MAX, EL CONSTRUCTOR

EL COMERCIO DIA 1 17 08 09

EL LADO OCULTO MÁXIMO SAN ROMÁN,PRESIDENTE DEL DIRECTORIO DEL GRUPO NOVA
Max, el constructor

AQUÍ FALTA GENTE QUE TRANSFORME Y AÑADA VALOR AGREGADO, SE QUEJA EL EMPRENDEDOR, CUYA FAMA HACE RATO CRUZÓ FRONTERAS
Por: Antonio Orjeda

Su padre tenía una chacra y, en ella, una herrería. Máximo tenía 6 años y podía pasarse horas viendo a dos maestros dándole forma al acero. Incandescente, lo metían al agua y “¡Eso me apasionó!”. Se inventó un oficio para estar más cerca de ellos y —“con su comprensión”— logró hacerse cargo del fuelle. Pero, claro, no se contentó con eso. “Aprovechaba para meter un clavo (al rojo vivo) y hacerme una cuchilla para pelar melocotones”. Esa fue la primera herramienta que creó.

Ocurrió en Yaucat, comunidad campesina del distrito de Cusipata, en la provincia cusqueña de Quispicanchi. A los 14, Máximo aprendió a dominar el acero.
El 2006, en una feria en Alemania, un empresario amigo suyo se detuvo frente a una máquina panificadora polaca. El vendedor, enterado de que era peruano, le sugirió que no pierda su tiempo porque en el Perú había un fabricante tan bueno o mejor; y con precios mucho más accesibles. Sí, le hablaba del gordito que, con un clavo, a los 6 años, hizo su primera herramienta.

CATAPULTA
En la UNI, mientras los patas se iban al taco o jugaban cartas, él gozaba reparando la radio chancada que había comprado en Tacora. “¡Disfruto haciendo funcionar las cosas que otros desechan”. Días atrás, siempre en Tacora, Máximo se compró una máquina para hacer café express. “No funciona porque le faltan accesorios, pero tiene lo esencial. Para mí es sencillo hacer todo lo que le falta”.

Fue a los 25 que alcanzó la mayor satisfacción de su vida laboral: mejoró una máquina japonesa. Nueva, de hecho. Entonces trabajaba para una empresa local.

Propuso cambiarle un principio a fin de evitarle un desgaste innecesario. El gerente general se opuso. Máximo insistió. Pidieron —vía télex— autorización a Japón. De hacerlo perderían la garantía, les contestaron. Al presidente del directorio no le importó ello y autorizó la operación (total, en una fábrica de explosivos, Máximo ya había demostrado su valía).

“Veremos si la tecnología peruana está por encima de la japonesa”, lo retaron. ¡La máquina quedó cañón! A tal punto, que el dueño de la empresa japonesa no aguantó la curiosidad y pisó Perú. Vino, vio y se fue. Tres meses después, Máximo partió a Japón. Lo invitaron para que vea lo que habían hecho con su obra. “Con la pieza que modifiqué, desarrollaron una máquina que producía el doble y dos veces más rápido”.

Hoy, en Detroit, en Centrum, en comunidades andinas, el chico que de un clavo sacó una cuchilla, da charlas, invita a apostar por la transformación y añadir valor agregado a la materia prima. Hoy, está escribiendo sus memorias.

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