A PROPOSITO DE COLECCIONISTAS, FETICHISTAS Y MILITARES


PERU 21 16 de septiembre de 2008

Coleccionistas, fetichistas y militares

Todo coleccionista es sospechoso de fetichismo, de eso que psicoanalistas y sexólogos consideran una perversión o una parafilia que no tiene nada de sublime.
Autor: Lorenzo Osores

En todos los escritos sobre Jean Genet, como era de esperarse, abundan las referencias a su precoz vida delictiva, a su intermitente y prolongada experiencia carcelaria, a su desafiante homosexualidad. Sin embargo, nadie menciona su dedicación a la filatelia, su colección de estampillas, una de las más completas según los entendidos. Tampoco se dice que esta sosegada pasión fue un factor decisivo para su plena reintegración a la sociedad, después de que Sartre, Cocteau y Picasso lograran su libertad mediante un indulto presidencial. El mismo Genet, en una entrevista publicada en la revista Anadyomène, enfatizó las bondades de la filatelia con palabras que contradicen su aureola de escritor maldito: “Nunca imaginé que me inspiraría tanta tranquilidad y que me daría tanto placer. Cada estampilla encierra un mundo complejo y sugerente que suele pasar desapercibido para la mayoría de la gente. Sinceramente pienso que la filatelia enriquece el espíritu, fomenta la belleza y tuerce la voluntad delictiva. Y pensar que los anglosajones con su vulgaridad acostumbrada llaman hobby a tan noble actividad”.

Sin menoscabo de Genet, podríamos afirmar que todo coleccionista es sospechoso de fetichismo, de eso que Paolo Mantegazza llama “los sublimes disparates del amor” y que psicoanalistas y sexólogos consideran una perversión o una parafilia que no tiene nada de sublime. El caso más flagrante es, sin duda, el de Valerian Borowcsyk, que ha logrado reunir los más increíbles objetos eróticos de todas las épocas y culturas y que él mismo ha denominado Una colección particular. En ella podemos apreciar piezas de madera, marfil o porcelana, sombras chinescas, siluetas tailandesas, juguetes, títeres, marionetas, fotografías, películas mudas y hasta grabados y dibujos de Rembrandt o Peter Fendi, solo por mencionar a dos artistas tan diferentes en calidad y estilo. Para quienes no lo conocen, Valerian Borowcsyk es un artista y cineasta francés de origen polaco, autor de una buena cantidad de películas eróticas de sorprendente refinamiento donde el fetichismo es un ingrediente obligado. En Lima, verdadero paraíso de fetichistas, hemos podido ver sus películas La isla de Gotho, Blanche, Las heroínas del mal, Una mujer de la vida, Al interior de un convento, entre otras. También es pertinente añadir que Borowcsyk empezó en el cine haciendo animación y que, aparte de sus propias películas, su productora Argos ha realizado animaciones con dibujos de Jan Lenica y Roland Topor, dos extraordinarios artistas con evidentes proclividades fetichistas.

Si aceptamos la definición oficial de fetichismo como culto y adoración a un objeto determinado o a una parte del cuerpo humano, debemos colegir que Borowcsyk es una especie de fetichista politeísta, mucho más divertido que los consagrados a un único ídolo. En cuanto al tipo de fetichista monoteísta, se habla mucho de un escritor famoso fanático de los enemas.

Por infidencia de uno de sus hijos, se comenta que para satisfacer su clismafilia tiene la más acabada colección de lavativas hechas de distinto material y con las más variadas formas y tamaños, todas en buen estado y perfecto funcionamiento. Un verdadero acierto que le permite practicar dos parafilias en una sola.

En el vasto universo del fetichismo hay para todos los gustos y para todo tipo de excentricidades, desde lo más rebuscado hasta lo más ingenuo. Por ejemplo, a esa suerte de atracción fatal por los uniformes militares, los franceses la denominan “El fetichismo de las criadas”. De acuerdo a su temperamento megalómano, Salvador Dalí se consideraba “la más insigne cortesana de todas las épocas”. Sin embargo, si nos atenemos a sus propias confesiones, el título le queda grande. En realidad se comportaba como una trémula doméstica cada vez que se cruzaba con un militar. Su fascinación por la gente de uniforme era tal que se excitaba hasta con los porteros de hoteles y con los bomberos. Y cuando le tocó hacer el servicio militar, los oficiales se asombraban de su buena disposición a cumplir sumisamente las órdenes impartidas, incluso las más arbitrarias.

En nuestro medio, no faltan los émulos fámulas de Dalí, con similares inclinaciones pro militares, y también premilitares y hasta paramilitares. No hace mucho, un personaje del corral de comedias aseguraba con aires de gallina que él se hizo más hombre gracias al curso de premilitar que siguió en el colegio. Parece que lo único que aprendió fue el paso del ganso y un concepto devaluado de lo que es hombría. En la misma línea, también están los fascistoides que con argumentos patrioteros reclaman una formación castrense en colegios y universidades. Fauna ridícula que baila al compás de la polca adefesiera “como me gustan, como me gustan los militares”, que sueña con una sociedad de civiles tan dóciles como los generales que firmaron el acta de sujeción a Montesinos.

Doméstico y modisto de sus propias pasiones, Pinochet, además de coleccionar uniformes militares, diseñaba los que iba a usar en ceremonias muy especiales en las que imperaba la pompa y la solemnidad. Según se dice, algunos de sus vistosos uniformes tenían ciertos toques circenses o de cabaret. Las lustrosas botas no ocultaban del todo el solapado portaligas.

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