EL GUACHIMAN

EL COMERCIO JUNIO 29, 2008

Un relato entre lo policial y lo sentimental

El guachimán.

EN EXCLUSIVA PARA NUESTROS LECTORES, UN FRAGMENTO DEL RELATO EL GUACHIMÁN, INCLUIDO EN EL VOLUMEN DEL MISMO TÍTULO, QUE REÚNE TRES RECIENTES NARRACIONES DE LUIS NIETO DEGREGORI LANZADAS POR ALFAGUARA

"La camioneta blindada se detiene una vez más, la quinta esa mañana. Alejandrino echa el cuerpo hacia adelante, aunque sabe que tendrán que esperar todavía. El que va en cabina tiene que verificar que no ocurre nada sospechoso antes de hacerles la señal para que salgan. Ese es el procedimiento obligatorio.

-¡Calor de mierda! -se queja el Venenoso Ramírez ajustándose a desgana el chaleco antibalas.

-¡Vamos! -abre la puerta Linares cuando el de cabina le muestra el pulgar. El Venenoso le hace un ademán indicándole que salga.

Él se incorpora, pero ve que se le ha desatado el pasador y vuelve a sentarse. -¿Ya? -lo apremia el Venenoso.

-¡Voy, voy! -lo calma, pero no queda conforme con el nudo y empieza de nuevo.

-¡Muévete, pues, huevonazo! -le mete un empujón el Venenoso, pero se cansa de esperar y se baja.

"¡Cae fácil el muy cojudo!", piensa Alejandrino y se queda en el blindado mirando por la ventanilla. Del casino que está justo al lado de la tienda de computadoras salen tres tipos con las manos en los bolsillos. Uno de ellos, un flaco con una cicatriz que se asoma por la camisa abierta, se separa, pasa por el costado de la camioneta blindada y se mete a la tienda. Los otros dos tontean un rato haciéndose los que miran a una chica y luego siguen su camino. ¡Ni el Venenoso ni Linares se han dado cuenta de nada!

-¿Y? -le pregunta esa noche el Flaco, que sigue en camisa a pesar de que ha refrescado.

Están donde la Raquelita, pero en la peor de las sequías. Ninguno tiene plata y ella no les fía mientras no paguen lo que deben. En las otras mesas, en cambio, casi todas ocupadas, las botellas de ron o de cerveza se van acumulando poco a poco. Los parroquianos, cada vez más animados, opacan con sus voces y sus carcajadas la música tropical que transmite una radio.

-¡El plan está de la puta madre, pero hay un problema...! -le responde Alejandrino.

-¿Un problema? ¿Qué problema? -se pone de mal humor el Flaco.

-Lo han cambiado a Sotomayor y han puesto a otro en cabina. Me parece raro. No es de la empresa. Dicen que es un supervisor que han traído de otra empresa...

-¿Y eso qué importa? -se relaja un poco el Flaco.

-¿Como qué importa? Tengo que tasarlo bien antes de que demos el golpe

-baja la voz Alejandrino al decir esto último-. ¡Nos puede cagar todo!

-¿Tasarlo? ¡Sal de ahí, huevón! ¡Lo hacemos el próximo viernes como habíamos quedado! ¡Tanto ensayo, tanta huevada! ¡Mucha televisión has visto! ¡Para dar un golpe solo se necesitan huevos y nada más!

-Cojones y cabeza -no se altera Alejandrino-. Si no usas la cabeza, vas derechito a la cana. ¡Se hace a mi manera o no se hace!

-¡Tú no lo harás! ¡Nosotros vamos a actuar por nuestra cuenta! ¡No te necesitamos! ¡Ah, y cuidado con que te vayas de lengua! ¡Sabemos dónde encontrarte! -se pasa el Flaco el dedo índice por el cuello antes de ponerse de pie y retirarse.

Alejandrino se queda preocupado. ¿Se atreverán? El Flaco los puede convencer. Ha estado en más de un asalto y varias veces en la cárcel. Las cicatrices que luce en el pecho son huella de eso. ¿Qué le pasaría si es que asaltan? Para empezar lo suspenderían mientras duran las investigaciones. Y si descubren que él dateó, chau, chamba, y puede incluso que pase un tiempo bajo la sombra. Pero difícil que le encuentren algo. El recorrido de los viernes por la mañana es el peor. Así se llevasen todas las bolsas, no llegarían ni a treinta mil dólares. ¡Cojudo el Flaco! ¡No te necesitamos! ¡Ni que se chupara el dedo para decirles qué día sí van cargados!

-Raquel, con la quincena arreglo esa cuentita... -le dice de pasada a la mujer de blusa escotada que está detrás del mostrador y ella se limita a sonreírle con desgano. Ese par de senos generosos son el gancho de su cantina.

Desde el mar, que se adivina a lo lejos, le llega un descarado olor a sexo de hembra. No sabe si llamar a Laurita esa misma noche o al día siguiente camino al trabajo. Decide hacerlo ya. A veces por las mañanas no quieren avisarle. Hay una tienda con teléfono no muy lejos de allí, pero le entran ganas de bajar hasta la avenida.

-Aló, necesito hablar con Laura. ¿Le puede avisar, por favor? -le dice a la señora que le contesta el teléfono.

-Voy a ver si está. Creo que ha salido. Vuelva a llamar dentro de un rato.

-Puedo esperar... -quiere evitar que le cuelguen, pero la señora se sale con su gusto. "¡Vieja maldita! ¡Justo cuando estoy aguja!", masculla mientras busca dónde cambiar los últimos cinco soles que le quedan.

-Señora -golpea con su moneda la reja de una tienda. Ha visto que tienen teléfono. De repente no hará falta que compre las galletas que había pensado.

-¿Sí? -asoma un gordo en camiseta.

-¿Me puede sencillar para el teléfono? -le muestra sus cinco soles.

El gordo coge la moneda, se mete detrás del mostrador y vuelve con el suelto. Alejandrino le agradece, pero como si con él no fuera. "¡Gordo de mierda!", lo manda a rodar mentalmente, pero ni bien empieza a marcar el número de Laurita se olvida de él.

-Aló, ¿se encuentra Laura? -pregunta temeroso de que le digan que no.

-Sí, un ratito -le contesta el chico buena gente que nunca le hace llamar dos veces.

-¿Aló, sí? -pregunta Laurita.

-¡Laurita, adivina con quién hablas! -decide gastarle la broma cambiando la voz.

-¡Rafael! -se alegra Laurita.

-¿Rafael? ¿Quién es Rafael? Soy Alex.

-Ah, Alex. Hola... -¿Quién es Rafael?

-insiste otra vez Alejandrino molesto-. ¿Por qué le has dado tu teléfono? ¿Para qué te llama a tu casa?

-¡Oye, qué tienes! ¿Por qué me estás controlando?

-¿Cómo por qué? ¡Porque somos enamorados! ¡A mí nadie me pone cachos! -se enardece aún más Alejandrino.

-¿Enamorados? ¡Ya no somos enamorados! ¡Cuántas veces te lo voy a tener que decir!

-Laurita, ¿acaso hemos terminado? -se baja todo Alejandrino-. Hemos dicho que vamos a darnos un tiempo para pensar. Yo justo te estaba llamando para vernos mañana. Es quincena. Podríamos ir a comer unos anticuchitos...

-No, Alex. Yo ya lo he pensado. Ya no quiero ser tu enamorada -suena tajante Laurita.

-No, no, Laurita, ¿por qué dices eso? ¡Ya sé, ya sé! ¡No te gusta que te cele! ¡De puro enojada estás hablando!

-No, Alex, no estoy enojada. Lo he pensado bien y ya no quiero seguir contigo. Ya no te quiero, Alex. Hace tiempo que ya no te quiero. ¿Me entiendes?

-¿Qué pasa, Laurita? ¡No me puedes decir esas cosas por teléfono! En todo caso conversaremos... ¡Nos encontraremos mañana por la noche!

-No puedo. Estoy ocupada.

-¡El domingo entonces! ¡Vámonos a Larcomar!

-Tampoco puedo, Alex. Ya he hecho mis planes.

-Entonces ahora mismo voy a tu casa. ¡Tenemos que conversar, Laurita!

-Si quieres ven, pero vas a perder tu tiempo. Te voy a decir lo mismo. Ya no te quiero. Ya no quiero ser tu enamorada.¿Cuántas veces necesitas que te lo repita?

-¡No, no! ¡Tenemos que conversar! ¡Dentro de media hora nos vemos! De la avenida estoy llamando -explica Alejandrino antes de despedirse. "¡Qué lindos son tus ojos, qué bellos son tus labios...!", canturrea melancólico mientras llega la combi. Se acomoda junto a la ventana y, tras mirar su reloj, saca la cuenta de que a las nueve, nueve y cinco a más tardar, ya estará en casa de Laurita. ¿Quién será Rafael? ¡Seguro que por culpa de ese hijo de puta ella quiere terminar! Debió casarse con ella. Mucho tiempo ya están de enamorados. ¿Pero adónde se hubieran ido a vivir? Ese es el problema. ¡Qué va a querer vivir en el cerro! ¡Ni agua hay! ¿Alquilar un cuartito? De repente allí mismo, en Surquillo, por donde ella vive. Eso le puede decir, que alquilan un cuarto y se casan. ¡Sí va a aceptar! Ella de lo que tiene miedo es de que se le pase el tiempo... Más tranquilo, Alejandrino recuerda cómo se conocieron. Él tenía veintidós años y ella era más jovencita todavía, veinte recién iba a cumplir. Era la primera vez que él trabajaba de guachimán y ella de recepcionista. La empresa no era muy grande, pero movía bastante plata. El gerente, los ejecutivos y hasta la secretaria, todos, eran fi chos. Los únicos misios eran Laurita, el conserje y él. Laurita al comienzo ni lo miraba. Con los de la empresa sí era atenta, pura sonrisa, pura zalamería.

Hasta que un día hicieron un almuerzo por el cumpleaños del gerente y no la invitaron. La dejaron contestando el teléfono. Esa fue la primera vez que se pusieron a conversar. Al principio, igual, ella no le daba mucha confianza, pero a él eso le gustaba, le parecía bien que se diera su lugar. Por donde vivía las chicas no eran así. No se hacían respetar. Se bromeaban con cualquiera y vaya bocota que se manejaban. ¡Qué iban a ser como Laurita! ¿Te acompaño a tu casa, Laurita? Acompáñame hasta el paradero nomás, por favor. ¿Qué vas a hacer el sábado? ¿Nos vemos? Disculpa, no puedo, los fines de semana casi no salgo de mi casa. Tan santa no era, él se daba cuenta.

De cuando en cuando alguna amiga llegaba a buscarla a la salida del trabajo y él se hacía el tonto y se quedaba por allí cerca escuchando. ¡Algunos viernes o sábados por la noche se iba con sus amigas hasta las discotecas de Los Olivos! ¡Siquiera sus quince soles le costará el taxi para regresar, pensaba él sin atreverse a invitarla, hasta que un día tasó que por lo general Laurita y sus amigas se iban de boleto para regresar a sus casas en combi a plena luz del día! "¡No te olvides de comprar el pan para el desayuno!", bromeaban incluso cuando hacían planes para irse de juerga. Mientras siguieron trabajando juntos, él no perdía la oportunidad de invitarla a salir, pero lo más que consiguió fue que después de la chamba le aceptara un pollo o unos anticuchos. Así, poco a poco, se fue haciendo a la idea de que Laurita era inalcanzable y ni se le ocurrió continuar insistiendo cuando entró a la empresa de seguridad.

Más de un año estuvieron sin verse. Él se acordaba todavía de ella, del aire de seriedad que tenía con esos pantalones ajustados de color oscuro que usaba en la ofi cina y, al mismo tiempo, de la manera sexy como se sentaba, bien erguida y sacando el poto. ¡Ese culo tan respingón! Seguía poniéndose arrecho de solo imaginar que lo tocaba, pero le bastaba con masturbarse y al rato la imagen de Laurita se desvanecía sin causarle los sufrimientos de antes. "Ya va siendo hora de que me busque mi peor es nada", pensaba en esas ocasiones y de verdad estaba ojo con todas las chicas que se cruzaban en su camino, hasta que un sábado se encontró con Laurita cara a cara en el parque de Miraflores.

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