abismo.

Ella no me pregunta por mis erecciones o mis orgasmos o mis hijos probables o improbables. Yo no le pregunto por sus amantes o por las cosas que hace con otros varones o por los amigos que la esperan con impaciencia en tal o cual ciudad. Ella y yo nos amamos como se aman los enfermos, como se aman los locos, como se aman los que saben que ya no pueden separarse y que uno verá morir al otro y se ocupará de enterrarlo (y sin duda será ella quien me vea rendirme cuando no queden ya fuerzas para seguir librando esta batalla contra no sé quién, contra no sé quiénes, contra casi todos, menos ella, mis hijas, mi chico y alguna gente más que ya no recuerdo por la morfina).

El bulto era benigno. Menuda sorpresa. Si benigno era el bulto, benigno ha de ser el pecho que lo alojaba, mi pecho, mi pecho de murciélago, mi pecho de gaviota.
Es probable que hayan removido los últimos centímetros benignos que quedaban en mi organismo. Maligno es todo lo que queda. Maligno, malvado y malicioso.

Cuando despierto, ella está allí. Me ayuda a desvestirme, a quitarme las vendas, a retirar los parches adheridos a mi pecho, a ducharme, a jabonarme los testículos. No todos los hombres tienen a una mujer dispuesta a jabonarles los testículos. Uno de los doctores me ha dicho, palpándolos con curiosidad, que tengo los testículos más grandes que ha visto en su vida. También me ha dicho, mostrándome unas bolas de madera, que los peruanos tenemos los testículos más grandes del mundo, pero que los míos son más grandes que los de un peruano promedio. De lo que puede deducirse que soy un gran peruano o un gran huevón (más probablemente, lo segundo). En cualquier caso, ella me baña, me seca, me viste y me ve partir al aeropuerto.

Ella sabe que estoy loco y que no debería subirme a ese avión. Ella sabe que estoy desobedeciendo a los médicos y arriesgando mi salud. Ella sabe que mi vida consiste precisamente en arriesgar mi salud. Ella sabe que ese viaje, ese evento público, aquel discurso ante una multitud, esa infinita firma de libros legales y piratas son una manera de seguir arriesgando mi salud.

Ella sabe todo eso, lo sabe todo sobre mí. Pero tal vez no sabe esto: que cuando estoy solo la extraño más que al prozac, más que a la morfina. Y que cuando esté por morir el último beso quiero que sea el suyo, el suyo, el de mis hijas, el de mi chico, y finalmente el suyo.
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EL COMERCIO OCTUBRE 8, 2009

Jaime Bayly confiesa que su más intensa locura fue atreverse a escribir y ser bisexual

12:41 | “La única enfermedad que padezco es la de ser un escritor”, dijo el “tío terrible”, descartando así cualquier mal que afecte su salud.

Después de mucho tiempo Jaime Bayly decidió romper su silencio y concedió una entrevista a la revista Eva que este jueves 8 de octubre publica la conversación. El polémico conductor asegura que si las circunstancias son propicias sí se lanza a ser presidente del Perú. “Me gustaría ser presidente para que los niños más pobres puedan educarse igual de bien que mis hijas”. De ser candidato dice que no llevará listas al Congreso y, de ser elegido, dará instrucciones precisas para que los congresistas, los ministros y el presidente no cobren un céntimo ni tengan los privilegios de los que ahora abusan escandalosamente. “No se puede cerrar el Congreso, pero sí obligarlo a servir al país sin cobrar sueldo”. Para su campaña cree que Tongo podría crearle una canción, pero de ninguna manera impondrá un baile como el presidente Alan García.

Hace unas semanas Antauro Humala le envió una carta al conductor donde le decía “cabrón” y entre otras cosas le aclaraba que no soñaba con él. Bayly es muy directo cuando le preguntan qué piensa de él. “Está loco porque sus padres lo intoxicaron en la locura y que está lleno de odio porque sus padres lo educaron en el odio”.

Sobre su salud el francotirador ha aclarado que no tiene ningún problema que él sepa. “La única enfermedad que padezco es la de ser un escritor. No hay por qué preocuparse. Estoy bien. En febrero me operaron del hígado. Ahora de un bulto en la mama derecha”.

EL AMOR Y LOS OTROS DEMONIOS
Jaime Bayly aclaró una vez más que Sandra Masías “es y será la primera dama de mi vida. Pero cabe más de un amor en una vida, y yo he tenido esa inmensa fortuna”. Sin embargo en su terreno afectivo la relación con sus hermanos no es buena. “Es distante y en general fría. Tengo siete hermanos y solo uno es mi amigo: Javier, que vive en Vancouver. A los demás no los veo nunca”.

En su último programa Jaime le dijo a su hermano Miguel que era un huevas tristes porque ni siquiera se había “tirado” a Viviana Rivasplata. En esta entrevista aclara aun más su opinión. “Miguel es un hipócrita y un patán. Yo dije lo que dije de Viviana porque días antes él me dijo, tomando el té en el Country, con mi madre como testigo, que había terminado con Viviana porque ella se le perdía en las discotecas y no estaba a su altura y cosas peores que prefiero no mencionar”. Sobre las cosas que le dijo a Viviana dice que tampoco eran tanto escándalo. La modelo no le simpatiza. “Me parece; creo que a la chica le falta un poco de sentido del humor: si ha hecho una carrera como modelo, mostrando su cuerpo, haciendo calendarios en escuetos bikinis, siendo anfitriona en ceñidas mallas, que no venga ahora a presentarse como si fuera Simone de Beauvoir, por el amor de Dios”.

Jaime dice en otro pasaje a la revista Eva que no ve sus programas, que lo aburren y que el periodista y escritor más exitoso del Perú es Mario Vargas Llosa. En la entrevista confiesa que no se habla con Javier Carmona, que no fue duro con Tula Rodríguez, pero que ella se enojó porque el público no le creyó. ¿Si le dieran una última entrevista y tuviera que optar por Magaly, Tula o Gisela? Elegiría sin ninguna duda a Gisela Valcárcel.

En su más reciente novela El cojo y el loco los protagonistas son rechazados por sus familias. No son aceptados y crecen solos. Jaime dice haberse sentido así. “En cierto modo, aunque por distintas razones; mis padres, como los del cojo y el loco, me trataron con una severidad que a veces rozaba la crueldad, y por eso me hicieron cojo del alma y loco o loca según el día”. A sus 44 años puede decir que “todo es negociable, salvo la felicidad de mis hijas”.
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PERU 21 OCTUBRE 5, 2009

El mal hermano
Autor: Jaime Bayly

Sabes que ese sujeto es tu hermano porque así te lo dijeron desde niño. Cuando te dicen que tal persona es tu hermano, no dudas de que la información es verdadera, de que dicho individuo está emparentado contigo, de que nuestros padres no podrían estar mintiéndonos.

Desde ese momento, un momento que casi con seguridad no recordamos, todos parecen esperar que ese hermano y uno tengan una relación cordial, afectuosa, fraternal, una relación superior a la de los amigos, una relación de hermanos que se quieren porque los une un lazo de sangre que impone cariño, lealtad, preocupación por el otro, una suerte de complicidad incorruptible en la travesía que es la vida.

Se espera entonces que los hermanos sean más que amigos, se quieran más de lo que se quieren los amigos, y que ese cariño sea espontáneo y surja por el mero hecho de ser hermanos. Esto es lo que esperan, por lo pronto, los padres, los abuelos, los tíos, los primos y, si los hay, los demás hermanos.

Sin embargo, bien pronto esos hermanos descubrirán que, a pesar de las altas expectativas que se han cifrado en ellos y su afecto fraternal, no solo no se reconocen como amigos, sino que la relación está envenenada por sentimientos turbios, como los celos, la envidia, el rencor, las ganas de ser mejor al otro, el afán por superarlo, eclipsarlo, humillarlo, el deseo de ser el más querido por los padres o los otros hermanos. De modo que los hermanos, sin saberlo ni desearlo, se encuentran, ya precozmente, en posición de competidores, aun si no quieren competir, o si uno de ellos renuncia a tal competencia, pues, a los ojos de los demás, hay ya una competencia no declarada, soterrada, para ver cuál progresa más deprisa, cuál es más ganador, cuál más virtuoso, admirable o ejemplar.

Resulta inevitable, por lo tanto, que los hermanos, desde niños, y sobre todo cuando empiezan a ejercitar su libertad, se perciban a sí mismos no como amigos, sino como competidores, como rivales, y eventualmente como rivales encarnizados, y eventualmente como enemigos, dado que el destino los ha puesto en esa indeseada tesitura: la de disputarse un espacio de privilegio en los afectos familiares y en la vida misma.

Por consiguiente, es infrecuente que dos hermanos encuentren la manera, a pesar de ser competidores, rivales o enemigos, de firmar un armisticio que consista en renunciar a la competencia y sentir placer en el hecho de percibir al otro como una persona más estimable que uno mismo, o al menos una persona con unas virtudes o unas calidades de las que uno carece y de las que podría aprender. En ese insólito momento en que los hermanos desisten de seguir compitiendo y se reconocen como individuos que se han visto enfrentados por la mano caprichosa del azar, es probable, aunque no seguro, que pueda surgir entre ambos algo parecido a la amistad. Es decir, que los hermanos, para ser amigos, deben dejar de ser hermanos ante todo, porque comprenden que la amistad es un sentimiento superior al de la hermandad, un sentimiento que se elige, que es voluntario, que se renueva y enriquece día a día, no como los lazos de sangre, que son impuestos por el destino, unos simples accidentes genéticos que no garantizan el florecimiento de una amistad y más bien suelen desencadenar los peores enconos y las más feroces enemistades (casi siempre por dinero, siendo el dinero una medida del éxito, o del éxito que los hermanos tienen ante sus padres, ante los demás).

La mayor parte de mis hermanos son mis competidores y algunos son mis enemigos y no hay nada entre nosotros que bordee o se aproxime a la amistad. Tengo siete hermanos y solo soy amigo de uno de ellos. Los otros son, en el mejor de los casos, mis competidores (que se alegran cuando me va mal y desean que me vaya mal para que, por comparación, a ellos les vaya mejor), y, en el peor de los casos, mis enemigos declarados, que hablan mal de mí en público y en privado (sobre todo en privado; en público lo hacen solo cuando están muy borrachos), que menosprecian mi trabajo y sienten repugnancia por mi estilo de vida y a quienes nada de lo que haga (un libro, un programa, un artículo) les parecerá aceptable sino reprobable y bochornoso.

Curiosamente, de esos seis hermanos que no son mis amigos, por lo menos dos han querido competir conmigo, no ya en la disputa por los afectos familiares, sino en el ámbito del trabajo y la vida pública (lo que hacía más visible o risible dicha competencia). Esos hermanos no pudieron aceptar el éxito (para ellos, inmoderado e inmerecido) que yo tenía en la televisión y se propusieron competir conmigo en esa feria de las vanidades y tener más éxito que yo. Por desdicha para ellos, ninguno tuvo éxito y todos se resignaron a unas vidas públicas signadas por la discreta medianía en un caso, y la patanería y la arrogancia en el otro. De esos hermanos no queda ya sino el brumoso recuerdo de que quisieron triunfar en la televisión, pero el público no fue piadoso con ellos y los expulsó como quien se deshace de una secreción o una ventosidad. Uno de ellos concedió cierta vez una entrevista a la televisión y declaró que no leía mis libros. Preguntado por qué, sentenció: “Porque no leo libros de maricones”. Otro declaró alguna vez a un periódico: “Jaime no ama a mi mami. Yo sí amo a mi mami”. Tan tremenda afirmación me dejó una sensación de desasosiego e impotencia, pues no había manera de probar una cosa ni la otra, y solo era evidente que ese hermano se reafirmaba en su condición de enemigo pugnaz, belicoso y de muy corto entendimiento. Tengo otro hermano, que también pasó por la televisión (o fue atropellado por ella), pues aparecía perpetrando patanerías, zafiedades y vilezas que él creía muy cómicas, pero que a las víctimas de sus emboscadas chocarreras les resultaban muy desagradables, y que, como era previsible, fue despedido por gañán e insufrible, y que en los últimos tiempos ha salido a insultarme, a decir que estoy subido de peso (como si él fuera un efebo, un alfeñique, un anoréxico, un eunuco mustio) y que tiene ganas de pegarme porque no sé tratar con respeto a las mujeres. (Si sé o no tratar con respeto a las mujeres, ya sería tema de otra columna. Lo más probable es que, en general, y salvo contadas excepciones, yo no lo sepa y el cachafaz de mi hermano lo sepa menos que yo).

Todo lo cual confirma que de mis siete hermanos al menos tres son mis enemigos (el que afirmó que no leía “libros de maricones”; el que armó un escándalo cantinero cuando entrevisté a mi madre, alegando que dicha entrevista constituía un agravio a la memoria de nuestro padre muerto; y el que aparecía en televisión agrediendo a gente inocente, asustando a señoras incautas, humillándolas con modales de matón de pacotilla, y que ahora ha salido a insultarme sin razón alguna o porque es mi enemigo de un modo genético, inexorable, de un modo que el masivo consumo alcohólico hace más patente) y otros tres hermanos que, no siendo mis enemigos, podrían serlo en cualquier momento (y quizá están entrenándose para ello) y se contentan con ser mis competidores, cordiales en el mejor de los casos, sañudos o severos en el peor.

Me queda el consuelo de que ninguno de esos pipiolos sin escrúpulos que quisieron invadir mi pequeño territorio iluminado por pálidas luces de neón consiguió su innoble propósito, el de sacarme a empellones, codazos, salivazos y puntapiés y afincarse allí donde yo había montado mi quiosco o chiringuito de afectado niño terrible. El público no los quiso, los repudió, los desdeñó, y por eso ganaron premios como peor locutor, peor animador, peor persona del año (premios muy merecidos, por cierto) y tuvieron que dedicarse a otras actividades menos públicas y lucrativas, dándose tiempo, desde luego, de escupir alguna mezquindad contra mí cuando les ponían una cámara enfrente por el mero hecho de que ese borracho parlanchín era sobre todo, y por desgracia, mi hermano, pequeño detalle que el ebrio deslenguado no parecía advertir.

Queda claro entonces que tengo siete hermanos, que tres de ellos son mis enemigos jurados y con ganas de darme una paliza (sin que yo haya provocado tal animosidad: ella surge porque somos naturalmente distintos, opuestos y rivales) y que otros tres son mis competidores (uno de ellos se molesta mucho cuando le dicen que se parece a mí) y que uno, solo uno de mis siete hermanos, es mi amigo, el más amigo de mis hermanos y el más hermano de mis amigos. Cuando estamos juntos, el sentimiento que prevalece no es el que nos fue informado cuando éramos niños (que nacimos de un mismo padre y una misma madre), sino el que nosotros hemos elegido: el de ser amigos pendencieros, toreros que se asisten para burlar al toro en el ruedo azaroso que es la vida. Ese hermano, que vive en una ciudad lejana, es accidentalmente mi hermano, pero lo definitivo y perdurable entre nosotros es que es mi amigo en las buenas y en las malas. Si me dijeran que alguna prueba genética ha demostrado que no es mi hermano, o no lo es del todo, nada cambiaría, seguiríamos siendo amigos fraternales, leales, dispuestos a socorrer al otro y mejorarle en lo posible la vida, como me auxilió cuando enfermé y no dudó en tomarse un avión, como me consuela con palabras alentadoras cuando algún hermano me agravia por envidia, celos o mera estupidez. El honor que me hace sentir su amistad compensa sobradamente la deshonra o el oprobio que siento cuando recuerdo que soy hermano de ciertos sujetos patibularios que por fortuna no serán nunca mis amigos y a los que espero no ver ni en navidades ni en sus cumpleaños ni en mi sepelio ni en la otra vida si hay otra vida.
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EL COMERCIO OCTUBRE 1, 2009

Jaime Bayly fue operado de quistes a la mama

13:13 | Conductor de “El Francotirador” será dado de alta hoy, y en las próximas horas viajará a Arequipa para presentar su libro “El cojo y el loco”

El polémico conductor de televisión Jaime Bayly se sometió el último lunes a una delicada intervención quirúrgica de quistes a las mamas. Hoy será dado de alta y en las próximas horas volará a la ciudad de Arequipa para presentar su libro y sumarse al homenaje del poeta José Ruiz Rosas, padre de su productora Ximena.

El irreverente conductor de “El Francotirador” acudió a la clínica San Felipe para que el doctor Milko Garcés le extirpe los quistes benignos que tenía en una de las mamas y solo pidió ser atendido por las enfermeras más sonrientes del nosocomio.

Bayly se vio obligado a postergar su viaje a Arequipa, pero hoy que será dado de alta, viajará a la “Ciudad Blanca” para presentar su libro El cojo y el loco en el auditorio José Ruiz Rosas. Su productora Ximena viajó ayer para ver detalles del evento y recibir a Jaime cuando llegue.

Pese a que los médicos recomendaron al actor descanso absoluto, Jaime que no puede con su genio, ha decidido retomar sus actividades laborales.
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PERU 21 SETIEMBRE 28, 2009

La conspiración
Autor: Jaime Bayly

He sido decapitado por una conspiración de mediocres, envidiosos y trepadores.

Subestimé el poder malévolo de mis enemigos y su capacidad para intrigar en las sombras y tramar mi caída.

Los apandillados me atacaron por varios frentes a la vez. Eran numerosos y me odiaban como odia el que viene a cortarte la cabeza, con la mirada nublada por la abyección y las comisuras de los labios mojadas por una baba vil, espumosa.

Me hallaba descansando cuando fui cercado por los revoltosos. El asalto me pilló por sorpresa. Sabía que los conjurados eran un puñado de facinerosos que me odiaban sin razón alguna o por la más humana de las razones: porque imaginaban que mi vida era mejor que las suyas y que yo descansaba más a menudo que ellos. Lo que ignoraba (y ese despiste hubo de costarme la vida) era que, siendo idiotas, eran sin embargo capaces de urdir un complot para matarme y ejecutarlo a sangre fría. Olvidé que a menudo los idiotas son los asesinos más brutales y por eso ahora mi cabeza mutilada exhalaba estos últimos estertores a varios metros de mi cuerpo exangüe.

Mis tropas más leales se encontraban lejos, en el río de La Plata, diezmadas por el hambre y el frío.

Solo podía combatir con mi lengua viperina, arma con la que había despellejado a numerosos enemigos. Esta vez, sin embargo, resultó insuficiente para defenderme.

Los conspiradores me atacaron por varios frentes, simultáneamente.
Escapando de su cautiverio, La Foca Amaestrada abalanzó su colosal dimensión mamífera sobre mí, dispuesta a destriparme y devorarme crudo. La Foca Amaestrada odiaba por instinto a toda criatura a la que viese comiendo. La Foca Amaestrada poseía un apetito descomunal, insaciable, y solía tragarse a todos los que osaban comer lo que ella quería comer (y ella quería comérselo todo). Para mi desdicha, me vio comiendo alguna vez y en ese momento decidió que hincaría sus dientes en mis carnes flácidas y se daría un banquete conmigo.

Hermanados por el rencor, la desdicha y la mediocridad, El Tonto Útil y El Cuervo saltaron sobre mí y me atacaron a golpes y picotazos. El Cuervo se posó sobre La Foca Amaestrada y lanzó unos graznidos triunfales y luego me arrancó un ojo. El Tonto Útil (útil para su jefa, La Foca Amaestrada, e inútil para todo lo demás, salvo para darme con un palo en la cabeza) supo engatusarme antes de la conspiración y hacerme creer que era mi amigo o por lo menos mi aliado. Subestimé su codicia. Examiné su mirada bovina y pensé: Este Tonto es tan Tonto (lo que en España se conoce como un “Tonto del Culo”, o en el Perú se conoce como un “Huevón a la Vela”) que no tendrá valor de amenazarme. Quien lo envenenó contra mí fue El Cuervo.

Durante años yo le di de comer al Cuervo. Nunca lo enjaulé, nunca le arrojé agua ni le grité improperios. Venía al patio de mi casa y le tiraba migas de pan, semillas y galletas y El Cuervo las tragaba a toda prisa. Pero ya se sabe que los cuervos no tienen memoria para la gratitud. Por eso El Cuervo se hartó de comer migas de pan y un día, fiel a su naturaleza, y azuzado por La Foca Amaestrada (que fue quien lo tramó todo e instruyó a sus sicarios para emboscarme), decidió que jugaría con mis tripas. Debí suponerlo. El Cuervo era muy feo (más feo que un cuervo normal) y muy infeliz (más infeliz que un pájaro cualquiera) y para vengar esas afrentas debía traicionarme y comerme, o comer los restos que le dejaría La Foca Amaestrada, que no serían muchos, dado su apetito inmoderado.

El Sepulturero apareció con una vieja pala de origen cubano (una pala con la que decía haber remado en balsa desde La Habana hasta Cayo Hueso), dispuesto a cavar una fosa y enterrarme vivo, o a enterrar los huesos que quedasen de mí. A primera vista, El Sepulturero parecía una persona mediocre y confiable (sobre todo, mediocre). No lo creía capaz de tramar una emboscada contra mí (en realidad, no lo creía capaz de tramar nada). Debí estar más atento. Alguien me había contado que El Sepulturero había enterrado vivos a centenares de hombres y mujeres, muchos de ellos jóvenes, saludables (incluso, famosos), a los que arrojaba a la fosa que recién había excavado y los cubría de tierra hasta ahogarlos a pesar de sus súplicas. No conocía la piedad ni la clemencia al momento de dar sepultura a sus víctimas. Cumplía su misión sin vacilar, alisándose el bigote y disfrutando de su ruindad.

A pesar de que era casi un anciano, hundía la pala y vertía la tierra pedregosa con un vigor de origen satánico. El Sepulturero me había jurado lealtad. Fui lo bastante incauto para creerle. El Sepulturero solo podía ser leal a un empeño torvo e infatigable: cubrir de tierra a todo el que pareciera más inteligente que él. Huelga decir que El Sepulturero era más tonto que un conejo ciego o una gallina asustada, y lo peor era que él mismo lo sabía, y por eso no había día en que no estuviera excavando y sepultando a gente a la que odiaba tan solo porque le recordaba su abrumadora estupidez, una estupidez que él vengaba con su vieja pala cubana, segando esas vidas menos idiotas que la suya, que eran muchas vidas y por consiguiente le imponían una tarea ardua, extenuante y con seguridad infinita.

Pronunciando oraciones en latín y esparciendo agua bendita a su camino, La Beata en Celo (una criatura de aspecto femenino, tomada por todos como mujer, pero dotada de un pene de diecinueve centímetros de longitud) me atacó por la retaguardia (esta era, desde luego, su especialidad), auxiliada por su fiel lazarillo y proveedor de pócimas letales, El Enano Intrigante, amigo y confidente de La Momia Inmortal, quien lo abastecía regularmente del veneno más letal: su saliva atrabiliaria. La Beata en Celo, disimulando su abultada genitalidad debajo de un vestido negro muy de señora de alta sociedad, me había untado con lisonjas y zalamerías durante años, pero secretamente me odiaba por dos razones que solo alcancé a comprender cuando la tuve de rodillas encima de mí, clavándome un crucifijo, echando baba y gimoteando como una poseída por Lucifer (un momento en el que de pronto me pareció idéntica a la Momia Inmortal): que yo sabía leer y escribir y ella no conocía comercio alguno con las palabras, y que yo me declaraba agnóstico, lo que a ella, una fanática religiosa (o, cuando menos, una fanática de arrodillarse) le resultaba intolerable.

La Beata en Celo no podía tolerar que alguien se atreviera a dudar de lo que ella no permitía poner en entredicho: que ella batallaba en el Ejército de Dios Todopoderoso y que los agnósticos batallábamos en el Ejército de los Impíos y los Herejes, en el Ejército del Mal, un Ejército Impuro que ella se había impuesto la misión de aniquilar (tal vez porque le recordaba las impurezas de su entrepierna). Por eso, para disipar esa duda como quien disipa una niebla inconveniente, la Beata en Celo se quitó los zapatos y el vestido (dejando ver un bulto amenazante, del tamaño de una boa constrictora) y se sumó a los mordiscos de La Foca, a los golpes del Tonto Útil, a los picotazos del Cuervo, y no vaciló en escupirme sus venenos y en clavarme en el pecho un crucifijo filudo que creo que sacó del sostén.

Cuando yo estaba agonizando y a duras penas podía escuchar los eructos de La Foca Amaestrada y ver al Sepulturero cavando la que con seguridad habría de ser mi tumba y sentir al Cuervo refocilándose con mis vísceras, de pronto me atacó, arrojándome frutas tropicales desde un cocotero (papayas, piñas, cocos, bananos), una criatura en apariencia amigable, pero que resultó desleal en la hora de mi desgracia:

El Chimpancé Domesticado. ¿Por qué se ensañó conmigo El Chimpancé Domesticado, cuando yo le había dado de comer tantas veces a él y a su mona lujuriosa? Porque El Chimpancé Domesticado, no obstante su aire juguetón y su frenesí saltimbanqui, vivía aterrado de La Foca Amaestrada y temía que un día La Foca lo viera comiéndose un maní o un banano y viniera a comérselo a él (como ya se había comido a muchos otros macacos, por el mero hecho de verlos comer, lo que convertía a La Foca en esa bestia depredadora que ella no podía evitar ser). Fue por eso que El Chimpancé Domesticado me arrojó frutas tropicales (especialmente piñas, parecidas a su cara) cuando yo era ya menos un hombre que un cadáver: para salvar la vida y adular a su jefa, La Foca Amaestrada, esa criatura bigotuda y adiposa que, para aplacar su hambre, decidió arrancarme la cabeza y comerme crudo.

¿Cómo podía, estando yo dormido, y no teniendo noticias de la siniestra conspiración, enfrentar a tantos enemigos a la vez: a la Foca Amaestrada, al Tonto Útil, al Cuervo, al Sepulturero, a la Beata en Celo, al Enano Intrigante, a la Momia Inmortal (proveedora del veneno que obtenía de su saliva) y al Chimpancé Domesticado?

Estaba perdido. Eran muchos y al parecer los unía la fiera determinación de que mi cabeza debía rodar por los suelos, como en efecto acabó rodando.
Lo que ninguno de mis enemigos sabía (y eso me permitió la mueca de una última sonrisa) era que mi cuerpo se hallaba intoxicado por una enfermedad y que, al devorarme en esa orgía vengativa, en ese festín que celebraba todo lo innoble y desleal, estaban tragando también el veneno que fluía por mi sangre y corroía mis entrañas, un veneno todavía peor que la saliva de la Momia Inmortal. Lo que ninguno de los conspiradores y apandillados sabía era que yo sería, para todos ellos, La Última Cena, y que no muy lejos de donde quedó despanzurrado mi cadáver, ellos perderían también la vida, intoxicados por mi carne putrefacta.

La única que salvó la vida fue la Momia Inmortal, quien, enterada de mi deceso, lanzó una risotada de hiena y luego arrojó un escupitajo sobre su imagen reflejada en el espejo, haciendo trizas el espejo, tal era el poder destructivo de su saliva.
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EL COMERCIO SETIEMBRE 27, 2009

Bayly tilda a su hermano Miguel de "caradura"

11:41 | El menor de los Bayly llamó “cabrón” a “El francotirador” por haber tildado de “forajida” a Viviana Rivasplata

Bayly contra Bayly. Los dardos entre Jaime y Miguel Bayly no cesan luego de que el segundo llamara “cabrón” a “El francotirador”. Ahora, Jaime le dijo a Miguel que es un “caradura”, debido a que él también se había expresado de manera despectiva de Viviana Rivasplata en una reunión familiar.

“Me di con la sorpresa porque mi hermano se refirió a mí en términos que Ollanta Humala se refiere a Fujimori y a Alan”, dijo el periodista y escritor. “Miguel nunca me lo ha dicho pero si piensa eso de mí coincidimos”, ironizó sobre el calificativo que usó su hermano.

Por otro lado, el escritor volvió a aceptar que se excedió en hablar de la modelo. “Me propasé cuando llamé forajida a una dama tan honorable como Viviana y pedí disculpas cuando correspondía”, dijo en su programa dominical.

No obstante, añadió: “Lo hice por que el propio Miguel en una reunión familiar tomando el té con mi madre y un tío anunció que había terminado con Viviana, que no le interesaba, que no estaba a su altura, que era cosa del pasado y que esta chica se le perdía en la discoteca y tenía que estar persiguiéndola”.

“Me quiere dar clases de urbanidad, pero en esa reunión no se expresó de manera tan respetuosa de la señorita sino que básicamente trapeó el piso con ella”, añadió el ex “niño terrible”.
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EL COMERCIO SETIEMBRE 21, 2009

"Por ética el ministro Allison debe renunciar"

7:01 | Jaime Bayly recordó que en el 2003 el titular de Vivienda, en completo estado de ebriedad, golpeó a policías durante una intervención

Jaime Bayly criticó con dureza al ministro de Vivienda, Francis Allison, por haber agredido a policías en junio del 2003 y por dar servicios de consultoría a Business Track, investigada por ‘chuponear’ a políticos y empresarios.

En su programa “El Francotirador” cuestionó las credenciales éticas del ex burgomaestre del distrito limeño de Magdalena al que calificó de ser un “adulón del presidente García”.

“Un alcalde que le pega en la cara a un policía no tiene credenciales éticas para ser ministro. Es una infracción sería, un desacato a la autoridad”, sostuvo en referencia al bochornoso incidente protagonizado por Allison el 8 junio 2003.

A juicio de Bayly, Allison fue nombrado ministro porque resultó siendo un adulón bastante eficaz del mandatario. “El alcalde resultó siendo un “sobón” que le organizó una marcha en su honor”, lamentó.

LEYENDA:
Pide su renuncia. Jaime Bayly calificó al ministro Allison como un “pegapolicías”, al recordar que agredió ebrio a un efectivo de la PNP en el 2003. (Frecuencia Latina)
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PERU 21 SETIEMBRE 21, 2009

La confirmación
Autor: Jaime Bayly

Está confirmado: mi hija va a confirmarse.
Está igualmente confirmado: a pedido suyo, no asistiré a su confirmación.
Debe entenderse que la confirmación de mi hija, junto a la de sus amigas del colegio, constituye una ceremonia religiosa en la que ella confirma su fe en las creencias, dogmas y supersticiones de la Iglesia Católica.

Debe suponerse que una persona solo puede confirmar unas creencias si antes creía en ellas. El acto de confirmarse en una fe religiosa solo tiene sentido si esa persona creía en dicha fe y ahora quiere dejar constancia de que lo que antes creía lo cree ahora con más certeza o con pareja certeza. La confirmación vendría a ser entonces, si entiendo bien, una celebración de las creencias religiosas de una persona, una manera de afirmar tales creencias, de confirmarlas, de aferrarse a ellas o de expresar que no le caben dudas al respecto.

Sin embargo, si esa persona no ha creído nunca en tales o cuales creencias religiosas, mal podría confirmarse en ellas. No puede uno confirmarse en una fe que no poseía. En tal caso, estaría iniciándose en esa fe, no confirmándose en ella.

Lo que está claro (y confirmado) es que mi hija va a confirmarse en la fe católica y por consiguiente en los mandatos morales de esa confesión religiosa.

Según fuentes relativamente confiables (la madre de mi hija), la decisión de confirmarse ha sido tomada libre y voluntariamente por mi hija, sin ninguna presión, coerción o manipulación ejercida por la familia o las amigas.
Como consecuencia de esa decisión (que puede que sea libre o que sea bajo presión, esto es materia de investigación), mi hija ha pasado un fin de semana lejos de casa, fuera de la ciudad, confinada en un retiro espiritual, bajo la celosa custodia de las señoras de una secta o cofradía llamada “Avanzada Católica”.

Desconocía que existiera dicha secta. No desconocía, desde luego, que existieran los retiros. De niño y adolescente me despacharon a no pocos retiros. Tengo un recuerdo avinagrado de ellos. Solo se hablaba de sexo y se prohibía el sexo y por consiguiente uno solo pensaba en sexo. Eran retiros para disuadir las apetencias sexuales o para posponerlas indefinidamente, pero en la práctica solo servían para estimularlas. Tan mala fue mi experiencia en dichos retiros, como mala fue mi experiencia con los señores vestidos de sotana que decían ser ministros de Dios y como tales se sentían urgidos a auscultar y hurgar en mi entrepierna en cumplimiento de sus tareas ministeriales, que, llegado el momento, decidí no confirmarme, un acto de rebeldía que provocó estupor en mis padres.

En mi caso, no confirmarme fue sin duda una confirmación. Confirmé mis dudas sobre la iglesia católica, confirmé que me sentía a gusto dudando de lo indudable, confirmé que mi lugar estaba en el de los marginales y los impíos y que no podía creer todas esas inflamadas ficciones religiosas que nos contaban los curas que luego venían a palpar mi zona urogenital (no menos inflamada que sus ficciones).

Como era de suponer, no recibí con alegría la noticia de que mi hija había partido a un retiro espiritual de “Avanzada Católica”, organizado con el propósito de entrenarla para su confirmación. ¿En qué dirección avanzaba o quería avanzar esa brigada de beatas asustadas de sus clítoris? ¿Llevaban armas filudas, además de sus lenguas? ¿Estaban dispuestas a morir pregonando la superioridad moral de la virginidad? Avanzaban, por lo visto, en dirección a mi hija, avanzaban dispuestas a conquistar a mi hija, a someterla, a subyugarla, a enlistarla en las filas de las damas de cuevas vitriólicas, ajadas, resecas, nunca horadadas, del batallón o regimiento purificador llamado “Avanzada Católica”. Avanzaban, pues, a secuestrar moralmente a mi hija.

Expresé mis reservas y temores, dije que me parecía una simulación que mi hija se confirmase en unas creencias en las que no creía, pero no hallé eco en la madre de mi hija, que me dijo que no todas las personas eran “traumadas” como yo. Comprendí de inmediato que la madre de mi hija, y su madre, y mi madre, querían (quieren) que mi hija se confirme no tanto por razones religiosas cuanto por razones frívolas o sociales: porque quieren que mi hija confirme que se parecerá a ellas y nunca, en ningún caso, a mí. Es solo lógico que tal cosa suceda. Sería insólito que las tres damas desearan, conjuradas, que mi hija se pareciera a mí y no a ellas. Pero yo, desde luego, quiero que mi hija se parezca a ella y a nadie más que a ella, y por eso me daba miedo todo esto de la confirmación, porque intuía que tal vez ella no estaba segura de confirmarse.

Cuando volvió del retiro, me dijo que la pasó regular, que no quería hablar del asunto.

A riesgo de ser majadero, le dije que la iglesia católica obliga a sus feligreses a no tener relaciones sexuales de ninguna índole hasta contraer matrimonio (religioso, claro está) y que una vez contraído dicho casamiento (previo pago por los servicios prestados), la ortodoxia católica prohíbe expresamente que el esposo recubra su colgajo viril con un preservativo o que la esposa tome píldoras anticonceptivas, del mismo modo que condena la masturbación antes, durante y después del matrimonio, como proscribe las relaciones sexuales entre adultos del mismo género. Añadí que su confirmación en la fe católica llevaba implícita la afirmación de que creía en esas reglas (quizá no antes, pero sí en el momento de confirmarse y hacer alarde de ello) y estaba dispuesta a cumplirlas, o al menos a intentar cumplirlas.

Mi hija me dijo que no creía en nada de eso, que esas reglas le parecían una tontería.

Le dije que si no creía en esas cosas, tal vez no debía confirmarse públicamente en ellas como si las creyera, puesto que en ese caso la confirmación sería una ceremonia frívola, histriónica, carente de verdadero sentido.

Mi hija me dijo que las cosas eran más simples de lo que parecían: si no se confirmaba, su madre y sus abuelas le harían la guerra; si se confirmaba, no habría guerra.

Le dije que me parecía perfectamente razonable simular una fe religiosa para salvar la vida o evitar una guerra y que su lucidez hubiera salvado millones de vidas en la historia de la humanidad.

Le dije también que estaba orgulloso de ella, pues había confirmado mis sospechas: su “confirmación” lo era no en la fe religiosa sino en su legítimo deseo de pasarla bien, de divertirse con sus amigas, de no defraudar a su madre y sus abuelas, de ser, en suma, una chica querida y popular.

Le pregunté si quería que la acompañase el día de su confirmación, ya sabiendo que era no una confirmación religiosa sino una en su astucia y su cinismo para el arte de la simulación, es decir una confirmación de que es mi hija y además una actriz natural.

Me dijo que, ya que se trataba de pasarla bien y usar a la iglesia como un lindo decorado para jugar a ser virtuosas con sus amigas, era mejor que me abstuviera de acompañarla, pues mi presencia en una iglesia le parecía peligrosa, inconveniente, “una mala foto”, esas fueron sus palabras.

No me pareció inútil decirle que mis creencias religiosas no tienen por qué ser siempre las suyas y que la fe es un asunto que concierne a la intimidad y que si ella decidiera abrazar tal o cual confesión religiosa, y abrazarla al punto de practicarla con fanatismo, y si esa confesión estuviera en entredicho con mis creencias o mi falta de creencias, yo seguiría amándola, porque ninguna religión, ficción o superstición (valga la redundancia) será nunca más importante que mi amor por ella y su hermana. Me pareció importante decirle que si ella se confirmaba en la fe católica porque de veras creía en esa fe, no tenía que mentirme, pues yo estaría de su lado, aun discrepando. Le dije por eso que, teniendo la alergia que tengo por la iglesia católica y por las iglesias en general (pero por la católica en particular), no dudaría en acompañarla en su confirmación si ella me lo pidiera, como no dudaría en llevarla al altar si decidiera algún día casarse ante la iglesia católica (Dios no lo quiera). Le dije, en resumen: mi iglesia eres tú y mi diosa eres tú y haré por tanto lo que tú me pidas.

Creo que le gustó que le dijera eso, porque se sintió más en confianza para rogarme que de ninguna manera me asome al templo el día de su confirmación.
De modo que la confirmación de mi hija ha venido a confirmar unas cuantas cosas: primero, que los retiros siguen siendo odiosos como lo eran ya en mi tiempo; segundo, que ella no cree en lo que dice que cree y no puede por tanto “confirmar” que cree en lo que antes no creía; tercero, que mi hija es lo bastante despierta como para hacer lo que más le conviene, y si lo que más le conviene es fingir o exagerar en público sobre ciertas creencias religiosas, no tiene el menor reparo en entregarse gozosamente a dicha simulación; cuarto, que es una actriz consumada; y quinto, que mi hija y yo hemos confirmado estos últimos días que nos queremos sin necesidad de que ningún cura, pastor o predicador nos lo confirme en una ceremonia religiosa.
La confirmación de mi hija ha servido, entonces, para confirmar cuánto nos queremos ella y yo, y cuán dotados estamos para el histrionismo puro.

PD. Atentos saludos a “Avanzada Católica”. Que sepan que estamos en guerra y que no desmayaré hasta neutralizar y repeler sus avances ni descansaré hasta que mis libros se lean en sus retiros.
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PERU 21 SETIEMBRE 14, 2009

Los hechos consumados
Autor: Jaime Bayly
Estos son los hechos:

Mi chico está en Nueva York. Es finales de julio. Se ha encontrado con su madre. Están de compras. (Cuando digo que es “mi chico”, entiéndase que es un amigo con el que ocasionalmente tenemos encuentros íntimos. Entiéndase que no por ser “mi chico” es mi pareja o mi novio o que vive conmigo. Entiéndase que el uso de la expresión “mi chico” no entraña la certeza o el afán de posesión sobre su vida, sino, al contrario, un cariño fraternal exento de toda rigidez o formalidad, un amor libre, liberal y libertino).

Mi chica está en Lima. Me escribe diciéndome que viajará a Miami para ver el concierto de Arjona. (Cuando digo que es “mi chica”, entiéndase que es una amiga con la que esporádicamente nos permitimos ciertos juegos sexuales. Entiéndase que no es mi pareja o mi novia o que vivimos juntos. Entiéndase que ella no desea ser mi pareja o mi novia o vivir conmigo en modo alguno. Entiéndase que “mi chica” es una expresión laxa, amplia, que equivale a decir mi amiga traviesa, libre, liberal y libertina. Entiéndase, por tanto, que así como es “mi chica”, es también la chica de otros hombres).

Mis hijas y su madre están conmigo en Miami, de vacaciones. Mis hijas me quieren y sobre ello no convendría dudar, pero es igualmente indudable que disfrutan más de sus vacaciones en compañía de su madre, y por eso han viajado con ella (y no conmigo) a varias ciudades de Estados Unidos. Lo que demuestra que “mis hijas”, siendo “mis hijas”, no son “mías”. Son ellas, son personas libres, liberadas crecientemente de mí, que definen su identidad y su carácter en esos saludables gestos de rebeldía, en unas decisiones individuales en las que tácitamente me hacen saber que, si bien son “mis hijas”, no son ni desean ser “mías” (y si alguien en todo caso pertenece al otro, soy yo “de ellas” y no ellas “de mí”).

Mi chica llega a Miami decidida a ver el concierto de Arjona.
Arjona viene a mi programa de televisión y es amable conmigo.
El publicista de Arjona me invita al concierto.
Mis hijas me dicen que no quieren ir al concierto de Arjona.
Mi chica me pregunta si puedo conseguirle una entrada para ir al concierto de Arjona.
Le pregunto al publicista cuántas entradas me puede regalar. Me dice que dos. Le digo a mi chica que podemos ir juntos. No les digo a mis hijas ni a su madre ni a mi chico que iré al concierto de Arjona con mi chica. Les digo que iré solo.
Voy al concierto de Arjona con mi chica. Después me despido de ella. No sabemos cuándo nos volveremos a ver.

Viajo a Nueva York. Me encuentro con mi chico. No le digo que fui al concierto de Arjona con mi chica. Le digo que fui solo. Se sorprende. Le digo que lo hice para corresponder el gesto generoso que tuvo Arjona al venir a mi programa.
Viajo con mi chico a Copenhague. En el hotel, mi chico lee un correo de mi chica y se molesta con ella y conmigo. Le escribo a mi chica pidiéndole que no me escriba por dos semanas, mientras esté con mi chico en Europa. No me escribe.
Mi chico no quiere a mi chica porque ella pudo haber quedado embarazada de mí en dos ocasiones y eso le parece irresponsable o calculador, en cualquier caso le parece mal, le parece que una mujer en sus cabales no se pondría en esa situación de riesgo conmigo.

Mi chica sí quiere a mi chico o eso es lo que ella me dice y yo le creo.
Mi chico regresa a Buenos Aires.
Yo le digo que no le veré en tres meses, que necesito dejar de verlo un tiempo para volver a extrañarlo.
Voy una semana a Lima y no llamo a mi chica ni contesto sus correos porque no tengo ganas de verla.

Esa misma semana mi chico recibe un mensaje en su página de Facebook. El mensaje está firmado por “Escritora Maldita”. El mensaje cuenta con detalles la noche en que mi chica fue al concierto de Arjona conmigo. Mi chico asume que es mi chica quien ha escrito ese mensaje para darle celos, que es ella quien ha firmado como “Escritora Maldita”.

Durante la semana que estoy en Lima, mi chico no me cuenta que ha recibido ese mensaje, no me pregunta si fui al concierto de Arjona con mi chica, me llama todas las noches preguntándome dónde estoy, con quién estoy, sospechando que le estoy mintiendo y que estoy con mi chica, cuando no estoy con ella.

Tenía previsto viajar a Miami, pero cambio de planes porque están rompiendo la calle frente a mi casa para instalar unos tubos de desagüe. Hacen un ruido insoportable. No puedo estar en esa casa mientras la máquina amarilla perfore la calle. No tolero tanto ruido.

Viajo a Buenos Aires. Lo hago para huir de las máquinas excavadoras de Miami.
Estando en Buenos Aires, mi chico se molesta porque no tengo apetencias sexuales de ninguna índole y me cuenta que ha recibido el mensaje de “Escritora Maldita” en su página de Facebook.

Le cuento que es verdad, que fui al concierto de Arjona con mi chica.
Se molesta porque no se lo conté.
Me molesto porque él no me contó el mensaje de “Escritora Maldita” cuando lo recibió y solo me lo contó cuando estaba irritado porque no teníamos sexo.
Le escribo a mi chica y le digo que no quiero verla más, que el mensaje que le escribió a mi chico en Facebook terminó con nuestra amistad.
Mi chica me escribe indignada, diciéndome que ella no escribió ese mensaje, que es incapaz de una bajeza semejante, que no tiene Facebook, que nunca tuvo animosidad contra mi chico, que es inocente de la acusación que le he enrostrado.
Le escribo diciéndole que solo ella podía saber los detalles que se cuentan en el mensaje.

Me escribe jurándome que no fue ella.
Le escribo diciéndole que le creo. Le digo que seguramente fue una amiga suya o un amigo suyo que no me quiere y que ve con hostilidad la relación que ella y yo tenemos (y que probablemente desea a mi chica y por eso me detesta a mí).
Mi chica me agradece por creerle y me dice que está segura de que no fue su mejor amiga, de quien yo le he dicho que sospecho (porque no me quiere y tal vez ama en secreto a mi chica).

Mi chico me dice que no quiere hablar más del tema.
Yo le digo que necesito salir a caminar. Son las tres de la mañana. Dejo mi billetera y mi pasaporte en mi escritorio y salgo a caminar. La noche está fría. Doy tres vueltas lentas a la plaza general Pueyrredón de Barrio Parque Aguirre, esquivando los mojones caninos.
Mi chica está obsesionada por saber quién escribió ese mensaje haciéndose pasar por ella, usurpando su nombre.
Yo le digo que se olvide del asunto, que nunca sabremos quién fue y que investigarlo sería dignificar a la persona que quiso hacernos daño (y en efecto nos lo hizo).

Estos son los hechos consumados.
Caben, si acaso, ciertas preguntas:
¿Hice bien en no contarle a mi chico que fui al concierto de Arjona con mi chica? ¿Hice bien en dejar a mis hijas con su madre para ir al concierto con mi chica? ¿Hizo bien mi chico en leer mis correos en Copenhague? ¿Hizo bien mi chica en decidir que iría al concierto de Arjona a cualquier precio? ¿Hizo bien mi chica en firmar el taxi al volver a Lima y cargarlo a mi cuenta? ¿Hizo bien mi ex esposa en preguntarme quién era esa chica que había cargado un viaje en taxi a nuestra cuenta? ¿Hice bien en decirle a mi ex esposa que esa chica era solo una amiga? ¿Hizo bien mi ex esposa en decirme que no había problemas y que ella pagaría el viaje en taxi de mi chica? ¿Hizo bien mi chico en suponer sin duda alguna que el mensaje que recibió de “Escritora Maldita” tenía que haber sido escrito por mi chica? ¿Hice bien en creerle y en decirle a mi chica que no quería verla más? ¿Hice bien en creerle luego a ella y decirle que la creía incapaz de haberme traicionado y escrito ese mensaje a mi chico?

No tengo respuesta a esas preguntas porque por fortuna no soy Dios ni ejerzo de juez. Quizá los lectores más severos puedan responderlas. Yo me limito a contar los hechos. Que otros sean quienes los juzguen (o nos juzguen).
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PERU 21 SETIEMBRE 12, 2009

“¿Prestigio? Me habrán leído cien chinos. Eso ya es alucinante”

El cojo y el loco (Alfaguara) debe ser la novela menos autobiográfica de Jaime Bayly. Llena de maldad, muerte y sexo, cuenta la historia de dos jóvenes limeños que, al ser víctimas de su entorno, deciden –¿se ven obligados a?– llevar una vida sin escrúpulos. No apta para espíritus delicados.
Autor: Gonzalo Pajares Cruzado

Yo reconocí mi bisexualidad porque sentí que tenía que hacerlo. Eso no significa que todos estén obligados a lo mismo. Pero yo sentí una urgencia por escribir sobre esos temas que entonces me atormentaban y por no ocultar o falsear mi identidad sexual. Lo hice por la misma razón por la que escribía y sigo escribiendo: para darle un sentido a mi vida y para tratar de sobrevivir con un mínimo decoro”, confiesa Jaime Bayly, el polémico y divertido escritor y conductor de TV, quien acaba de publicar El cojo y el loco (Alfaguara), una novela sobre dos personajes francamente terroríficos.

Al parecer, en El cojo y el loco no está su álter ego, ese personaje que se parece tanto a Jaime Bayly.
Es cierto. En la novela no está mi sombra en ningún rincón. Es pura ficción.

¿Con este libro escapa a la condena de ser siempre un autor autobiográfico?
Escribir una novela es siempre una manera de escapar de la vida misma. Pero yo no escribí esta novela tratando de demostrar nada. La escribí porque tenía que escribirla, porque la historia me atormentaba.

Bobby y Pancho, los protagonistas, son monstruosos. ¿Por qué surgió la necesidad de contar esta historia?
No lo sé. Yo nunca sé por qué me asaltan las historias y los personajes que me veo obligado a escribir. Es una cosa misteriosa para mí. Pero ya lo he dicho antes: yo no elijo fría y racionalmente las historias que escribo, ellas me eligen a mí y yo me resigno a contarlas.

En la novela hay personajes muy religiosos que no quedan bien parados. ¿La religión nos estupidiza?
Yo no diría eso. No todas las personas religiosas son estúpidas. Hay personas religiosas que son inteligentes. Pero es indudable que la religión o la fe consisten en creer irracionalmente en un número de ficciones o supersticiones. Para mucha gente, ese acto de fe es un modo de vivir en paz o de darle sentido a su vida. Yo no encuentro esa fe en mí. No consigo creer las fantasías religiosas.

Póngase en la piel de un lector. ¿Por qué leería El cojo y el loco?
Por curiosidad, supongo. Pero yo no tengo que convencer a nadie de que lea la novela. Te tiene que provocar. Si no te provoca y yo te digo que es una gran novela, tampoco la vas a leer.

¿Lo han querido más por escribir?
Yo escribo –hace casi veinte años– porque siento que estoy condenado a hacerlo, que ese es mi destino, que cuando no escribo me siento mal y cuando escribo me siento bien. Lo hago, entonces, para darle un sentido a mi vida… o para sobrevivir.

Me ha resultado inevitable asociar algunos personajes con gente de su entorno. ¿Es un 'confuso atrevimiento’?
La novela es pura ficción. Todo lo que allí cuento me lo he inventado. Pero, por supuesto, no será usted el único que incurra en ese 'confuso atrevimiento’. A los lectores les gusta sospechar que todo lo que uno cuenta lo ha vivido de esa manera exacta, literal. Y, por mucho que uno diga que todo es mentira, que todo es ficción, el lector se aferra a la suspicacia cínica de no creerte. Está en todo su derecho. Lo importante, al final de cuentas, es que te lean y que crean que lo que has contado es verosímil, que podría haber ocurrido.

¿Qué tan cerca está El cojo y el loco de los mundos de miseria descritos, por ejemplo, por Bukowski?
No lo sé. Yo no soy bueno para analizar o criticar mis libros. Eso que lo digan los críticos. Pero Bukowski sigue siendo uno de mis héroes literarios. Ojalá, cuando sea viejo, yo consiga comprarme una casa en California y un auto descapotable, como hizo el viejo borracho putañero. Bukowski fue un deslumbramiento para mí: me enseñó que las cosas más sucias podían (debían) contarse.

¿Qué tan feroces 'críticas literarias’ son sus hijas con respecto a sus textos?
Mis hijas, en general, no leen mis libros porque no les interesan. Están demasiado ocupadas en ser unas adolescentes felices. Les he regalado la novela, pero me han dicho que, de momento, no les interesa leerla. Tanto mejor.

¿Es más 'prestigioso’ ser considerado escritor que figura de la TV?
No me preocupa el prestigio. Nunca he escrito una novela pensando en el prestigio. Me parece que un escritor no debería aspirar a ser prestigioso sino a ser leal a sí mismo.

¿Cómo desea ser recordado: cómo un escritor, como una figura de la farándula?
No me interesa el asunto. Solo me interesa que mis hijas me recuerden con cariño.

¿Necesita de la opinión de la 'academia’ para sentirse escritor?
No. Me basta con sentirme modestamente satisfecho con lo que he escrito.

Beto Ortiz señala que, en nuestra 'academia pamer literaria’, él está condenado –“como Yesabella, Carlos Vidal, Miyashiro y Bayly”– a ser un personaje de la farándula... que escribe.

No comparto esa opinión. Es, evidentemente, una frase juguetona. Ortiz es un buen escritor, tiene talento. Miyashiro publicó un guión sobre la pasión por el fútbol que me ha parecido inteligente y original. Por otra parte, cada escritor es un mundo propio y responde a sus obsesiones y locuras.

¿Se siente más apreciado como autor fuera del Perú?
No. En el Perú, mis libros se leen bastante. Por suerte, fuera del Perú, también. Pero yo no diría que me quieren más o me leen más fuera del Perú. No tengo evidencias para afirmar eso. Sé que me han traducido a catorce idiomas, incluyendo el mandarían, pero eso no significa que me hayan leído todos los chinos, desde luego. Probablemente me habrán leído cien chinos más o menos. Eso ya es alucinante para mí.

¿Se amistará con los Vargas Llosa?
Yo no estoy peleado con ellos. Sigo teniéndoles aprecio y considerándolos mis amigos. Ocurre que, a veces, los amigos dejan de verse un tiempo, pero después se reencuentran y la amistad sigue en pie.
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PERU 21 SETIEMBRE 7, 2009

El cojo y el loco
Autor: Jaime Bayly

(Extracto de “El cojo y el loco”, la nueva novela de Jaime Bayly, publicada hoy por la editorial Alfaguara).

El loco no nació loco. Nació feo y tartamudo y eso le jodió la vida y terminó por volverlo loco.

No todos los feos y tartamudos se vuelven locos, pero el loco nació con un talento natural para la locura y para hablar de una manera tan violenta y atropellada que nadie podía entenderlo, así que estaba en su destino que nadie lo entendiera y ser por eso un loco y no un loco cualquiera sino uno del carajo, un loco memorable, el loco más enloquecido de una ciudad llena de locos como Lima.

Casi todos los padres dicen que sus hijos son lindos y encantadores, pero los padres del loco, cuando lo vieron nacer, quedaron asustados por lo feo que era y por lo espantosos que sonaban los alaridos que lanzaba. No parecía un bebé nacido para ser feliz, parecía un amasijo peligroso de rabia y fealdad, un bicharajo hediondo, peludo y pingón que movía los pies como queriendo patear a todo el que pudiera y lloraba de una manera entrecortada, anunciando su brutal tartamudez.

Era el primer hijo de don Ismael y doña Catalina y había sido concebido con amor, pero no por eso les pareció menos feo y odioso. Lo odiaron desde la primera vez que lo vieron y lo siguieron odiando cuando creció y siguió gritando y pateando y rompiendo todo y cuando empezó a hablar en ese idioma fragmentado y frenético que parecía haberse inventado para joder a todo el mundo y en el que nadie podía entenderlo.

Podía perdonársele que fuera tartamudo, pero además era feo, antipático, chillón, peludo y peligroso como una tarántula, y sus padres se sentían avergonzados de haber procreado a una criatura que, a los ojos de cualquiera, resultaba horrenda e insoportable de mirar.

Como era previsible, don Ismael y doña Catalina vengaron ese primer fracaso inesperado teniendo cinco hijos más, cinco hijos que les salieron guapos y bien hablados, cinco hijos que borraron esa mancha oprobiosa que era el loco, y procuraron alejarlos todo lo posible del primero y más fallido de sus hijos, al que entregaron al cuidado de las empleadas domésticas y al que, para no afearse la vida o para no recordar ese fracaso genético, trataban de ver lo menos posible.

El loco supo desde muy niño que sus padres no lo querían, que sus hermanos no lo querían, que las empleadas que lo cuidaban tampoco lo querían ni le tenían paciencia y le jalaban las orejas y le decían groserías a escondidas, sin que oyeran los patrones. El loco supo que era un estorbo, un asco, un fastidio para todos, sólo que al comienzo no entendía bien por qué nadie lo quería, si por tartamudo o por feo o porque le crecían pelos por todas partes y parecía una araña venenosa.

El loco no iba al colegio porque era más bruto que una pared de cemento y no entendía nada y nadie lo entendía a él. Sus padres contrataron a un profesor particular para que le enseñase a leer y escribir y sumar y multiplicar, pero el loco era una bestia redomada y no aprendía un carajo y cuando le hablaba al profesor no se sabía si lo estaba insultando o halagando o si estaba pidiéndole permiso para ir a cagar. Lo raro era que el loco no se empantanaba con las palabras, no era un tartamudo normal, al loco las palabras le salían tan atropelladamente que se montaban unas sobre otras y terminaba diciendo en una palabra incomprensible lo que había pensado decir en tres o cuatro. Era una ametralladora verbal, disparaba las palabras como balas o cartuchos y estallaban en la cara de quien hiciera el esfuerzo de escucharlo y entenderlo, un esfuerzo que siempre resultaba inútil, porque a veces ni el propio loco entendía lo que había dicho o querido decir.

Para hacer la historia corta, los primeros dieciocho años de la vida del loco fueron una mierda pura. No fue al colegio, no tenía amigos, sus padres lo odiaban y lo escondían de los invitados, era un grano purulento que le había salido en la cara a la ilustre familia Martínez Meza, un grano al que había que aplastar o tapar con una cinta adhesiva para que, en lo posible, nadie viera, porque don Ismael y doña Catalina no entendían cómo, si se querían tanto y tiraban tan rico, podían haber engendrado a una criatura tan espantosa como su hijo primogénito, el loco peludo tartamudo.

Cuando se dieron cuenta (y esto no tomó mucho tiempo), de que el loco no tenía cura y era más bruto que un buey de carga (pero menos sumiso que un buey de carga y sin aptitudes para cargar nada), sus padres decidieron que no valía la pena tratar de educarlo, reformarlo, adecentarlo o hacerlo menos impresentable, simplemente se resignaron a que habían parido a un esperpento, como quien se tira un pedo o eructa ruidosamente, y decidieron que lo mejor era esconderlo hasta que fuera mayor de edad y luego mandarlo al extranjero para que hiciera su vida lejos de ellos y sus cinco hijos guapos y bien hablados, que no veían al loco como su hermano sino como un accidente desafortunado al que era mejor ignorar, como quien pasa manejando en su auto y ve un choque y prefiere no mirar los cuerpos ensangrentados y mutilados en la autopista.

El loco creció solo, ensimismado, hablando consigo mismo en unas palabras que nadie podía entender. Vivía con sus padres en un apartamento de tres pisos en la avenida Pardo de Miraflores, pero dormía en los cuartos del servicio doméstico, con las empleadas y el chofer y el guachimán y guardaespaldas de don Ismael, y estaba explícitamente prohibido de participar de cualquier reunión social o familiar, incluyendo la cena de navidad o los cumpleaños de sus padres o hermanos. Esto al loco no le parecía raro, anormal, abusivo o injusto porque así fue toda su vida y ya desde muy chiquito comprendió que él era distinto, que era loco, bruto y feo y que lo natural era que lo encubrieran, que lo hicieran invisible, que tuviera esa vida clandestina, asolapada, en el área del servicio, como si fuese el hijo de don Ismael y una de las empleadas domésticas. Catalina, su madre, trató de quererlo, hizo esfuerzos por encontrar algo de ternura o compasión en ella, pero el loco era más feo que una cucaracha (pero bastante menos listo) y solo babeaba, se sobaba la pinga, se rascaba los pelos que le salían de las orejas y la nariz, se buscaba los mocos que enseguida llevaba a la boca, era un crío tan horripilante, sucio y acojudado que resultaba imposible quererlo, incluso para su madre.

Tonto como era, resultó sin embargo precoz en las cosas del sexo, y ya a las once años le habían crecido una verga de proporciones y un matorral de vello púbico que el loco se andaba sobando y refregando todo el día en los cuartos del servicio doméstico en los que malvivía entre las sombras y los colchones estragados de las empleadas. Lo que el loco no sabía decir con palabras, porque le salían torcidas, bastardas, lo sabía decir con la pinga. Todo el día andaba con la pinga parada y mirando las tetas y los culos de las empleadas y haciéndose unas pajas demenciales, al tiempo que pronunciaba palabras impregnadas de calentura, de rabia, de impaciencia hormonal, palabras por supuesto ininteligibles, pero que una de las empleadas supo descifrar: el loco estaba ardiendo por tirar y si no le mojaban la pinga se iba a volver un loco malo y terminaría matando a alguien, quizás a una de ellas. Esta mujer, Juana, que andaba ya en sus cuarentas y se había convertido a la religión mormona, no era particularmente agraciada, pero tenía tetas, culo y vagina, y eso era suficiente para enardecer al loco y despertar sus más bajos instintos. No fue por deseo sino por pena que Juana, la mormona, accedió a masturbar un día al loco, que se le apareció con la verga erguida y al aire, y desde entonces ya no pudieron parar, el loco por arrechura desenfrenada y Juana porque como buena mormona tenía que sacrificarse sirviendo a sus semejantes y amando al prójimo, en este caso al loco pajero y pingón que se le metía al cuarto de noche y le pedía una paja más. Lo que comenzó como una paja pasó luego a una mamada (y entonces fue cuando el loco comprendió que a pesar de todo podía ser feliz: nada era objetivamente más placentero que meterle la pichula en la boca a una mujer desdentada) y terminó con Juana montándose a horcajadas sobre el loco arrecho y cabalgando sobre él, mientras escuchaba unas palabras que parecían dichas en latín, pero era el loco masticando y entreverando “que rica estás, chola pendeja”, de tal manera que sólo se escuchaba algo así como “que-ri-tás-cho-la-ja”, palabrejas que calentaban a Juana, la mormona mamona.

Una noche, los gritos de éxtasis del loco fueron tan desaforados que don Ismael se levantó de la cama, sacó la pistola y la linterna y terminó entrando al cuarto del servicio e iluminando a su hijo que culeaba con Juana, la mormona. Enterada de que su hijo, el loco tartamudo, andaba copulando con las cholas del servicio, doña Catalina tuvo un ataque de pánico (que entonces no se conocía como ataque de pánico sino como patatús) y ordenó que Juana fuese despedida y que el loco arrecho de su hijo fuese enviado de inmediato a la hacienda que tenían en Huaral, a cuatro horas en auto al norte de Lima, y se quedase a vivir allí. Su esposo Ismael estuvo de acuerdo y dio instrucciones para que las mujeres que trabajaban en su hacienda no se acercasen al loco, porque sabía que terminaría metiéndoles la pichula a todas las campesinas del valle y a las gallinas y ovejas en caso de extrema necesidad. Fue así cómo el loco, con apenas doce años, dejó de vivir en Lima y fue expulsado a la hacienda de sus padres en Huaral, donde lo trataban como si fuera un peón mas, obligado a levantarse al alba y a cumplir con las faenas del campo, que él sabía cumplir sin quejarse, aunque sobándose la pinga a cada rato.

(“El cojo y el loco”, Jaime Bayly, Alfaguara, 2009).
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PERU 21 AGOSTO 31, 2009

El simulador

Hay una isla
Hay una casa
Hay un hombre solo
Hay una bicicleta oxidada
Hay unas fotos de sus hijas
Hay unos libros que ha escrito

Ese hombre sabe que tiene los días contados
Todos tenemos los días contados
Ese hombre los tiene más contados

No parece enfermo
Cuando sonríe
(Y solo sonríe si le pagan)
Parece saludable

Se trata de un simulador
Se ha pasado la vida simulando que tiene éxito
Pero sabe que ha fracasado

No ha fracasado con las mujeres
(Ha amado a ciertas mujeres a las que sigue amando Aunque ellas ya no lo sepan)
No ha fracasado en el dinero
(Tiene más dinero del que imaginó)
No ha fracasado en la vida misma
(Quiso ser un escritor y publicó un número de libros Que ahora prefiere no leer porque le dan pudor)

Morirá pronto
No lo saben sus hijas
No lo saben las mujeres a las que sigue amando
No lo sabe su chico
No lo saben sus amigos (porque ya no tiene amigos)

No se perdona algo que pasó hace años
Dejó a su chica embarazada
Ella quería tener al bebé
Le rogaba que tuvieran al bebé
El quería ser libre
Un hombre en una isla
Un hombre sin ataduras
Un hombre sin pañales ni biberones

Por eso la chica abortó
Abortó porque él la llevó a la clínica
Le dijo: Si me amas, quiero que abortes
Le dijo: Si abortas, nos casaremos
Le dijo: Si abortas, tendremos no uno sino tres hijos
Y la chica lo amaba
Lo amaba tanto que le creyó
El hombre la acompañó hasta su casa
La abrazó
Lloraron
Y luego se fue a una ciudad lejana
Y nunca más la vio

Ahora que le queda poca vida
(Siempre nos queda poca vida
Si pensamos que hay vida
Hace millones de años)
No se perdona tal cobardía

Sabe que el bebé era hombre
Que se hubiera parecido a él
Que hubieran sido amigos
Jugado al fútbol
A las bochas
Al ping pong
Que hubieran corrido olas a pecho
Mirado a las chicas en bikini
Eructado cerveza

Sabe que ese hombre
Pudo haber sido su amigo
Pero eligió darle la espalda
Para quedarse solo
En esa casa
De esa isla
Esperando la muerte
Esperando sobre todo
Que después de la muerte
Haya algo
No el cielo o el infierno
Solo una mesa de ping pong
En la cual pueda jugar
Un partido interminable
Con ese hijo
(James)
Que no quiso tener


My own private Zelig

Conozco a este chico
Que cuando termina de hacer el amor
Se pone a llorar

No llora porque esté triste o contento
Llora porque hubiera querido hacer el amor
Con otra persona
Con una persona que aún no conoció
(O con una persona que conoció
Y no se atrevió a amar)

Este chico cuando era chico solo pensaba en chicas
Miraba las revistas y se agitaba pensando en ellas
Había una chica desnuda columpiándose en Playboy
Era el gran amor de su vida
Se suponía que este chico estaba destinado
A amar a una chica

No supongas nada en las cosas del amor
Las cosas que supones rara vez ocurren
En el juego del amor solo gana el que pierde
(Y eso con suerte)

Es difícil hacer el amor pero se aprende, dijo el poeta
El chico aprendió como quien aprende a esquiar
Cada vez que hacía el amor, se caía y lloraba
Lo hacía con chicas, se caía y lloraba
Lloraba pensando que debía hacerlo con chicos
Lo hacía con chicos, se caía y lloraba
Lloraba pensando que debía hacerlo con chicas
Y así se le fue la vida
Aprendiendo a amar como quien aprende a esquiar

No sigas esquiando si te vas a seguir cayendo
Chico suave
Chico camaleón
My own private Zelig

No sigas llorando después del amor
No eres gay/straight/bisexual/asexuado
Eres todo eso y nada de eso
Eres lo que los otros quieren que seas
Eres lo que no pudiste ser con esa puta que te asustó
Eres puto y donjuan
Porfirio Rubirosa/pérfida mariposa
My own private Zelig

No me cuentes tus historias
Que me harás llorar
Ven aquí a mi lado
Bésame como un chico o una chica
Bésame como te dé la gana
Muere un poco dentro de mí
Y luego llora todo lo que quieras llorar
Como un chico o una chica

Llora si quieres
Pensando en esa persona
A la que no te atreviste a amar
Y ahora te odia


Cállate

No me digas que me amas
No me hagas promesas
No me hables del futuro
Como si el futuro existiera

No llames por teléfono
No mandes mensajes de texto
No escribas palabras calenturientas
No juegues conmigo
No resisto más
Que seas mi amante
a la distancia

Si de verdad me amas
Sube al primer avión
Toma un taxi
No te peines ni te laves las manos
No te compres ropa nueva
Y ven a verme

Y no me digas que me amas
No me hagas promesas
No me hables del futuro
Como si el futuro te perteneciera

Simplemente cállate
Bájate el pantalón
Enséñame lo que tienes para mí
Y demuéstrame
Sin decir una palabra
Agitándote conmigo
Si es verdad que tanto me amas

A mi edad, cariño
El amor no se mide por palabras
Se mide
(Perdona la franqueza)
Por orgasmos y erecciones
Y es así
Humanamente
Como quiero que
me ames esta noche
Y todas las demás

Cállate la boca
Apaga el celular
Quítate le ropa
Y demuéstrame
Cuán duro y resistente
Es tu amor por mí


Lo que pienso de ti

Escúchame bien
Esto es lo que pienso de ti
Te lo voy a decir una vez
Y solo una vez:
Eres un cacaseno
Un mentecato
Un fariseo
Un pelafustán
Un pelagatos
Un comegatos
Un comemielda
Un papanatas
Un pobre diablo
(Sin la astucia del diablo)

Escúchame bien
Te diré ahora lo que nunca me atreví a decirte:
Eres un pusilánime
Un fanfarrón
Un matón de barrio
Un galán engominado
Un hijo de la miseria
Un hijo de mil putas

Escúchame bien
Porque esto que te diré ahora
No te lo diré más:
Eres un necio
Un majadero
Un cretino
Un cerebro de mosquito
Un pánfilo
Un idiota redomado
Un tonto del culo
Y un lisiado del alma

Será por eso
Pedazo de imbécil
Que te quiero tanto
(Porque en el fondo
Somos idénticos)
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PERU 21 24 08 09

Consejos a mis hijas
Autor: Jaime Bayly

(A Camila, por su cumpleaños)

No se casen.
Si se casan y el novio es rico, no acepten un acuerdo previo de separación de bienes.
Si ya se casan una vez, cásense al menos dos veces más.
No le pidan nada a Dios.

No le tengan miedo a Dios ni a los que meten miedo en nombre de Dios.
No esquíen.
No buceen.
No hagan canotaje.
No trepen montañas.
No sean trepadoras.
No salten en paracaídas.
No salten soga.
No vayan al gimnasio.

No se operen nunca nada, aun si les dicen que su vida está en riesgo. La vida siempre está en riesgo, mucho más cuando te operan.
No confíen en los médicos, en los políticos, en los psiquiatras, en los vendedores ni en nadie de aspecto humano.
Limítense a hacer lo que les dé placer.
No se limiten en hacer lo que les dé placer.
Bailen todo lo que puedan.
Traten en lo posible de no matar a nadie.

Si es inevitable matar a alguien, háganlo con delicadeza y compasión, procurando el menor sufrimiento a la víctima y no dejando huellas del crimen.
Matar puede ser divertido una vez, más ya es vicio. No se envicien. Si se envician, usen silenciador y disparen tres veces, por las dudas.
No vayan a velorios, funerales, misas ni casamientos.
Si matan, vayan al velorio y lloren un poco, es lo mínimo que pueden hacer. Una dama siempre sabe cuándo corresponde llorar.

No tengan hijos.
No adopten hijos.
Si tienen hijos, traten de saber quién es el padre.
Si tienen hijos, no los bauticen.
No les pongan sus nombres a sus hijos ni a sus hijas. Puestas a elegir, póngales sus nombres a sus hijos, así los confunden un poco.

No viajen. Caminen. Miren.
No estudien. Lean. Miren.
No lean nada que no les dé placer.
No lean mis libros.
No se maquillen.
No usen tacos.
No hagan el amor. Tengan orgasmos.
No viajen nunca sin un consolador y dos juegos de baterías.
No limpien la casa.

No cocinen.
No tomen pastillas para dormir.
No tomen antidepresivos.
No tomen.
No fumen.
Fumen un porrito de vez en cuando.
No prueben coca.
Piensen que este año puede ser el último.
No respondan los agravios. No inmediatamente.

Dicen que la mejor venganza es pasarla bien. Es una verdad a medias. La mejor venganza es dejar ciego a tu enemigo, que no te pillen y luego pasarla bien.
La única manera científica de medir la felicidad es el número de orgasmos que alcanzarán a lo largo de sus vidas. Que sean muchos (los orgasmos y los proveedores: traten de que no sean los mismos proveedores de Wong, por el amor de Dios).
No vayan a reuniones familiares. Si van, traten de sembrar cizaña y encender una discusión, luego ya se pueden ir más tranquilas.
No traten de ser amigas. Es imposible. Son hermanas.
Si les gusta el mismo hombre, traten de compartirlo. Si no se deja compartir, es gay.

Es aconsejable tener un amante oficial y uno (por lo menos uno) clandestino. Es aconsejable que el clandestino esté mejor dotado que el oficial. Es aconsejable que el oficial no sea oficial de la policía.
En caso de ser pilladas, no se disculpen, no nieguen las evidencias, búsquense otro amante.
No recen. Nadie escucha. Mejor canten.
No esperen que nos encontremos en el más allá. Pero si llegásemos a encontrarnos, por favor no me despierten si estoy durmiendo.

Usen sombreros.
Huelan las rosas.
Maten mosquitos.
Beban un vaso de lluvia escandinava.
No esperen nada bueno de la gente.
No amen al prójimo, desconfíen de él.

Las orgías no son recomendables, se pierden los zapatos y los relojes con facilidad.
No pidan consejo a nadie. Hagan lo que les salga del corazón. Si no les sale nada, no hagan nada. Ante la duda, abstente. Ante la certeza, duda. En cualquier caso, abstente.
No hagan caso a nadie de la familia, salvo a mi hermano Javier.
Aunque solo sea por una vez, hagan el amor con una mujer. Aunque no les provoque, háganlo por respeto a mí, como un homenaje a mi memoria.
Vuelen en globo.

No hagan dietas. Engorden. Soben con cariño su panza. Pónganle un nombre. Hablen con ella.
Un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, escúpanle sin razón alguna a un peatón. Sigan caminando. No se disculpen.
No se pinten el pelo.
Si llegan a tener canas, no se las pinten.
No usen hilo dental en las nalgas. En los dientes, de vez en cuando.
No busquen la felicidad. Busquen el punto G. Allí habita.
Nieguen con absoluto cinismo todas las flatulencias que despidan. Atribúyanlas a otros.

Mientan todo lo que sea innecesario.
Si un amante te deja, no te ahorres un par de insultos.
Si un amante te deja y luego te pide perdón y quiere volver contigo, no lo perdones, insúltalo un poco más.
Si un embarazo las sorprende, hagan todo lo posible por parir a ese crío.
Si abortan, no se arrepientan.
Si no abortan, tampoco se arrepientan.
Traten de que no las sorprenda un embarazo.

Estar sola puede ser una cosa muy buena.
Dormir sola puede ser una cosa muy buena.
Vivir sola puede ser una cosa estupenda.
No hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti. Pero si te hacen algo que no querías, hazle algo peor a esa persona o a cualquier otra persona. No te quedes con las ganas.

Si tienes un hijo, llámalo Circuncisión.
Si tienes una hija, llámala Clítoris o simplemente Clit, que es más glamoroso e internacional.
A Circuncisión no te olvides de hacerle la susodicha operación cuando nazca. No dejes pasar el tiempo.

No confíen en un hombre al que no le gusta el fútbol. Tampoco confíen en uno al que le gusta el fútbol. Desconfíen de ambos, pero más del primero.
No se acuesten con un magnate ruso. No se jueguen la vida de esa manera.
Nunca acepten nunca una taza de té de un magnate ruso residente en Londres. Puede que no le echen azúcar o sacarina al té, sino plutonio 210.
Tengan sexo con un negro al menos una vez en la vida, por respeto a lo que sufrieron los esclavos. En circunstancias ideales, que no hable ninguna lengua comprensible para ustedes.

Traten de recibir más regalos de los que den. No es cierto que goza más el que da.
Solo den limosna a los que tocan el violín en la calle.
Recuerda que esa violinista callejera podrías haber sido tú.
Si no aprenden a tocar la guitarra, el piano o el violín, aprenden al menos a tocarse a sí mismas.

Si llegan a viejas, en alguna reunión navideña simulen un ataque de Alzheimer y echen a todos de la casa acusándolos de ser unos intrusos.
Si tu chico se pone tu calzón, déjalo, no lo regañes. Pero no vuelvas a ponértelo tú.
No hagan el amor en la ducha, en el ascensor o en el baño de un avión. Eviten lugares resbalosos o movedizos. Las escaleras son más seguras.
Si un hombre no sabe ponerse un condón, échenlo enseguida de la casa y no lo vean más.

Si se pone dos condones, échenlo también, díganle pusilánime.
Siempre que les convenga, nieguen que son mis hijas y digan que no me conocen.
Siempre que les convenga, digan que son hijas de mi tío Walter, que es un gran tipo. Da más prestigio y abre líneas de crédito.
Cuando arrojen mis cenizas al mar, asegúrense de no tener el viento en contra.
En caso extremo, conviértanse a cualquier religión que les permita salvar la vida.
No digan que son ateas. Suena mal. Digan que son agnósticas. Suena a que están investigando algo científico.

No se vuelvan mormonas. Se puede malinterpretar.
No traten de tener éxito. Es un estrés. Traten de aprender a estar bien con pocas cosas y pocas personas. Si no aprenden, acostúmbrense a estar mal, encuéntrenle un cierto gusto, disfruten del fracaso. Tal vez eso sea precisamente el éxito.
Resumiendo:
Limítense a hacer lo que les dé placer.
No se limiten en hacer lo que les dé placer.
Suerte.
Buen viaje.
______________________
AFP - 14.10.2008 20:31

Jaime Bayly: "Voy ser el primer presidente homosexual e impotente del Perú"

El polémico escritor peruano, Jaime Bayly, reveló con su conocido estilo irreverente que será candidato presidencial y dijo que se convertirá en el "primer presidente homosexual e impotente del Perú", anuncio que coincide con la salida de su novela "El canalla sentimental".

"Yo voy a ser candidato presidencial en el 2011, ya estamos reuniendo las firmas para presentarlas al Jurado Nacional de Elecciones y voy a plantear unas ideas innovadoras y liberales", dijo el autor de "No se lo digas a nadie" el domingo en la noche en su programa "El francotirador" de Canal 2 de Lima.

Bayly aseguró que será "el primer presidente homosexual e impotente del Perú" y que el presidente Alan García, al terminar su mandato, le pondrá la banda presidencial el 28 de julio de 2011 en el Congreso, el cual cerrará, de llegar al gobierno.

El escritor de "La mujer de mi hermano" y "Los últimos días de La Prensa", informó que entre sus planteamientos estará legalizar las bodas gay, despenalizar el aborto, desarmar las fuerzas armadas y propondrá que la iglesia católica se autofinancie, volviendo Perú un Estado laico.

"Voy a ser un candidato para joder, para hacer jaleo, voy a hablar mal de los curas y de los militares", dijo.

Asimismo, aseguró que se está preparando para debatir con el líder nacionalista Ollanta Humala, con Keiko Fujimori -hija del procesado ex presidente Alberto Fujimori-, "con la cucufata (santurrona) de Lourdes Flores", lideresa de la conservadora alianza Unidad Nacional.

Las declaraciones de Bayly se dan en momentos en que la editorial Planeta anunció que ya está en venta en Lima su última novela "El canalla sentimental".

La nueva obra de Bayly se ha convertido en una atracción en España, donde el autor la presentó antes de sufrir un accidente cuando transitaba en una bicicleta y un vehículo lo atropelló, causándole fractura en un brazo.

Escrita en primera persona, la novela narra la historia de Jaime Baylys, un pesimista escritor, depresivo, perezoso y bisexual.

Según los críticos, el novelista sigue con la vena autobiográfica reflejada en la mayoría de sus libros.

Con un lenguaje coloquial, la historia se debate entre el humor corrosivo, la melancolía, la depresión y la ironía.
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OJO 14 de octubre de 2008

DICE QUE PRESIDENTE TAMBIÉN ESTÁ METIDO EN CORRUPCIÓN
Bayly: que Alan no hable de ratas

El retorno en vivo de Jaime Bayly con su programa “El francotirador” alcanzó 15,8; 19,4; 18,0; 14,5 y 14,9 puntos de sintonía.
Jaime Bayly no sólo se ensaña con Fidel Castro, Hugo Chávez y Bush, ahora también lo hace con el presidente Alan García, a quien acusó de desleal por haber calificado de víbora y rata a quien durante años fue su amigo y colaborador de su primer gobierno, Rómulo León Alegría. Y dijo que por esa actitud, más que rata, era un ronsoco grande y gordo, porque Alan fue igual de corrupto.

Es como el Francotirador empezó a sacar al fresco el pasado del líder aprista y dijo que en esa época él fue tan co-rrupto como Rómulo León Alegría, quien es buscado por la policía por aire, mar y tierra.

Es que todo esto recuerda al primer gobierno de Alan. Y seamos justos, todo el mundo sabía que Rómulo León era un pillo, todo el mundo, desde hace 20 años, desde el primer gobierno de Alan, sabía que era un tipo codicioso, con olfato para el dinero y para los asuntos turbios. Pero que lo juzgue Dios. Yo no voy a decir como dijo Alan que es una víbora y una rata. Eso me pareció desleal.

Bayly se puso de ejemplo y dijo que él siendo bisexual nunca podría hablar mal de Carlos Cacho, porque entre gitanos no nos vamos a leer las manos. Y Alan ha sido amigo de Rómulo durante 20 ó 30 años, lo ha nombrado ministro de estado, se ha reunido con él, con los funcionarios noruegos, y ahora que lo descubren con las manos en la masa le dice que es una víbora, una rata. Romulo León no es una rata, es un ser humano, no le faltemos el respeto. Claro, es un ser humano co-rrupto, que burla la ley para ganar dinero. Pero acaso ¿Alan García no es también, o ha sido, un hombre corrup-to? ¿Son muy distintos Alan y Rómulo?, yo diría que no. Por favor, entonces que Alan García no hable de víboras y ratas, porque él es un tremendo ronsoco y aquí están las imágenes, un ronsoco grandote y que cada día está engordando más.

Bayly le pidió al presidente ser un poco más compasivo con su ex amigo. Pero claro, él (Alan García) tiene que salvar el pellejo, señaló.

Sin embargo, Jaime sí se compadeció y solidarizó con la congresista aprista Luciana León, hija de Rómulo León.

Uno no escoge a sus padres, puntualizó.

Jaime Bayly también jaló la atención de sus televidentes cuando aseguró que tras sufrir el accidente en España, ahora piensa postular a la presidencia en el año 2011. Y aseguró que habla en serio, señalando que no descansará hasta conseguir las 150 mil firmas que el Jurado Nacional de Elecciones exige para inscribirse a la contienda electoral, donde espera salir airoso sólo para molestar a Alan García y Ollanta Humala.

Algunos se toman con sorna lo de mi postulación al 2011, pero voy a ser candidato presidencial y propondré unas ideas innovadoras. No aspiro a ganar, pero quiero ser candidato, ¿para qué?, para joder.

Pero de ser electo, sería el primer pre-sidente homosexual e impotente del Perú, que legalizará las bodas gay, des-penalizará el aborto, abolirá el congreso y también el ejército y propondrá que la iglesia católica –a quien criticó duramente– se autofinancie, volviendo al Perú en un estado laico.

Y Alan me pondrá la banda presidencial, remató el polémico escritor.
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CORREO OCTUBRE 3, 2008

EL PERIODISTA JAIME BAYLY ATRAVIESA MOMENTOS DIFICILES

Sufre accidente en España

El periodista Jaime Bayly sufrió ayer un accidente al ser atropellado por un ómnibus mientras transitaba en su bicicleta por la avenida Menéndez Pelayo, en Madrid (España), según informaron su productora Ximena Ruiz Rosas y el mismo escritor, el conductor de El Francotirador fue golpeado fuerte por atrás por un auto, que se dio a la fuga, y se estrelló contra un ómnibus. El impacto hizo que fuera lanzado a varios metros de distancia y quedara inconsciente sobre el pavimento.

Al reaccionar, el periodista se habría dado cuenta del robo de su dinero y sus documentos (entre los que estaba su pasaporte peruano).

Bayly presentaba una serie de contusiones, por lo que fue derivado al Hospital Gregorio Marañón. Los médicos que lo examinaron descubrieron una serie de lesiones en su espalda, rodillas, brazo y mano derechos, que finalmente quedaron inmovilizados.

Hubo necesidad de colocarle algunos puntos de sutura en el rostro y en el brazo derecho, señaló su productora.

Se recupera. Jaime Bayly fue dado de alta luego de ser atendido y actualmente reposa en su departamento de Madrid.

Ha pedido que no se preocupen. Todavía no tiene fecha de retorno a Lima, pues tiene que estar bien, agregó Ruiz Rosas.

Ha recibido muestras de cariño de la cantante colombiana Shakira y su novio Antonio de la Rúa, quienes enterados de su accidente le enviaron saludos, según la productora.
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CORREO 29 de septiembre de 2008

Vecinos y amigos

Hace trece años Sofía y yo nos separamos. Yo quería vivir solo. Ella no toleraba vivir sola con las niñas en Miami. Decidió volver a Lima. Le rogué que no lo hiciera, le dije que sería un error. Pero ella no soportaba la idea de quedarse cuidando a las niñas y darme la libertad de buscar otras formas de amor. Me sentiría tu empleada, me dijo. Y empacó todo y volvió a Lima.

Recuerdo que me quebraba y lloraba cuando entraba al cuarto de mis hijas y no las encontraba durmiendo allí. Fue duro. Ya estaban en mi corazón y ahora, si quería verlas, debía tomar un avión a Lima, precisamente a Lima.

Pero eso no fue lo peor de todo, sino que Sofía decidió vivir en la casa de huéspedes de la mansión de su madre, en la periferia de la ciudad. Esa casa de huéspedes, rodeada de un vivero, se hallaba deshabitaba y ruinosa, a punto de derrumbarse. Sofía decidió hacer su casa allí. Me pareció un error y se lo dije, pero comprendí que era una mujer herida y necesitaba sentirse acompañada por su familia y la ayuda doméstica, que es en verdad otra familia (y a menudo más noble y leal que la biológica).

Sofía y yo reconstruimos por completo la casa de huéspedes, ampliándola, cambiándole techos, pisos y paredes, modernizándola y decorándola y llenándola de aparatos modernos. En realidad todo lo hizo Sofía, tan hacendosa; yo me limité a pagar, quejarme y cada tanto pedirle que volviera a Miami. La nueva casa quedó preciosa, en medio de un vivero lleno de flores exóticas, un lugar paradisíaco para mis hijas.

Pero como nada es perfecto, allí estaba la madre de Sofìa entrometiéndose, intrigando contra mí, tratando de conseguirle novios ricachones, cambiando la decoración de la casa, sacando ropa del clóset de Sofía sin pedirle permiso, diciéndole cuando peleaban (es decir, cada tres días) que esa casa era de ella, su terreno, legalmente suya, y no de Sofía.

Con el tiempo le hicimos más reformas a la casa y quedó muy linda y hasta salió en la televisión en un programa de casas ejemplares, y además tenía la inestimable ventaja de estar a un paso del colegio de las niñas. Y un día, a poco de esa exhibición de la casa en la televisión, que tanto orgullo dio a Sofía, su padrastro me echó de la casa (la casa que habíamos construido con mi dinero), acusándome de haber dejado como una puta a Sofía en El huracán lleva tu nombre, y yo aguanté la humillación y me fui en silencio, mientras mis hijas veían perplejas esa escena.

Pero todo dura lo que tiene que durar y este año, ya mis hijas adolescentes, ya Sofía con cuarenta años y harta de los desatinos de su madre, ocurrió lo inevitable: me pidieron que les comprase un departamento en San Isidro.

No lo dudé. Era lo que, como padre y amigo, debía hacer. Sofía encontró un departamento en San Isidro, último piso, todavía en construcción. Decidimos comprarlo. Luego nos animamos a comprar los dos departamentos del piso para que yo pudiese quedarme allí y no en un hotel cuando visitase Lima.

Ya estaba todo listo para firmar cuando la otra noche, seis de la mañana en Madrid, llamé a Sofía y le dije dos cosas razonables, sin imaginar que originarían una pelea feroz.

Le dije: Ya que vamos a ser vecinos, es bueno que sepas que cada uno preservará su libertad amorosa y sexual y que tú puedes hacer lo que quieras con quien quieras en tu departamento y yo lo que quiera con quien quiera en el mío.

Su respuesta me resultó inesperada: En ese caso prefiero la distancia, que vivas lejos.

Me dejó dolido, perturbado. Me pareció incomprensible que, después de tantos años separados y siendo tan buenos amigos, se negase a respetar mi libertad como yo respeto la suya, sólo porque seríamos vecinos.

Luego le dije: Si vamos a tener un hijo, como habíamos acordado, seguiremos siendo amigos y cada uno será libre sexualmente.

Me dijo: Yo jamás tendría un hijo con un amigo.

Sentí que no era aceptable que después de tantos años como amigos me dijera esas cosas tan hirientes, porque yo pensaba darle un hijo como un acto de amor puro y bello precisamente porque se lo daba como amigo, sin recortar sus libertades, sólo porque la quiero y sé lo buena madre que es.

La conversación duró tres horas, terminó a los gritos, ella insultando a mi chico argentino (solo quiere tu dinero), yo diciéndole cosas mezquinas (eres tú quien solo quiere mi dinero, él me ama de verdad), y entonces, ya enfurecido, le dije que, dadas las circunstancias, había decidido no comprar ningún departamento, pues ella acababa de demostrarme que no era mi amiga y en consecuencia se quedaría viviendo con las niñas en la casa mágica del vivero. Eran las nueve de la mañana, salí a comprar los diarios en Menéndez Pelayo y a tomar un jugo de naranja en La Parisiena y pensé que Sofía nunca sería capaz de entenderme y quererme bien, que me quería pero de una manera obsesiva y autodestructiva.

Como el amor a mis hijas prevalece sobre todas las miserias que nos envenenan a su madre y a mí, al día siguiente le escribí, ya descansado, diciéndole que había reconsiderado mi posición, que comprendía que tenían que mudarse a San Isidro y que estaba dispuesto a comprarles un departamento en ese edificio, pero que renunciaba a la ilusión de ser su vecino y tener un hijo con ella y prefería seguir quedándome en ese hotel tan lindo, el Country, donde me miman como un principito o una princesita los pocos domingos que paso en Lima cada mes.

Sofía tuvo la nobleza de disculparse, decirme que quería ser mi socia y amiga, no mi pareja, y que estaba feliz con la idea de comprar el departamento.

Entonces, en un arrebato de optimismo, dije que mejor comprásemos los dos y dejásemos el otro vacío, como inversión y para tener la privacidad de todo el piso y eventualmente pueda irme a vivir a ese departamento y seamos amigos y vecinos, queriendo de paso a las eventuales parejas o novios que nos reserve el destino, que es así como debemos educar a nuestras hijas: que el amor consiste en la amistad incondicional y el sexo es sólo una prolongación traviesa y a veces fugaz de esa amistad.

Y ahora, a las cinco de la mañana en Madrid, que vengo de ver con María la película genial de Stiller en los Ideal, donde vimos a Almodóvar saliendo deprisa y subiendo a su Audi A8 con chofer, he llamado a Sofía y le he dicho que nuestro abogado y los constructores firmarán los papeles y compraremos los departamentos, aunque yo no me mudaré allí y seguiré disfrutando de la comodidad del hotel y mi departamento lo dejaremos vacío, como inversión, sala de fiestas o reuniones para las niñas o eventual biblioteca o despacho literario o casa de huéspedes.

Es curioso cómo la otra noche a esta misma hora nos odiábamos e insultábamos con una saña inquietante y hoy, hace un momento, amaneciendo en Madrid, nos dijimos al teléfono que sería lindo ser amigos y vecinos y hasta tener al bebé (que seguro saldrá gay), sin recortar en absoluto nuestras libertades sexuales y sentimentales, y luego ella me dijo siempre serás mi mejor socio y amigo y yo, emocionado, le dije siempre te voy a amar, aunque no pueda ser tu pareja.

Que el azar no vuelva a emboscarnos con otra conversación envenenada un amanecer en Madrid y que el ángel caído del Retiro, que tanto me hipnotiza, nos enseñe a ser amigos y vecinos y quizá también padres, pero en ese caso padres en condición de amigos, que es por cierto la más noble de todas las condiciones humanas.

Mañana iré en bicicleta al ángel caído del Retiro, acechado por los demonios que lo esperan para corromperlo y enroscado por las serpientes, que es como ciertas noches me siento yo, secuestrado por mis demonios y sus culebras, y le diré gracias por tener en Sofía a una socia y amiga.

Jaime Bayly
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CORREO 22 de septiembre de 2008

Un domingo en Madrid

Hacía tres años que no venía a Madrid, desde que me dieron el finalista y luego me dijeron que no lo merecía y enseguida, como castigo, me llevaron un mes por toda España hablando las mismas cosas con cualquier periodista, impostor, aprendiz o gilipollas que pidiera media hora a solas conmigo. Y luego me llevaban al Corte Inglés y me sentaban a firmar libros, pero la poca gente que pasaba me miraba con extrañeza y hostilidad, salvo una señora que pensó que la mesa estaba en venta y me preguntó cuánto costaba, sin que yo supiera darle el precio, lo que la ofuscó.

Madrid en setiembre es perfecto porque todavía hace calor, pero ya volvió la gente de vacaciones y no te sofocas como en agosto, que puede ser cruel. Y llegar un domingo a las nueve de la mañana es muy conveniente porque no hay tráfico y llegas rápido adonde quieras, no te enredas en los atascos de las entradas a la ciudad (aunque sí te pierdes inevitablemente en el aeropuerto, que, ya modernizado, se ha convertido en un laberinto borgiano con aires de Epcot, y por eso, extraviado, termino pasando por rayos X en un vuelo a Estambul). Lo malo es que, al encontrar por fin la salida de Barajas, el chofer no contesta mis preguntas, que son simples (¿qué le parece el gobierno?, ¿por quién votó usted?, ¿hizo bien Aragonés en dejar fuera de la Eurocopa a Raúl?), pues el viejo habla mucho, esquiva las cosas y al final babea una cháchara en la que no toma partido por nada, salvo cuando dice que él no votó por nadie y yo le pregunto si acá en España es obligatorio votar y él responde, riéndose: No, eso sólo pasa en las dictaduras africanas. Prefiero no decirle que en mi país también.

Al llegar al departamento, que me han prestado unos amigos muy queridos, los Montaner, en Menéndez Pelayo, frente al Retiro, consigo entrar sin contratiempos, desactivar la alarma y me asalta una felicidad inesperada y me siento como en casa, disfrutando de la decoración sobria y refinada, de los libros (ninguno mío, por suerte) y los cuadros y retratos familiares, en los que Gina sale siempre tan guapa. Recuerdo cuando Carlos me prestó este departamento hace quince años, pues mi visa me obligaba a salir de Estados Unidos, donde vivía con Sofía, y no quería volver al Perú de Fujimori y sus adulones, que por eso no compraban los libros de Vargas Llosa.

Extraño a mis hijas, a Martín, a Sofía, pero necesitaba venir solo y pasar dos semanas libre, en silencio, mirando las caras, observando, escuchando, tomando cada pequeña decisión sin negociar con nadie, caminando esta tarde de domingo soleado por el Retiro, entrando como siempre por la puerta de Mariano de Cavia, en la calle del poeta Esteban Villegas (que suena bien porque son los poetas y las putas, y no los militares y los curas, los que deberían llevar los nombres de las calles, dado que son quienes mejor las conocen), y luego bordeando los senderos de los gatos que subestiman con razón mi mirada nublada por los sedantes y después caminando (si a ese paso cansino, zigzagueante, como de borracho, se le puede llamar caminar) por el paseo de Cuba, la plaza del Ángel Caído, por el estanque, con sus bailarines brasileros, cantantes argentinos, videntes, masajistas filipinos y lectoras canosas del Tarot que por diez euros te dicen (así la escucho decir a Lola: veo que sucederán unos ingresos muy satisfactorios, lo que puede tener una lectura económica, sexual o incluso policial, siendo en este último caso la satisfacción la de los malhechores) y cuando me canso de arrastrar los pies con doble media (porque no he dormido nada en el avión: me tocó al lado un colombiano encantador que me decía que saque toda mi plata del Citi y la reparta entre el Santander, el Lloyds, el Deutsche y el Bank of America, porque el Citi es el próximo en caer y no se sabe si el gobierno lo rescatará), me desvío por el Paseo de Argentina, que es el más lindo de todos, y luego paso por el Rosedal y recuerdo que allí leía las cartas que me enviaba mi padre, sugiriéndome volver a Lima y que yo inexplicablemente respondía en inglés (tal vez para impresionarlo, para que me quisiera un poco) y luego bajo por el Paseo de México y tres jóvenes peruanas, muy simpáticas, me reconocen y me piden amablemente unas fotos. Y mientras intento persuadirle a la cámara de que esa sonrisa fatigada no es una impostura, una de ellas, amorosa, me dice: Eres un orgullo del Perú, Jaime. Y yo me voy pensando: Jodido ha de estar el Perú para que yo sea un orgullo. O jodido he de estar yo.

Salgo por la puerta de Alcalá, ya muy cansado, y subo a un taxi porque no quiero caminar de regreso, lo que quería era comprar una bicicleta en el Corte Inglés de Goya pero estaba cerrado y la tienda en la calle Evita en la que antes las alquilaban también por ser domingo, así que vuelvo en taxi y (Martín odia esto de mí) le pregunto al conductor: ¿Hizo bien Aragonés en dejar fuera a Raúl de la Eurocopa?. Con esa simpática tosquedad española, responde: Hombre, me da igual, lo que importa es que ganamos.

En la plaza Mariano de Cavia me da hambre. Entro a una bodega, Chapela o Chápela, no sé bien, porque el nombre está en mayúsculas y la señorita oriental que atiende no es para nada fluida en español, le pregunto cuánto cuestan las uvas y me dice mira, mira, le pregunto cuánto los plátanos y dice mira, mira, le pregunto si tiene jugo de naranja natural y dice mira, mira, le pregunto si vende tarjetas telefónicas para llamar a Lima y Buenos Aires y previsiblemente me dice mira, mira, que es, al parecer, la única palabra que habla en español. Y al final tiene razón: es cosa de mirar y mirar y encontrar lo que quieres y luego ella te cobra, enseñándote la calculadora, porque quizá todavía no sabe decir veinticuatro euros cincuenta.

Volveré mañana a Chápela o Chapela (prefiero Chápela, porque la chinita está rica) y le haré muchas preguntas hasta que me diga otra palabra en español que no sea mira. Luego paso por la cafetería Parisién, un clásico del barrio, y me tomo tres jugos de naranja recién exprimida a cinco euros cada vaso y ordeno una porción de jamón de pata negra, porque, al preguntarle cuál es el mejor jamón, Pablo, el camarero, me ha dicho, muy directo: El serrano cuesta ocho el kilo, la pata negra treinta y dos,

¿cuál crees que es mejor?. Es cosa de mirar y mirar, como aconseja la china Chápela, y de preguntar, que así se aprende, aunque no con los taxistas, que a veces son tan brutos que dan miedo.

De vuelta al barrio, camino por la calle Roncesvalles, donde me parece que también vivió Gina, una mujer leal, admirable, gran escritora, de la que me enamoré tan pronto la conocí en este mismo piso hace ya tantos años, una noche fría de febrero, y de la que siempre estaré enamorado, porque es mi amiga y mi hermana y porque quiere vivir sola y sin mayor interés en el sexo, exactamente como yo, y suicidarse discreta y prudentemente a una edad apropiada, antes de las humillaciones inevitables a las que nos condenará la lenta corrupción de nuestros cuerpos, que alguna vez se desearon, algo que todavía me conmueve porque fue una extensión de la hermandad y la complicidad que siento por ella y que me hace pensar que algún día este departamento tan bello y acogedor será de todos los Montaner, de Carlos y de Linda, pero también de Gina y de mí, y de Paola y Gabriela y de Camila y Paola y de Sofía y el bebé y Martín y viviremos todos juntos, felices, hacinados, durmiendo tres en una cama, como una familia superpoblada de La Habana, en la que el amor no es algo que impone la sangre sino que nace del corazón, que es como quiero yo a los Montaner, mi familia cubana.

Jaime Bayly
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CORREO SETIEMBRE 15, 2008

La censura

Cuando hace pocos meses nos mudamos a los nuevos estudios de Miami, advertí que el estudio estaba congelado y un aire gélido me daba en plena cara durante el programa y el público tosía y se quejaba.

Dije irónicamente que estábamos transmitiendo desde Alaska y pedí que cuidaran la salud del público y la mía (que había estado en el hospital por problemas respiratorios) apagando el aire o entibiándolo.

Al día siguiente el dueño del canal envió un memo advirtiéndonos que no toleraría quejas en público y que el próximo en quejarse sería despedido.

Esperé dos semanas a que atenuasen la frialdad del estudio, que me dejaba enfermo cada noche. Me quejé numerosas veces en privado, pero nadie me hizo caso.

El jueves perdí la paciencia (el público en el estudio me rogaba que bajaran el aire) y me volví a quejar al aire y dije que así como no me callaba ante las injusticias de Fidel y de Chávez, tampoco me callaría, como un empleado pusilánime y acobardado, ante esta injusticia del canal.

El dueño del canal se sintió ofendido y me conminó a pedir disculpas por haberlo comparado con Fidel y Chávez.

El lunes comencé el programa reconociendo que mi frase había sido desafortunada, un exabrupto, y que no había querido decir que el dueño era como Fidel o Chávez, pero que tampoco le tenía miedo por ser un magnate y que si cometía una injusticia conmigo tenía derecho a denunciarla.

Luego le dije que hace dos meses no me pagaban el contrato tal como lo habíamos firmado y que aquella era otra injusticia que no estaba dispuesto a seguir callando. Enseguida añadí que si seguían matándome de frío y además incumpliendo el contrato (siendo que mi programa es el de más alta sintonía en ese canal y el que en cierto modo le dio un prestigio y una identidad y lo salvó del descalabro), mejor sería que me despidieran porque yo no me sentía a gusto trabajando en un lugar donde se me humillaba de ese modo.

En ese momento me sacaron del aire y me dejaron hablando sin que yo supiera que ya no estaba en vivo. Fue triste porque seguí quejándome y desafiando al dueño del canal, sin saber que ya no estaba al aire y habían puesto una canción de Celia Cruz.

Al día siguiente la mayoría de Miami repudió la censura, se solidarizó conmigo, amenazó que no vería más ese canal y expresó en las radios que el comportamiento del dueño, al censurarme, no parecía muy distinto al de Fidel. Es decir, que si quería demostrar que no era como Fidel, había demostrado precisamente lo contrario.

El martes la gerencia del canal me pidió que no me fuese. Yo mentalmente ya estaba escribiendo en Buenos Aires, lejos de Miami y sus comisarios morales (hacía poco me habían censurado un artículo en el Miami Herald por contar que me había vuelto impotente por tomar antidepresivos). Pensé que mi tiempo en Miami se había terminado.

Pero el canal insistió en que me quedara. Pedí dos condiciones: que ofrecieran disculpas por la censura y cumplieran mi contrato, pagándome lo que me debían. Esa noche tuve que elegir entre el honor intransigente o el sentido práctico, entre quedar como un mártir de la libertad de expresión y largarme censurado doblemente de Miami o ser humilde y entender el error del canal y perdonarlo y comprender que, después de todo, había ganado la batalla.

Todo el día desconecté el teléfono. No quise dar ninguna entrevista. No pedí consejos a nadie, salvo a dos amigos. Traté de preservar la calma y el silencio y pensar en bicicleta si debía hacer prevalecer el sentido del honor y el heroísmo moral o si debía ser humilde y compasivo, entender y perdonar el error ajeno (recordando que a menudo uno también se equivoca groseramente) y no perder una tribuna valiosa, que me hace llegar a Estados Unidos y Puerto Rico diciendo mis opiniones políticas con absoluta libertad y desparpajo y de paso cobrando un dinero nada desdeñable.

Decidí que la humildad era un mejor negocio que el fundamentalismo moral y que tal vez la inteligencia consiste en comprender y perdonar los errores de los demás (la infidelidad de un amante, el abuso de un jefe, la deslealtad de un amigo). Por eso aquella noche regresé al canal y todo se arregló: la gerencia me pidió perdón, admitió el error y se comprometió a respetar el contrato que estaba burlando.

No me arrepiento de haberme quedado en el canal. Además, al quejarme en público había roto un pacto de confidencialidad que me prohíbe criticar al canal (es decir que yo también me había equivocado, al menos formal o legalmente), de modo que ellos podían despedirme sin indemnizarme y yo quedarme seis meses sin poder salir en la televisión de Estados Unidos, como estipula el contrato. Y yo quería seguir saliendo todas las noches para reírme de las obscenidades de Chávez y los delirios que escribe Fidel en pañales y para seguir burlándome de los charlatanes de Morales, Correa y Ortega y para criticar a Mc Cain y Obama todo lo que me diese la gana y comentar la campaña norteamericana hasta las elecciones de noviembre.

Por eso creo que hice bien en perdonar la censura, ganar la batalla y seguir peleando desde mi modesta trinchera.

Por supuesto cierta prensa de Lima, siempre tan generosa, dijo que yo había enloquecido por tomar pastillas, que necesitaba un siquiatra y en realidad quería suicidarme en televisión.

No dijeron desde luego que mis críticas tenían razón y fundamento y que hubo un gesto de coraje y rebeldía al hacerlas públicas, desafiar al canal y hacerme respetar, como en efecto ocurrió (por una sola razón: porque el programa es un éxito y no se atrevían a prescindir de él y parte de su éxito consiste precisamente en la irreverencia y la rebeldía tanto con las injusticias ajenas como con las que ocurren en mis propias narices y en desmedro de ellas).

También decidí que, a pesar de que me censuraron un artículo, seguiría escribiendo los domingos en el Herald, porque entendí que esa crónica era demasiado libertina y desvergonzada para un periódico que leen personas mayores y en extremo conservadoras. Y por eso he seguido publicando en el Herald los últimos domingos.

Si estuviera tan loco y fuese tan suicida como dicen mis detractores, no habría aceptado las disculpas del canal ni seguido publicando en el Herald y me habría mudado a Buenos Aires dando cien entrevistas y proclamándome un héroe de la libertad de expresión que no se doblega ante nadie.

Y algo más: es verdad que mi hija Camila me pidió que no viajara con ella y su madre a París y que no estuviera en su fiesta de quince años, pero me lo pidió porque es mi amiga y no duda de nuestro amor y me tiene confianza y prefería que yo no estuviera con ella y su madre en París para evitar tensiones y peleas domésticas y que tampoco estuviera en su fiesta de quince para no llamar la atención entre sus amigos y crearle toda clase de molestias por mi condición de obscena celebridad local. Y si cuento estas cosas no es porque esté loco ni me quiera matar (aunque tampoco me parece tan terrible morirse a mis años y después de tantas desmesuras):

las cuento porque estoy condenadamente orgulloso de tener una hija como Camila, que me quiere y es mi amiga y me dice la verdad y por eso cuando la estorbo me lo dice con cariño, y porque creo también que mezclar todo esto con mi rebeldía en televisión (justificada y fundamentada: por algo se disculparon a toda prisa) es de una mezquindad y una vileza que, tratándose de cierta prensa, ya no debería sorprenderme, pero, la verdad, todavía me sorprende y entristece, sobre todo porque detrás de ellas se agazapan personas que hacen alarde de su innata decencia, confundiendo decencia con soberbia y envidia. Jaime Bayly
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PERU 21 31 08 09

Los días contados
Autor: Jaime Bayly

El simulador

Hay una isla
Hay una casa
Hay un hombre solo
Hay una bicicleta oxidada
Hay unas fotos de sus hijas
Hay unos libros que ha escrito

Ese hombre sabe que tiene los días contados
Todos tenemos los días contados
Ese hombre los tiene más contados

No parece enfermo
Cuando sonríe
(Y solo sonríe si le pagan)
Parece saludable

Se trata de un simulador
Se ha pasado la vida simulando que tiene éxito
Pero sabe que ha fracasado

No ha fracasado con las mujeres
(Ha amado a ciertas mujeres a las que sigue amando Aunque ellas ya no lo sepan)
No ha fracasado en el dinero
(Tiene más dinero del que imaginó)
No ha fracasado en la vida misma
(Quiso ser un escritor y publicó un número de libros Que ahora prefiere no leer porque le dan pudor)

Morirá pronto
No lo saben sus hijas
No lo saben las mujeres a las que sigue amando
No lo sabe su chico
No lo saben sus amigos (porque ya no tiene amigos)

No se perdona algo que pasó hace años
Dejó a su chica embarazada
Ella quería tener al bebé
Le rogaba que tuvieran al bebé
El quería ser libre
Un hombre en una isla
Un hombre sin ataduras
Un hombre sin pañales ni biberones

Por eso la chica abortó
Abortó porque él la llevó a la clínica
Le dijo: Si me amas, quiero que abortes
Le dijo: Si abortas, nos casaremos
Le dijo: Si abortas, tendremos no uno sino tres hijos
Y la chica lo amaba
Lo amaba tanto que le creyó
El hombre la acompañó hasta su casa
La abrazó
Lloraron
Y luego se fue a una ciudad lejana
Y nunca más la vio

Ahora que le queda poca vida
(Siempre nos queda poca vida
Si pensamos que hay vida
Hace millones de años)
No se perdona tal cobardía

Sabe que el bebé era hombre
Que se hubiera parecido a él
Que hubieran sido amigos
Jugado al fútbol
A las bochas
Al ping pong
Que hubieran corrido olas a pecho
Mirado a las chicas en bikini
Eructado cerveza

Sabe que ese hombre
Pudo haber sido su amigo
Pero eligió darle la espalda
Para quedarse solo
En esa casa
De esa isla
Esperando la muerte
Esperando sobre todo
Que después de la muerte
Haya algo
No el cielo o el infierno
Solo una mesa de ping pong
En la cual pueda jugar
Un partido interminable
Con ese hijo
(James)
Que no quiso tener

My own private Zelig

Conozco a este chico
Que cuando termina de hacer el amor
Se pone a llorar

No llora porque esté triste o contento
Llora porque hubiera querido hacer el amor
Con otra persona
Con una persona que aún no conoció
(O con una persona que conoció
Y no se atrevió a amar)

Este chico cuando era chico solo pensaba en chicas
Miraba las revistas y se agitaba pensando en ellas
Había una chica desnuda columpiándose en Playboy
Era el gran amor de su vida
Se suponía que este chico estaba destinado
A amar a una chica

No supongas nada en las cosas del amor
Las cosas que supones rara vez ocurren
En el juego del amor solo gana el que pierde
(Y eso con suerte)

Es difícil hacer el amor pero se aprende, dijo el poeta
El chico aprendió como quien aprende a esquiar
Cada vez que hacía el amor, se caía y lloraba
Lo hacía con chicas, se caía y lloraba
Lloraba pensando que debía hacerlo con chicos
Lo hacía con chicos, se caía y lloraba
Lloraba pensando que debía hacerlo con chicas
Y así se le fue la vida
Aprendiendo a amar como quien aprende a esquiar

No sigas esquiando si te vas a seguir cayendo
Chico suave
Chico camaleón
My own private Zelig

No sigas llorando después del amor
No eres gay/straight/bisexual/asexuado
Eres todo eso y nada de eso
Eres lo que los otros quieren que seas
Eres lo que no pudiste ser con esa puta que te asustó
Eres puto y donjuan
Porfirio Rubirosa/pérfida mariposa
My own private Zelig

No me cuentes tus historias
Que me harás llorar
Ven aquí a mi lado
Bésame como un chico o una chica
Bésame como te dé la gana
Muere un poco dentro de mí
Y luego llora todo lo que quieras llorar
Como un chico o una chica

Llora si quieres
Pensando en esa persona
A la que no te atreviste a amar
Y ahora te odia

Cállate

No me digas que me amas
No me hagas promesas
No me hables del futuro
Como si el futuro existiera

No llames por teléfono
No mandes mensajes de texto
No escribas palabras calenturientas
No juegues conmigo
No resisto más
Que seas mi amante
a la distancia

Si de verdad me amas
Sube al primer avión
Toma un taxi
No te peines ni te laves las manos
No te compres ropa nueva
Y ven a verme

Y no me digas que me amas
No me hagas promesas
No me hables del futuro
Como si el futuro te perteneciera

Simplemente cállate
Bájate el pantalón
Enséñame lo que tienes para mí
Y demuéstrame
Sin decir una palabra
Agitándote conmigo
Si es verdad que tanto me amas

A mi edad, cariño
El amor no se mide por palabras
Se mide
(Perdona la franqueza)
Por orgasmos y erecciones
Y es así
Humanamente
Como quiero que
me ames esta noche
Y todas las demás

Cállate la boca
Apaga el celular
Quítate le ropa
Y demuéstrame
Cuán duro y resistente
Es tu amor por mí


Lo que pienso de ti

Escúchame bien
Esto es lo que pienso de ti
Te lo voy a decir una vez
Y solo una vez:
Eres un cacaseno
Un mentecato
Un fariseo
Un pelafustán
Un pelagatos
Un comegatos
Un comemielda
Un papanatas
Un pobre diablo
(Sin la astucia del diablo)

Escúchame bien
Te diré ahora lo que nunca me atreví a decirte:
Eres un pusilánime
Un fanfarrón
Un matón de barrio
Un galán engominado
Un hijo de la miseria
Un hijo de mil putas

Escúchame bien
Porque esto que te diré ahora
No te lo diré más:
Eres un necio
Un majadero
Un cretino
Un cerebro de mosquito
Un pánfilo
Un idiota redomado
Un tonto del culo
Y un lisiado del alma

Será por eso
Pedazo de imbécil
Que te quiero tanto
(Porque en el fondo
Somos idénticos)
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CORREO 21 de Julio de 2008

Jaime Bayly
La furia del actor

El actor me escribe, sorprendiéndome: Hola,
(Me sorprende la coma, que sugiere que escribió algo que luego borró o quiso escribir y reprimió. Es en todo caso una coma prometedora).
Respondo: ¿Cómo estás?

Me escribe: No bien,
(De nuevo, la coma me intriga, pues al parecer delata cierta angustia o desasosiego, unas ganas de decir algo que quedan frustradas).
Le escribo: ¿Por qué? ¿Puedo ayudar en algo?
Me pregunta: ¿Quién sabe de esto?
Le escribo: Tú, Martín y yo. Martín es mi chico y lo amo.
Me escribe: Dame tu número.

Le escribo: No me gusta que me den órdenes. Las cosas se piden bonito.
Me escribe: No entiendo, no te he hablado mal, ¿o sí?
Le escribo: Me dices: dame tu número. Suena un poco duro. Podrías decir: ¿te puedo llamar? El sábado estaré en Lima. Si te provoca, nos vemos en algún lugar discreto.
Vuelvo a escribirle: No sé por qué pienso que podríamos haber sido muy felices juntos y me da pena que no fuese así.

Me escribe: No creo que nos podamos ver, tal vez será en otro tiempo.
(Lo que más me duele es que diga “en otro tiempo”. Pudo decir “más adelante” o “en un tiempito”, pero “en otro tiempo” suena a en otra vida, a nunca).
Resignado, le escribo: Suerte entonces, que todo vaya bien.

Educado, se despide: Gracias, a ti también.
Le escribo: Estoy en Lima, qué pena no verte. Sales lindo en Somos.
A despecho de mi orgullo, insisto: ¿No piensas venir a Miami o ir a Buenos Aires? Me encantaría verte.
Le escribo, sin exagerar: Desperté soñando contigo. Habías venido a mi casa con una chica que era tu novia. La chica se llamaba Kanta y me saludaba con cariño. Luego tú me dabas un beso en la mejilla y me regalabas una camisa marrón.

Por fin me escribe: He conocido a una chica, pero no sé.
Le escribo: Me pasa igual. Conozco chicas lindas, me acuesto con ellas, pero no puedo enamorarme de una mujer. Voy el fin de semana a Lima, veámonos, la vida se pasa y no nos veremos nunca y sería una pena.
Le escribo: Estoy en Lima. Te quiero aunque no me creas.
Me escribe: No confío en ti.

Le escribo: Yo tampoco confío en mí. Tampoco confío en ti. Nadie confía en nadie. Y no exageres el papel de víctima. Un escritor escribe lo que tiene que escribir y tú fuiste mi primer hombre y todo lo que escribí evocando ese momento inolvidable lo hice con amor y ternura. Si te molestó, fue por las malas razones, por miedo o vergüenza. Yo siempre sentiré orgullo de que fueras mi primer hombre y de que me gusten los hombres. No lo escondo y soy feliz así. Y creo que decir “es mi vida privada y de eso no hablo” es una salida cobarde. Entiendo que no confíes en mí y haces bien. Yo soy un escritor y lo seré hasta la última puta palabra que escriba, así como tú eres un actor y lo serás incluso cuando se te caigan los dientes.
Me escribe: Esta vez sí te inspirastes (sic). Fuera de todo, tengo que proteger a mi hijo. Lo hago por él, sólo por él.

Le escribo: Te entiendo. Da miedo. Pero no lo estás protegiendo, lo estás haciendo más vulnerable. Yo sé que lo amas. Yo también amo a mis hijas. Pero lo mejor es que sepa quién eres de verdad y que se lo digas tú. Cuando yo les conté a mis hijas se cagaron de risa y les dio igual porque saben que las amo, eso es lo único que les importa, no con quién tiro o no tiro. El problema de escondérselo es que tal vez algún día alguien le diga a tu hijo lo que tú no tuviste el valor de decirle y llegar tarde no sería bueno.

Mi consejo es que no tengas miedo de decírselo porque no es una cosa mala. Él te amará siempre y mucho más si eres franco y le muestras tus debilidades. Mis hijas saben que estuvimos juntos y conocen a Martín y lo quieren y no tienen complejos y en el colegio sus amigas me adoran. En cambio esconderlo trae todo un manto de culpa que al final le da al asunto un aire de maldad o perversión. Porque, mira, si a un heterosexual famoso le preguntan si le gustan las mujeres, jamás diría: “es mi vida privada, de eso no hablo”.

Me escribe: Lo que me jodió es que tuvistes (sic) que hablar. Carajo, si quieres habla de tu vida, pero no de los demás, al resto déjalo tranquilo. Tú quieres tirarte del avión, hazlo solo pero no conmigo. Jamás le diré a mi hijo esta mierda.
Le escribo: Creo que te equivocas. Porque “esta mierda” es tu vida, tu pasado. Y si te avergüenzas de eso, haces mal. Y me temo que tu hijo lo sabrá igual, aunque quieras ocultárselo. En cuanto a mi derecho a hablar, de nuevo te equivocas.

Primero, porque un escritor tiene derecho a contar su vida, en ficción o directamente en memorias, y al contarla, contar sus amores, y que tú fueras mi primer hombre no es ni será nunca una cosa menor. Segundo, porque nunca conté nada de manera vulgar o hiriente hacia ti, si te hirió fue porque no tienes el valor de aceptar la verdad y ahora la llamas “una mierda”. Y tercero, aun si no fuera escritor, no puedes exigirles a todos tus amantes hombres (que, como bien sabes, no han sido pocos) que por el resto de sus vidas guarden secreto absoluto de ti sólo porque no quieres salir del clóset. La metáfora del avión no es exacta. Más exacto sería decir que tú decidiste quedarte en clóset y quieres que todos tus amantes nos quedemos en el clóset en solidaridad contigo.

Me escribe: Tú crees que eres feliz así. Yo no lo creo. Porque te dieron un espacio y la gente se caga de risa de cada tontería que hablas, ya crees que eso es la felicidad. Estás loco, no sé qué parte de la vida no la haz (sic) vivido, pero no sabes nada todabia (sic). No me gusta tu programa y lo sabes bien, ¿y? Esta chica es linda, pero no sé, hay algo que le falta...
(Esa última confesión me hace gracia y me hace pensar en una frase que escribí en mi primera novela: “Tener sexo con una mujer es como comer comida vegetariana: sientes que te falta un pedazo de carne”).

Le escribo: Eres cómico. No soy feliz, pero soy razonablemente feliz porque vivo solo y tengo dos hijas que me aman y no tengo que ocultarles que me gustan los hombres y porque me llevo bien con la madre de mis hijas y porque tengo un chico al que amo y eso me basta para ser medianamente feliz. También soy feliz porque soñaba con ser un escritor y me atreví y publiqué varias novelas que han ganado algunos premios y han sido traducidas a varios idiomas (incluyendo el mandarín, imagínate) y me han hecho ganar bastante plata, pero sobre todo el orgullo de haber escrito las cosas que me salieron de los cojones.

No soy feliz únicamente por el programa, como dices, pero también me hace feliz tener un programa en Miami y otro en Lima donde tengo absoluta libertad creativa para decir lo que me da la gana. Y “todavía” se escribe todavía con v chica, no “todabia” con b grande y sin acento. Y “has vivido” se escribe “has” no “haz”. Y si mi programa te parece “una basura” como dijiste en televisión y lo que viviste conmigo, “una mierda”, ¿por qué pierdes tu tiempo escribiéndome? Sigue disfrutando de tu apasionante vida en el clóset.

Me escribe: Lo siento.
Le escribo: Todo bien. Sólo quiero que sepas que algún día me gustaría darte un abrazo antes de que nos vayamos de acá.
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CORREO 07 de Julio de 2008

JAIME BAYLY

La vida en bicicleta

Todas las tardes salgo a montar bicicleta cuando el sol ya no quema. Antes me tomo una pastilla sedante para disfrutar más del paseo.
Sólo recorro las calles más apacibles de la isla, aquellas por las que rara vez pasa un auto o alguien caminando o corriendo.

La prudencia aconseja evitar dos calles en las que hay unos perros sueltos que me han perseguido ladrándome y al parecer queriéndome morder, dos perros a los que quisiera matar y no he matado todavía porque no he encontrado la manera de hacerlo sin que me detenga la policía. Podría dispararles con mi carabina de perdigones, pero sería en extremo difícil y peligroso manejar mi bicicleta con una carabina en la mano y sería todavía más complicado apuntarles en movimiento y disparar con precisión. Además, está probado que no tengo buena puntería, porque al pájaro que canta frente a mi casa le he disparado decenas de veces y nunca le he dado y los balines le pasan tan lejos que a veces ni se mueve, se queda allí cantando como burlándose de mí.

Nunca he montado bicicleta más rápido que con un perro ladrando y persiguiéndome. Nunca me he sentido más orgulloso de mí que cuando lo dejé rezagado, exhausto, babeando. Una cierta euforia o confianza en mis aptitudes atléticas me indujo a seguir pedaleando con el mismo vigor. Poco más allá resbalé y caí en la pista mojada por la lluvia. Por suerte el perro estaba ya lejos y no vino a morderme.
A veces pienso dispararme un perdigón en el pecho, pero no lo hago porque creo que sería un suicidio ineficaz además de ridículo y ya fracasé una vez tratando de suicidarme con pastillas.

Nunca imaginé que sería tan feliz tomando tantas pastillas. Mi padre hubiera sido un hombre menos violento y torturado si hubiese tomado las pastillas que yo tomo y que nadie me ha recetado. A las tres de la mañana tomo una que me hace dormir boca arriba, a las ocho de la mañana tomo otra que me hace dormir boca abajo y destapado y con los más absurdos e inconfesables sueños eróticos, a las dos de la tarde tomo unas pastillas antidepresivas que me hacen rechinar los dientes con la vehemencia que sentía cuando tomaba cocaína y antes de salir a montar bicicleta a las siete de la tarde tomo una pastilla que me ayuda a ver las cosas con una calma insólita, milagrosa.

La contemplación de la vida, o de las casas y los árboles y los gatos y los canales, que son los paisajes habituales de mi vida y me gustaría que lo fuesen el resto de lo que me queda por vivir, es perfecta a la velocidad morosa de la bicicleta, no a la velocidad de la camioneta en la que tengo que prender muy a mi pesar el aire acondicionado ni a la velocidad de mi cuerpo exhausto caminando con unos zapatos que compré por correo y me quedan grandes. Es decir que la bicicleta parece ser el observatorio más lúcido y exacto de la vida en movimiento y las cosas que me rodean, cosas que no alcanzo a advertir cuando manejo y que ciertamente tampoco advertiría si caminase, porque en esta isla hace tanto calor que no se puede caminar y cuando lo he intentado todo me ha parecido feo y triste, probablemente por el cansancio que me provocaba caminar bajo tanto calor y entre gente que pasaba en autos y me gritaba cosas optimistas y se ofrecía a llevarme cuando yo ni siquiera sabía adónde iba.

Había dejado de montar bicicleta porque las llantas se habían desinflado y las cadenas, oxidado, pero hace unos meses, con ocasión de la visita de Martín, decidí llevarlas a la tienda de un hombre flaco y taciturno que practica yoga y parece la persona más feliz de esta isla, en la que casi todos hacen alarde del dinero, a diferencia de él, que se mueve en bicicleta y se sienta en el parque a meditar y nos mira con una serenidad beatífica que le envidio y acaso proviene de su amor por las bicicletas y su desinterés por el dinero y el lujo.

Uno no debería vivir en una ciudad en la que no pueda montar bicicleta, me digo. No sé si montar bicicleta es un buen ejercicio, me tiene sin cuidado, no tengo ningún interés en vivir más años de los que sean estrictamente necesarios, pero me parece que hacerlo me permite un conocimiento más preciso y cabal de mis dimensiones humanas y, a la vez, un cierto deslumbramiento ante las bellezas insospechadas de mi barrio: los gatos que me miran con una inteligencia superior a la que poseo, las mucamas que se protegen del sol con paraguas y me saludan con una alegría tropical que nunca será mía, las chicas adolescentes que me ignoran y se ponen pantalones cortos bien apretados y me recuerdan con qué facilidad podría ser yo un criminal si alguna de ellas me mirase y me guiñase el ojo y me permitiese tocar ese cuerpo que las leyes me prohíben tocar, las mujeres que corren cantando una música que sólo ellas escuchan, las ardillas esquivas, los pájaros que se obstinan en cantar sobre los cables de luz, las casas espléndidas en las que nunca viviré y a las que nunca me invitarán porque un escritor impúdico y desleal no es bienvenido en las fiestas de aquellos que preservan una cierta reputación (una reputación que a menudo es falsa), los obreros de construcción y los jardineros ilegales y los limpiadores de piscinas que me quieren y me saludan porque saben que ellos, como yo, no tienen reputación y eso curiosamente nos hermana, nos hace iguales.

Otra de las ventajas de observar la vida desde una bicicleta en movimiento es que a uno se le ocurren cosas que no pensaría manejando un auto, caminando o corriendo. Es decir que probablemente la velocidad de la bicicleta corre pareja con la de mis pensamientos o tiene el ritmo propicio para estimularlos, lo que no ocurre en modo alguno con otros medios de transporte, incluido por cierto el tren (que está sobreestimado) y el avión (en el que debo dormir con todas las pastillas que sean necesarias para evadir sin atenuantes la espantosa realidad de tanta gente cerca).
Montando bicicleta he recordado que una vez le escribí a mi padre desde Madrid una carta en inglés y he pensado que tal vez fue una manera de decirle que si no podíamos ser amigos en español, tal vez podíamos intentarlo en inglés, pero él nunca respondió.

Montando bicicleta he comprendido que estoy moralmente obligado a vivir y morir en un lugar lejano del que vivieron mis padres y abuelos.
Montando bicicleta he pensado que debo llevar siempre conmigo unas pastillas lo bastante letales para acabar con mi vida.
Montando bicicleta he visto con claridad el rostro de la persona que ordenó que dejasen una serpiente muerta en el buzón del correo de mi casa.

Montando bicicleta he pensado que en mi familia hay una tradición por defender causas equivocadas (mi tío, al dictador cubano; mi abuelo, al dictador chileno; mi madre, al Opus Dei; mi padre, a los golpes militares) y me he preguntado si no me ocurrirá que después de pasarme media vida diciendo que soy homosexual terminaré descubriendo, ya tarde para desmentirlo, que lo que necesito desesperadamente es que un hombre me ame como no me amó mi padre, pero que tener sexo con un hombre no me interesa mayormente.
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CORREO 30 de Junio de 2008

Mi vida interior
Por: JAIME BAYLI

Le pregunto a Lola, mi hija menor, qué quiere que le regale por su cumpleaños. Me dice: Euros. Sorprendido, le pregunto: ¿No prefieres dólares? Me dice: No, cien euros son ciento sesenta dólares, prefiero euros.

Le pregunto a Camila, mi hija mayor, si quiere leer los dos primeros capítulos de la novela que estoy escribiendo. Me dice: No, gracias, no me interesa, además tengo un montón de tareas. Le pregunto si puedo usar su nombre en la novela o si prefiere que le cambie de nombre. Me dice: Me da igual, ponme el nombre que quieras, igual nadie lee tus libros, papi.

Le pregunto a Sofía, la madre de mis hijas, si se ha quedado con ganas de tener un hijo. Me dice que sí, que le encantaría. Le digo que todavía es joven, que apenas tiene cuarenta años, que podría tenerlo. Me dice que no ha encontrado al hombre adecuado, que dependerá de la suerte, del destino. Le digo: Si no encuentras al hombre adecuado, siempre puedes usarme a mí. Me dice: Gracias, pero creo que prefiero adoptar.

Le pregunto a Martín cómo fue el vuelo de regreso de Madrid a Buenos Aires. Me dice que fue horrible, que había muchos niños que lloraban, que no pudo dormir, que su madre y él no hablaron una palabra en las doce horas y media de vuelo. Le pregunto por qué se peleó con su madre. Me dice que después de tres semanas de viajar con ella, ya no la aguantaba más y que apenas entraron al avión y se sentaron, él se puso su iPod y ella se lo quitó para decirle algo sin importancia y él se molestó y le dijo: No me hables en todo el vuelo, no te soporto más, sos una soberbia. Su madre le respondió: Y vos sos un neurótico, no sé cómo Jaime te aguanta. No hablaron en todo el vuelo, no hablaron mientras esperaban las maletas en Ezeiza (y las maletas tardaron casi una hora en aparecer), no hablaron en el taxi de regreso a casa (y había bastante tráfico en la general Paz). Llegando al edificio de su madre, Martín dejó las maletas en la puerta del ascensor y se fue sin darle un beso. Su madre le preguntó: ¿No vas a ayudarme a subir las valijas? Martín le dijo: No me jodas, me estoy meando, me voy a casa. Le pregunto si se arrepiente de haber viajado con su madre a Europa. Me dice: No me arrepiento, tenía que hacerlo, pero ni loco viajo con ella nunca más.

Le pregunto a mi madre si algunos de mis hermanos siguen molestos con ella porque salió en mi programa de televisión. Me dice: Sí, amor, siguen molestos, ni siquiera me saludaron por el día de la madre. Le digo que no entiendo por qué están molestos si nadie hizo nada contra ellos ni habló mal de ellos. Me dice: Es que dicen que una señora de mi posición social no puede salir en la televisión, dicen que es una cosa de mal gusto, que tu programa es más para la gente del espectáculo, de la farándula, no para una señora bien, de su casa. Le digo que no entiendo a mis hermanos. Me dice: En el fondo siguen molestos porque no vendí mis acciones cuando ellos me dijeron y por eso dejamos de ganar plata. Le pregunto: ¿Cuánto dejaste de ganar? Me dice: No sé bien, pero creo que más de un millón de dólares. Le pregunto: ¿Y ya vendiste por fin? Me dice: No, no he vendido nada. Le digo: Pero siguen bajando, mamá. Me dice: Sí, siguen bajando y tus hermanos sufren por eso. Le pregunto: ¿Y cuándo piensas vender? Me dice: Cuando Dios quiera, amor. Le pregunto: ¿Dios es tu agente de bolsa? Me dice: Sí, y Él me dará una señal. Me río. Ella dice: Ya verás que volverán a subir y que ganaré más de lo que perdí por no vender cuando me dijeron, Dios no me falla nunca y San José María tampoco.

La señora cubana de la peluquería de Key Biscayne me dice: Chico, yo no sé por qué al mar que hay entre Miami y La Habana le dicen El Estrecho de la Florida. Yo me vine en balsa hace años y te digo una cosa: ¡Ese mar de estrecho no tiene nada! Cuando estás allí en la balsa, es una inmensidad que no se acaba nunca, es muy sumamente ancho ese mar, no se ve ni dónde termina. ¡Qué va a ser estrecho eso, chico! ¡Yo no entiendo por qué le siguen llamando estrecho!

La cajera de la peluquería me dice que está enamorada de un cantante famoso. Le digo que ese cantante no tiene interés en las mujeres, que no se haga ilusiones. Me dice que ella está segura de que el cantante es bien macho. Le digo: No estés tan segura, no creo que le gusten las mujeres. La cajera me dice: A mí me gustan bien machos, me gustan los militares, los uniformados. Le pregunto: ¿Te gusta que te peguen? Me dice: Sí, me encanta, me gusta que me den fuerte, me gusta que me cojan como el toro se coge a la vaca. Me río. Le digo: Qué raro que te guste ese cantante, no parece un toro. Me dice: Tú tampoco y tú también me gustas.

La señora que me corta las uñas de los pies me dice: No te va a doler. Es mentira, me duele mucho, me quejo. Le digo: Esto duele más que el sexo. No se ríe. Me dice: No sé, chico, tú sabrás. Se hace un silencio. Luego me dice: Me encantó la entrevista que le hiciste a tu madre, pero no me gusta que hables de tu vida privada en televisión. Le digo: Comprendo.

Le pregunto a Sofía si sabe lo que tiene que hacer cuando me muera. Me dice: No, ¿qué quieres que haga? Le digo: Quiero que me incineren y luego quiero que tiren las cenizas a la piscina de la casa de mi madre y después quiero que mi madre y mis hermanos se metan a la piscina y si hay un cura del Opus dando vueltas por ahí, que se meta también. Me dice: No es gracioso. Le digo: Yo sé, pero eso es lo que quiero.
Le pregunto a Sofía si sabe cómo debe repartirse mi patrimonio cuando me muera. Me dice: ¿No habías escrito un testamento nuevo con tu abogado? Le digo: Sí, pero es bueno que lo sepas de todos modos. Me dice: Dime. Le digo: 30 por ciento para Camila, 30 por ciento para Lola, 20 para ti, 20 para Martín y el resto para tu madre. Me dice: No es gracioso. Le digo: Yo sé, pero así está escrito en mi testamento.

Le pregunto si sabe lo que tiene que hacer con mi ropa interior cuando me muera. Me dice: ¿Con tu ropa interior? Le digo: Sí, con mi ropa interior. La mandas al Opus Dei como prueba de que tuve vida interior.
Le pregunto si recuerda lo que debe decir mi epitafio en caso de que no me incineren sino que me entierren, que es lo que ella y mis hijas prefieren. Me dice: ¿Qué quieres que diga tu epitafio, gordi? Le digo: “Supo dar y recibir”. Se ríe. Le digo: Y debajo, un añadido en letras más pequeñas: “Y es cierto que goza más el que da”. No se ríe.
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CORREO 16 de Junio de 2008

Tu madre sabe mejor
Por: JAIME BAYLI

-De ninguna manera van a servir cerveza en tu fiesta -dice Sofía.
-Pero en todas las fiestas sirven cerveza, mami -dice Lola.
-Es una fiesta de trece años -dice Sofía.
-Pero van a venir chicos de quince -dice Lola-. Tengo un montón de amigos de quince.
-¿Y qué? -pregunta Sofía.
-¿No entiendes? -dice Lola-. Todos los chicos de quince toman cerveza. Todos.
-Mala suerte -dice Sofía-. En la fiesta de mi hija de trece años no se va a servir cerveza. Yo no lo voy a permitir.
-Dicen que está bueno ir al Escorial -dice Martín.
-Me da fiaca -dice Inés-. Todos los monumentos son iguales.
-Eres una pancha -dice Martín-. ¿Adónde querés ir?
-Llévame a H y M, dale -dice Inés.
-Pero ya fuimos ayer y nos quedamos horas, mami -dice Martín.
-Sí, pero no compré un cinturón colorado que me encantó -dice Inés.
-¿Cuánto costaba? -dice Martín.
-Quince euros -dice Inés.
-Bueno, vamos, pero lo comprás con tu plata -dice Martín.
-¿Y después me podés llevar allí frente al palacio Real para que la china me haga otro masaje? -pregunta Inés.
-Es un quemo que te hagan masajes en una plaza enfrente de todo el mundo -dice Martín.
-Es que no sabés cómo tengo la espalda toda contracturada -dice Inés-. Debo haber dormido en una mala posición.
-Siempre dormís en una mala posición -dice Martín.
-¿Vas a venir por el día del padre, amor? -pregunta mi madre.
-No, mamá, me voy a quedar en Miami -digo.
-Pero ¿cómo vas a estar lejos de tus hijas el día del padre?
-Ya lo celebramos el domingo pasado.
-Pero tienes que estar con ellas este domingo, si no vienes se van a quedar desconcertadas.
-¿Tú crees?
-Sí, claro, tienes que venir, si no tus hijas se van a quedar traumadas.
-Pero no es tan importante, mamá, ellas saben que las quiero, no tengo que ir a Lima para demostrarles que las quiero.
-¿Cómo te vas a quedar solito por el día del padre? ¿Quieres que vaya hasta allá para traerte?
-No, mamá, mil gracias.
-Mira que si me lo pides, yo voy feliz.
-No, gracias, qué amor.
-Y no te preocupes, que yo me pago mi pasaje y si quieres el tuyo también.
-Mi papi me ha dicho que me da permiso para que sirvan cerveza -dice Lola.
-No me importa lo que él diga, acá la que decido soy yo -dice Sofía.
-No es justo, tú no vas a pagar la fiesta, la paga mi papi -dice Lola.
-La pagará tu papá, pero él no sabe cómo son las fiestas -dice Sofía.
-Tú tampoco sabes -dice Lola.
-Yo sí sé -dice Sofía-. Yo iba a fiestas cuando tenía tu edad y nadie tomaba cerveza.
-Eso era hace treinta años, mamá -dice Lola-. Ahora las cosas han cambiado.
-No quiero que en la fiesta de mi hija haya chicos borrachos vomitando -dice Sofía.
-Nadie va a vomitar, mamá -dice Lola.
-¿No sabes que hay una cosa que se llama “coma alcohólico”? -dice Sofía-. La gente se muere por tomar.
-¿Y entonces por qué tomas? -pregunta Lola.
-Yo sólo tomo socialmente -dice Sofía.
-Ja -dice Lola-. Socialmente. Todos los fines de semana llegas oliendo a trago.
-No me faltes el respeto -dice Sofía-. Soy tu madre. Y soy mayor de edad.
-¿Y a los mayores de edad no les da coma alcohólico? -pregunta Lola.
-No camines tan rápido -dice Inés.
-Pero vas como una tortuga a uno por hora -dice Martín.
-Yo camino normal, vos caminás demasiado rápido, no sé por qué andás tan apurado si estamos de vacaciones -dice Inés.
-Porque tenemos que ir al Prado y después a Atocha para comprar el tren a Sevilla y a este paso de tortuga no vas a conocer nada -dice Martín.
-No quiero conocer nada -dice Inés-. Lo que quiero es ir al café Oriente a tomarme un gazpacho.
-Está bueno ese café -dice Martín.
-Lo malo que es tan caro -dice Inés-. Diez euros un gazpacho. ¿Cuánto es eso en pesos?
-¿No podés hacer vos el cambio? -dice Martín.
-Es que me olvido -dice Inés.
-Cincuenta pesos -dice Martín.
-No puedo creer lo caro que es todo acá -dice Inés.
-¿Entonces no vamos al Prado? -dice Martín.
-No, mejor no, necesito sentarme y tomar algo -dice Inés-. Además los museos son todos iguales.
-Y los gazpachos también -dice Martín.
-No, el del café Oriente es el mejor del mundo -dice Inés.
-¿Le estás haciendo caso a la doctora? -pregunta mi madre.
-No del todo -digo.
-Tienes que hacerle caso en todo, amor.
-No puedo. Me ha dicho que duerma desnudo.
-¿Eso te ha dicho?
-Tal cual. Dice que ella duerme desnuda. Y que es absurdo que en Miami duerma tan abrigado.
-Bueno, si la doctora, que es una eminencia, te recomienda eso, por algo será, hazle caso.
-Traté, pero no pude.
-¿No pudiste dormir, amor?
-Me quedé dormido, pero me despertaba a cada rato con pesadillas.
-Mi Jaimín, no sabes cuánto me preocupa tu salud.
-Tuve las pesadillas más horribles. Sólo aguanté dos horas y me vestí.
-¿Y te pusiste medias?
-Sí.
-Pero, mi amor, es Miami, cómo puedes dormir con medias, es algo contranatura.
-Todo en mi vida es contranatura, mamá.
-¿Tú tomas cerveza? -pregunta Sofía.
-Obviamente no, mamá -dice Lola.
-Entonces no tiene sentido que sirvan cerveza -dice Sofía-. Yo a los trece tampoco tomaba cerveza.
-Por eso eres una traumada -dice Lola.
-No me hables así -dice Sofía-. No es normal que los menores de edad tomen cerveza.
-Mi papá dice que sí -dice Lola.
-Tu papá no sabe lo que es normal -dice Sofía.
-¿O sea que mi papá es anormal? -dice Lola.
-Yo no he dicho eso -dice Sofía.
-Sí lo has dicho -dice Lola.
-Lo que he dicho es que lo normal es que los mayores tomen cerveza y los menores no -dice Sofía.
-Pero mi papá es mayor y no toma cerveza -dice Lola.
-Eso es anormal -dice Sofía.
-Le voy a decir a la masajista que sólo puedo darle quince euros, veinte es mucho -dice Inés.
-No podés regatearle el precio, todas esas chinas son de una mafia filipina, después sale el jefe y nos caga a pedos -dice Martín.
-Lo que más extraño es el verde -dice Inés-. Me enferma tanto cemento, tanto concreto.
-Estamos en Madrid, mami -dice Martín-. ¿Qué querés?
-No sé, pero en Buenos Aires hay más verde -dice Inés.
-Y sí -dice Martín.
-No puedo creer que tu papá venía a Europa a ver partidos de rugby y nunca me trajo -dice Inés.
-Te prohíbo que hables de papá -dice Martín.
-Tu abuela dice que Mili llora toda la noche -dice Inés-. Se ve que me extraña.
-Que le dé un alplaz y que no joda -dice Martín.
-La próxima vez la traigo, no sabés cómo la extraño -dice Inés.
-¿Sabés lo que cuesta viajar con una perra? -dice Martín.
-Entonces no viajo más -dice Inés-. No puedo dejarla a Mili.
-¿Preferís estar con esa perra histérica que con tu hijo en Madrid? -dice Martín.
-Lo que me gustaría es estar los tres juntos en el café Oriente -dice Inés-. ¿Sabés lo que le gustaría a Mili el tostón de cerdo?
-¿Te llevaste a Miami la foto de tu papi que te regalé enmarcada? -pregunta mi madre.
-Sí, mamá -digo.
-¿La has puesto en tu mesa de noche?
-No, mamá.
-¿Dónde la has puesto? ¿No la habrás dejado en Lima?
-La tengo en el clóset.
-¿Por qué en el clóset, amor?
-No sé. No puedo verla.
-Pero si tu papi sale lindo, sonriendo.
-Sí. Pero cuando veo la foto me da miedo.
-Pero tu papi está en el cielo y te quiere, mi amor.
-Puede ser. Pero cuando tengo pesadillas siempre aparece él.
-Pon la foto de tu papi en tu mesa de noche y vas a ver que se terminan las pesadillas, amor.
-No puedo, mamá. No puedo.
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PERU 21 MAYO 4, 2009

Cucarachas voladoras
Autor: Jaime Bayly

Regreso de la televisión a medianoche. Enciendo la luz de la cocina. Hay una cucaracha merodeando en el piso. No es la primera vez que la veo. He intentado matarla pero es más rápida y astuta que yo y seguramente vivirá más que yo.

Me saco el zapato, me acerco sigilosamente a ella y se lo arrojo. No le doy. La cucaracha vuela, vuela hacia mí. Doy un alarido, me sacude un escalofrío.
Dios, ¿estoy alucinando por las pastillas o las cucarachas ahora vuelan en mi casa?

La cucaracha vuela como si quisiera morderme, vuela como si fuese una cucaracha vampiro. Me protejo la cara, manoteo, chillo como una niña. La cucaracha cae al piso mugriento. Me saco el otro zapato y salto sobre ella para aplastarla. Resbalo. Caigo. Me corto la mano con un pedazo de vidrio de una botella de Orangina que se me rompió en la tarde. Barrí, pero quedaron vidrios y mi mano aterriza, mala suerte, sobre una astilla resplandeciente de Orangina.

La cucaracha se detiene, me mira, tal vez sonríe y luego corretea y se desliza debajo de la lavadora.

Maldita cucaracha hija de mil putas, algún día te mataré.

Subo a buscar la escopeta de perdigones que compré para matar al pájaro cantor al que disparé como cincuenta veces y nunca le di. El pájaro desapareció después de una noche de tormenta. No sé si murió o si se fue a joder a otro vecindario. Saco la escopeta, la cargo, apago las luces de la cocina, enciendo la linterna amarilla, apunto hacia el piso de la lavadora y espero a que salga la cucaracha.

Espero y espero y espero y ella, que es astuta y rápida, mucho más que yo ciertamente, no sale, sabe que si sale la cazaré.

Me aburro y disparo un perdigón a la lavadora para asustarla y el sonido metálico del balín rebotando en la puerta blanca de la lavadora me recuerda a mi padre disparando al espejo en el que mi madre se maquillaba: yo vi ese espejo quebrarse como se partió en mil astillas la botella de Orangina en el piso de la cocina, yo vi el rostro aterrado de mi madre, yo vi a mi padre disculpándose por esa bala que se le escapó mientras limpiaba su pistola.

Subo a mi cuarto a leer el libro de Cercas sobre el golpe fallido y veo una cucaracha. No es tan grande como la de la cocina. Merodea a un paso de mi cama. Nunca había visto una cucaracha en mi cuarto en los varios años que llevo viviendo en esta casa. ¿Cómo y por qué subió a buscar comida al pie de mi cama? ¿Tan inmunda es mi casa que hay cucarachas hasta en mi cuarto?
Tengo la mano cortada por el vidrio de la Orangina que no supe barrer debidamente. Con la otra mano, intento aplastar a la cucaracha una y dos veces, pero la muy puta me esquiva y corre como una bala perdida y se mete debajo de la cama.

Te jodiste, cabrona, estás atrapada, te mataré, de allí no sales viva.
¿Cómo te atreves a dormir debajo de mi cama? ¿Crees que mi cuarto es una pocilga hedionda para que te cobijes debajo del colchón?

Sí, mi cuarto es un asco, pero no permito que duermas conmigo. Morirás. El problema es que no sé cómo matarte.

Muevo la cama, muevo el colchón, intento asustarla para que salga, pero no sale.

Bajo a la cocina, cargo la escopeta y la linterna, subo a toda prisa, me agacho al pie de la cama, prendo la linterna, ilumino debajo de la cama con la escopeta apuntando, listo a disparar. No veo ninguna cucaracha. Hay tantos ovillos de polvo que es todo como una densa alfombra gris, como una capa de nubes de Lima escondidas bajo la cama. Puede que la cucaracha esté camuflada bajo esa capa espesa de ácaros, puede que haya huido cuando bajé a la cocina.

Lo cierto es que hay una cucaracha en la cocina y no puedo matarla y hay otra en mi cuarto y no sé dónde está.

No es una sensación agradable vivir con cucarachas. Yo quería vivir solo. Por lo visto no se puede. Siempre terminas viviendo con cucarachas voladoras.

Tal vez habría menos cucarachas en mi casa si alguien la limpiase de vez en cuando. Pero no puedo dejar entrar a nadie a mi casa, salvo que sean mis hijas, y ellas ya no quieren venir a mi casa, se aburren.

Nadie puede entrar a mi casa porque he escondido aquí todo el dinero que tenía en el banco. Leí que el banco estaba a punto de quebrar. Saqué el dinero, corté los tres colchones de arriba y lo metí en bolsas de plástico. No es mucho dinero, no es poco dinero. Es suficiente para vivir diez años sin trabajar.

Por eso no puedo dejar que alguien entre a limpiar mi casa. Me arriesgaría a que se robe mis ahorros de toda una vida mercenaria. En estos tiempos todo el mundo roba lo que puede porque nadie tiene trabajo o se aferra a un trabajo que desprecia y el robo es un acto de supervivencia como el de la cucaracha que come en mi cocina. Todos robamos. Todos hemos robado. Vivir es robarle a alguien. No se puede vivir sin robar. Se puede vivir sin amor, pero no se puede vivir sin robar y sin cucarachas robándote restos de comida.

La chica de la casa vecina me ha tocado la puerta y se ha ofrecido para limpiar mi casa. Ni loco la dejaré entrar. Creo que me ha visto cargar el dinero cuando lo saqué del banco y seguramente se lo ha contado a su novio y han urdido un complot para robarme. Nadie limpiará mi casa. Nadie limpiará mi casa nunca. Podría limpiarla yo, pero soy un inútil y un haragán y no sé limpiar una casa ni tengo ganas de aprender. Tampoco me molesta la suciedad. Me acompaña. Me sienta bien. Va con mi carácter. Solo me molestan las cucarachas porque me han perdido el respeto, saben que soy un idiota incapaz de matarlas y ahora vienen a mi cuarto, insolentes, a buscar comida o a comerme a mí. No lo permitiré. Esta noche no dormiré y mataré a las cucarachas. Si no las mato, me matarán ellas.

El problema es cómo matarlas si son tanto más rápidas y astutas que yo.
Pensaré como una cucaracha, tal vez eso ayude.

Bajo a la cocina, prendo la luz, no hay cucarachas a la vista. Abro la refrigeradora, saco un pedazo de pollo, lo tiro en el piso, cerca de la lavadora donde sé que se agazapa la muy cabrona. El olor la turbará, la hará salir. Apago las luces, enfoco la luz amarilla de la linterna sobre el pedazo de pollo, apunto con la escopeta.

Espero y espero y espero.
Pienso en mi padre, pienso que mi padre estaría orgulloso de mí.
Un hombre de bien no puede convivir con unas intrusas asquerosas en su casa, un hombre de bien tiene que matarlas.

Aprieto el gatillo. Todos los perdigones que fallé apuntando al pájaro cantor fueron un entrenamiento para este momento de éxtasis: la cucaracha voladora vuela por los aires viciados de la cocina, pero no vuela porque quiere, vuela porque le he clavado un balín en el orto y la he despedazado, maldita hija de mil putas, ahora sabes quién manda en esta casa.
Puede que sea el momento más feliz de mi vida.

No me detengo a recoger los restos de la cucaracha esparcidos entre las astillas de la botella de Orangina y las manchas de antigüedad incalculable en el piso que era de mármol y ahora es de mugre.

Que nadie camine nunca descalzo en mi cocina: perdería la vida o un dedo.
Repito la operación en mi cuarto. Dejo el pedazo de pollo allí donde vi a la cucaracha, a un metro de la cama. Apago las luces, apunto la linterna a las hilachas de pechuga que compré en el gourmet de la venezolana, espero con la carabina cargada.

Me quedo dormido. Son las pastillas. Me tumban en el momento menos pensado. ¿Cómo pude dormirme viendo el Barcelona-Chelsea? ¿Cómo pude dormirme manejando en la autopista y llegar ileso a casa? ¿Manejo mejor sonámbulo?
El instinto de francotirador me sacude. Allí está la puta viciosa refocilándose en el pollito con espárragos que le serví como su última cena. Allí está mi compañera de cuarto dándose un banquete a los pies de mi cama. Come, hija de mil putas, que no comerás más. Disparo. Vuela la cucaracha, vuelan las hilachas de pollo, vuela medio espárrago jugoso. La cucaracha cae sobre mi cama y corre, malherida. Salto sobre ella, enloquecido por el rencor y las pastillas y la mugre que es mi vida, y la aplasto con mi mano cortada por el vidrio de la Orangina. La mato. Sus restos se confunden y entremezclan con mi herida sangrante. Me infecto de cucaracha. La cucaracha se mete en mí, es su venganza postrera.

Puede que sea el momento más feliz y repugnante de mi vida.
Me doy una ducha y veo mi mano derecha cortada y manchada de cucaracha y me duele cuando paso agua y jabón por esa pestilencia infecta.
Salgo de la ducha. Me visto. No puedo dormir en esa cama. Está manchada de cucaracha.

Me voy a la cama de mis hijas con mi escopeta y mi linterna. Me echo y dejo la escopeta y la linterna a mi lado. Me pongo guantes, zapatos, cubro mi cara con una bufanda. No quiero que me coman las cucarachas. No quiero que me roben la plata que está bajo el colchón. Quiero vivir solo, ¿es mucho pedir?

Cuando despierto, tengo hormigas en las orejas, chupando la secreción que se adhiere a los tapones de plástico naranja.

Nunca podré vivir solo. Los insectos se quedarán con esta casa y me comerán pacientemente cuando muera y nadie se entere. Solo pido que el dinero escondido en los colchones, o lo que quede de ese dinero, sea entregado a mis hijas.

No soy un buen escritor, no seré presidente, pero he matado dos cucarachas esta noche. Puede que mi padre, si está por allí, esté orgulloso de mí.
En su honor, apunto al espejo, disparo y lo hago trizas. Puede que sea el momento más triste de mi vida.
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CORREO 25 de agosto de 2008

Camila cumple quince

Camila cumple quince años y no tengo un regalo, pero eso no importa, porque ella sabe cuánto la amo, con qué orgullo y admiración la contemplo, qué fácil y natural me resulta ser feliz y reírme a su lado. Su regalo formal es una laptop nueva que me ha pedido y le traeré pronto de Miami y no pude traerle ahora porque tuve que llevarle a Martín a Buenos Aires la laptop que dejó en mi casa en Miami y no podía viajar con dos laptops. Por suerte Cami es comprensiva y me dice que no hay apuro y que si le doy su regalo de quince en Navidad estará todo bien, pero yo le prometo que en dos semanas vuelvo a Lima con la laptop que me ha pedido.

El regalo oficial, que ya le fue concedido, fue un viaje a París con su madre y su hermana Lola, y con prescindencia de mí, a explícito pedido suyo, que tuvo la sabiduría y la franqueza de decirme que dicho viaje se haría espeso, agrio y fatigoso si yo, que ando siempre bostezando y tomando pastillas para dormir, las acompañaba muy a su pesar. Sin duda tenía razón y mi ausencia multiplicó infinitamente la felicidad que mis tres chicas lindas hallaron en las calles, parques, museos y cafés de París, pero especialmente en las tiendas de ropa, allí donde, como ellas bien saben, no tengo paciencia para esperarlas.

El regalo oficioso o implícito o que viene por añadidura es la fiesta de quince, que ha provocado ciertas discusiones domésticas. Mi posición ha sido en esto intransigente: la fiesta se hará de todos modos, aunque Camila no quiera. Esa prepotencia moral tiene una explicación digamos sentimental: hace poco más de un año, una amiga argentina murió de cáncer antes de cumplir los treinta años y me dijo, cuando le quedaban pocas palabras, que aquello de lo que más se arrepentía en la vida era no haber hecho una fiesta de quince. Me hizo prometerle que les haría fiestas de quince a mis hijas aunque ellas no quisieran. Prométeme, me dijo. Porque si no hacés la fiesta, después te pasás el resto de tu vida pensando cómo hubiera sido tu fiesta, que es lo que me pasó a mí.

No ha sido difícil convencer a Camila de hacer la fiesta, lo complicado ha sido ponernos de acuerdo su madre, ella y yo en el lugar y las circunstancias en que dicha fiesta habrá de ocurrir. Camila no quiere que la fiesta sea en su casa, que es la casa de su madre, porque yo no tengo casa en Lima, yo duermo en hoteles, y tampoco quiere que sea en un hotel, dice que le parece una huachafería, y tampoco quiere que sea la típica fiesta de quince en la que la agasajada parece un florero con tacos y su padre baila un valsecito con ella y todo es dramáticamente triste, previsible y vulgar. Camila quiere una fiesta pequeña, relajada, informal, con sus mejores amigas y amigos, y en una discoteca con aire libertino, no cualquier discoteca, una de moda, que ella y sus amigas ya eligieron, por supuesto.

Sofía, su madre, ve con espanto la idea de que la fiesta se haga en una discoteca (y en esa discoteca de malandrines), pero luego, negociando con el dueño, apenas Sofía advierte que tendría todo el sector vip, que no es pequeño, para hacer una fiesta paralela con sus amigas y amigos, sus reparos morales se deshacen y de pronto le parece genial celebrar los quince de Cami en esa discoteca mientras ella celebra sus guapísimos cuarenta años detrás de las cortinas vip y entre ríos de champagne que mitiguen, si acaso, la pena del esposo que no tiene (pero del amigo que sí encontró en mí, y que por supuesto no estará en ese sector vip ni en ninguna parte de la discoteca, porque ese día estaré en Vancouver visitando a mi querido hermano Javier, hombre bueno y noble si los hay, y a sus bellísimas Nicole y Joanne, que hacen la familia más linda que mis ojos miopes han visto en mucho tiempo).

Por suerte, el dueño de la discoteca es un muchacho amable y encantador, que no pierde la sonrisa y los buenos modales para decirme, calculadora en mano, que la fiesta me costará más o menos como otro viajecito a París, pero todo sea por el consejo que me dio mi amiga antes de morir: si Camila no hace la fiesta, se pasará la vida arrepentida. Superados los odiosos asuntos del dinero (que implican la revisión minuciosa, billete por billete, de todos los dólares, y el consiguiente rechazo de algunos por parte de sus asistentes), y sellado el acuerdo con un apretón de manos, anuncio, para consternación de Camila, Sofía y el dueño, que no permitiré que se fume o beba alcohol en toda la discoteca, incluyendo el sector vip.

Mi anuncio es repudiado violentamente por mi hija, su madre y el anfitrión. Se me explica que los muchachos a cierta edad ya toman sus cervezas y que si hacemos una fiesta y sólo servimos limonada y coca-cola humillaremos vilmente a mi hija. Se me hace entender que algunos de los chicos que irán a la fiesta suelen fumar (que es lo que yo hacía a esa edad), y que habrá un patio al que podrán salir a fumar, de modo que no intoxiquen a los no fumadores. Me queda claro, sin embargo, que Sofía (que fumó a escondidas los ocho años que estuvimos casados, sin que yo me diese cuenta) fumará en su sector vip sin salir a ningún patio a congelarse. Se me hace entender, por último, que la seguridad de la fiesta se ocupará de que ningún muchacho consiga tomar más de dos cervezas en ningún caso, para lo cual les pondrán unas cintas de papel en la muñeca a las que perforarán un pequeño agujero cada vez que se les entregue una cerveza.

Se me promete que todo saldrá bien y no habrá escenas de vandalismo ni pandillaje y que nadie caerá en coma alcohólico ni desflorará a una ninfa embriagada. Resignado, ruego a los dioses que protejan a mi hija esa noche para que todos se diviertan sanamente y bailen con frenesí esos ritmos patibularios que están de moda y para que nadie se emborrache y haga escenas violentas ni vomite sobre los pechos de mi hija. Dios, no te lo pido por mí, que nada merezco por dudar de tu dudosa existencia: te lo pido por ella, por Camila, por sus quince, porque todo lo que pasa esa noche después no se olvida, según me dijo mi amiga antes de morir.

El destino quiso que Sofía me diese una hija que yo no quería tener, que la llamase Camila porque así lo tenía pensado hacía años, que Camila me educase en el amor, las risas, la ternura y la felicidad, que mis mejores quince años sean sus primeros quince años y que la noche que hará su fiesta yo no pueda estar con ella porque es la única noche que nos pueden alquilar la discoteca y yo ya había comprado el pasaje para estar esos días con mi hermano Javier en Vancouver. Pero Camila, tan bella, tan fuerte, tan espléndida y honesta, tan buena amiga, me dice: No te preocupes, papi. Mucho mejor que te vayas de viaje. La fiesta saldrá bravaza si tú no estás. Lo mejor es que dejes todo pagado y te vayas. Porque si tú estás, empiezas a fregar con el humo y el trago y el volumen de la música. Así que ándate a Vancouver nomás, pero no te olvides de dejar todo pagado.

Jaime Bayly
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CORREO 04 de agosto de 2008

El loco cubano

César cumple cincuenta y ocho años y estamos celebrándolo en el lounge del Ritz del Grove, donde nos han servido la comida porque el restaurante ya está cerrado. Es pasada la medianoche y venimos del programa que hacemos todas las noches, César dirigiendo los controles, yo hablando como un charlatán.

César es mi amigo hace quince años, desde que llegué a hacer televisión en Miami. Nació en La Habana, sus padres eran muy ricos, pero cuando Fidel capturó el poder, huyeron a Miami y lo perdieron todo. César es un millonario sin dinero, un aristócrata al que sólo le quedan los modales bohemios y extravagantes, el cubano más divertido, genial y enloquecido que conozco (y no son pocos los cubanos que he conocido todos estos años en Miami).

Más que mi amigo, César es mi hermano y no sabría explicar bien por qué. Tal vez lo que nos une es la certeza de que él está loco y yo también y que ninguno de los dos tiene cura posible y que a pesar de ello o debido a ello la pasamos estupendamente bien haciendo lo que nos da la gana en una ciudad en la que muchos caen esclavizados por las cuentas y el dinero.

César no tiene dinero, salvo su sueldo de la televisión, pero vive como si tuviera una fortuna. Vive solo, tiene muchas mujeres a las que visita y se coge pero con las que no se compromete, maneja un Mercedes antiguo descapotable y viste ropa vieja, gastada, que no ha perdido una cierta elegancia, como si fuera un millonario venido a menos, que es en realidad lo que es, su historia, la historia de su familia.

A César no le importa el dinero, lo que le gusta es sentirse libre y despertar a la una de la tarde y escuchar música triste y melancólica y andar persiguiendo mujeres solteras o casadas, jóvenes o no tanto, porque su vicio son las mujeres y no pasa un día sin que se monte a alguna, generalmente en condiciones furtivas que ponen en riesgo su vida, lo que, desde luego, multiplica el placer de esos encuentros. César no trabaja y desde que lo conozco creo que nunca ha trabajado porque lo que hacemos en televisión no es trabajar sino divertirnos, hacer un programa risueño, libertino, caótico y encabronado como la vida misma.

Pero esta noche que cumple años César está triste, y no porque esté haciéndose viejo, que cualquiera diría que tiene mi edad o poco más, ni porque una mujer le ha dicho que tiene que operarse la papada para disimular las arrugas, ni porque su auto de colección ha colapsado. Está triste porque esa tarde ha peleado con Sophie, su hija.

César ha amado a muchas mujeres, siete para ser exactos, siete mujeres con las que vivió y a las que celó y poseyó con la fiebre obsesiva de los peores amores que son también los mejores, siete mujeres de las que se casó con tres y cuyos divorcios despiadados lo dejaron sin lo poco que tenía. Ahora ama a una mujer joven pero no vive con ella y por eso la ama más, porque ella, que es dueña de peluquerías, cubana por supuesto, amante del sexo en todas sus variaciones, también prefiere que, después de las refriegas del amor, cada uno se vaya para su casa. Pero la mujer que César más ha amado y sigue amando es Sophie, su hija de veintitrés años, con quien pensaba almorzar ese día, el día de su cumpleaños.

Amándola como la ama, César peleó con Sophie a los gritos y canceló el almuerzo y ahora, después de varios tragos, me lo cuenta, abatido. Fue un mal día, dice. Me volví loco. Perdí el control. Pero tú sabes como soy, que digo lo que pienso y no sé mentir.

César en general se lleva bien con Sophie, aunque no se ven con frecuencia y le molestó que su hija se casara no hace mucho en el Ritz, porque la boda le costó una fortuna y él está ahorrando para comprarse una casita en Costa Rica frente al mar y largarse de Miami y toda la locura cubana y pasar sus últimos años tumbado bajo un cocotero bebiendo buen trago y cogiéndose ticas o forasteras que van a esas playas en busca de los misterios de la naturaleza, unos misterios en los que César es un experto porque dice, pidiendo un trago más, que, con sus años, la pinga se me pone dura como esta mesa y no me corro nunca antes de una hora.

César había quedado en buscar a Sophie a mediodía para ir a comer hamburguesas en el Conrad. Fue puntual. A las doce estaba abajo del edificio, esperándola. Pero ella se había ido a la peluquería, le pidió por teléfono que la esperase. Tardó una hora. Esa hora esperándola en el auto alquilado (porque su Mercedes se había estropeado) lo volvió loco, sacó la bestia indomable que lleva dentro. Además tuvo la mala suerte de que un guardia de seguridad se acercase y le dijera que allí no podía estacionarse. Y César le respondió gritando que la calle era de todos y que se fuera al carajo. Y el guardia lo insultó y pateó el auto. Y César bajó y se trenzó en una riña a golpes y patadas con el guardia. Y como, aun siendo pendenciero y buen peleador, tiene ya sus años y la cara algo arrugada y las canas pintadas (lo que yo le digo que es una mariconada, pero él me dice espera a que te salgan canas, cabrón, y ya vas a ver cómo te las pintas tú también) salió perdiendo en ese combate desigual con el vigilante, que lo dejó golpeado y humillado y lo obligó a mover el auto. César llamó entonces a Sophie y le preguntó a gritos dónde estaba y ella le dijo que saliendo de la peluquería, que la esperase un ratito más, pero él la mandó sin rodeos al carajo y le dijo que por su culpa se había peleado con un malandrín balsero ilegal hijo de mala madre y que cancelaba el almuerzo y que todo se había jodido por culpa de ella, de su maldita impuntualidad, de su maldita adicción a la peluquería.

Apenas cortó, se arrepintió. Pero no volvió a llamarla. Se fue a su casa, apagó el teléfono, se echó a dormir la siesta y decidió que no había nada que celebrar: cumplir cincuenta y ocho años en Miami con poco dinero y el auto en el taller y su hija llorando y los sueños de irse a Costa Rica cada vez más borrosos y lejanos era en realidad un día triste, un día de mierda.

Pero ahora estamos en el Ritz comiendo rico y tomando buenos tragos y César me dice que es feliz porque soy su hermano y estoy más loco que él y lo entiendo mejor que nadie. Yo le digo que llame a Sophie, que le pida perdón, que venga a tomarse unos tragos con nosotros, pero él me dice que ni a cojones, que no piensa llamarla, que está harto de las mujeres, de todas las mujeres, que las mujeres le han arruinado la vida y que ahora quiere vivir solo y cogerse a mujeres cuyos nombres no conoce y a las que no volverá a ver.

Yo le digo que es un genio y que está loco y que es mi hermano, y le prometo que estos serán los diez mejores años de nuestras vidas, que ganaremos mucho dinero y follaremos como unas bestias desalmadas y en diez años estaremos en una playa de Costa Rica celebrando su cumpleaños, recordando con nostalgia esta noche, meciéndonos en unas hamacas frente al mar y sabiendo que nunca más tendremos que salir en televisión para ganarnos la vida. Y César se ríe y me dice que por eso me quiere tanto, porque sé mentir con tanta convicción que me miento a mí mismo, y que en diez años los dos estaremos muertos y los borrachos mearán sobre nuestras tumbas y nadie se acordará de nosotros, ni siquiera nuestras hijas.

Jaime Bayly
4 de Agosto de 2008

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